RESEÑA



Néstor García,
Verónica Gerber,
Andrés López,
Eduardo Nivón,
Carmen Pérez,
Carla Pinochet y
Rosalía Winocur

Hacia una antropología de los lectores

Año: 2015
Editorial: Universidad
Autónoma Metropolitana,
Fundación Telefónica,
Ariel, México
ISBN: 978-607-747-133-2
Páginas: 284



Sin duda uno de los temas por demás vigentes y que tiene incidencia en varios aspectos de la vida social es la lectoescritura. Diversas disciplinas han tratado de estudiar este fenómeno: la historia, lingüística, sociología, pedagogía, entre otras. La obra aquí presentada parte de la mirada antropológica y en sus capítulos trata de explicar el “supuesto” descenso de la lectura de los mexicanos, tantas veces mencionado en las últimas encuestas realizadas al respecto en México y en los resultados de investigación de organismos públicos, así como mediante comentarios de la propia industria editorial. Resultado de ello, el gobierno y otras instancias, en sus programas e iniciativas, han asociado la lectura a sobre todo de libros, sin incluir otro tipo de soportes como los digitales. La inquietud de los propios autores yace en que a diario observan gente leyendo, bien sea en papel o en formatos electrónicos a través de dispositivos móviles: un mensaje de texto, redes sociales digitales… Sin embargo estas prácticas diversas, que no necesariamente se denominan lectura, son identificadas como “chatear, mensajear, postear”. En este sentido, los dispositivos digitales no se contemplan como “lugares de lectura” y pocas veces se reflejan en los análisis estadísticos.

El propósito general del libro no está orientado a indagar cuánto se lee, sino a conocer más a los lectores en cuanto a sus prácticas y significaciones sobre la lectura: las preguntas giran por tanto al cómo y cuándo se lee. Así, antes de hacer un juicio sobre la calidad de estas nuevas formas de leer, es necesario observar dichas prácticas, no sólo a nivel cuantitativo. Desde la antropología, los autores plantean la posibilidad de estudiar los vínculos entre las prácticas y los imaginarios acerca de la lectura, reconocer la diversidad de lectores y formas de leer: cómo leen en distintas sociedades, edades, en diferentes soportes, en diversos espacios. También permite comprender las relaciones interculturales que se establecen entre ellos con respecto a la lectoescritura.

La obra se encuentra organizada en siete capítulos que exponen los resultados de estudios etnográficos realizados en diferentes espacios y grupos de población en la Ciudad de México. La mayor parte de los trabajos toman como referentes a autores extranjeros como Roger Chartier y Guglielmo Cavallo, Pierre Bourdieu, Michel Petit y Armando Petrucci, aunque también a mexicanos como Juan Domingo Argüelles. Las personas que escribieron en esta publicación se dedican en su mayoría a la investigación en el campo antropológico y a la docencia en universidades de la Ciudad de México, y también encontramos a una artista visual que a su vez es editora y escritora.

La publicación inicia con el texto de Néstor García Canclini “Leer en papel y en pantallas: el giro antropológico”, en un primer momento brinda un panorama crítico acerca de las encuestas sobre lectura en México, sus aciertos y limitaciones, las cuales se centran principalmente en la cantidad de libros leídos, “son estudios librocéntricos”, y se subestiman otras prácticas de lectura y escritura derivadas del uso de dispositivos digitales. Argumenta cómo dichos resultados permean en la definición propia de lo que debe ser un lector, además de que los dispositivos digitales también traen consigo nuevas formas de aprender y acceder a la información, se modifica la idea de leer, se redefine lo que es un texto: la hipertextualidad implica interacción, navegación y desplazamiento a otros contenidos en la red.

Por tanto, para estudiar el fenómeno en cuestión resulta necesario complementar los estudios cuantitativos con otros de corte cualitativo, como los basados en entrevistas y trabajo de campo etnográfico, con el fin de percibir y analizar los nuevos modos de leer y escribir en el mundo digital y su incidencia en el aprendizaje de los sujetos. Para ello, el “giro antropológico” que García Canclini expone es un cambio en el objeto de estudio: son las prácticas y significaciones de los lectores las que interesa investigar, es decir, cómo usan su literacidad[1] en situaciones y espacios concretos.

