La narrativa como enfoque metodológico para el estudio multidisciplinario de la frontera sur (Chiapas–Guatemala). Experiencias y reflexiones
Narrative as a Methodological Approach for the Multidisciplinary Study of the Southern Border (Chiapas–Guatemala). Experiences and Reflections
Resumen: El objetivo del presente texto es proporcionar elementos para fundamentar el enfoque narrativo como metodología para realizar investigación multidisciplinaria y colectiva dentro de las ciencias sociales en espacios transfronterizos. Para ello, reflexionamos sobre la experiencia de investigación colectiva del proyecto “La frontera Chiapas–Guatemala: territorio, problemáticas y dinámicas sociales”, cuyo foco de estudio se centró en la dimensión de la vida cotidiana en los diversos territorios que conforman la frontera Chiapas–Guatemala. Explicamos el desarrollo de la investigación y las dificultades que enfrentamos en el proceso y, primordialmente, nos centramos en discutir dos ejes fundamentales: la frontera como objeto de investigación y las narrativas como propuesta metodológica. Nuestro interés es compartir una experiencia de aprendizaje colectivo, con la finalidad de inspirar y fomentar el debate sobre investigación multidisciplinaria en contextos fronterizos.
Palabras clave: metodología, narrativas, espacio fronterizo, investigación multidisciplinaria, región.
Abstract: The aim of this text is to provide elements to support the narrative approach as a methodology to carry out multidisciplinary and collective research within the Social Sciences in cross–border spaces. To this end, we reflect on the experience of collective research in the research project “The Chiapas–Guatemala border: territory, problems and social dynamics”, whose focus of study was the experience of daily life in the various territories that make up the Chiapas–Guatemala border. We explain the development of the research and the difficulties we face in the process and, primarily, we focus on discussing two fundamental axis: the border as an object of research, and narratives as a methodological proposal. We share a collective learning experience in order to inspire and foster debate on multidisciplinary research in border contexts.
Keywords: methodology, narrative approach, border space, multidisciplinary research, region.
El enfoque narrativo para la investigación social ha adquirido una gran popularidad en los últimos años. Su uso por parte de un amplio rango de disciplinas y temáticas ha contribuido a su proliferación. Lo narrativo, la narratividad y el estudio de la producción de narrativas parecen ubicarse en cualquier espacio de reproducción social y cultural, individual o colectivo. A pesar de esta popularidad, y para el campo de estudios fronterizos, el significado de “narrativa” y el análisis que implica rara vez se hacen explícitos en el numeroso cuerpo de literatura que retoma el enfoque narrativo. Este texto tiene por objeto rescatar lo esencial del enfoque de análisis de narrativas aplicado a una situación de investigación particular: el estudio de la experiencia de vida cotidiana2 en los territorios de la frontera sur de Chiapas–Guatemala3 . Argumentamos que esta aproximación facilitó nuestra articulación como grupo de investigación multidisciplinario, trabajando bajo un objetivo común. A partir de la experiencia adquirida en múltiples recorridos de campo colectivos, en los que efectuamos diversas entrevistas y mantuvimos conversaciones con un grupo nutrido y variado de habitantes del tramo fronterizo Chiapas–Guatemala, recopilamos diferentes narrativas en torno a lo que significa vivir en un territorio marcado por una delimitación fronteriza. Fueron nuestros informantes quienes co–construyeron, en el acto de “narrar–nos” sus impresiones y de “narrar–se” como habitantes fronterizos, un entramado de significados complejo y heterogéneo que se deslinda de —y, en muchos casos, se contrapone con— los imaginarios (Castoriadis, 1989) de la frontera sur como espacio de violencia, migración y abandono por parte del Estado mexicano. Nuestra labor posterior se centró en el análisis sistemático de narrativas seleccionadas para, a su vez, construir cada uno de nosotros su propia interpretación narrativa. En este texto únicamente reflexionamos sobre cómo realizamos esta labor y las diferentes etapas de aprendizaje que la misma conllevó, mas no presentamos los diversos resultados surgidos de la investigación.
El artículo está organizado de la siguiente manera: en un primer apartado, hacemos una reseña sobre cómo se estudian las fronteras hoy en día, justificando las concepciones que nosotros retomamos para este trabajo; en el segundo, presentamos una apretada síntesis de los estudios sobre la frontera sur —en perspectiva histórica y presente—; en el tercero, discutimos el enfoque narrativo como enfoque metodológico; y, en el cuarto, mostramos la aplicación del enfoque narrativo al estudio realizado. Concluimos con una reflexión sobre el uso de la metodología para el estudio de las fronteras.
Frontera, en su acepción más amplia, es todo aquello que separa y establece una división en cualquier ámbito de la vida. En el espacio de lo socio–político el término frontera alude a algo más complejo, más allá de que sea considerada como marca de cualquier división social: es la manera de definir dónde termina y empieza algo diferente. Sin embargo, para análisis más profundos, se requiere abordar una serie de debates sobre su definición e interpretación, en los que las diversas definiciones de frontera surgen de acuerdo con los intereses que se pretendan evidenciar o analizar.
Passi (2005) menciona que no existe una teoría general sobre fronteras, dada la variedad y la especificidad de los territorios que las componen, por lo que sugiere teorizar atendiendo a su especificidad. Por ello, nos parece pertinente, como han hecho otros estudiosos, retomar algunos acercamientos a la definición de frontera con el fin de enmarcar nuestra investigación en una idea general que nos permita llegar a conclusiones ordenadas.
En ese entramado teórico, son las fronteras de los Estados nacionales las más conocidas y estudiadas. El término nos remite a la delimitación jurídico–administrativa, que toma forma en la línea de demarcación del límite que divide dos Estados–nacionales. Pero las fronteras también se marcan en el mundo global para efectos de entender, por ejemplo, cómo funciona el capital a través de la división internacional del trabajo o al interior de un país, tanto como delimitación política como para la aplicación de políticas públicas. Para estos casos, se realiza un proceso de regionalización, con el fin de atender de manera diferenciada a población con necesidades distintas, que lleva a una división territorial bajo criterios de similitud y diferencia, de tal manera que la política pública puede tener mayor precisión y una evaluación pertinente.
Esta discusión ha sido ampliamente analizada desde los estudios regionales, en los que las regiones son entendidas como territorios que comparten similitudes y, por ello, se marca una delimitación para dividirlos de otros con características diferentes. Aunque se da por sentado que estas regiones configuran entidades territoriales con un alto grado de heterogeneidad, la utilidad de marcar fronteras es ampliamente aceptada. Obviamente, siempre será posible establecer nuevos límites al interior de estas, evidenciando así el hecho de que las fronteras nunca son objetivas ni permanentes.
En ese sentido, las fronteras físicamente existentes —aunque pueden ser modificadas— son las políticas, especialmente aquellas que dividen Estados–nacionales. De ahí que en el campo de estudios de fronteras haya prevalecido el foco sobre las fronteras jurisdiccionales como contenedores de las políticas del Estado–nación.
Para efectos de la investigación que nos ocupa, nos interesaba una definición de frontera más amplia que incorporara la línea fronteriza, es decir, la división política entre dos Estados– nacionales, y que no se restringiera a esta última. Así, nos propusimos estudiar la franja fronteriza Chiapas–Guatemala desde la categoría (o noción) de región, es decir, un conjunto de territorios que comparten una identidad fronteriza que funciona como aglutinante de diversos paisajes culturales y políticos. Nuestro estudio se limita a los territorios chiapanecos de esta franja fronteriza, siempre tomando en cuenta la heterogeneidad de las formas de vida al interior de los mismos.
