Marco Estrada Saavedra

El pueblo ensaya la revolución.
La APPO y el sistema de dominación oaxaqueño

Año: 2016
Editorial: El Colegio de México, México
ISBN: 978-607-462-886-9
Páginas: 624 (y CD interactivo)

 

 


De revoluciones e irritaciones

La llamada reforma educativa aprobada en 2013 en México —componente de un paquete de reformas en las que el gobierno federal de Peña Nieto puso mucho énfasis y confianza— enfrentó una importante oposición, sobre todo entre los maestros del sur del país, en particular en Guerrero, Oaxaca y Chiapas. Paralelamente, el estado de Oaxaca tuvo en las elecciones de 2010 un primer gobernador de alternancia, quitando por primera vez en la historia al Partido Revolucionario Institucional del gobierno estatal. Estos eventos estuvieron rodeados de acciones de organización, información y coordinación de distintos actores con diversas historias. Pero quizá uno de los eventos más inmediatos en esas historias fue la comuna de Oaxaca de 2006, que el Dr. Marco Estrada analiza amplia y detalladamente en este libro.

Los acontecimientos de Oaxaca en 2006, nos dice Marco Estrada, son parte del ensayo de una revolución aún no desplegada del todo, pero cuya vida de cinco meses aproximadamente dejó diversas experiencias en la vida política estatal con repercusiones nacionales, como se apunta en el libro. Durante esos meses, una protesta de maestros fue reprimida de una forma tal que generó una amplia respuesta de distintos actores y sectores de la sociedad, en especial en la capital de Oaxaca y sus alrededores —una región francamente urbana, al menos en una proporción semejante a la nacional—. A los plantones en espacios públicos se sumaron las barricadas levantadas en diversas calles, para la protección del movimiento y la reunión en asambleas espontáneas de los ciudadanos movilizados; también la toma de radiodifusoras y de una estación de televisión desde donde se hicieron transmisiones diversas, incluyendo mensajes e información útil para el mismo movimiento; igualmente diversos artistas tomaron muros y los transformaron en experimentos de arte político. En resumen, un amplio espacio público fue abierto como resultado de acciones de discusión en asambleas populares espontáneas, protestas, fiestas —incluyendo la celebración de la famosa fiesta oaxaqueña de la Guelaguetza— y producción y generación de información en arte callejero y medios electrónicos. Al mismo tiempo, las instituciones formales de gobierno fueron replegadas a una situación de incapacidad de mantener una presencia pública e imponer un orden. Incluso la presencia misma de los poderes —incluido el gobernador en persona— estuvo suspendida en los Valles Centrales del estado. Entre junio y noviembre de 2006 se estableció así lo que se conoce como la Comuna de Oaxaca.

El libro de Marco Estrada presenta un análisis de este ensayo de revolución analizado como sistema de protesta. El punto de partida en esa vorágine de protestas y organización social fue una movilización magisterial, de grupos inscritos en la sección 22 del Sindicato Nacional de Trabajadores de la Educación; a esa protesta se sumaron distintas organizaciones, colectivos y activistas al ver una actitud de represión directa por parte del gobernador Ulises Ruiz. Esa respuesta daría forma, entre muchas otras cosas, a la Asamblea Popular de los Pueblos de Oaxaca, la famosa APPO.

El trabajo sociológico y etnográfico utiliza información diversificada sobre el repertorio de formas de movilización y de organización, que van desde aquellas muy ensayadas en la historia del magisterio estatal, con asambleas, marchas y mítines, así como las burocratizadas negociaciones dentro de los ciclos de cambio de dirigencia sindical o de renegociación de contratos, hasta la aparición de otro abanico de estrategias como las barricadas urbanas, la ocupación y uso de las radios y la televisión locales, la transformación del espacio público por parte de artistas urbanos con sus pintas, y con todo ello la aparición de distintos escenarios de organización urbana, comunicación e intercambio público de ideas. La prensa y otros observadores dieron amplio impulso a diversos aspectos de esta protesta, que se convirtió en un símbolo de la lucha política en México en su momento —un momento, además, de elecciones a nivel nacional—. El mismo libro hace eco de ese repertorio al incluir un disco compacto con distintas muestras de música y mensajes transmitidos en radio y televisión, así como videos de la represión y la organización tomados durante los hechos, o imágenes de las pintas realizadas en distintas paredes de la ciudad. Como en otros casos —por ejemplo, el movimiento #yosoy132, especialmente promovido por estudiantes que votaban por primera vez, ciertamente contribuyó a reducir más de un diez por ciento de preferencia del voto al PRI en las elecciones federales de 2012—, el uso de aparatos telefónicos con cámara, video e Internet en Oaxaca amplificaron los alcances de la movilización y la comunicación.

