Caravanas de personas migrantes como expresiones contradictorias de tácticas de sobrevivencia y prácticas de subjetivación política
Migrant people caravans as contradictory survival tactics and politics subjetivation practices
Resumen: A partir de reflexiones basadas en la observación participante y el acompañamiento de caravanas migrantes desde el sur de México hasta el norte, este trabajo se enfoca en subrayar los distintos significados de las caravanas en la actual época migratoria. Resaltamos cómo la acción colectiva y, sobre todo, el acuerpamiento movilizado que implican las caravanas se fundamentan en la necesidad y sobrevivencia, un contexto que alimenta de forma emergente, temporal y a veces contradictoria, las prácticas de subjetivación política de los participantes. Exploramos las tendencias de unidad y fragmentación, la cuestionada forma de tomar decisiones, la manera de continuar su camino pese a obstáculos, el rechazo hacia el régimen de “refugiado cautivo” impulsado por el gobierno mexicano, así como de algunas organizaciones de la sociedad civil, y cómo la apropiación de la herramienta del asilo resignifica paradójicamente el papel de víctimas en el que muchos han querido encasillar a las personas migrantes.
Palabras clave: caravanas, acuerpamientos, tácticas de sobrevivencia, prácticas de subjetivación política, refugiado cautivo y asilo.
Abstract: From our reflections based on participant observation and accompaniment of migrant caravans from southern Mexico northward, this work focuses on highlighting the different meanings of caravans in the current migratory era. We highlight how the collective action and, particularly, the political collective bodiment in movement1 (acuerpamiento) of the caravans is based on necessity and survival, a context that encourages, in an emergent, temporary and sometimes contradictory way, the participants’ practices of political subjectivation. We explore the tendencies of unity and fragmentation, the oft-criticized form of decision-making, the way of carrying onward despite the obstacles, the rejection of the “captive refugee” regime promoted by the Mexican government as well as by some civil society organizations, and how the appropriation of asylum as a tool paradoxically re-signifies the role of victims to which many have sought to limit migrants.
Keywords: Caravans, acuerpamiento, survival tactics, practices of political subjectivation, captive refugee and asylum.
Decirle a la gente, no solo a la de nuestro país, a nuestros hermanos centroamericanos de que no se dejen manipular, que no se dejen engañar por traficantes de personas porque hay toda una red que se dedica a ésto, se les conoce coloquialmente como polleros que hacen su agosto, que cobran cantidades considerables por trasladar a migrantes y son los que organizan estas caravanas. No es que surjan de manera espontánea, es una red que existe
(López Obrador, 2019).
Esta fue una de las respuestas que dio el actual presidente de México, Andrés Manuel López Obrador, durante la mañanera2 del 29 de agosto de 2019. ¿En qué momento las autoridades decidieron que era necesario caracterizar a las caravanas como expresiones de crimen y engaño, invirtiendo completamente los propósitos por los cuales las personas desplazadas y en situación de vulnerabilidad se sumaron a ellas? ¿Estas declaraciones contribuyen a no reconocer las capacidades de acción, organización y prácticas de subjetivación política que las personas migrantes despliegan?; es decir, ¿les reitera como objetos-mercancías vacías de potencia?
Por medio de un ejercicio de memoria a partir de la observación participante y el acompañamiento que realizamos desde el sur al norte de México durante las caravanas de primavera y otoño de 2017, de la primavera de 2018 y, después, en varios momentos de las primeras cuatro caravanas del Éxodo ocurridas de octubre a diciembre de 2018, analizamos las potencias y prácticas de las caravanas para destacar las aspiraciones de libertad, subjetivación y dignidad humana que motivaron a que, en un principio, cientos y, después, miles de personas se organizaran para salir de la invisibilidad y caminar colectivamente.
Entendemos a los viacrucis y caravanas -que tienen entre diez y seis años de historia en México-, y a lo que, desde finales de 2018, fue conocido como el Éxodo3 Centroamericano como acciones colectivas (Tilly, 2000) y sobre todo como “acuerpamientos en movimiento” (Cordero y Garibo, 2019), con sus diversos matices, de personas migrantes ilegalizadas. Desde la visión de Charles Tilly, “la acción colectiva requiere recursos combinados con intereses compartidos [...]. La definición aún más acotada de acción colectiva se refiere a una contención colectiva pero discontinua, ya relacionada con el conflicto, ya relacionada con la cooperación” (2000: 9-10). Siguiendo el pensamiento de Tilly, Eduardo González define a la acción colectiva como “la actuación conjunta de un grupo de personas con el objeto de conseguir objetivos comunes” (2012: 58).
En los viacrucis y, sobre todo, en la forma potencializada de las caravanas hasta antes del Éxodo, se podían identificar con mayor claridad los objetivos -que en gran parte incluían llegar a Estados Unidos, conociendo las alternativas y riesgos- y los recursos -redes, información, organización y determinación- con los que contaban quienes decidieron acuerparse y caminar colectivamente.
Este panorama se volvió más tenso e ininteligible durante el Éxodo de finales del 2018. El gran número de personas que formaron parte, el desplazamiento desarticulado, la dificultad del debate y de la circulación de información, provocaron que, desde una óptica de distancia media, el caos sobresaltara. No obstante, dentro de pequeños grupos hubo una especie de coordinación, sobre todo en los momentos clímax.
Resulta poco provechoso pensar estos procesos organizativos desde un enfoque clásico porque “las luchas de las fronteras abren un nuevo continente de posibilidades políticas, un espacio dentro del cual sujetos políticos de nuevo tipo, que no responden ni a la lógica de la ciudadanía ni a los métodos establecidos de organización y acción política radical, pueden trazar sus movimientos y multiplicar su propia potencia” (Mezzadra y Neilson, 2017: 33).
No podemos hablar de los viacrucis, caravanas y Éxodo -en cada una de sus versiones- como un sujeto político porque en estas acciones confluyen una gran heterogeneidad de personas, creatividades, tiempos, fortalezas, historias y objetivos4. Es en dicha heterogeneidad que reconocemos a las caravanas como “acuerpamientos en movimiento” que no lograron condensarse en luchas específicas contra las violencias patriarcales, coloniales, racistas y capitalistas, aunque sí fueron ampliamente reconocidas como sus resultados5, y como la excedencia6 migrante que logró movilizarse para confrontar abiertamente el régimen de control fronterizo que a toda costa confina, disciplina, marca y selecciona a las personas migrantes.
De tal manera, consideramos que las caravanas toman vida a consecuencia de las violencias, la precariedad y el hambre, como una práctica de sobrevivencia que no es reductible a leyes de oferta y demanda de trabajo. Las caravanas implican connotaciones de fuga y de prácticas ambivalentes, en términos de Sandro Mezzadra (2005). Por una parte, acentuaron lo irreductible de las migraciones a acciones previsibles al hacer énfasis en las subjetividades y deseos migrantes, recalcando la individualidad y singularidad de la condición migrante y su experiencia. Por otra parte, estuvieron abiertamente tensadas entre las realidades de opresión y la búsqueda de libertad.
De forma concreta, las caravanas como “acuerpamientos en movimiento” implican la unión de los cuerpos, conocimientos, demandas y potencias de las y los migrantes utilizadas para sortear los riesgos, violencias y obstáculos vividos en momentos de gran tensión a los que se enfrentan en su recorrido colectivo, que confronta el régimen fronterizo (Cordero y Garibo, 2019).
Coincidimos, como sostienen Mezzadra y Nielsen -al retomar los estudios de la última etapa de Foucault-, que “las relaciones de sujeción y subjetivación componen al sujeto como un campo de batalla” (2017: 302); es decir, los sujetos -en este caso las personas migrantes- se encuentran tensados entre esas dos relaciones sociales productivas. Por un lado,
“la impronta de la sujeción [...] acompaña la fabricación de la subjetividad desde que una multitud resistente a la disciplina del trabajo es investida con un conjunto de dispositivos de individuación, para obtener sujetos compatibles con el orden social del capitalismo industrial emergente. Pero estos procesos son acompañados desde el inicio por prácticas de subjetivación, que se producen cuando la libertad excede (excedencia social) los esquemas pensados para amarrarla y obliga al poder a re-investirse en otra instancia, en otras tecnologías o en otros saberes para recuperar productivamente el control sobre aquello que, siempre de nuevo, se escapa” (Chignola y Mezzadra, 2014).