Teóricamente, la concepción de frontera como línea divisoria ha sido ampliamente superada, substituida por conceptualizaciones espaciales en las que la línea es parte de un espacio social que imprime ciertas particularidades. En este sentido, términos como región fronteriza o transfronteriza, zona fronteriza, paisaje–frontera o espacio fronterizo buscan enfatizar la visión de las fronteras como regiones que desarrollan identidades con un componente fronterizo (Amilhat, 2015; Benedetti, 2014; Brambilla, Laine y Bocchi, 2016). Los últimos desarrollos en el campo de los estudios fronterizos —cercanos a perspectivas constructivistas o post–estructuralistas (Bürkner, 2017)— conciben las fronteras como entidades complejas, multidimensionales y multifuncionales en continua reformulación (Laine, 2016).
No es de sorprender, entonces, que las fronteras se entiendan hoy como construcciones socio– históricas (Paasi, 2010), en torno a las cuales confluyen y se solapan múltiples demarcaciones (Haselsberger, 2014). La multiplicidad de las fronteras implica, también, la coexistencia de diferentes significados en relación a las mismas por parte de los diversos actores que en ellas interactúan, significados que, además, son provisionales y dan lugar a un entramado de sentidos insertados en configuraciones de poder desiguales (Sohn, 2015).
Bajo esta perspectiva, el uso del análisis narrativo es plenamente pertinente para revelar esa multiplicidad. Estas conceptualizaciones facilitan teóricamente la comprensión de las fronteras como regiones organizadas en torno a la división entre estados con status identitario propio, más allá de su concepción como espacios periféricos, confines del Estado–nación. Embonan, además, con el interés primordial de nuestro proyecto. Con estas consideraciones y con la finalidad de partir de una definición clara y específica que nos permitiera realizar el estudio, de acuerdo al objetivo planteado, retomamos la siguiente definición:
La frontera no es una entidad fija y permanente, sino, en todo caso, una realidad cambiante y relacional, que se define y redefine por las prácticas materiales y simbólicas de la sociedad, que van estableciendo un determinado ordenamiento del espacio, a la vez que permiten la diferenciación —y eventualmente el rechazo o el deseo de establecer diferentes formas de cooperación— con el otro ubicado allende el límite (Benedetti, 2017: 99).
Esta definición nos permite comprender la complejidad del objeto de estudio y determinar qué observar en el proceso de investigación. La consideración de que la frontera no es algo predefinido a priori, tangible y objetivo, fijo e inmóvil, nos permite recortar y seleccionar lo fronterizo en un territorio específico, de acuerdo con los intereses del proyecto. Así pues, partimos de reconocer que “Las fronteras son espacios de condensación de procesos socioculturales. Esas interfaces tangibles de los estados nacionales que unen y separan de modos diversos, tanto en términos materiales como simbólicos” (Grimson, 2001: 93).
Esto nos lleva a entender que la frontera abarca aquellos territorios donde se identifican las características propias de una convivencia entre dos espacios socio–culturales divididos por una línea, una demarcación fronteriza. La siguiente reflexión ayuda a aclarar esta idea:
Las zonas fronterizas constituyen espacios liminales donde se producen a la vez identidades transnacionales, así como conflictos y estigmatizaciones entre grupos nacionales. Como zonas de expansión y de límite, se reconfiguran para cumplir nuevas funciones en el nuevo orden global y regional. En diversas regiones se manifiestan dos procesos aparentemente contradictorios: la construcción de distinciones identitarias, y la construcción de elementos o rasgos compartidos por sus habitantes más allá del límite político existente (Grimson, 2001: 93–94).
Considerando estas reflexiones, los investigadores del proyecto nos propusimos demostrar que la frontera, como límite, es también generadora de formas innovadoras de adaptación a esta condición de ámbito fronterizo. La convivencia en la franja fronteriza permite la reproducción de ciertas características culturales, posibles de observar a partir de la ocupación, manejo, significación, defensa y apropiación del territorio.
Frente al espacio de lo cotidiano, las fronteras constituyen también lugares estratégicos en el proceso de globalización, pues en estas se presentan dinámicas conflictivas para los Estados y los pueblos. En este sentido, se fijó como indispensable construir un enfoque multidisciplinario y específico para su estudio, que aportara una visión renovada y abarcara la complejidad de la dinámica fronteriza, en específico entre Chiapas y Guatemala. Una visión que enlazara —y enlace— el ámbito de lo cotidiano con los flujos humanos y económicos desatados a partir de procesos vinculados a la globalización.
El estudio de las fronteras como lugares privilegiados para observar procesos relacionales y flujos derivados de las dinámicas de la globalización ha tenido un lugar destacado en el campo de los estudios de frontera. Así, predominan las miradas que se enfocan a la dimensión de cierre y bloqueo de las fronteras, con el abordaje de temáticas como los flujos de migración indocumentada, los procesos de re–fronterización o la securitización de las fronteras a partir de la invisibilización de los dispositivos de control y cierre fronterizo (Amilhat, 2015). Sin embargo, ha recibido menor atención la comprensión de la frontera como ámbito de coexistencia — histórico y a menudo asimétrico— de entidades sociales y culturas ancladas a un territorio que se construye día a día en la interacción cotidiana (Grimson, 2000).
Tomando en cuenta nuestros intereses y experiencias individuales, así como el objetivo del proyecto, acordamos revisar la bibliografía sobre el estudio de fronteras y específicamente sobre la frontera sur. El proyecto partió del supuesto de que la franja fronteriza Chiapas–Guatemala posee una indudable importancia social, política y cultural, que tiene un origen histórico común: se constituyó a partir de la separación de un solo territorio jurisdiccional y cultural (la Capitanía General de Guatemala). De ahí que, hasta el día de hoy y en todas las relaciones sociales de la vida cotidiana, coexistan elementos comunes que unen a las poblaciones de uno y otro lado de la frontera con otros que los separan y que son producto de la misma línea marcada por la construcción de ambos Estados–nacionales. Esta coexistencia de elementos unificadores y diferenciadores no se percibe fácilmente, pero explica en gran medida la complejidad social del territorio.
Los estudios históricos que han dado cuenta de la formación de la frontera y del origen histórico común de la actual franja fronteriza constituyen hoy en día un nutrido cuerpo de literatura historiográfica. Como indica Fábregas Puig (2015), pionero de los estudios sobre la frontera sur, fue el antropólogo e historiador Jan De Vos quien encabezó las investigaciones más importantes acerca de la región fronteriza. Sus textos permiten comprender los procesos de construcción de esta frontera. Su libro Las fronteras de la frontera sur. Reseña de los procesos de
expansión que figuraron la frontera entre México y Centroamérica (1993) es un ensayo en el que el investigador se propuso resumir y analizar un proceso histórico de más de diez siglos, tratando de sintetizar la historia de la frontera de México con Belice y Guatemala desde el Clásico Temprano (300–600 d.C.) hasta los últimos años del siglo XIX. A lo largo del texto, el autor presenta la problemática de la frontera sur desde las aspiraciones hegemónicas de diferentes centros de poder “que llegaron a demarcar sobre el territorio de la región sus respectivas zonas de influencia” (De Vos, 1993: 12). Después de poco más de una década salió a la luz el libro Espacios diversos, de los historiadores Manuel Ángel Castillo, Mónica Toussaint y Mario Vázquez (2006). La obra constituye una historia general de la frontera sur de México desde la Independencia hasta finales del siglo XX, que da cuenta de los procesos sociales que se desarrollaron en los territorios limítrofes, así como de la historia diplomática que buscó configurar los trazos geopolíticos que determinaron el territorio nacional. Uno de los objetivos centrales de dicha investigación fue la caracterización geopolítica de esas fronteras diversas, así como el análisis de los aspectos específicos de “su condición limítrofe, su interacción con regiones vecinas y la problemática específica que cada una de ellas ha representado en diferentes épocas para el Estado mexicano” (Castillo, et al., 2006: 9).
