Imberton, Gracia

La voluntad de morir.
El suicidio entre los choles

Año: 2016
Editorial: Flacso México
ISBN: 978-607-9275-86-0
Páginas: 214





 



Este libro ofrece un panorama sobre el suicidio en comunidades indígenas que trasciende el campo de la antropología clásica para entretejer con la historia, la etnografía y la sociodemografía el tema que, en el contexto situado, se puede percibir claramente como un serio problema en la zona de estudio, las localidades de Cantioc y Río Grande en Tila, al norte del estado de Chiapas. A la vez, la autora aclara desde la introducción que renuncia a la tentación de explayarse en la causalidad de los suicidios que logró documentar para dar paso a un debate más profundo en torno al tema de la muerte autoinfligida.

Uno de los riesgos que corre esta obra es el de distanciarse de los métodos de la sociología —Durkheim incluido— y de la psicología para centrarse, con una gran maestría técnica, en el análisis metodológico del suicidio desde la etnografía, aclarándose que la incertidumbre sobre el tema fue la constante. Considero que, desde una postura honesta y humilde, las ciencias sociales deberían admitir el “factor incertidumbre” en todas las temáticas abordables; no obstante, la muerte tiene permiso de ser reconocida y deseada como algo impredecible.

Los dos ejes desde donde se argumenta la obra son: los entendimien- tos culturales situados, tanto del suicidio como de quien lo realiza, y el análisis del comportamiento suicida desde la antropología. Con lo ante- rior, Imberton hace una clara categorización de cuatro elementos sobre los que la población de estudio explica la ocurrencia de los suicidios: “los problemas”, el alcoholismo, la brujería, y el destino Divino. Sola- mente la explicación de los problemas atribuye responsabilidad propia o “agencia” a quien se suicida, mientras que los otros tres descargan el peso de culpabilidad a quien se quita la vida, al ser atribuido a factores externos. Estas cuatro explicaciones de ocurrencia no se muestran jerár- quicas o excluyentes, sino en una compleja red de entrelazamiento en donde la “voluntad” juega una ambigüedad entre el self y el influjo de circunstancias externas, con lo que la autora aprovecha para invitar a la mesa a la cada vez más controvertida medicina moderna hegemónica:

A primera vista, sorprende esta caracterización tan ambigua y vaga sobre la acción suicida, quizá más porque está revestida de creencias en la brujería, las almas y diversos seres sobrenaturales. Pero ¿no hay la misma ambigüedad en las explicaciones médicas que, al hablar de enfermedades mentales, como la depresión, desplazan la responsabilidad del suicida a los neurotransmisores, sustancias químicas en el cerebro —dopamina, serotonina, entre otras— que llevan al paciente a perder el control sobre sus actos? (p. 20)

El doctor en genética celular y monje budista Mattieu Ricard (2007: 29) va más lejos al decir que “el suicida que pone fin a una angustia insoportable aspira desesperadamente a la felicidad”, lo cual me atreveré a enlazar con lo que Epicuro decía sobre la felicidad: Debemos meditar sobre lo que proporciona la felicidad, pues estando ella presente, lo tenemos todo, y estando ausente, lo hacemos todo para alcanzarla. Mi pregunta es entonces, uniendo los pensamientos de estos dos humanistas, ¿desde dónde se debe partir para comprender el suicidio, sea en una comunidad indígena o en la urbe más industrializada? Por ello considero que elaborar una investigación sobre el tema es una tarea en sí misma valiente y desafiante.

Imberton menciona también sobre el acto y el impacto que con el suicidio se provoca en el entorno inmediato; la muerte autoinfligida desata y desatará siempre conjeturas, explicaciones, pero también re- flexiones y cambios; de ello da cuenta en algunas de las narrativas este libro, incluso en los casos en que el o la suicida no llegó a consumar el acto —ya fuera porque su intención era sólo violentar con el chantaje de la posibilidad de su muerte o porque pudieron rescatarle a tiem- po—, el entorno inmediato y circundante se trastoca en su cotidiani- dad por el hecho.