De tal suerte, entendemos a las prácticas de subjetivación como las maneras en las que devenimos sujetos7 por medio de elementos -o la búsqueda- de libertad ante las realidades que nos oprimen (Mezzadra, 2005); es así como la condición migrante se detona ambivalente al ir y venir constantemente entre control y libertad o sujeción y subjetivación. En otras palabras, concebimos las prácticas de subjetivación como aquellas a través de las cuales las personas desarrollan un autoconcepto -incluso necesidad- de ser sujetos sociales legítimos y dignos de actuar a nombre propio y en defensa de sus objetivos, en lugar de quedarse anclados a una narrativa que los personifica como un grupo subalterno y subordinado, sujeto a metas ajenas.
Durante las caravanas migrantes advertimos la articulación de diversos y heterogéneos sujetos en “acuerpamientos en movimiento” en los cuales los actos de ciudadanía, alejados de una mirada tradicional y pasiva8, se hicieron presentes de manera cotidiana al momento que las personas migrantes tomaron sus propias decisiones y exigieron su derecho a tener derechos y visibilizar su andar mismo en espacio público.
Desde 2011 (Henríquez, 2011) los viacrucis migrantes tomaron notoriedad en las tramas locales, principalmente en algunos municipios de Chiapas y Oaxaca9. Esos viacrucis, apegados a la tradición cristiana, se realizaban durante semana santa, con la convicción de equiparar el sufrimiento de Jesús con el sufrimiento de las y los migrantes. Estas movilizaciones con emblemas religiosos fueron organizadas en los albergues para migrantes por parte de defensores de derechos humanos y algunas personas migrantes.
El objetivo de los viacrucis fue visibilizar la violación y vulneración de derechos humanos de las personas migrantes, gritar fuertemente a la sociedad y autoridades el sufrimiento que éstas viven en las vías del tren y en las rutas migratorias por México plagadas de muerte10 con la finalidad de sensibilizar. Tras terminar los viacrucis, las y los defensores que les acompañaban regresaban a sus actividades, mientras que las y los migrantes volvían a los albergues y a recorrer esas mismas rutas que habían denunciado.
Fue en la primavera de 2014 cuando por primera vez un viacrucis se convirtió en caravana, y cerca de 1200 personas llegaron a Ciudad de México (CDMX). El momentum de dicha caravana no pudo ser confinado a los estados del sur porque el contexto migratorio se encontraba inundado de vigilancia, crimen, precios exorbitantes de coyotes, retenes, abusos, secuestros y, por lo tanto, se volvió una oportunidad e imperativo de las personas migrantes el continuar avanzando en grupo. Se puede decir que la caravana de 2014 rompió transitoriamente el escenario que se vivía; las personas migrantes, acompañadas por varias defensoras de derechos humanos, medios de comunicación y autoridades, salieron de la oscuridad y compartieron los abusos y delitos de las que fueron objeto.
Uno de los principales logros de la caravana de 2014 fue salir de la invisibilidad y tomar el espacio público como un firme ejemplo de prácticas de subjetivación (relacionadas con actos de ciudadanía) que reclaman derechos y respeto. El segundo fue el organizarse, formar comisiones por países, de mujeres y de personas LGBT+ para definir el rumbo de dicha caravana, porque el plan (en un principio) no había sido llegar mucho más allá que los viacrucis. Una de las comisiones de mayor relevancia fue la de seguridad, porque en el camino muchas veces las y los migrantes tuvieron que dormir a la intemperie en áreas complicadas. El tercer triunfo fue obtener oficios de salida por parte del Instituto Nacional de Migración, lo que les permitiría recorrer México de forma legalizada hacia la frontera con los Estados Unidos.
No obstante, entre la tensión de las prácticas de sujeción y las de subjetivación, la primordial solicitud que hicieron las autoridades mexicanas y personas defensoras de derechos humanos -sobre todo algunos que hoy operan de forma paraestatal- a las caravaneras fue que, contando ya con un documento en mano que les permite viajar “tranquilamente”, era momento de desarticularse, que las y los migrantes continuarán sus caminos como pudieran; es decir, que no continuarán en colectivo de manera disruptivamente visible.
El reclamo de muchas personas migrantes fue que el oficio de salida no les protegía contra el crimen organizado, contra los abusos de autoridad ni contra la imposibilidad económica de continuar. De tal forma, algunas decidieron seguir en grupo hacia el norte del país y su decisión fue recurrir a la frontera más cercana con Estados Unidos, recorriendo la ruta del Golfo. Un pequeño grupo de defensores optó por seguir brindando acompañamiento en ese espacio tan peligroso en la medida de sus posibilidades.
Por medio de una entrevista, uno de los acompañantes describe que el ambiente era tenso al momento de llegar a Reynosa en 2014. “En las calles se respiraba miedo”11, recordó. Las amenazas por parte del crimen organizado no tardaron en llegar, parecía inaudito que personas migrantes hubieran llegado a Reynosa sin ser extorsionadas. Aquí queda claro cómo esa caravana transgredió el régimen fronterizo “legal” e “ilegal”, y que los actores del crimen recrudecieron sus amenazas ante esta demostración de libertad ejercida por las y los migrantes con la finalidad de disciplinarlos y ceder a sus demandas. El riesgo estuvo latente, los caminos de algunas personas que buscaron continuar de forma individual fueron violentados. Grandes aprendizajes y reflexiones quedaron de esa caravana para las propias personas migrantes y las defensoras de derechos humanos.
Quedó claro que ninguna persona migrante, en solitario u organizada con otras, con poca cobertura mediática -que verdaderamente comprenda las razones de organizarse- y de autoridades federales, puede recorrer Reynosa sin ser objeto de extorsiones, secuestros y amenazas. Asimismo, se debe reconocer que fue de gran apoyo la presencia de defensores para que las autoridades federales actuaran pronto e intervinieran en salvaguardar la integridad física de las y los migrantes. Reynosa quedó vetada como un lugar donde personas organizadas en caravanas pudieran llegar. Cabe señalar que durante esa caravana improvisada, un poco más de 60 personas -principalmente hondureñas-, de forma colectiva, pudieron ejercer su derecho a solicitar asilo ante las autoridades migratorias estadounidenses a través del Puerto de Entrada (POE, siglas en inglés) de la ciudad de McAllen.
En los años siguientes más caravanas se llevaron a cabo, principalmente en las fechas de semana santa. Estas conllevan la noción de los viacrucis, pero se potencializan con las prácticas organizativas colectivas de caravana. La mayoría de estas caravanas y/o viacrucis terminaban en la Ciudad de México (CDMX), se desmantelaban y cada migrante continuaba su camino conforme a sus posibilidades, redes y proyectos. Durante pláticas con personas migrantes no caravaneras se asume que, aunque estas caravanas solo hayan llegado hasta el centro del país, seguían implicando atravesar el calvario del sur de México de forma segura y “eso ya es ganancia”12.
En la primavera de 2017 las caravanas empezaban a enfatizar la ley de asilo estadounidense, ya que en el POE de la Garita de San Ysidro13 las autoridades estadounidenses negaban sistemáticamente que las personas que huían de sus países por violencias ejercieran su derecho a solicitar asilo14. Era común escuchar de voz de las y los futuros solicitantes de asilo que al momento en que los agentes de Customs and Border Protection (CBP), e incluso los miembros de seguridad privada, les miraban, dijeran: “¡Ya no hay asilo!”15.
Mientras tanto, Tapachula16 -reconocida como “ciudad cárcel”17- estaba desbordada de personas en contexto de movilidad por múltiples y simultáneas causas, desde distintas violencias, amenazas, falta de empleo, entre otras. En el sur y el norte de México la contención y rechazo hacia las personas migrantes era evidente, las vallas y bridas que no les dejaban continuar se intensificaron.
Mientras eso ocurría, un pequeño grupo de defensores de derechos humanos de personas migrantes, que había estado monitoreando la situación, buscó brindar apoyo legal y logístico a las personas que planeaban solicitar asilo en Estados Unidos entrando por el POE de San Ysidro. En el sur muchas personas migrantes buscaban la manera de recorrer el territorio mexicano para llegar a la frontera norte, ya sea para solicitar asilo o para entrar de alguna forma ilegalizada.
En un primer momento, dicho grupo de defensores rastreó la forma de organizar una caravana exclusivamente de solicitantes de asilo, pero la propia dinámica de las personas contenidas en Tapachula lo hizo imposible. Se escuchaba el reclamo de la no diferenciación por parte de las personas migrantes. Varios defensores cayeron -y a veces seguimos cayendo- en cuenta de que lo que marca la diferenciación entre personas involucradas en movilidad es, en cierta forma, el reconocimiento de las violencias que padecen estipuladas en las leyes. Es decir, el contexto de violencia en que viven los une, pero la ley los diferencia y los clasifica en un ejercicio de gubernamentalidad y gobernanza de las migraciones18.