En una línea semejante a la obra anterior, el reciente libro de Mario Vázquez Olivera, Chiapas mexicana (2018), aborda la gestación de la frontera entre México y Guatemala durante la primera mitad del siglo XIX. La gestación de la frontera, entendida como la determinación de los linderos nacionales relevante en la formación de los Estados modernos, es analizada a partir del proceso histórico que tuvo como resultado la anexión de Chiapas a México y la importancia que dicha provincia tuvo para la formación del territorio nacional mexicano. A lo largo de las páginas, el autor descubre que la integración de Chiapas a México fue resultado de la articulación entre factores políticos locales, proyectos de escala nacional y elementos propios de la interacción estatal —entre los que se encuentran la gestión diplomática y las alianzas externas—.
Así pues, en los estudios históricos se iniciaron, y a partir de ellos proliferaron las investigaciones sobre la frontera sur. Pese a ellos, el abanico de procesos históricos pendientes de analizar es amplio, especialmente a la luz de los acontecimientos y problemáticas recientes, cuyo origen es necesario revelar para poder comprender el presente actual en los territorios de la franja de la frontera sur de México. Fábregas Puig (2015) ha señalado que a partir de la década de 1980 se incrementó el interés por estudiar la frontera sur y ello se debe a varios aspectos: primero, la frontera sur se visibilizó como un problema de seguridad nacional para el Estado mexicano a raíz de la Guerra Civil en Guatemala y otros procesos armados en Centroamérica; segundo, México buscó tener el control sobre esta región con la incentivación del turismo en la Riviera Maya; tercero, los proyectos de exploración dirigidos a encontrar y explotar nuevas fuentes energéticas de hidrocarburos; y, finalmente, en tiempos más recientes se identifican otros factores que llamaron la atención de los estudiosos, como el expansionismo de los Estados–nacionales y las políticas de contención migratoria puestas en operación como resultado de la presión norteamericana. Sin embargo, los estudios etnográficos aún son limitados, especialmente cuando se comparan con la prolífica literatura de la frontera norte, lo cual es perceptible desde el momento de la búsqueda bibliográfica sobre fronteras en México o en las referencias que hacen los especialistas en estudios de fronteras, donde resalta la bibliografía sobre la frontera norte. Una posible explicación es que no existen límites culturales marcados entre los estados; por lógica, los territorios de la frontera sur son un continuum, en comparación con las distinciones que supone “lo mexicano” de la cultura anglófona en la frontera norte.
En la vida cotidiana de la frontera sur son fácilmente perceptibles los procesos de integración como resultado de la raíz cultural maya. A su vez, también son obvios los procesos de división que complejizan la vida en la frontera y que se manifiestan en conflictos importantes de identificar para entender la vida en estos territorios: disputas por la tierra, el agua, socio–ambientales, religiosas y políticas; todos ellos presentes a uno y otro lado de la línea divisoria, pero cuyas configuraciones toman distintas formas a raíz de la presencia diferenciada del Estado–nación mexicano y guatemalteco. También cabe recalcar que los numerosos estudios que hay sobre problemas en esta franja fronteriza no tienen como objetivo discutir la frontera como objeto de investigación; aun así, es indiscutible que en los últimos años los estudios que tienen como preocupación la frontera sur se han multiplicado —esto es perceptible no por la cantidad de publicaciones nuevas, sino por los grupos de investigación emergentes que se están conformando en la actualidad—. Algunas de las investigaciones más destacadas sobre esta región se han especializado en el estudio de la frontera con relación al Estado–nacional mexicano (Fábregas Puig, et al., 1985; Fábregas Puig, 1992, 1994, 1997, 2003, 2005; Fábregas Puig y González Ponciano, 2014), en el análisis de la línea en términos de relaciones económicas y procesos de globalización (Villafuerte, 2017; Ordóñez, 1994), y en los estudios sobre migración (Villafuerte y García, 2008; García y Villafuerte, 2014; Martínez, 1994).
Otras investigaciones constituyen un esfuerzo importante por explicar las complejidades culturales que encierra la vida en la frontera —por ejemplo, estudios sobre identidad, reivindicaciones indígenas y de territorios ahora divididos, realizados por Hernández (2012), Limón (2008) y Kauffer (1997)— o aquellos que versan sobre la delimitación y disputas por cuencas hidrográficas fronterizas (Kauffer, 2011).
A partir de esta revisión, que reconocemos como no exhaustiva, nos pareció fundamental abordar el estudio sobre la frontera sur desde una perspectiva que retomara los procesos históricos, en un esfuerzo por construir una narrativa sobre la frontera que incluyera reflexiones desde la historia y su vínculo con los procesos actuales. Así pues, el reto fue integrar las diversas disciplinas de las ciencias sociales que confluyeron en el proyecto, con el objeto de ofrecer una mirada profunda sobre la vida cotidiana fronteriza y enraizada en la historia.
El uso de narrativas como foco de investigación cobró auge con el llamado giro interpretativo en las ciencias sociales, que algunos autores sitúan a mediados de los años 80 (Riessman, 2008: 15), y que supuso el quiebre definitivo de una concepción de la investigación social fundada en la equivalencia directa entre realidad y relato. El interés por lo biográfico y lo personal, por la reflexividad y la intersubjetividad, por las relaciones mediadas por el poder, por lo visual o el lenguaje establecieron una brecha cada vez mayor con las tradiciones realistas y positivistas (Riessman, 2008: 17). A la teoría de la correspondencia (“relato equivale a realidad”) se superpone la teoría interpretativa y su concepción de que los relatos, lejos de ser “espejos pasivos del mundo exterior, son interpretaciones activamente construidas sobre él” (Guber, 2011: 41).
La etnometodología lleva un paso más allá este giro interpretativo, rompiendo con la ontología realista que todavía subyace al mismo: es el propio acto de narrar el que construye el mundo social, el que dibuja realidades teñidas por la experiencia cotidiana del narrador, imbuida en un contexto específico, fuente de sentidos compartidos, sentidos que se producen y reproducen en la interacción con los miembros del grupo de origen del narrador. A través del lenguaje y del contexto de interacción, que también se crea en el acto narrativo, estos sentidos generan un orden social (Guber, 2011: 41 y siguientes).
Desde esta óptica, los relatos se entienden como interpretaciones construidas a partir de experiencias y realidades subjetivadas, susceptibles de ser descritos e interpretados desde múltiples ángulos culturales. Al respecto, Jimeno (2016) señala que:
[…] el enfoque narrativo se hace fértil para la investigación antropológica, en la medida en que […] desdibuja las distinciones entre relato objetivo y subjetivo, real e imaginario, y nos obliga a pensar en cómo, sin caer en el nihilismo o en el relativismo extremo, podemos comprender las relaciones entre producción narrativa, sujeto, grupo social y formación cultural (Jimeno, 2016: 9).