El libro, compuesto de tres partes, explica en su primer capítulo el trasfondo histórico de la zona de estudio, la cual lleva más de cuatrocientos años imbuida en conflictos que rayan en la violencia heredada de forma generacional, en palabras del historiador Justus Fenner, marcada por cambios sociales y económicos que imprimen rasgos de modernidad neurotizante, lo cual es analizado por la autora desde los aportes que tuvo la obra de Durkheim sobre el suicidio en 1897 al explicar las causales tomando en cuenta el trasfondo social. Con lo anterior, Imberton plantea diversas interrogantes que apuntan a cuestionarse el porqué si muchas personas comparten las mismas condiciones sociales y económicas no se suicidan todas, lo cual nos lleva al punto de la individuación de las personas y de nueva cuenta a la voluntad o no de morir.

No obstante, conocer el telón de fondo histórico es una guía inestimable para dar algunas pautas de comprensión en cuanto a por qué en ciertas zonas más de una persona opta por el suicidio como salida a la frustración, que de manera reiterativa nos hereda el neoliberalismo al crear expectativas que tienen que ver con el tener y aparentar —el hacia afuera— y no con la belleza humana del ser —hacia adentro—, tal es el caso de esta zona de estudio en particular cuya economía rural y campesina se ha visto transformada por las modificaciones constitucionales a la tenencia de la tierra, el crecimiento demográfico resultado de la transición epidemiológica del país y la correspondiente precariedad de herencia de la tierra. Las tensiones por la sobrevivencia de cara a la modernidad están implicando un displacer en cuanto a los modelos de vida emergentes, sobre todo en la población joven que ha establecido una brecha generacional respecto a usos y costumbres en las comunidades de estudio.

En el capítulo segundo se presentan las cifras sobre suicidio, aclarando la dificultad de trabajar con lo que en demografía denominamos “datos incómodos” —suicidios, abortos, mortalidad neonatal, perinatal y materna, feminicidios, muertes masculinas violentas, entre otros— por lo que de nuevo la autora vuelve a ser temeraria al aventurarse estimaciones demográficas sobre datos de suicidio, con limitantes muy evidentes en cuanto a cómo se registran estos datos; cómo se levanta la declaración sobre el tipo de defunción si para los familiares y amigos del o la suicida el hecho puede ser doblemente doloroso, la muerte y la voluntad de morir en el mismo ser querido; aunado a que la impericia de las autoridades —jueces, ministerios públicos, médicos legales, entre otros— no ayuda en la precisión de los sucesos, además de alegar confidencialidad en las bases de datos donde se registran éstos y negar por ello el acceso a la información. La autora documenta, también, el hecho de que en la clínica del Instituto Mexicano del Seguro Social de la zona se rehúsan a atender a personas agonizantes que atentaron contra su propia vida —en un símil de sanción católica, en donde las y los suicidas no van al cielo—, por lo que las causas de la afección y la muerte adyacente generalmente se encubren.

Pese a todo, Imberton nos muestra el panorama en números donde queda una clara huella de que sí es un problema el suicidio en la zona, con un claro perfil por género, que no por sexo, en donde se puede corroborar que al igual que en otros países son los varones casados los que más incurren en suicidios consumados, y que ello se expone como un posible efecto de crisis y frustraciones en su imposibilidad de continuar con su papel de proveedor y de jefe patriarcal; a la vez que las mujeres casadas o en pareja que incurren en el suicidio generalmente provenían de una triste historia de vida plagada de violencia física y emocional por parte de sus parejas varones.

La autora aclara lo anterior con mayor precisión en el capítulo siguiente, en el que no me detendré dado que prefiero sugerir que se lea la obra completa, ya que es justo en esta parte en donde la técnica etnográfica permite conocer los testimonios en retrospectiva de los casos documentados de suicidios, y es a partir de la interpretación que desde las “teorías locales” se construye que la autora explica causalidades locales para el problema investigado.

En el cuarto capítulo se habla sobre los entendimientos locales acerca de la voluntad. Imberton menciona que por la compilación de información etnográfica puede situar dos conjuntos de elementos a los que denomina como entidades, unas son anímicas o almas, otras se refieren al papel de seres, fuerzas y sustancias que actúan sobre la voluntad humana.