No obstante, al mismo tiempo, el libro ofrece igualmente acercamientos sociológicos y etnográficos a lo que el autor denomina como el sistema de dominación, que se desplegó en ese momento sobre todo a través de un repertorio amplio y combinado de estrategias de negociación y represión. Así, pues, vemos aparecer desde las conocidas formas de represión directa, a través de los cuerpos policiacos actuando en espacios públicos de manera abierta, las persecuciones selectivas y los procesos judiciales, hasta las formas aparentemente más sutiles de vigilancia y espionaje, como policías vestidos de civil, la destrucción de antenas de transmisión para suspender servicios de radio y televisión controlados por los grupos movilizados, o la creación de una señal radiofónica que decía representar a la ciudadanía auténtica, y donde se cuestionaba la movilización y se llamaba a la intervención más fuerte por parte del gobierno. Eso sin contar las negociaciones que se llevaron a cabo entre el gobierno estatal, el federal y los maestros movilizados —que eran el sector más proclive a la instauración de acuerdos para detener las acciones de protesta y regresar a la “normalidad” institucional.

Desde una perspectiva de sistemas inspirada en Luhmann, y entendiendo la protesta como un sistema con su propio proceso de autopoiesis, el autor analiza cómo se desenvolvió y mantuvo una movilización que en realidad era una suma de diversas organizaciones y colectivos, con agendas diversas que apenas convergían en demandas muy específicas, y que fueron adquiriendo además dinámicas muy variadas. Por ejemplo, por un lado estaba el magisterio, con su propia historia burocrática y sindical en una coyuntura específica que suma una movilización dentro del propio sindicato para democratizar la organización y también a una lucha en el magisterio en el país derivada de ciertas formas de descentralización de la educación, que implicaba una transferencia de recursos y decisiones al gobierno estatal. La combinación de esos elementos transformó a un movimiento magisterial pro democracia en un actor central en la recomposición institucional de la educación, que no logró superar del todo los problemas que se buscaba resolver —patrimonialismo y corrupción en el manejo de recursos—. Pero además, la movilización que implicó el paro de labores y la toma de la plaza principal de la ciudad de Oaxaca desató una respuesta represiva que en lugar de contener la protesta la extendió hacia otros sectores. Los diversos colectivos que se sumaron tenían como objetivo común sólo la remoción del gobierno del estado y el apoyo a los maestros —aunque después aparecieron la liberación de detenidos y el enjuiciamiento de autoridades por las acciones de represión—, aunque entre ellos también había o aparecerían diversos objetivos y estrategias.

Las barricadas, por ejemplo, se formaron como un buen mecanismo para controlar el fluir de personas, vehículos y mercancías en la ciudad y con ello detener las acciones de intervención policial directa; pero al mismo tiempo algunos grupos empezaron a operar de maneras diferenciadas y no coordinadas del todo, generando momentos de extorsión y amenaza sobre vecinos, o sobre transportistas de mercancía y pasaje. Los artistas gráficos, entre grafiteros de las colonias populares y estudiantes de arte, tomaron muros vistosos y convirtieron la protesta en un movimiento estético-político que buscó dar visibilidad a las demandas, recurriendo para ello a diversas técnicas de pintura y a distintos elementos simbólicos, muchos de ellos parte de la simbología de la revolución —el Che— y especialmente la historia oficial de México —con Zapata, Villa, Juárez y otros íconos reactualizados y del lado de la protesta—; algunos de ellos crearon motivos que trascendieron la calle y llegaron a galerías y museos, o a la reproducción en masa en playeras y otras prendas de vestir. Eso también implicó una diferenciación importante en el efecto del arte y el involucramiento de los artistas en la movilización.