La Caravana de Refugiados de 2017, y/o Viacrucis de Refugiados, inició en semana santa. Las y los migrantes colaboraron con defensores para organizar comisiones de seguridad, comida, medios de comunicación, recolección de basura, entre otras. También comenzaron a buscar de forma individualizada información sobre sus posibles casos de asilo, a reunir evidencias y a buscar ayuda con sus familiares y redes de apoyo que les pudieran recibir en Estados Unidos. En esa caravana había 2 caravanas simultáneas: una de mujeres y algunos hombres con niños, y otra de jóvenes y hombres. La primera generalmente viajaba en carros, mientras que la segunda, principalmente, a pie y en tren. Después de varias semanas de camino, la caravana de refugiados llegó a Tijuana. Llegaron primero quienes tenían claridad en solicitar asilo, para ese fin recibieron asesoría legal y se prepararon para entregarse colectivamente a las autoridades estadounidenses. Sabían que el CBP les podía seguir negando la entrada, como lo hacían convencionalmente con las y los solicitantes de asilo, pero, con la llegada de la caravana, cerca de 80 personas lograron entregarse colectivamente y ser recibidas por oficiales del CBP conforme a derecho.
A partir de este momento, se invirtió el papel sobre el conocimiento de asilo entre, por un lado, las autoridades y especialistas y, por el otro, las personas migrantes desplazadas. La información de las y los solicitantes de asilo que fueron aceptados y liberados en territorio estadounidense ya circulaba en el sur, pero esta fue la primera vez que se asociaba con la forma organizativa de una caravana. Esto fue el inicio paulatino de la apropiación de la herramienta de asilo que analizaremos más adelante.
La organización al interior de la caravana de personas migrantes, así como el conocer y exigir derechos, acercarse a autoridades, buscar acompañarse por defensores y medios de comunicación, son ejemplos concretos de prácticas de subjetivación política que se ejecutaron en otros procesos organizativos de migrantes en tránsito.
En otoño de 2017 se llevó a cabo una caravana más: el Viacrucis Guadalupano Migrante Solidario. Ésta se adelantó en fechas por los temblores de septiembre de ese mismo año, que devastaron las comunidades del sur de México por las que tradicionalmente pasan los migrantes en tránsito hacia los Estados Unidos. Los migrantes, principalmente hombres miembros del viacrucis, organizaron escuadrillas para ayudar a remover escombros de algunos poblados. Después, su andar se encontró con mayores obstáculos: no podían abordar el tren y los vagones a los que se habían subido fueron desenganchados. Mientras tanto, las mujeres y familias les esperaban en un Centro Cultural al norte de la Ciudad de México, donde fueron albergadas y recibieron información sobre los procesos de solicitud de asilo y de la condición de refugiado, tanto en los Estados Unidos como en México, por parte de una organización de la sociedad civil. Por medio de un defensor del ala religiosa, un pequeño grupo inició trámites de solicitud de visas humanitarias que no resultó como se esperaba.
Entre caminatas, marchas y trenes, llegando a albergues o a espacios públicos, en algunos momentos gestionados por defensores locales, esta caravana avanzó. En Guadalajara se realizó una reorganización interna de la caravana, se formaron nuevos grupos para que la información y necesidad de cada cuadrilla fuera escuchada. Las y los coordinadores de cada grupo procuraban reunirse para planear los siguientes pasos a dar. Aparte, había equipos de vigilancia que llevaban chalecos fluorescentes, comisión de atención médica y donaciones. La situación era tensa, muchos albergues locales se sintieron rebasados, pero las y los caravaneros buscaban mantenerse unidos. La consigna de “¡Unidos somos más fuertes!” fue escuchada constantemente. Evitaban separarse por temor a ser detenidos por oficiales del Instituto Nacional de Migración o ser capturados por el crimen organizado, entre otros destinos similares. De tal manera, pese a las complejidades logísticas, este “acuerpamiento en movimiento” procuró mantenerse unido.
Cuando esta caravana finalmente llegó a Tijuana fue recibida por un albergue ubicado en la zona norte, donde se llevaron a cabo pláticas sobre el proceso de asilo. Un día de noviembre de 2017 un grupo de caravaneros reflexionó en grupo, haciéndose la pregunta “¿Qué es la caravana?”. Algunos caravaneros mencionaron lo siguiente:
la caravana es un sacrificio; una fuerza; un esfuerzo de todos; unión; la voz del migrante; unión de nuestras fuerzas; grupo de personas que luchan por defender sus derechos; hacer valer nuestros derechos; grupos de personas unidas para cumplir un solo objetivo: hacer escuchar a los migrantes; la lucha que tienen los migrantes para hacer valer sus derechos; exigir no ser discriminados solo por la nacionalidad; un movimiento solidario; una pelea por el asilo; una lucha para hacer valer los derechos de las personas migrantes; una reacción a una realidad que no está bien (Archivo personal, 2017).
Los caravaneros compartieron estas respuestas después de recorrer más de 3 mil kilómetros del territorio mexicano, a casi un mes de estar compartiendo desalientos y ánimos, desesperanzas y esperanzas, de cuidarse mutuamente cuando dormían en lugares abiertos, de estar al pendiente de la seguridad de todos cuando estaban en el tren dentro de una góndola, cuidando que nadie que pudiera hacerles daño subiera, procurando proteger a mujeres y niños. Después de haber experimentado la fortaleza de su organización, cuando evitaron ser asaltados mientras el tren pasaba por Culiacán, buscaron apoyo por parte de altos funcionarios de Ferromex19 para que pudieran subir al tren de forma ordenada, como fue el caso de Hermosillo.
Unos días después se llevó a cabo la entrega colectiva de cerca de 50 solicitantes de asilo; en fila, cada uno de los solicitantes fueron recibidos por oficiales de CBP en el POE de San Ysidro. De la misma forma que la caravana pasada, las y los caravaneros fueron acompañados por personas defensoras, voluntarios y prensa.
Durante la primavera de 2018 una caravana pudo ser organizada y acompañada desde Tapachula, Chiapas, a Tijuana, Baja California. Durante su planeación se reconocieron las necesidades de los migrantes estancados en Tapachula, así que en la Caravana Migrantes en la Lucha de 2018, o Refugee Caravan Migrantes en la Lucha, tomó más tiempo compartir información sobre los procesos de asilo, tácticas de resistencia no violentas, acercamiento con medios de comunicación, la relevancia de los acuerdos de convivencia y, sobre todo, la trascendencia de mantener la organización en sectores y cuadrillas, misma que fue difícil de lograr y que en algunos momentos se reestructuró.
Hubo un esfuerzo por realizar un registro de todas las personas participantes en dicha caravana, pero, debido a la cantidad de personas que había, no se pudo continuar con la sistematización de esa información. A la salida de Tapachula, cerca de 1200 personas caravaneras se encontraban andando. Hasta ese momento, la Caravana Migrantes en la Lucha había sido la más grande en términos numéricos. Entre caminatas, aventones y autobuses se pudo llegar a Matías Romero, Oaxaca, y fue en ese lugar donde Donald Trump, por medio de sus tuits y declaraciones, dio mayor cobertura mediática. Varios periodistas y cadenas de noticias -nacionales e internacionales- llegaron, pero también llegaron las autoridades del INM sede Oaxaca y ofrecieron oficios de salida y regulación que, por lo menos tres días después, empezaron a entregar.
Las autoridades migratorias solicitaron constantemente que la caravana se desintegrara; pero cientos de caravaneros llegaron juntos para recibir asesoría legal por parte de abogados estadounidenses y mexicanos sobre los procesos de asilo y refugio, tanto en México como en los Estados Unidos, en una de las parroquias de la red de albergues para personas migrantes de la Ciudad de Puebla.
Fue después de ese ejercicio de apropiación de derechos que muchos de los y las caravaneras, haciendo eco de sus subjetividades y de la información que recibieron, decidieron sobre sus alternativas. Algunas personas se quedaron en Puebla, otras en CDMX, otras avanzaron para Hermosillo, otras más continuaron hasta Tijuana y ahí solicitaron visas humanitarias, y algunas más decidieron solicitar asilo colectivamente en el POE entre Tijuana y San Diego.
Esa ocasión, la caravana, a razón de la mayor cantidad de personas y su visibilidad, intentó ser mayormente contenida. No obstante, las y los caravaneros llegaron a Tijuana y, durante cerca de una semana, estuvieron acampando en la explanada de El Chaparral para que 228 personas fueran aceptadas en pequeños grupos por agentes del CBP para solicitar asilo. La entrega y recepción de los solicitantes de asilo organizados no fue igual que en las dos caravanas pasadas, más obstáculos y resistencias gubernamentales se tuvieron que sortear, más discursos xenófobos surgieron.