Hoy en día, la interpretación de textos emanados del acto de narrar para dotar de sentido y significado a la realidad inmediata ha trascendido los límites de la disciplina antropológica y los estudios culturales, ámbitos por excelencia del análisis narrativo. En el amplio espectro de las ciencias sociales, el estudio de lo social y lo humano a partir de narrativas —de su construcción, estructura, contenido, interpretación y reproducción— se perfila como un campo de rápida expansión (Squire, Andrews y Tamboukou, 2014). Así, la ubicuidad de las narrativas como método y como objeto de investigación es un hecho en campos tan diversos como la educación, la salud, la psicología social, los estudios de género, los ambientales, los de movimientos sociales o los de historia, y se expande más allá de lo personal, para incluir también narrativas emanadas de sujetos sociales y abordar fenómenos macro–estructurales, movimientos sociales o cambios políticos.
Esta ubicuidad y transdisciplinariedad fueron elementos clave que permitieron, en el proyecto objeto de este análisis, una articulación multidisciplinaria que sin suprimir la diversidad de intereses y disciplinas aglutinara al equipo de investigación bajo un objetivo común y una metodología flexible.
Lo anterior, que en sí mismo confirma el potencial analítico de las narrativas, puede llevar a cierta confusión en el modo en que se concibe y se define lo narrativo o la narratividad desde las diferentes disciplinas académicas. La cuestión de qué es y qué no es narrativa, así como de los elementos mínimos constitutivos de la misma, no son temas que respondan a una sola enunciación. Al contrario, las revisiones y manuales más recientes sobre el análisis narrativo (ver por ejemplo Bischoping y Gazso, 2015; Shenhav, 2015; Squire, et al., 2014) dan cuenta del amplio rango de aproximaciones teóricas y metodológicas existentes. Así que su utilidad depende del área de estudio, la temática, la profundidad y anclaje epistemológico con que fundamentamos el uso del análisis de narrativas para abordar nuestra pregunta de investigación. Polisemia y transversalidad disciplinaria son, entonces, las características determinantes del uso de las narrativas como forma de investigación social y cultural.
Esta reflexividad no se limita al momento presente: también la historia ha incorporado el análisis narrativo al estudio de la realidad social en el pasado. Puesto que desde esta perspectiva tiene un lugar relevante en el proyecto de investigación que nos ocupa, fue necesario revisar cómo desde la historiografía se entiende y se incorpora el análisis narrativo. Hayden White (1992) fue quien debatió y problematizó la relación entre discurso y narrativa histórica. Asunto de suma importancia para la teoría de la historia, partiendo de la suposición de que la narrativa no es solamente una forma discursiva neutra, que pueda usarse o no para representar acontecimientos, sino que se trata, más bien, de una forma discursiva que supone elecciones epistemológicas y ontológicas que poseen implicaciones políticas e ideológicas. Todo esto dentro del debate acerca de en qué medida la narrativa histórica es o no una representación fidedigna de la realidad.
El autor afirma que desde varias disciplinas las narrativas han dejado de ser un problema y han llegado a considerarse la solución a la disyuntiva de cómo traducir el conocimiento en relato. Porque “podemos no ser capaces de comprender plenamente las pautas de pensamiento específicas de otra cultura, pero tenemos relativamente menos dificultad para comprender un relato procedente de otra cultura, por exótica que pueda parecemos” (White, 1992: 12). La narrativa, por ello, constituye un “metacódigo” sobre el cual se transmiten mensajes “transculturales” acerca de una realidad común (White, 1992: 12), por lo que permite a los investigadores acercarse a la representación de una realidad.
La historiografía constituye, según White, una base idónea sobre la cual reflexionar sobre la naturaleza de la narración y la “narratividad”, porque el anhelo de lo imaginario y lo posible que existe en ella debe enfrentarse a las pretensiones de lo real (White, 1992: 20). Si se considera a la narración como un instrumento por medio del cual se resuelven, en un discurso, las presunciones de lo imaginario y lo real en conflicto, se comprende el atractivo de la narrativa como herramienta, así como las razones para rechazarla. Pero ¿qué tipo de realidad histórica se puede ofrecer de otra manera que no sea mediante la narrativa? Si bien es cierto que esta pregunta y sus posibles respuestas no resuelven los asegunes de la narrativa, lo que sí es claro es que la “narratividad” constituye una forma de representación de los acontecimientos que se consideran reales en vez de imaginarios (White, 1992: 20).
Para que un relato sea considerado como histórico no es suficiente que se enumeren en él acontecimientos o que estos sean representados en orden cronológico. Los sucesos deben ser narrados: “revelarse como sucesos dotados de una estructura, un orden de significación que no poseen una mera secuencia” (White, 1992: 21). La narración, además, debe contener un análisis, una interpretación, pues de acuerdo con Peter Gay “la narración histórica sin un análisis completo es trivial, el análisis histórico sin narración es incompleto” (White, 1992: 21).
Es claro que no toda narrativa historiográfica comprende el total de la realidad. Cada una de ellas se construye sobre la base de un conjunto de acontecimientos seleccionados, muchos de ellos pudieron haber sido incluidos, pero en ocasiones se dejaron fuera. Dicha consideración nos permite preguntarnos qué tipo de noción de la realidad autoriza la construcción de una descripción narrativa de la realidad (White, 1992: 25). La narrativa es resultado de una imagen de la realidad del escritor, en la que el sistema social en el que vive está representado “como factor en la composición del discurso” (White, 1992: 26). Como hemos visto, la mirada y la importancia de las narrativas no sugiere una diferencia disciplinaria, salvo por las fuentes utilizadas —porque contienen una misma idea de construcción de conocimiento que no es total ni verdadero, y se requiere de esa aportación histórica para la comprensión de las narrativas actuales—.
Si bien Riessman (2008) advierte de la variedad de significados adjudicados al término “narrativa”, señala que su identificación con la noción de relato está ya plenamente aceptada (2008: 3). Partiendo de que no todo texto (escrito, oral o gráfico) puede ser considerado una narrativa, Riessman identifica criterios comunes para suponer como texto narrativo a un recuento de hechos, como son: “la contingencia y la conexión de una serie de sucesos conectados a ideas en un orden secuencial y temporal particular, constitutivo de un patrón de significado. Más allá de estos elementos, el concepto de narrativa se operacionaliza de maneras diferentes” (Riessman, 2008: 5).
A partir de ahí, cualquier estudio que se auto adjudique la etiqueta de “narrativo” requiere, antes que nada, hacer explícita su concepción de narrativa, su posición epistémica y su aproximación metodológica. Desde nuestro proyecto, compartimos una noción de lo que es narrativa con Coffey y Atkinson (2003: 64, citados en López, 2016: 121), según la cual una narrativa es “un relato con el que los actores sociales producen, representan y contextualizan su experiencia y conocimientos” y, agregamos, lo hacen en diálogo con el investigador o la investigadora.
A efectos de nuestra investigación, es útil retomar también los tres usos diferenciados del término “narrativa” que Riessman identifica: narrativa como la práctica de contar un relato, es decir, el acto de enunciar; narrativa como dato o material empírico recopilado en campo, que, en nuestro caso, está contenida en entrevistas y conversaciones de diferente extensión y profundidad; y, finalmente, narrativa como forma de análisis de los relatos recopilados, es decir, como el estudio sistemático del dato narrativo (Riessman, 2008: 7).