El uso de la televisión y la radio se convirtió de igual manera en un medio importante de información difusión, así como de una forma estratégica de organización. No obstante, los colectivos de productores de material de radio y televisión no se involucraban de manera igual. Lo interesante en este sistema de protesta quizá fue esa capacidad de coordinar acciones, que implicó una amplia gama de mecanismos de información. Eso es de alguna forma lo que explica la vitalidad de la participación continuada por medio año y su impacto, que trascendió el momento inmediato.

Por el otro lado, parece que la represión directa más que detener alimentó la movilización, y fue hasta que el gobierno interfirió la comunicación, creando sus propias formas de transmitir mensajes y ocupar el espacio público, que obtuvo mejores resultados, apoyado además por el desgaste mismo de la protesta que implicaba múltiples roces y esfuerzos insostenibles a la larga. Las negociaciones que acompañaron las acciones abrieron también una dinámica de discusión sobre la verdadera representación del “pueblo”, cuando algunos grupos y sectores se sentían excluidos de los diálogos y acusaban a los otros de traicionar el movimiento y recurrir a las tan cuestionadas formas de dejarse cooptar por los gobernantes. Incluso al interior del sindicato de maestros, aparecieron diferencias entre grupos en torno a la estrategia a seguir —volver a clases o no, en particular—, hasta un punto que llevó a la escisión del sindicato. Grupos de mujeres, por su parte y de maneras no coordinadas, empezaron también a insertar demandas específicas contra las estructuras del sistema educativo, y también contra las restricciones y subordinación en general que viven cotidianamente las mujeres. Es toda esta dinámica de confrontación y negociación lo que compone tanto el sistema de protesta como el sistema de represión, como los nombra Estrada. Ambos sistemas se movían mutuamente, en una dinámica de acción-reacción. La perspectiva sistémica que se propone en este y otros trabajos del autor muestra una forma de integrar distintos cursos o procesos de acción y sus mutuas influencias, determinaciones y contradicciones, así como sus consecuencias esperadas e imprevistas.

Finalmente, la idea de que se trató de un ensayo de revolución se despliega en el libro desde su título y a lo largo del análisis. La pregunta que queda abierta es si la idea de revolución da cuenta de la dinámica de esta protesta, tanto en términos de las aspiraciones o propuestas explícitas como de los resultados esperados y no esperados de la misma. Quizá se trate más bien de irritaciones, parafraseando a Luhmann, al interior de los subsistemas y producto de los roces entre ellos. La historia política está plagada de estos procesos de protesta-represión-negociación que tienen distintos propósitos y resultados políticos y sociales. Eso además se combina con un conjunto de, llamémoslas así, contradicciones burocráticas, en las que se involucran médicos, trabajadores y estudiantes universitarios, e incluso soldados y policías, en confrontaciones al interior de las instituciones y sus gremios y jerarquías, o confrontadas unas con otras. Es interesante destacar además que muchas veces la confrontación está mediada por otras dinámicas, por ejemplo, las negociaciones o cooptaciones de sectores o personas por parte del gobierno o, por otro lado, el caso de los policías que, como nos describe Estrada en este caso, daban información a sus familiares y conocidos maestros sobre las órdenes a cumplir, con el fin de anticipar respuestas. No hay que olvidar que en el caso del magisterio estamos hablando de una de las burocracias más grandes de México, con una presencia geográfica más extendida que ninguna otra. En resumen, ¿se puede hablar de una revolución o se trata de coyunturas de irritación que reaparecen en la historia del sistema de dominación, desplazadas de un punto a otro de la geografía política del país? ¿Si ensayamos una revolución —como una configuración de propósitos y como una anticipación de posibles resultados—, sería como la de Oaxaca, con “Dios nunca muere” o “Canción mixteca” como soundtrack? ¿O cómo será la revolución del futuro?

José Luis Escalona-Victoria
Centro de Investigaciones Centro de Investigaciones y EstudiosSuperiores en Antropología Social, Sureste, México

 

Fecha de recepción: 16 11 17; Fecha de aceptación: 25 10 18.