El que Donald Trump estuviera al pendiente del desarrollo de este “acuerpamiento movilizado” provocó la molestia por parte de autoridades mexicanas de distintos niveles, y su tendencia a ser disruptiva causó incomodidad entre las organizaciones locales que brindan ayuda humanitaria.
Otra movilización colectiva aún más numerosa se realizó pronto, en octubre de 2018. En esta ocasión las caravanas no surgieron en colaboración con organizaciones de defensores de derechos humanos en México ni en los Estados Unidos, sino por medio de las redes sociales en Honduras, donde circulaban invitaciones para convocar una Caminata Migrante. Esta empezaría en San Pedro Sula, buscando llegar a México y después a los Estados Unidos, motivada por las violencias, precariedad y hambre. El precedente más cercano a la caminata eran las caravanas, aunque la caminata tuvo una práctica distinta a estas últimas, venía organizada desde antes de llegar a territorio mexicano y aglutinó a cerca de 6000 personas.
Entre los miembros de esta caminata, la palabra caravana surgió de forma natural, pero tras su avance por el sur de México, ésta fue rebautizada como Éxodo Centroamericano por actores externos y poco a poco así fue siendo nombrada por sus integrantes, acompañantes y medios de comunicación. En algún sentido, la palabra éxodo dotó a esta movilización un sentido bíblico que posibilitó que el apoyo de iglesias, parroquias y otras organizaciones que no estaban de acuerdo con las prácticas de las caravanas, apareciera en contexto.
A partir de observación participante y acompañamiento, sostenemos que identificar a estos acuerpamientos con determinada connotación -viacrucis, caravana o éxodo- obedece a momentos, espacios y contextos en específico.
El que ahora el gobierno mexicano esté buscando deslegitimar este tipo de acuerpamientos, encasillándolos en actividades que son radicalmente opuestas a las que realizan para poder recorrer de forma segura y colectiva las rutas migratorias por México, obedece a una lógica de disuadir que estos tipos de prácticas se sigan reproduciendo, mientras que esas mismas rutas siguen siendo riesgosas y las violencias, explotaciones y opresiones en los países de origen de las personas migrantes se agudizan. Asimismo, pretende encuadrar a las y los migrantes como simples objetos-mercancías, incapaces de decidir, alzar las voces, reclamar derechos y devenir sujetos, por lo tanto no los reconoce como sujetos aptos de tomar decisiones y organizarse en caravanas.
Las necesidades emergentes de sobrevivencia, entonces, son las razones básicas del por qué viajar en caravana, y las formas emergentes de organizar el acceso a estas necesidades son el suelo del cual germinan las prácticas de subjetivación caravaneras -a veces fragmentadas y a veces colectivas-. En esta sección, exploramos las tendencias de organización y desorganización que vivían y deliberaban las y los migrantes en caravana durante los movimientos del Éxodo de los últimos meses de 2018, usando ejemplos concretos de búsqueda de seguridad física, las prácticas de toma de decisiones en asamblea y la formación de liderazgo a través de la elaboración de listas y delegar coordinadores. Al final, analizamos cuatro episodios en que la creciente subjetividad propia de las y los caravaneros estructuraba sus respuestas a una serie de propuestas o reglas impuestas por autoridades federales y estatales en el transcurso de su camino.
Si hay una cosa en la que todo el mundo está de acuerdo es que el camino migrante por México es sumamente peligroso. Mientras el control migratorio estadounidense se ha extendido poco a poco por el territorio mexicano, las autoridades mexicanas han cerrado caminos tradicionales de tránsito, como el tren de carga y las carreteras (Ureste, 2015) e, incluso, algunos embarcaderos de balseros en el río Suchiate bajo el puente internacional en Ciudad Hidalgo20.
En este mismo contexto, oficiales del Instituto Nacional de Migración han sido acusados de acoso, extorsión y abuso sistemático a los migrantes en los pueblos fronterizos. Estas estrategias de contención copian las acciones de Operation Gatekeeper, Operation Guardian Support, y otras de la frontera sur estadounidense, que usan la geografía desértica como un arma y tienen el efecto de empujar el flujo migratorio a sectores controlados por coyotes y redes de crimen organizado, y por eso resulta más caro y peligroso recorrer camino como una persona migrante ilegalizada.
En México, los efectos han sido similares, y los precios del coyotaje y las cifras de violación, asesinato, robo, y otros abusos han aumentado con la creciente militarización impuesta por los gobiernos mexicanos y estadounidenses (Varela, 2015; Varela, 2017).
Especialmente entre las poblaciones en mayor condición de vulnerabilidad (jóvenes, mujeres solas y familias enteras), las y los migrantes en caravana reclamaban y buscaban maneras de disminuir y controlar el peligro constante de estar caminando y durmiendo expuestos, en lugares poco poblados y territorios famosamente controlados por actores violentos.
El miedo ante estos riesgos, conocidos y a la vez clandestinos, combinado con el trauma sufrido por la gran mayoría de las personas migrantes en sus comunidades de origen y en otros intentos de cruzar México, alimentaba un impulso generalizado de seguridad colectiva. Este impulso se aplicaba al problema de la inseguridad en dos formas: a veces, en la táctica de aglutinar un grupo numeroso de cientos o miles de personas en el mismo lugar para atraer el cuidado de las autoridades y disuadir la depredación de los grupos delictivos; y en otras ocasiones, cuando se encontraban en grupos más pequeños, donde el peligro se sentía más presente, se formaron comités espontáneos de vigilancia.
La formación de estructuras colectivas de vigilancia se notaba más visiblemente en las comisiones, rondas, turnos, o equipos de seguridad, compuestos mayormente por jóvenes, hombres y mujeres, a veces con matices de cultura callejera: en la caravana de abril de 2017, por ejemplo, la comisión de seguridad entre caravaneros viajando por tren fue organizada por un grupo de “patinetos” de Tegucigalpa, armados principalmente con palos y sus propias patinetas (skateboards). Pero si las formas de seguridad retomaban elementos de de la cultura juvenil callejera, también parecían hacerlo hasta más profundamente de su opuesto dialéctico: la cultura de vigilancia y defensa en contra de la delincuencia, conocida y practicada en barrios y mercados de clase obrera en varios países de Centroamérica21.
Sin embargo, las mismas estructuras de seguridad que se habían usado en caravanas previas no llegaron a tener legitimidad durante las caravanas del Éxodo de 2018. En las caravanas de 2017 y abril de 2018 se habían organizado grupos de vigilancia con la ayuda de coordinadores centrales (centroamericanos y mexicanos), que muchas veces dieron a conocer quiénes eran los encargados de seguridad con la entrega de un chaleco fluorescente; en varios momentos los turnos de seguridad fueron conocidos simplemente por el apodo los chalecos.
En las caravanas previas, cuando la necesidad de seguridad se intensificó por el hecho de subir al tren o dormir solos en campos despoblados, los chalecos gozaban de una aprobación general, haciendo turnos con linternas (y a veces armados con palos o con piedras en los vagones del tren) durante la noche. Pero, en las caravanas del Éxodo de 2018, sin dirección central ni equipos formales, los chalecos solo aparecieron brevemente en los primeros días del tránsito de Éxodo por Chiapas, introducidos por migrantes y acompañantes quienes habían participado en caravanas previas; estos chalecos encontraron un rechazo profundo, críticas de la gente migrante, y a veces amenazas y golpizas por “creerse más que uno”.
En comparación con caravanas anteriores, donde los turnos de seguridad eran una expresión de unidad, los momentos de organización de seguridad colectiva más destacadas en las caravanas del Éxodo de 2018 fueron precisamente los momentos de fragmentación. El miedo y la inseguridad se sentían más profundamente cuando se encontraban en grupos más pequeños -de docenas o cientos en lugar de miles-. Por ejemplo, después de que el gobernador de Veracruz22 publicara y luego retirara una promesa de proveer autobuses a las y los integrantes del Éxodo, desde Sayula, Veracruz, hasta la Ciudad de México (CDMX), las masas de personas desesperadas empezaron a subir a todo tipo de transporte y se regaron por todo el estado de Veracruz en grupos dispersos y en territorio en disputa entre redes de crimen organizado rivales.
En la noche, grupos de vigilancia -algunos con chaleco, ya aprobados por asambleas espontáneas en pueblos como Isla, Loma Bonita y Tierra Blanca- se organizaron entre las familias presentes para encontrar un lugar cercado, establecer guardias en las puertas, excluir a borrachos del espacio, hacer turnos con linternas en la noche, y solicitar a las autoridades que enviaran patrullas para su protección.