Nuestro enfoque narrativo retoma en parte la propuesta analítica de López (2016), según la cual el análisis busca priorizar la experiencia humana, el lenguaje y el punto de vista del actor puestos en juego en la construcción del relato. El foco analítico se centra en identificar los argumentos centrales y cómo se construyen en un contexto particular. Desde las consideraciones efectuadas por la etnometodología, el contexto es inseparable de las expresiones habladas que emergen en la situación de interacción entre el actor y los investigadores (Guber, 2011). Es aquí donde se ponen en juego distintos entramados de sentido.
Por lo anterior, se desprende que en el análisis de las narrativas consideremos que la tarea clave del investigador/a social es comprender estos marcos de sentido expresados —implícita o explícitamente— en narrativas, con el objeto de asomarnos a la interpretación que de la realidad social configura un grupo humano en un contexto específico.
En la interacción investigador/a–informante es necesario tomar en cuenta que el acceso a las urdimbres de significados, a los conceptos, valores y símbolos que los sostienen, no requiere del investigador o de la investigadora una estructura psíquica excepcional, que le lleve a ser parte del grupo, a convertirse en un “nativo” (Geertz, 1983). Necesita, más bien, asumir activamente la existencia de su propia racionalidad diferenciada, también construida en actos lingüísticos, pero a partir de valores, significados y sentidos diferenciados del grupo en el que se da la situación investigativa. Es ahí donde la reflexividad propia del/de la investigador/a se confronta con la reflexividad desde la que el narrador de turno configura su mundo. Lejos de abordar el estudio del mundo social del informante, imponiendo sus propios conceptos, el/la investigador/a necesitará abandonar o suspender momentáneamente su reflexividad en aras de comprender la reflexividad del narrador que asoma desde su relato. Siguiendo una vez más a Jimeno:
En la medida en que la narrativa está construida por sujetos o grupos sociales según sus sistemas de significación y sus experiencias históricas concretas, se abren las posibilidades para una comprensión desde fuera. La condición es que se evite la ilusión naturalista del relato y que se pueda acceder a su entramado de significación. Es decir, siempre y cuando se aboque el esfuerzo por desentrañar las condiciones particulares de creación y uso social en el contexto etnográfico, con la conciencia de que se realiza una traducción delicada y de que no se trata de revelar la “verdad” del relato ni que este consigne “la realidad” (Jimeno, 2016: 14).
Por tanto, el análisis narrativo permite acceder a los significados subjetivos y al sentido de sí mismo y de la identidad que emerge de las historias que la gente relata sobre su experiencia cotidiana, en un diálogo no determinado por el investigador. Es, entonces, una aproximación analítica que captura la dimensión humana y personal de la experiencia vivida, en un tiempo y lugar, a partir de la escucha reflexiva de los relatos enunciados en el ámbito de la investigación, a la vez que se toma en consideración la relación entre la experiencia individual y el contexto cultural.
Para evitar la tendencia de imponer los intereses del investigador por encima de otras miradas sobre el proceso estudiado, se hace ineludible tomar en cuenta el contexto que da coherencia al análisis y contrastarlo con las diversas miradas de otros colegas. En el contexto de investigación colectiva este es un aspecto fundamental. No obstante, el enfoque analítico narrativo parte de reconocer explícitamente la intervención del investigador en la construcción del dato, es decir, el “dato” no se recopila, sino que se construye en la interacción con el investigador. Como mencionan Arias y Alvarado (2015):
[…] la metodología de la investigación narrativa se inscribe como una metodología del diálogo en la que las narrativas resignifican las realidades vividas, y es a partir de la conversación que la realidad se convierte en texto, construyendo así entre los participantes y el investigador los datos que serán analizados en el proceso (Arias y Alvarado, 2015: 175).
Sin embargo, no hay que perder de vista que la selección del narrador por parte del investigador está siempre orientada por una razón y motivación específica: puede ser porque es quien sabe más sobre el problema, porque es el más viejo, el más joven, por su condición de mujer, por ser el líder o porque responde a lo que el investigador busca al realizar dicha investigación. Lo anterior influye en el resultado y las conclusiones de la investigación. Por lo tanto, debe hacerse un esfuerzo por visibilizar de quién se toma el relato, exponiendo el contexto que rodea al sujeto– narrador. Todo esto para dar elementos al lector sobre la representatividad de la narrativa y, por lo tanto, evitar el relativismo.
Así pues, la justificación del uso de este enfoque no puede estar basada en la objetividad o subjetividad que representa, sino en especificar a quién se le da voz y por qué, así como en el manejo y explicación del contexto, que permite darle sustento a la producción narrativa. Aun así, la interpretación de los hechos bajo este enfoque constituye una verdad relativa sobre una realidad específica, ya que, como menciona Arias, “dado su carácter polisémico y transformador, [que] legitima distintas maneras de configurar la realidad y de relacionarse con ella, de acuerdo con un momento histórico y un contexto sociocultural” (Arias y Alvarado, 2015: 174).
Por otro lado, es el narrador quien decide cómo va a organizar su historia: selecciona y da énfasis a determinados sucesos, y los organiza atendiendo al efecto que busca provocar en la audiencia (Squire, et al., 2014). Es decir, a pesar de la inevitable injerencia del investigador, la agencia del narrador queda plasmada en la forma y contenido de su historia y, sobre todo, en la red de significados que construye con ella y con la que inevitablemente busca influenciar la opinión de su audiencia.
El análisis narrativo se puede concentrar tanto en el contenido —temas— como en los significados, en la estructura lingüística del texto narrativo (Squire, et al., 2014) o en ambos simultáneamente, usando conceptos derivados de la teoría o conceptos emergentes en las historias que los diferentes narradores construyen sobre su vivencia en la frontera. Este análisis narrativo tiene el potencial de revelar procesos de construcción y reconstrucción de una posible identidad fronteriza4 , así como de evidenciar elementos retomados de discursos sociales asociados a esta. Las narrativas constituyen una lectura de una porción de la realidad del narrador que toma forma a través del diálogo con el investigador o la investigadora.
En nuestro caso, nos abocamos a la producción de narrativas sobre la experiencia de vivir en la frontera. Esto significa que registramos la forma en que el/la narrador/a de turno conceptualiza aquellos elementos que son claves en la conformación de un espacio fronterizo; cómo estos se reorganizan en su relato y qué sentidos, impresiones, valores, creencias o experiencias produce su narrativa, así como aquellos que son deliberadamente omitidos. El cuadro siguiente resume la estrategia analítica definida, las tareas y las etapas del análisis:
Cuadro 1. Producción de narrativas: propuesta analítica
PRODUCCIÓN DE NARRATIVAS: Propuesta analítica |
• Identificar uso/finalidad de la narrativa: propósito comunicativo y la audiencia receptora; cómo se usa y se reinterpreta el relato por parte de las audiencias. |
• Identificar la fuente de producción de la narrativa: el contexto de emergencia y los escenarios en los que se valida y circula la narrativa. |
• Identificar y describir el argumento subyacente: la estructura de sentido. |
• Identificar la evolución y los puntos de cambio de la narrativa: consolidación de la narrativa como campo de movilización político-social y personal, y sus desafíos. |
ANÁLISIS DE CONTENIDO |
• Análisis temático: identificar los temas presentes y los ausentes. |
• Foco de atención de la investigación en temáticas básicas: vida cotidiana, migración y seguridad. |
• Categorías de enunciación del actor social y del sujeto. |
ETAPAS EN EL ANÁLISIS GRUPAL |
1. Definición y acuerdo de un concepto común de “narrativa”. 2. Contextualización de los diversos escenarios en los que emergieron los relatos. 3. Vincular narrativas locales con datos del territorio. 4. Puesta en común para identificar intencionalidad subyacente. 5. Puesta en común para identificar similitudes y diferencias entre las narrativas locales dentro de los mismos espacios y a través de estos. 6. Proceso de discusión grupal para adjetivar las narrativas: concepto que englobe sentido y propósito de la narrativa; “titular la narrativa”. |
Fuente: Elaboración propia a partir de Jimeno, 2016; López, 2016; Riessman, 2005, 2008).