La articulación de los hallazgos presentados en los capítulos de este libro se reúne en una propuesta teórico-metodológica basada en la observación de comportamientos en periodos prolongados sobre las prácticas lecto-escritoras que incluyen nuevas formas de comunicar y apropiarse de los textos. Es un análisis integral que también requiere la exploración de otros factores que permitan explicar el proceso lector en toda su complejidad: los intermediarios y las relaciones sociales que se establecen entre ellos alrededor de la lectura —voluntarios y asociaciones civiles, organismos públicos, bibliotecarios, editores, además de la familia y la escuela—, la manera en que funciona la industria editorial —producción, venta y consumo de libros y de otros materiales—, los fenómenos asociados a la globalización y desarrollo de nuevas tecnologías, así como las políticas culturales aplicadas para su fomento.

Por su parte, el segundo capítulo titulado “Los usos sociales de la lectura: del modo tradicional a otras formas colectivas de leer”, escrito por Carmen Pérez y Andrés López, tiene como propósito general caracterizar las prácticas lectoras de los habitantes de la Ciudad de México en espacios extraescolares, centrando su análisis en los programas y acciones de fomento a la lectura —públicos, privados o ciudadanos— y cómo los participantes establecen una convivencia a través de ésta. La lectura es entendida en este capítulo como un proceso histórico que abarca cuestiones políticas, culturales y de carácter económico, donde intervienen diversos grupos de personas que le otorgan diferentes significados los cuales son constantemente negociados. Así, se presentan datos etnográficos acompañados de gráficas y fotografías acerca de los intermediarios —ferias del libro y bibliotecas públicas—, los mediadores que ejecutan programas y acciones de fomento a la lectura —salas de lectura, libroclubes, libropuertos— e intermediarios emergentes en la web —booktubers.

De este capítulo resulta también interesante el análisis de las ferias del libro realizadas en la Ciudad de estudio, en el cual los autores van más allá de sólo mencionar datos estadísticos acerca del número de asistentes, de editoriales participantes o el número de ventas. Carmen Pérez y Andrés López destacan las ferias como espacios alternativos que “generan una identidad de sentido de pertenencia y de encuentro” donde se propicia la socialización, se ofrecen otros estímulos relacionados con las actividades lúdicas para acercar la lectura al público, presentaciones de libros con los propios autores que no se promueven habitualmente en espacios “normativos e institucionales”, por ejemplo bibliotecas o escuelas, así también la diversidad de consumidores que asisten a ellas: lectores momentáneos, personas que llegan año con año, individuos que fueron “obligados a asistir” por una tarea escolar, etcétera. Además de lo observado, ponen en evidencia la opinión de los asistentes sobre las actividades que se ofrecen en los eventos, personas que visitan las ferias de libros, costos de las publicaciones, espacios donde se llevan a cabo, entre los principales. Otro aspecto destacable es la puesta en escena de nuevos mediadores de lectura en la red: los “booktubers”, jóvenes presentadores que reseñan libros de su interés, quienes muestran videos propios publicados en la web, los cuales son ampliamente consultados por otros jóvenes. Los booktubers, al tener un alto número de seguidores, se han convertido en personas influyentes capaces de “contagiar” la lectura de ciertos géneros literarios o libros en particular entre adolescentes; por ello, los autores del artículo destacan la manera en que éstos comentan sus lecturas, desde el lenguaje empleado en su narrativa hasta cómo la presentan, cuál es la percepción de su público, los nuevos términos asociados a sus prácticas[2] y cómo pueden llegar a ser contratados por empresas editoriales para promover títulos que editan.

El tercer capítulo, “Formas de leer I”, y el sexto capítulo “Formas de leer II”, presentan desde la antropología visual una serie de fotografías etnográficas de Antonio Zirión. Desde esta corriente disciplinaria, el autor hace uso de la imagen como un recurso de memoria e investigación, el cual puede captar aspectos que otros instrumentos metodológicos no podrían percibir o si lo hacen sería limitada su mirada. En “Formas de leer I” se expone la diversidad de espacios en donde puede practicarse la lectura en papel, así como las formas de llevarla a cabo: en las ferias de libros, en casa, biblioteca pública, en el metro, paredes de las calles, habitación, jardín, acostado en la cama, solo o acompañado. En contraparte, el sexto capítulo denominado “Formas de leer II” exhibe la manera en que los dispositivos digitales se han incorporado a las prácticas de lectura cotidiana en diferentes grupos etarios: el uso de varios dispositivos de manera simultánea como la computadora y la tablet o el teléfono móvil para el estudio o entretenimiento, la convergencia digital en donde se integra la imagen, el sonido y el texto en las lecturas en pantalla, las prácticas de lectoescritura a través del teléfono móvil, lecturas fragmentarias y simultáneas. Ambos capítulos ilustran las diferentes prácticas de lectura que se tratan de describir y analizar a lo largo del libro, donde puede apreciarse que ambos soportes —lectura en papel y en dispositivos digitales—, el texto escrito y la imagen, lejos de disociarse se complementan y coexisten.