En otros casos, los momentos de mayor organización colectiva eran para ganar acceso a recursos de transporte y asegurarlos. En las caravanas del Éxodo de 2018, en muchos momentos la misma policía federal ayudó a parar transportes particulares en las carreteras para subir a familias migrantes “ordenadamente” a los remolques, rastras, camiones, camionetas y carros, y dejarlas en el próximo punto de encuentro. Sin embargo, en varios puntos la policía federal no estaba presente, o había recibido órdenes de dejar de facilitar el avance de las personas migrantes, y grupos dispersos de familias migrantes se encontraban en la carretera sin tener cómo movilizarse. En estos momentos, con la seguridad y la meta de seguir avanzando en duda, los grupos de caravaneros se organizaban para hacer bloqueos, persuadir a los choferes a romper las reglas de sus compañías para llevarles encima, y organizarse para subir primero a las mujeres y niños en los transportes más seguros. También, dándose cuenta de que estaban exponiéndose a la posibilidad de secuestro por dispersarse en transportes individuales, muchos se auto-organizaron para tomar fotos de las placas de los vehículos, archivar identificaciones de los choferes e inventar puntos de encuentro donde verse y planificar los próximos pasos.
En los puntos de encuentro, aparte de bañarse, comer, dormir, charolear, mandar o recibir dinero y buscar teléfonos para comunicarse con sus familias, una actividad constante fue la asamblea general. A pesar de las dificultades de tener asambleas que realmente incluyeran a miles de personas, muchas de ellas padres y madres con niños dormidos, y otros enfermos y desgastados, especialmente en la noche durante horas de descanso y sin equipos de sonido, de todos modos se siguió y multiplicó la práctica de asambleas a través de los últimos meses de 2018.
Físicamente, las asambleas de las caravanas del Éxodo de 2018 eran reuniones grandes, típicamente de cientos, o a veces con uno o dos mil participantes, y ubicadas en alguna parte del campamento o albergue de pernoctación. Equipos con megáfonos solían rodear por las calles y los diferentes sectores donde se encontraba la multitud -con grupos que a veces se quedaban en albergues o iglesias, retirados del grupo principal por falta de espacio- para anunciar la hora y, a veces, los temas principales de la asamblea.
Normalmente la participación de la gente en estas asambleas variaba entre 5% y 25% del grupo -cuando estaban varios miles de personas en una sola caravana- así que a veces se organizaban asambleas de escala menor antes o después de la asamblea general para generar más participación o definir los detalles de una propuesta. Durante las asambleas, típicamente, existía un equipo de facilitación -generalmente de centroamericanos con mexicanos- con un megáfono o un equipo de sonido, que proponía cuáles temas discutir y en qué orden presentaba las personas, pero este poder organizativo encontraba ciertos límites; la gente migrante reunida participaba con comentarios, gritos, aplausos, críticas y, en algunas ocasiones, con sus propios megáfonos, proponiendo una perspectiva o una asamblea alternativa.
Las asambleas, como espacios democráticos de deliberación, formación de consenso y toma de decisiones, también eran una práctica desarrollada y prestada de caravanas anteriores, en las que se encargaban de decisiones de ruta, mensajes a la prensa y a los gobiernos, distribución de comida y ropa, temas de seguridad y otras tareas colectivas (Balaguera, 2018; Pskowski, 2018; Cordero y Garibo, 2019). Sin embargo, estas caravanas anteriores no eran los referentes más importantes para las asambleas del éxodo de 2018, sino las prácticas de gobernación local imperfectamente democráticas en los sindicatos, barrios, Consejos Comunitarios de Desarrollo Urbano y Rural (CoCoDes), comunidades indígenas, organizaciones campesinas y otras instituciones formadas por la gente pobre de Centroamérica para encargarse de las tareas de deliberación, gobernación y desarrollo que las autoridades formales no cumplen (Rodríguez, 2018).
La serie de asambleas en el Estadio Palillo de la Ciudad de México, entre el 5 y 9 de noviembre de 2018, era un momento clave de lucha interna y desarrollo del proceso de toma de decisiones, ya que todos estaban en el mismo lugar por varios días y que, luego de recibir una donación de algunos abogados solidarios, había fondos para contratar un sistema de sonido. Las deliberaciones colectivas en el estadio enfrentaban una división entre la mayoría de los migrantes, quienes expresaban su intención de seguir su camino hacia los Estados Unidos, y sectores de la iglesia católica y la sociedad civil capitalina aliados con el gobierno entrante del partido político Morena, quienes expresaban la necesidad de convencer a los migrantes a quedarse en la Ciudad de México para evitar problemas entre el nuevo gobierno mexicano y el gobierno de Trump en Estados Unidos.
Al mismo tiempo, grupos de abogados mexicanos y estadounidenses llegaron para asesorar a las familias sobre sus opciones migratorias, algunos con la meta de persuadirlos a abandonar sus objetivos de llegar a Estados Unidos porque “no califican” para el asilo y porque quedarse en México se les hacía una opción más segura; y algunos con la meta de orientar a los migrantes sobre el derecho a asilo, los procedimientos y las realidades de la detención migrante en la frontera de Estados Unidos. Finalmente, también empezaban a llegar operadores políticos y personajes mediáticos de Centroamérica y otras partes de México y Estados Unidos, con diversas metas de reorganizar, capacitar, apoyar, detener, desanimar, celebrar, y en general conectarse y relacionarse con las familias del Éxodo Centroamericano.
Respondiendo a esta mezcla de influencias nuevas, la(s) asamblea(s) se renovaba(n) y se adaptaba(n), fragmentándose en varias asambleas por carpa -el estadio Palillo estaba dividido en 8-10 sectores abajo de techos de lona temporales- a la vez que seguían con la asamblea general en las noches, a pesar del intento de algunas organizaciones de prohibir esta práctica de debate y decisión. En una serie de asambleas, el grupo accedió a la propuesta de esperar en Ciudad de México hasta que todos tuvieran oportunidad de recibir asesoría legal individualizada; se decidió armar varias marchas para exigir transporte digno hacia la frontera norte; se fijó la hora y fecha de su salida para un momento en que podían usar el metro de la CDMX sin colapsar el sistema capitalino de transporte; y, en la discusión más significante, optaron caminar la ruta hacia Tijuana -apoyada más por las familias con niños- en lugar de la ruta hacia Reynosa o Laredo -más popular entre los jóvenes quienes querían llegar lo más pronto posible a la frontera-.
Las asambleas del Éxodo, entonces, mostraban tendencias hacia la democracia directa, a la vez que destacaban tendencias contradictorias y los límites contra los que peleaba la autonomía caravanera en el Éxodo. Muchos de los migrantes conocían las rutas por intentos anteriores de llegar a Estados Unidos, pero la mayoría de los viajeros desconocían los detalles geográficos de México y buscaban gente de confianza para que les explicaran y orientaran sobre la ruta y para conectarse con grupos de apoyo en cada punto del camino. El desequilibrio de participación en las asambleas, en que intervenían desproporcionadamente los jóvenes solteros, dificultaba un proceso colectivo que tomaba en cuenta las prioridades de todos los integrantes. Se escuchaba frecuentemente durante las asambleas la observación: “pocas mamás están presentes”, así como la necesidad de adaptar los planes o las propuestas para incluir las necesidades de las mamás y niños, un problema que pocas veces se resolvía con asambleas más chicas en las áreas de descanso familiar.
La misma estrategia de agrupación -seguridad en masas- llevaba a la gente a abrazar cierta fe en el grupo, en que el principio fundamental no fue escoger el camino correcto, sino hacerlo juntos; esta fe colectiva disminuía la importancia de participación en estructuras democráticas de toma de decisiones, pero legitimaba las decisiones finales en la práctica. Finalmente, el límite más profundo de la asamblea caravanera era la sumamente estrecha amplitud de temas consideradas por la asamblea, comparado con la escala de la crisis que había impulsado tanto desplazamiento forzado y la respuesta carcelaria y militarizada que les esperaba en Estados Unidos. Aunque fue afirmado muchas veces en los medios, y en las mismas asambleas, que la migración involuntaria nunca va a parar hasta que se resuelva la crisis política-económica de países como Honduras, las mismas personas desplazadas no encontraron una manera colectiva de deliberar específicamente sobre estrategias o iniciativas para promover los cambios necesarios en sus países de origen. Tampoco encontraron manera de enfrentar de manera realista ni estratégica la negación masiva del asilo que reclamaban por parte de los Estados Unidos.
Aparte de las mismas decisiones y asambleas, el legado más profundo del experimento limitado de democracia participativa fue la multiplicación de prácticas democráticas en otros espacios, por parte de migrantes caravaneros que empezaban a practicar nuevas formas organizativas a través de la trayectoria hacia el norte. Asambleas más chicas, como las que se llevaron a cabo en las carpas del Estadio Palillo en Ciudad de México, se replicaban en los albergues dispersos de Mexicali dos semanas después, entre grupos migrantes que peleaban por control y dignidad dentro y fuera del albergue Benito Juárez en Tijuana, y luego en la ocupación del albergue Contra Viento y Marea, en Tijuana, después de sufrir un desalojo del Polideportivo Benito Juárez. En la próxima sección, ilustramos otro efecto del experimento democrático: el desarrollo de liderazgo orgánico manifestado por listas y coordinadores.