Se le confiere al alma —ch’ujlel—, el lugar donde reside la voluntad, pero también en el corazón y la cabeza o mente. Si bien no son concepciones compartidas por toda la población de las zonas de estudio, dan una aproximación al entendimiento del porqué se puede concretar la voluntad de quitarse la vida; asimismo explica cómo el ch’ujlel es susceptible según diferencia de edad, carácter, sexo y el impacto diferencial correspondiente a los roles tradicionales al género —p.e. los problemas por los que se suicidan los varones de la zona están más relacionados con sus aspiraciones truncadas; los de las mujeres a problemas sentimentales de codependencia afectiva a algún varón.

Aquí me permitiré una pequeña disertación sobre el tema de la voluntad, el alma, el sentimiento y el pensamiento, a partir del análisis que el antropósofo holandés Bernard Lievegoed (2014) realiza sobre las etapas evolutivas del sentir: “el pensar es un proceso de interiorización del mundo externo, y la voluntad es función en la que el mundo interno se exterioriza, lo característico del sentir es oscilar continuamente entre el abrirse y cerrarse al mundo externo” (Lievegoed, 2014: 201). Desde esta postura, el alma se abre al mundo con aquello que nos agrada, y con lo que nos desagrada se cierra, esto es la vida emotiva, la cual oscila entre el amor, el odio, la risa y el llanto, permanecer o desaparecer. Con ello, la emotividad es considerada el área central del alma: “el pensar es el polo que más se acerca a la esencia espiritual del yo, en tanto que en la voluntad late el polo estrechamente ligado a los apetitos surgidos de lo corpóreo. Desde ambas áreas, actúan energías hacia la región central del sentimiento” (ibíd.). Me pareció interesante que esto tenga una posible relación con el ch’ujlel en torno al suicidio y sus posibles explicaciones desde los saberes locales, pues existe cierta similitud con lo que una ciencia occidental a ultranza —que trata sobre lo más humano de las personas, la antroposofía— prodiga al explicar, de manera bastante compleja, como en la voluntad —incluso en la de morir— se implican el sentir, el pensar, la emotividad, el cuerpo, el espíritu y, por supuesto, el yo.

La voluntad entonces no puede ser reducida a un simple sinónimo del deseo, “la voluntad tiene su dominio en la parte del alma humana desde la cual se aspira a influir activamente en el mundo externo” (ídem: 213). Entonces, y con esto englobo parte de lo que Gracia Imberton menciona en la tercera parte del libro sobre los “problemas” y las envidias en la causalidad suicida, ¿cuál es el mensaje de un suicidio si partimos del precepto de que la voluntad domina en la parte del alma desde la cual se pretende influir en el entorno?, esto remite al tema antes mencionado del acto del suicidio y de su impacto. Si, además, como la misma autora menciona en el quinto capítulo, es un tipo de muerte que tiene un crecimiento a la par de la globalización, ¿cuál es el mensaje de estas voluntades de morir, de estas almas, que evidentemente no encontraron el paraíso en la tierra?, ¿qué implica, desde la lectura de género y salud, que la mayoría de las mujeres pobres que se suicidan en el mundo lo hagan como única salida a la extrema subordinación y violencia que sufren a manos de sus parejas, suegro o hijos varones?, ¿es un feminicidio simbólicamente encubierto?, ¿quién puede medir el dolor de no soportar la existencia cuando en nuestras sociedades occidentalizadas pugnamos por despenalizar la eutanasia, pero juzgamos mordazmente el suicidio?

Me queda claro, con la lectura del libro de Gracia Imberton, que el tema es duro, difícil y va in crescendo; que se requieren más investigaciones sobre el tema en diferentes contextos y desde la interdisciplinariedad, ya que para evitar que la sombra de Tánatos cabalgue en nuestros corazones, la voluntad de morir debe considerarse como un aviso estruendoso y demoledor acerca de lo que significa vivir. El libro reseñado permite abrirnos a estas reflexiones.

Bibliografía citada

Ricard, Matthieu, 2007, En defensa de la felicidad, Edit. Urano. Barelona.

Lievegoed, Bernard, 2014, “Las etapas evolutivas del sentir”, en Las etapas evolutivas del niño, Edit. Rudolf Steiner, Madrid, pp. 201-203.


Georgina Sánchez Ramírez
Ecosur Unidad San Cristóbal