Nuestra tarea fue reconstruir y comprender qué interpretaciones conforman los habitantes de lo que es vivir en la frontera y a partir de qué conceptos propios llevan a cabo esa interpretación, realizada en un momento particular de sus vidas y en el marco de una situación de interacción investigativa. Registrar qué historias se cuentan y de qué manera se presentan e interpretan nos abre una ventana a la comprensión que desde su reflexividad hacen los habitantes de un contexto fronterizo concreto.
El proceso de integración disciplinaria resultó el principal desafío del proyecto. La intención de aproximarnos al territorio de manera colectiva y, además, con objetivos diferentes, planteó un reto de articulación y diálogo de saberes, miradas e intereses diversos. Sin embargo, nos unió la idea de interpretar las historias que como individuos, grupo, colectividad o incluso como nación contamos y nos contamos, es decir, historizar la vida como proceso de investigación de la misma. Consideramos que esta aproximación abre perspectivas de investigación innovadoras que permiten entender cómo las personas construyen, dan forma y reelaboran sus formas de ser y estar en el mundo.
Una de las discusiones metodológicas clave en el seno del equipo del proyecto fue problematizar las distintas concepciones de frontera mantenidas por los integrantes, puesto que cada uno partíamos de nociones de “frontera” y “lo fronterizo” diferenciadas, no solo disciplinariamente, sino también por intereses de investigación dispares. La revisión bibliográfica que realizamos sobre los estudios de frontera y sobre lo escrito de la frontera sur no resolvió el problema, porque aun partiendo de las mismas fuentes, las interpretaciones divergían. Sin embargo, pudimos acordar que en esa riqueza de miradas estaba la clave para ofrecer una interpretación más compleja de la realidad estudiada.
Con el fin de articular de manera productiva esta diversidad, mantuvimos la idea original de realizar reflexiones constantes a través de seminarios y evitar así interpretaciones individualizadas y desligadas del objetivo común de la investigación. De este modo, logramos integrarnos en un grupo abierto que aceptara las miradas diferentes de los otros, acordando que cada uno podría mantener su mirada sobre el problema elegido pero sometido a discusión colectiva.
En aras de este fin, nos propusimos realizar el trabajo de campo en grupo. Un primer viaje, realizado en 2017, tuvo por objetivo recorrer toda la franja fronteriza, conocerla, observarla y discutirla. Esas miradas fueron compartidas y sometidas a la reflexión colectiva. La experiencia fue provechosa y muy rica en aprendizaje para todos. Los focos de interés de los antropólogos no son los mismos que los de los historiadores, los ecólogos políticos o los especialistas en estudios rurales: compartir las reflexiones desde este amplio rango de perspectivas enriqueció las miradas individuales.
Sin embargo, esto no fue suficiente. Al término de ese primer recorrido, que dejó a todos un conocimiento en un mismo momento sobre la franja fronteriza, aún se mantenían las necesidades individuales de abordar los temas e intereses de investigación propios. Así pues, el paso siguiente fue buscar una metodología que pudiéramos compartir para realizar el segundo recorrido y para redactar los resultados, de tal manera que se mantuviera el eje común del proyecto. Con el fin de lograrlo comentamos bibliografía sobre metodologías y experiencias de investigación colectiva y multidisciplinaria (Contreras, 1998; Fábregas, et al., 1985, 2015; CEI–UNACH, 1987, entre otros). Nos centramos en una aproximación metodológica que, de una u otra forma, todos trabajábamos, aunque quizá no de manera explícita: esto es, las narrativas. Consideramos que concebir las narrativas como enfoque analítico–metodológico nos permitiría reflexionar sobre el problema planteado desde las diversas disciplinas de los integrantes del proyecto.
Reiteramos que en este enfoque no se recopila información, sino que el dato se construye en el proceso analítico de interpretación de los relatos compartidos. En ese sentido, el trabajo de campo es el lugar donde se genera ese proceso. Por ello, responder a las preguntas ¿cómo nos acercamos al territorio analizado?, ¿a quién buscamos? o ¿qué preguntamos? se convierte en una etapa prioritaria del proceso de investigación.Como ya señalamos, el primer acercamiento al campo estuvo marcado por los diferentes ángulos de observación desde los que cada uno de los integrantes del equipo abordaba el espacio de investigación, determinado por los intereses disciplinarios con la clara consigna de buscar respuesta a las preguntas planteadas en el objetivo del proyecto: ¿cómo se vive la frontera a lo largo de la diversidad de sus territorios?, ¿qué problemas están vinculados con la noción de frontera? y ¿qué relaciones emergen y cómo se revelan en la interacción dialógica con los distintos narradores?.
Inicialmente, la forma de acercamiento estuvo dirigida por la búsqueda de narrativas sobre la frontera de manera amplia, sin una definición explícita y consensuada del término narrativa. Si bien es cierto que los integrantes del equipo de investigación contábamos con nociones previas del concepto “narrativa”, abordado desde nuestras especialidades de conocimiento, no así con un acercamiento metodológico unificado y común desde el que interpretar las narrativas que nos compartieron y construir nuestra propia interpretación narrativa.
Las entrevistas y conversaciones realizadas dieron lugar a narrativas construidas entre el grupo de investigación y los actores entrevistados en función de los intereses del proyecto. Sin embargo, en su construcción se presentaron desvíos lógicos de intereses particulares que llevaron, en el transcurso de la narración, a la emergencia de temas diferentes a los programados. De igual modo, hubo desviaciones del foco central del proyecto cuando de los actores derivaban comentarios y preguntas a temas que los investigadores ignoraban. Lo anterior puede ser visto como un problema en otros métodos de análisis. Sin embargo, desde el enfoque narrativo, la emergencia de temas no contemplados o desconocidos previamente por los investigadores constituye un valioso aporte para la construcción de significados y evita imponer una visión preconcebida del problema de investigación.
Aunado a esto, las preguntas planteadas llevaban contenida la información que teníamos sobre los territorios fronterizos, información obtenida de la bibliografía, revisada de la prensa local y nacional, así como de otras investigaciones publicadas. Las preguntas estaban condicionadas y orientadas por una idea previa de lo que es la vida en la frontera, según nuestras propias interpretaciones. No obstante, la aproximación desde las narrativas nos permitió ver otros problemas y otras formas de vivir la frontera que se alejaban de nuestras impresiones intelectuales previas. Posteriormente, los relatos compartidos durante este primer recorrido fueron analizados bajo la lógica del análisis narrativo.
En el segundo recorrido grupal hecho en 2018 ya habíamos dedicado tiempo del seminario para discutir y precisar la metodología, y determinado que nos guiaríamos por las narrativas como enfoque analítico. En ese sentido, en el transcurso del trabajo de campo, y mientras recorríamos los diversos puntos de la franja fronteriza, pusimos en diálogo distintas narrativas. Por ejemplo, aquellas relativas a la movilidad del cruce de la frontera, a lo cotidiano, a los negocios, a la salud, a la educación, a la violencia o a los aspectos laborales, entre otras. Es decir, en esta etapa decidimos segmentar las narrativas múltiples sobre la frontera y la vida cotidiana en la misma en temáticas específicas que acotaran el entramado —en ocasiones caótico— de ese magma narrativo.