En momentos de duda o de desorganización dentro del Éxodo de 2018, una actividad repetida y frecuente fue la creación de una nueva “lista”. En la práctica, la persona que hacía esta lista era la coordinadora o el representante de facto, encargado de dar seguimiento a las personas anotadas. Se hacían listas de dos tipos: por departamento -de Honduras- y país, y para obtener recursos específicos -como transporte, carpas, retiros de dinero, medicamentos, ayuda buscando un familiar perdido, atención para mujeres embarazadas, apoyo específico para miembrxs de la comunidad LGBT+-. Había también listas más ilusorias, por ejemplo, las varias listas que se armaron en Ciudad de México, y luego en Tijuana, para llevar refugiados a Canadá. La práctica de hacer listas fue la actividad que formó y legitimó a varios grupos de coordinadores orgánicos entre las personas migrantes centroamericanas; cuando ya se había hecho una lista de la gente de Copán, o Atlántida, o Intibucá o Choluteca, se entregaba a veces un cuaderno, una pluma, un megáfono, y un celular con WhatsApp a la persona quien hizo y cargaba la lista. Esta manera de promover y reclutar coordinadores, especialmente durante la organización caravanera que tomó lugar en el Estadio Palillo de Ciudad de México, fue una versión paralela y bastante abreviada del proceso comunitario tradicional de selección de delegados comunitarios, sindicales y religiosos en varios pueblos de Mesoamérica23, pero funcionó y duró mucho más tiempo -2 o 3 semanas- que los intentos anteriores de organizar delegados a través de elecciones en Juchitán, Oaxaca24.
Esta reformulación constante de liderazgo respondía al retiro de coordinadores por enfermedad, desgaste u otras razones, como las crisis periódicas de legitimidad, a veces enfrentadas por cada grupo de coordinadores, y la falta constante de estructuras de comunicación suficientemente amplias para coordinar entre masas tan numerosas. También, esta reformulación constante alimentaba el proceso recurrente de autonombramiento y formación de equipos de liderazgo en momentos de necesidad, como las rondas de seguridad en Veracruz que mencionamos arriba.
Las coyunturas que reforzaban el liderazgo orgánico de coordinadores más fuertemente eran momentos en los que se necesitaba algún tipo de organización mayor para lograr las metas de sobrevivencia y avance en el camino. Por ejemplo, los coordinadores del equipo formado en Ciudad de México encontraron su oficio durante los siguientes días en Querétaro y Guanajuato, navegando el reto de subir 5,000 personas ordenadamente en transportes particulares en carreteras desconocidas el mismo día en que la policía federal recibió la orden de dejar de parar vehículos y ayudar a la gente a negociar jalones con los choferes. Usando chalecos, bloqueos espontáneos, negociación informal con los policías locales, megáfonos y delegación de encargados en frente y atrás de las columnas dispersas de familias migrantes, las y los coordinadores lograron avanzar todo el grupo en estos días, hasta llegar juntos a un estadio municipal de la ciudad de Guadalajara.
Fue precisamente la meta/necesidad de seguir avanzando a pesar de los obstáculos lo que obligó a las familias migrantes y a ciertos grupos de coordinadores a desarrollar una subjetivación política independiente durante el Éxodo de 2018. Además, abriendo las puertas a la posibilidad de subjetivación autónoma, los migrantes caravaneros empezaban a organizarse por autodeterminación y condiciones dignas de tránsito, es decir, en contra del asistencialismo y en defensa de sus propias metas y expectativas. En esta sección analizaremos brevemente cuatro ejemplos de conflicto entre las metas de la agrupación caravanera del Éxodo y las autoridades estatales o para-estatales en que los migrantes caravaneros desarrollaron una subjetividad propia: el rechazo al programa “Estás en tu casa” del Presidente Peña Nieto en Chiapas y Oaxaca; el engaño del gobernador de Veracruz para contener las caravanas en su estado después de haber prometido transporte a la ciudad capital; las promesas de empleo y regularización por parte de representantes paraestatales del presidente electo López Obrador en la Ciudad de México; y la lucha por transporte y hospedaje digno en el estado de Jalisco.
Durante los meses de caos político en México, inmediatamente antes del cambio de gobierno a finales de 2018, mientras entraban los migrantes en caravana, las estrategias de contención se mezclaron con estrategias que nombramos “refugiado cautivo”. El término de refugiado cautivo se refiere a una simultánea recepción (según generosa) de personas vulneradas en fuga y un sistema totalitario que dicta exactamente en qué forma va a proceder esta recepción, sin espacio ni flexibilidad para que la misma gente desplazada determine cómo quieren relacionarse con los recursos humanitarios y vías de inclusión existentes. En este sentido, el refugiado cautivo es una forma extrema del asistencialismo, que utiliza una lógica carcelaria para distinguir entre las personas dominantes que proveen ayuda y los dominados que la reciben, canalizando recursos y personas refugiadas como objetos en un sistema de dominación y disciplina.
Este régimen no fue aceptado por las personas migrantes en las caravanas del Éxodo de 2018, una realidad que provocaba rupturas dentro de las movilizaciones de carácter benéfico de la iglesia católica y otras instituciones humanitarias de la sociedad civil, represión estatal y discursos mediáticos de división y odio que servían a las metas del gobierno de diferenciar y romper solidaridades entre gente de clase obrera mexicana y migrantes de clase obrera centroamericanos.
Después de la famosa cruzada desobediente de los migrantes por y abajo del puente internacional Rodolfo Robles, por el río Suchiate entre Guatemala y México, el primer ejemplo de la respuesta caravanera al régimen de “refugiado cautivo” fue el rechazo total del “Plan Estás en tu casa”, anunciado por el presidente Enrique Peña Nieto el 26 de octubre de 2018. En un mensaje televisado, Peña Nieto insistía que “los mexicanos somos hospitalarios” y por eso el gobierno ofrecía a las personas migrantes cuidado médico, escuela para niños, empleo temporal, y regularización de residencia formal, pero bajo la condición de permanecer en los dos estados de Chiapas y Oaxaca. En Arriaga, Chiapas, los migrantes votaron en asamblea para rechazar la propuesta de Peña Nieto de confinar miles de familias migrantes a estos dos estados, entre los más pobres de México (ver: Martín, 2018). No solamente cruzaron el siguiente día para Oaxaca, sino también votaron en favor de exigir una audiencia directamente con el presidente electo, Andrés Manuel López Obrador, en la ciudad de México, la cual fijaron como su destino.
Esta escena se repetía vez tras vez en el transcurso del viaje hacia el norte. Una semana después del anuncio del “Plan estás en tu casa”, los caravaneros rechazaron el intento de Gobernador Yunes, de Veracruz, de contener el éxodo en la ciudad de Coatzacoalcos (Pradilla, 2019), dispersándose a lo largo de todo Veracruz en su camino hacia la Ciudad de México. Otra semana después, la gran mayoría de la gente que se había encontrado y reagrupado en el Estadio Palillo, en la Ciudad de México, descartó las propuestas de unos representantes informales del presidente electo López Obrador, quienes habían prometido empleo y papeles de regularización a los refugiados recién llegados y les habían intentado convencer de quedarse en la ciudad capitalina. Después de la mañana del 10 de noviembre, a pesar de estas promesas de empleo y seguridad, quedaban menos de cien de los 5,000 migrantes que habían intentado retener en la ciudad. Tres días después, varios pasos más al norte, un grupo de cientos de familias caravaneras, después de ser abandonado a medio camino por la Secretaría de Gobernación de Jalisco, que había prometido transportarlos hasta el límite de Nayarit, actuó en colectivo para hacer plantón dentro de los autobuses municipales y denunció en los medios la doble cara del gobierno estatal de Jalisco (Gándara, 2018 y Toral, 2018). Estas confrontaciones y luchas por autonomía a veces costaron caro a las familias migrantes y no siempre ganaron estas batallas; en el caso del plantón en Jalisco, el secretario anunció que iban a “cerrar las puertas” a las demás caravanas migrantes todavía en camino por la “mala actitud” de los que participaron en el plantón. Pero, al mismo tiempo, mostraron el creciente reclamo de autonomía y voz como sujetos de su propia experiencia de refugiado, lo cual se reflejaba de forma más contundente en la apropiación del término “asilo”, un fenómeno que empezó en años anteriores pero culminaba con los choques fronterizos de noviembre y diciembre de 2018.
Durante las caravanas del Éxodo de 2018, las expresiones de fe en la posibilidad de asilo como una meta colectiva por parte de familias desplazadas, y las declaraciones legalistas sobre el proceso y requisitos de asilo como aparato legal, llegaron a parecer cosas totalmente distintas. Cientos de migrantes expresaron esperanza de la misma manera que dijo una mujer hondureña en Arriaga a un reportero: “Yo sé que Dios nos va a abrir puertas en Estados Unidos, porque Dios está con nosotros. Si Dios ablanda los corazones, ¿por qué no le va a ablandar el corazón a Donald Trump?” (Rincón, 2018). Este artículo, como muchos, sigue con una crítica popular, insistiendo que los refugiados desplazados “desconocen por completo los requisitos para solicitar asilo, e incluso argumentan que su éxodo es por la pobreza o la violencia de las pandillas en sus países de origen, motivos que no son válidos para una solicitud de asilo” (Rincón, 2018).
Con esta narrativa, los periodistas hacen varias jugadas comunes para despreciar el conocimiento de los migrantes y proyectarse como un árbitro legítimo de la realidad fronteriza. Primero, contrastan el conocimiento migrante defectuoso con la supuesta “realidad” legítima de los requisitos formales del sistema de asilo, pintando la fe de las mamás migrantes como una especie de autoengaño. Segundo, usan un hipervínculo directo al sitio web de la oficina de Servicios de Inmigración y Ciudadanía de Estados Unidos como su comprobante, con la presunción de que los pronunciamientos públicos del gobierno estadounidense están dirigidos a aplicarse directamente en el mundo real. Tercero, incluyen una cita de experto en migración, diciendo que “Lamentablemente, en este tipo de dinámicas migratorias hay personas que van desconociendo la realidad y la situación actual de la frontera norte. Algunos pueden pensar que la presión del número va a incidir para que cambie la actitud de México y Estados Unidos. Pero la verdad es que por ninguna razón se van a conmover” (Rincón, 2018).
Sin embargo, los refugiados del Éxodo de 2018 insisten que el discurso oficial legalista no es la única definición legítima del “asilo”, una herramienta y una aspiración sumamente profunda en el imaginario centroamericano. Una de las razones porque las definiciones propias de las caravaneras no se han tomado en cuenta con mucho respeto por observadores críticos es que dependen de dos influencias alternativas casi opuestas: primero, un discurso de matiz religioso, moral y a veces milenario, sobre la intervención de Dios en los asuntos políticos humanos, debida a la injusticia profunda que vivían bajo la dictadura neoliberal en Honduras; segundo, la diferencia entre discurso oficial gubernamental de exclusión total y la realidad fronteriza de éxito frecuente, que los migrantes previos aprendieron en carne propia y transmitieron de manera horizontal a sus conocidos y familiares. Ninguna de estas dos influencias tiene como referente una explicación legal, formal o técnica, lo cual confunde a los observadores quienes tienen el sistema formal legal como su referente principal.
La segunda influencia merece una explicación histórica, la cual vamos a intentar resumir, agregando a la historia general de las caravanas al principio de este artículo una historia particular de asilo en esas caravanas. En las caravanas de 2017 -las primeras en que el derecho de asilo fue un eje central-, los refugiados que llegaron hasta Tijuana empezaron a crear, experimentar, y compartir una realidad distinta de lo que pronunciaba el gobierno y lo que entendían muchos expertos y abogados de migración. La caravana de refugiados de abril 2017 enfrentaba específicamente al patrón de rechazos que sufrían los refugiados cuando intentaban entregarse para solicitar asilo de forma individual, y usaba la visibilidad de una marcha y entrega colectiva -exitosa- en el puerto fronterizo como táctica para superar las barreras que retan a los refugiados individuales.
En aquel momento, la diferencia entre la realidad vivida y el discurso oficial fue poca, pero desde este momento la distancia entre ambos empezaba a ampliarse. Muchos de los solicitantes exitosos de 2017 transmitieron su historia de lucha y victoria a sus conocidos en Centroamérica, y esta fue una de las razones por las que la caravana de abril de 2018 se llenaba en los primeros días con más que mil participantes, muchos de ellos familiares de los que viajaban en las caravanas de 2017. Al final de la caravana de la primavera de 2018, más de doscientos participantes solicitaron asilo en la frontera de Tijuana, de los cuales la gran mayoría logró pasar su entrevista de miedo creíble y fueron liberados con sus hijos al otro lado de la frontera para vivir en los Estados Unidos mientras esperaban las audiencias finales de sus casos de asilo.
En ese momento, en 2018, la realidad vivida por las y los caravaneros y el discurso legal/gubernamental/mediático empezaba a divergir más, la mayoría de las y los caravaneros estaban saliendo con libertad después de un rato corto o largo en la cárcel -mayoritariamente los hombres solteros, sobre todo por no recibir autorización de salir libres bajo fianza, estaban sufriendo estancias en la cárcel mucho más largas que antes-. En este momento, los medios daban a entender que todas las familias que se presentaban en la frontera estaban siendo separadas bajo las nuevas iniciativas de “cero tolerancia” anunciadas por el fiscal Jeff Sessions el 6 de abril, pocas semanas antes de la llegada de la caravana a Tijuana.
No obstante, las y los caravaneros seguían informando a sus conocidos y familiares en Centroamérica que habían pasado exitosamente al proceso de asilo en Estados Unidos, y que la supuesta suspensión de este derecho era un riesgo que sí les tocaba a algunos, pero a la mayoría no. La razón de esta diferencia entre realidad y discurso, básicamente se debe a la capacidad carcelaria del sistema migratorio estadounidense: con un límite de alrededor de 55,000 camas en los 300 centros de detención migratoria, políticas de cero tolerancia que suben el número de detenidos en el sur del desierto, un incremento de arrestos en el interior del país, y un rechazo de parte del liderazgo militar de usar fondos e infraestructura militar para una expansión de las detenciones migratorias, el sistema carcelario carece de espacio disponible para albergar más familias, y a muchos los estaban soltando.
Con esta información, calculando el riesgo de deportación y separación familiar y comparándolo con el riesgo de seguir viviendo bajo una amenaza de violencia generalizada y la crisis política creciente, especialmente en Honduras, muchas familias se preparaban para venir en la próxima caravana que se presentara. Durante el próximo año, durante la llegada visible de caravanas en la frontera de Tijuana, y luego Piedras Negras, con grupos más pequeños aglutinados en Reynosa, Ciudad Juárez y otros puntos fronterizos, el discurso gubernamental/mediático y las experiencias migrantes de asilo siguieron divergiendo. Incluso en los medios, un discurso curiosamente bifurcado se desarrolló: a la misma vez que muchos observadores casuales estaban más y más convencidos que las políticas anunciadas de Trump habían “cerrado” la frontera para solicitantes de asilo, los medios también reportaban sobre las liberaciones masivas en ciudades fronterizas como San Diego, El Paso, McAllen, y San Antonio -con 2,000 personas liberadas cada semana solamente en el sector de El Paso en Marzo 2019- (ver: Delgado, 2018).
Los refugiados moviéndose en caravanas, entonces, son señalados por autoridades y supuestos expertos por ser “engañados” o tener “falta de conocimiento”, pero en realidad muchos se han apropiado del concepto de “asilo” de una manera sutil y contradictoria que, por sus matices religiosos, muchas veces elude a los observadores profesionales.
A pesar de sus muchos éxitos, no podemos celebrar en paz la lógica de la estrategia caravanera ni los logros de las rondas, ni de las asambleas, ni los plantones, ni de las miles de familias que lograron transitar México y, luego, la frontera estadounidense exitosamente, porque también reconocemos que el discurso de exclusión y el espectáculo fronterizo de políticas formales, las cuales no eran aplicadas universalmente al principio, al final dejaron paso a un contraataque devastador.
Las élites de varios países, entre ellos Estados Unidos, México, Guatemala, Honduras y El Salvador, colaboraron para cerrar la puerta que las caravaneras creyentes oraban para que Dios les abriera. Pasando los meses de 2019, la realidad de las políticas de contención alcanzó al discurso de “cero tolerancia”, cerrando las fronteras, destruyendo el frágil sistema de asilo, aplastando a caravanas nuevas, y encerrando a miles de migrantes en las fronteras sur y norte de México.