Para esta fase, las distintas subjetividades que cada uno introducía en el proceso investigativo estaban plenamente asumidas. Así, con cada persona que mantuvimos conversaciones, en una especie de diálogo colectivo, tratamos de ubicar al narrador de turno en su contexto: quién es, a qué se dedica, por qué piensa de una manera determinada, por qué opina a favor de una mirada y no de otra... Todos estos cuestionamientos situaron al narrador y a su narración en un punto determinado del espacio social e histórico, y nos ayudaron a comprender ese espacio subjetivo que emana en la narración de sucesos pasados y presentes, ordenados en una lógica propia del narrador no siempre rastreable por los que escuchábamos su historia.
En la literatura sobre la región, la visión de la frontera sur está a menudo relacionada con la idea de violencia y migración, donde hay continuo paso de migrantes, tanto legales como ilegales, a los que se alude como causa primera de la disrupción de lo cotidiano. Los habitantes de la frontera beben también de esta narrativa, a pesar de la larga historia de continua convivencia.
Es indudable la dificultad de identificar la frontera en términos materiales, físicos. Si bien hay una línea trazada y reconocida por lo Estados–nacionales, la misma está ausente en enormes porciones del territorio fronterizo. La población que la habita tiene una conciencia muy reciente de la existencia de la frontera como obstáculo al tránsito y al intercambio. Esa conciencia es además muy variable, dependiendo de los distintos tramos fronterizos. Así, en el tramo del Soconusco tiene lugar una intensa relación transfronteriza dado que hay fuertes relaciones comerciales e históricas; este es un territorio separado por la frontera donde siempre se ha mantenido una importante relación, tanto en la vida cotidiana como en otros ámbitos, un ejemplo de ello son los negocios y los servicios. Por otro lado, en el segmento de Frontera Comalapa hay una importante población indígena; ahí se comparte lengua e incluso grupos sociales, como por ejemplo los jacaltecos, pueblo guatemalteco que quedó dividido por la frontera. Los habitantes del lado chiapaneco mantienen comunicación con sus coterráneos del otro lado a través de una intensa convivencia familiar. Aquí la frontera está delimitada por la línea fronteriza pero las relaciones culturales, personales y familiares se mantienen. En los territorios de la Región Selva cuentan otra historia fronteriza, la de poblados de reciente creación a ambos lados de la frontera como producto de la expansión de los Estados–nacionales hacia áreas despobladas y agrestes, colonizados por gente que habita una y otra parte, arribada desde el lejano interior de sus países.
Así pues, como primer resultado de estos recorridos y escuchando lo que la gente relata de sus vidas, de su relación con la frontera, y a partir de las condicionantes geográficas y la presencia o ausencia de instituciones migratorias, podríamos generalizar y hablar de que existen tres regiones en la franja fronteriza y tres grupos de poblaciones fronterizas5 . Esto, sin olvidar que todo intento de regionalizar implica encontrar características que unen y divergencias que separan.
Esta forma de construir el dato requiere de la “memoria”, de hecho es indispensable recurrir a ella y orientarla hacia lo que queremos saber. Por ello, fue importante preguntarles a las personas sobre su origen, sobre todo a aquellas oriundas de lugares externos a la frontera. Los recuerdos surgieron con vehemencia: recordaron a sus familias, lo que dejaron en su tierra natal, el momento en que tomaron la decisión de abandonar su territorio, cómo fue su vida al llegar a su nuevo hogar. Para el caso de los habitantes de la Región Selva esto fue definitorio: recordaron cómo abrieron brecha, cómo era el territorio cuando llegaron, quiénes venían con ellos, cómo fundaron los poblados, qué comían y las carencias por las que pasaron, con quiénes hablaban y cómo, en ocasiones, habitantes del otro lado de la frontera les apoyaron con alimentos y materiales a establecerse en lugares vírgenes y alejados del tutelaje del Estado. Estos recuerdos los llevaron a pensarse y posicionarse en relación con la frontera, algo sobre lo que, como algunos comentaron, no habían reflexionado antes. Puesto que sus poblados son recientes, construidos por ellos mismos, también lo es su relación con los del otro lado, una relación marcada por la cercanía y por la cotidianidad al compartir un territorio dividido por una línea invisible.
En el caso de la región de Comalapa y del Soconusco, los recuerdos de la frontera no remiten a esta idea de territorio confín, frontera de la civilización. En estas zonas, los territorios poblados fueron divididos por la franja fronteriza y las familias quedaron separadas. Sin embargo, esta división no se percibe como algo extraño, ajeno a su vida; la frontera aquí está naturalizada y es parte del mundo de vida cotidiano. El recuerdo surgido de la conversación ayudó a reflexionar y reformular el proceso de fronterización vivido. En el acto de narrar, los narradores llegaron a pensar la frontera como un hecho histórico y no “natural”, es decir, que estasí existe y sí marca una diferencia nacional y hasta identitaria: a partir de un punto es México y del otro lado es Guatemala. Esto sin alterar el hecho de que van y vienen a través de ella sin mayores restricciones.
Así pues, y retomando nuestra definición inicial de “narrativas”, pudimos constatar el potencial transformador que algunos autores adjudican a la acción de narrar la historia personal y colectiva, o su capacidad para desestructurar creencias fijadas en la inercia cotidiana.
De igual modo, también en el seno del equipo de investigación, estas modificaciones y ajustes a visiones previas tuvieron presencia. Además, como parte del trabajo de campo, llevamos a cabo procesos de reflexión colectiva intragrupal para analizar los relatos escuchados. Esas reflexiones evidenciaron las diversas miradas que sobre estos se pueden construir, pero también revelaron la riqueza de compartir miradas que complejizan, aún más, la interpretación de las verdades personales expuestas y construidas en el diálogo narrativo.
Una de las primeras reflexiones que podemos adelantar, como resultado de las interpretaciones sobre las narrativas compartidas, es que los habitantes de la frontera tienen en común un imaginario, histórico y presente, tanto de la frontera sur de México como de su contraparte norteña, que nos remite a procesos de migración, de violencia y marginación, de territorios sin ley o, más actualmente, de espacios sujetos a dispositivos de control y militarización destinados a filtrar el flujo incesante de población que huye de la pobreza y la falta de oportunidades en sus países de origen.
Gran parte de los estudios que vinculan la noción de frontera con la de narrativas mantienen y actualizan este imaginario, donde lo migratorio y su narración como experiencia de vida ocupa un lugar destacado. En ese sentido, se percibe una fuerte influencia de los mensajes de los medios de comunicación sobre las fronteras: en varios casos, las personas con las que conversamos nos repitieron que “hay violencia y hay migrantes ‘malos’”, como respuesta a preguntas precisas sobre hechos concretos; no obstante, difícilmente podían indicar una situación cotidiana que reflejara su valoración negativa de la migración como hecho violento, y, en varios casos, daban ejemplos vistos en la televisión. Derivado de lo anterior, podemos afirmar que gran parte de lo que se piensa sobre la frontera está basado, y remite, a observaciones hechas desde una perspectiva externa a lo vivido en su espacio cotidiano. A medida que en las entrevistas y diálogos planteábamos preguntas cada vez más concretas, constatamos cómo cambiaba la percepción del narrador de turno. Así, pudimos registrar narraciones que comenzaban afirmando que la vida en su territorio “es muy buena, que no hay violencia y que no hay problemas” (narrativa positiva del entorno transfronterizo), para pasar después, mientras que se desarrollaba la conversación, a temas conflictivos, cercanos a la narrativa mediática de la frontera como territorio violento.
En este punto, nos aventuramos a afirmar que la frontera y lo fronterizo producen una bipolarización narrativa en la que, por un lado, existe la vida cotidiana, aquel espacio conocido y normalizado en sus territorios, marcado por la amplia convivencia con la población de Guatemala, el intercambio de todo tipo, las buenas relaciones y las dependencias en algunos aspectos como en el ámbito de lo económico; y, por el otro, corre de manera paralela la realidad cruda de la migración, del contrabando y las mafias, de la ilegalidad y la violencia, institucionalizada o no.
Sin embargo, esa bipolaridad no se expresa siempre en hechos opuestos y diferentes: una misma realidad social puede ser leída en clave narrativa bipolar. Por ejemplo, en el lado del Soconusco, la presencia numerosa de los trabajadores guatemaltecos permiten que las diversas empresas asentadas en la zona cuenten con una mano de obra barata y abundante; en el ámbito doméstico, la situación de trabajadoras guatemaltecas empleadas en hogares tapachultecos con mayor o menor prevalencia de sus derechos; o en el caso de la zona fronteriza en la Región Selva, donde hay un importante intercambio comercial, que, sin embargo, rara vez es reconocido — fue necesario interpelar de manera reiterada para que la realidad de ese intercambio agrícola y ganadero con el vecino guatemalteco fuera expresada—.
La narración construida para cada uno de estos ejemplos puede ser leída en clave positiva o negativa, dependiendo del narrador y su ubicación en el ajedrez social y cultural. Esta bipolaridad referida a la convivencia con la existencia de una frontera toma quizá su máxima expresión en aquellas narrativas que enfatizan “su no–existencia”: es la frontera obviada, la frontera convertida en algo tan cotidiano que no llama la atención y no genera efectos reflexivos en las personas que conviven con ella. Como nos compartía un habitante fronterizo a raíz de la conversación mantenida: “nunca había pensado que vivía en la frontera”; o como la toma de conciencia de la existencia de la frontera por una habitante de Unión Juárez, en las faldas del Tacaná: “ahora sí vivimos como en frontera”, haciendo referencia a la violencia que se ha desatado en los últimos años en los pasos fronterizos y marcando una diferencia con un pasado no muy lejano donde a pesar de vivir en un espacio fronterizo vivían como si este no existiera.
En este escrito recogemos la experiencia vivida y reflexionada de un proceso de investigación basado en la construcción conjunta de conocimiento. Aprehender el territorio fronterizo de manera colectiva, a partir de registros etnográficos, con miradas desde diversas disciplinas de las ciencias sociales, nos permitió la construcción de una perspectiva multidisciplinaria fincada en un constante compartir de miradas diversas y, en ocasiones, contrapuestas.
Para argumentar nuestras reflexiones retomamos algunos debates teóricos sobre fronteras, así como los resultados de otros estudios sobre la frontera sur y nuestras propias experiencias en el trabajo de campo; con ello, construimos una reflexión grupal sobre la potencialidad del enfoque narrativo como metodología de investigación colectiva y multidisciplinaria. Consideramos que este, retomado con la seriedad que exige, puede dar resultados más acordes con nuestra intención de revelar narrativas sobre la vida en la frontera que quedan ocultas ante la preminencia de la narrativa dominante de violencia y migración como hecho conflictivo. Rescata también nuestra propia reflexividad sobre cómo nos acercamos a la frontera como objeto de estudio, puesto que no pretendemos hacer afirmaciones acerca de cómo se vive, sino, más bien, ofrecer elementos que den un panorama de esas formas diversas de vivirla, enumerar las problemáticas fronterizas desde las diversas perspectivas emergentes en los relatos y, en definitiva, caracterizarla en su multiplicidad, tal como es, diversa y viva.
El enfoque de las narrativas facilitó en gran medida la interacción multidisciplinaria durante el trabajo de campo. Partimos de la consideración de que el dato no se obtiene, se construye en el seno del equipo de investigación y en situación interactiva. Esta cuestión fue contundente tenerla presente, pues modificó la forma de hacer el trabajo de campo. Como es normal en los grupos de investigación, no todos y todas llegamos hasta el final. Por diversas razones algunos integrantes del grupo ya no participaron en la última etapa de trabajo de campo y en la reflexión de los resultados, pero la mayoría superamos las dificultades y logramos mantener el objetivo común logrando que las diferencias disciplinarias quedaran rebasadas e integradas para arrojar luz a las diferentes dimensiones de lo fronterizo.
Esa dificultad primera, de qué piensa el historiador o qué el antropólogo, fue superada en cuanto colocamos como eje del análisis el dato construido en el contexto. En ese sentido, consideramos que las narrativas son una opción para investigaciones con las características ya señaladas: multidisciplinarias, colectivas y en un territorio amplio como las fronteras.
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Notas
* Dra. en Estudios Latinoamericanos, investigadora del Centro de Investigaciones Multidisciplinarias sobre México y la Frontera Sur–Universidad Nacional Autónoma de México, México. ORCiD:https://orcid.org/0000-0001-8275-8285. Correo-e: doloresc@unam.mx
** Dra. en Ciencias en Ecología y Desarrollo Sustentable, investigadora del Centro de Investigaciones Multidisciplinarias sobre México y la Frontera Sur – Universidad Nacional Autónoma de México, México. ORCiD:https://orcid.org/0000-0001-7036-8079. Correo-e: celiardo@unam.mx.
*** Dra. en Historia, investigadora del Centro de Investigaciones Multidisciplinarias sobre México y la Frontera Sur – Universidad Nacional Autónoma de México, México. ORCiD: https://orcid.org/0000-0002-2015-6227. Correo-e: amanda_ursulat@hotmail.com.
Fecha de recepción: 29/02/2020. Fecha de aceptación: 3/08/2020. Fecha de publicación: 30/01/2021.
1 Se agradece a la Dirección General de Asuntos del Personal Académico de la Universidad Nacional Autónoma de México (DGAPA–UNAM) por el apoyo recibido para la realización del proyecto No. IN303217 del Programa de Apoyo a Proyectos de Investigación e Innovación Tecnológica (PAPIIT), “La frontera Chiapas–Guatemala: territorio, problemáticas y dinámicas sociales”, bajo la responsabilidad de la primera autora y con la participación de la segunda y tercera. De ese proyecto se desprendió el presente artículo.
2 Retomamos “vida cotidiana” en su acepción simple como las diversas formas en que las personas se posicionan en el mundo. Comprendemos la complejidad del concepto y los debates respecto a él principalmente surgidos de la propuesta fenomenológica de Alfred Schutz. Sin embargo, no es objeto de este trabajo tomar una posición respecto a ello.
3 El objetivo del proyecto fue identificar, describir y reflexionar de manera colectiva sobre la complejidad que encierran las dinámicas sociales en la franja fronteriza Chiapas–Guatemala. Participaron investigadores y estudiantes, antropólogos, historiadores y especialistas en estudios rurales. En otros productos de la investigación (en proceso de publicación) se presentan los resultados del proyecto.
4 Entendiendo este proceso como un esfuerzo de integración y diferenciación regional, no como sinónimo de homogeneizar los diversos territorios al interior de la franja fronteriza.
5 Esto no es nuevo, varios estudios reconocen la posibilidad de referirse a estas subregiones fronterizas. Ver Polhenz, 1985.