Si el sistema de control fronterizo depende del terror y del uso de la amenaza para disuadir a los migrantes potenciales, cualquier esfuerzo colectivo que muestre grietas en este muro puede provocar una nueva estrategia de terror. Esta es la dialéctica de las luchas migrantes en caravana -y, posiblemente, en toda lucha de la clase obrera-: mostrar la fuerza del pueblo unido y la debilidad del sistema excluyente muchas veces provoca represalias que amenazan con transformar el sistema de dominación en uno más profundo y destructivo. En este momento -revisamos el artículo durante el brote del COVID-19 en abril de 2020-, las políticas de cierre de fronteras han llegado a su máxima expresión: los gobiernos han encontrado justificaciones novedosas para cumplir con sus mandatos de impedir el movimiento de la clase obrera despojada entre los países de Mesoamérica y el imperio del norte. A la vez, brotes de desobediencia también están irrumpiendo otra vez a lo largo de Mesoamérica, con motines en Estaciones Migratorias dentro de México, huelgas de hambre en docenas de cárceles de detención migratoria en Estados Unidos, y la alta probabilidad de desestabilización profunda del sistema político-económico en los próximos meses.
Frente estos alarmantes y rápidos cambios, y la marcha lenta de la destrucción del sistema de asilo estadounidense durante 2019, las luchas caravaneras de 2018 se sienten lejos. Pero de ellas podemos aprender todavía sobre cómo la gente a veces se escapa de ser el refugiado cautivo que los gobiernos piensan imponer, cómo se apropian de los términos y procesos de su propia exclusión mientras buscan libertad y dignidad.
De los procesos que hicieron irrumpir las caravanas del Éxodo de 2018, destacamos aquí dos: primero, la importancia de entender cómo los discursos y culturas de lucha se desarrollan dentro de un ciclo de luchas, en el caso del ciclo caravanero, empezado en 2011 con la innovación del viacrucis como manera de dramatizar y proteger las luchas migrantes a la luz del día; en 2014 con la extensión de los viacrucis a caravanas que peleaban para transitar el país entero de México; en 2017 con la influencia de discursos de asilo y refugiado; y en 2018 con la expansión rápida de autoorganización después de que estalló la crisis política en Honduras. Segundo, una reflexión sobre este ciclo nos muestra la dialéctica de lucha entre los intentos gubernamentales de contener a la clase obrera y los intentos desesperados de reclamar su libertad y derecho de movimiento autónomo por parte de los migrantes despojados, una dialéctica que seguramente se agudiza en este año entrante.
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* Candidata a doctora en Sociología por parte del Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego” de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. Voluntaria de la organización Pueblo Sin Fronteras. Correo-e: gina.garibo@yahoo.com.mx.
** Doctor en Antropología por Vanderbilt University (2020). Investigador independiente en antropología política. Líneas de investigación: agroecología, migración, antropología médica, y etnografía con movimientos sociales. Organizador voluntario de Pueblo Sin Fronteras. Correo-e: tristancall@gmail.com. Fecha de recepción: 09/09/2019. Fecha de aceptación: 13/03/2020. Fecha de publicación: 31/07/2020.
1 Por ahora no existe en inglés un concepto que logre condesar el significado de acuerpamiento. No obstante, para su adecuado entendimiento retomamos la traducción realizada por Cordero (en prensa).
2 Conferencia de prensa que el presidente de México brinda cada mañana en el Palacio Nacional.
3 Estas tres figuras -viacrucis, caravanas y Éxodo- son abordadas en sus diferencias y complementariedades a partir del tercer subtítulo del presente artículo.
4 Resultó más claro leer los objetivos en los viacrucis y en la excedencia de las caravanas. En el Éxodo era difícil identificarlos porque se traslaparon unos a otros: llegar a Estados Unidos, quedarse en México, huir de la violencia y la pobreza, pero sobre todo denunciar el Narcoestado imperante en Honduras por medio de la famosa consigna: ¡Fuera JOH (Juan Orlando Hernández)!; pero, al final, cada una de estas consignas conlleva un sentido de preservación de la vida con dignidad.
5 Un grupo de periodistas de El Faro y muchos otros se dieron a la tarea no solo de dar cobertura a las caravanas del Éxodo, sino de remarcar las causas que llevaron a que miles de personas se acuerparan (Campos, Barrera, Rauda, y Peña, 2018).
6 Sobre la noción de excedencia desde la idea de ejercicios de elementos de libertad ver: Mezzadra, 2005; Mezzadra y Neilsen, 2017; Cordero y Cabrera, 2016; Cabrera y Cordero, 2018; Stierl, 2019.
7 De forma puntual, podemos sostener que “la relación de nosotros mismos, a través de una serie de técnicas del sí nos permite constituirnos como sujetos de nuestra propia existencia” (Revel, 2009: 128 citado por Vignale, 2014: 7).
8 Ver: Isin, 2013; White, 2013.
9 Estados ubicados en el sur de México.
10 Es importante recordar con profunda indignación que el 22 de agosto de 2010 se dio la masacre de 72 personas migrantes en San Fernando, Tamaulipas (Varela, 2017). En las rutas migratorias de México la muerte anda a paso firme. Los secuestros, abusos, violaciones, extorsiones, golpes, humillaciones por parte de delincuentes en solitario, grupos criminales y propias autoridades son las realidades que migrantes ilegalizados pueden enfrentar (CNDH, 2011; Amnistía Internacional, 2010).
11 Entrevista realizada en marzo de 2019 a uno de los acompañantes de esa caravana. Debido a las amenazas de muerte recibidas por parte del crimen organizado este testimonio se mantiene como anónimo.
12 Esta frase fue obtenida de un testimonio dado por un joven hondureño (26 años) en las instalaciones del albergue para personas migrantes “La Sagrada Familia”, ubicada en Apizaco, Tlaxcala.
13 Una de las garitas ubicadas entre Tijuana, Baja California y San Diego, California.
14 Para mayor información, ver el informe de Amnistía Internacional de 2018.
15 Entrevista realizada a Alex Mensing en abril de 2019.
16 Chiapas, sur de México.
17 Este término, referido a Tapachula, lo escuchamos por primera vez de voz del defensor de derechos humanos Cristóbal Sánchez, en marzo de 2017. Después ha sido utilizada por diversos defensores inmiscuidos en las luchas migrantes.
18 Durante las pláticas sobre el proceso de asilo en los Estados Unidos, personas que estuvieron presentes nos comentaron que los defensores, a quienes vinculaban con abogados, fueron claros al situar al sistema de asilo como un régimen que oprime, revictimiza y divide, pero también como una esperanza de escapar de violencias que ponen en riesgo la vida. Se explicaron los tiempos que podían estar literalmente encarcelados, las elevadas fianzas, la necesidad de tener quien les pudiera recibir, los maltratos, lo difícil y desgastante que resulta el proceso para obtener asilo. La respuesta más común cuando se tocó el tema fue: “Dios conmigo, Dios con nosotros”. Esta situación nos hace reflexionar sobre los contextos de los que huyen. Consideramos que el que las y los migrantes tuvieran información sobre el proceso propició que tomaran decisiones más claras. Estos procesos de devenir sujetos y responsabilizarse de sus decisiones fueron cuestiones que a lo largo de esa caravana y, por lo menos, hasta la de primavera de 2018 se resaltaron.
19 Abreviación de Ferrocarril Mexicano, S.A.
20 Ciudad fronteriza al sur de Chiapas.
21 Estas conclusiones surgen de observaciones personales de los autores en su trabajo de campo en Guatemala y México, y también durante las tres caravanas que se llevaron a cabo en abril y octubre de 2017 y abril de 2018. Para un ejemplo de las prácticas contradictorias de ‘vigilancia comunitaria’ en pueblos indígenas de Guatemala, referimos a los estudios de Burrell (2013) en Todos Santos. Vemos la cuestión de las culturas de vigilancia comunitaria en Mesoamérica y la relación entre culturas callejeras juveniles y prácticas de vigilancia contra-delincuente en el contexto migrante como una línea muy prometedora de investigación más profunda en el futuro.
22 Estado ubicado al sur de México.
23 Aunque no hay una sola tradición democrática singular en los pueblos diversos de Mesoamérica, podemos hablar de una constelación de tradiciones democráticas desarrolladas y difundidas por formaciones sociales como sindicatos y organizaciones campesinas (Fernández, 1988; Frank, 2005), y una combinación de formas democráticas tradicionales mezcladas con innovaciones (Smith y Moors, 1992; Grandin, 2004; Gregorčič, 2009).
24 De hecho, en la primera caravana de octubre-noviembre 2018 del Éxodo, hubó por lo menos seis intentos distintos de formar una estructura representativa y democrática general de coordinadores para toda la caravana:
También había muchos intentos de formar equipos de negociación con autoridades gubernamentales -por ejemplo, en el puente entre Chiapas y Oaxaca, donde policías federales bloquearon el camino, o en Ciudad de México para realizar peticiones a las Naciones Unidas-.