El texto que sigue lo presenta Eduardo Nivón y lleva por título “Diversos modos de leer: familia, escuela, vida en la calle y recursos digitales”, el autor explora la manera en que a través de la lectura se pueden establecer relaciones sociales en donde se refleja no sólo la percepción de los otros, sino también la construcción de la imagen de uno mismo. Nivón define la lectura como una relación social vinculada al contexto histórico y cultural en donde su práctica por costumbre o por necesidad se transforma a través de diversos factores: familia, escuela, económicos, personales... Recurre a la noción de práctica cultural propuesta por Elsie Rockwell, la cual le permite comprender el sentido de la lectura que le asignan los propios sujetos de estudio.

Escritos de forma amena, el autor presenta fragmentos de relatos etnográficos con personas de diferentes edades y condiciones sociales donde destaca el vínculo entre ellos y la lectura: señoras de clase media que, si bien aprendieron a leer y a escribir, establecieron una conexión particular y profunda con la lectura gracias a la relación con su pareja; la forma en que los padres, profesionistas e intelectuales, socializan con sus hijos sobre temas delicados y tratan de proveer un ambiente idóneo para leer en el hogar, mientras que estos últimos negocian entre las expectativas de sus padres y sus propios intereses. Asimismo, analiza el caso de adolescentes en situación de calle, quienes se acercan a la lectura con la finalidad de conocer sus derechos civiles; protegerse de la violencia; tratar de entender su relación con las drogas o legitimar y validar el conocimiento que ellos poseen al relacionarse con otros, lo cual les brinda cierto prestigio en su grupo.

La contribución de Verónica Gerber y Carla Pinochet con el capítulo “¿Cómo leen los que escriben textos e imágenes?” argumenta que la mayor parte de los estudios y literatura sobre lectura han concentrado su interés en grupos “vulnerables” que por su situación sociocultural y económica han tenido dificultades para practicar la lectura. Por ello, la etnografía presentada analiza las prácticas lectoras de escritores y artistas de la Ciudad de México, centrándose específicamente en los modos en que leen, las competencias lectoras que han desarrollado, para qué utilizan la lectura y cómo ha transformado su manera de pensar y abordar su trabajo. Con este objetivo, las autoras emplearon una estrategia metodológica integrada por entrevistas a profundidad, observaciones etnográficas, trabajo con grupos focales, diarios de lectura y biografías lectoras, así como dos mesas temáticas en las que se discutieron con los sujetos del estudio los avances de su investigación. De igual manera, retomaron las aportaciones teóricas de Roger Chartier para entender la lectura a partir de la dimensión de los sujetos —análisis de los discursos y significaciones que dan a la práctica lectora—, y de los objetos —en este caso, la relación material con el libro o el dispositivo digital—. Para las autoras, los participantes están en un proceso de construcción de sus prácticas lectoras, lo cual no implica el desarrollo de un hábito que se mantenga a lo largo de su vida sino que puede cambiar. En cuanto a los hallazgos, observaron que en la mayoría de los artistas visuales se desarrolla un vínculo afectivo con la materialidad de los libros y su estética: tipo de papel, encuadernación, tipografía, imágenes, entre los principales; es decir, establecen una relación con el libro también como objeto. Algunos escritores que rondan los cincuenta años optan por el papel debido a su practicidad, aunque no descartan el mundo digital.

En el grupo estudiado, la línea que separa la lectura por ocio y por trabajo es muy fina, así “la distancia entre el placer y la chamba se ha ido acortando”, comenta uno de los entrevistados. Lo que quizá comienza como una lectura de entretenimiento se convierte en un texto que puede formar parte del trabajo o viceversa. Las autoras identificaron como una constante la lectura por proyectos —aquella que está limitada a una temática particular para la redacción o desarrollo de trabajos académicos y proyectos artísticos— en donde la lectura “canónica” y lineal coexiste con “lecturas fragmentarias”; se hace uso de recursos en papel y digitales de manera simultánea, donde se cruzan distintos soportes, plataformas y productos culturales que llevan como propósito desarrollar una tarea creativa que puede ser individual o colectiva. También identifican que los participantes realizan lecturas parciales y no necesariamente ordenadas en relación con la norma “tradicional”; no todos terminan de leer los textos en su totalidad, práctica que ven con buenos ojos: es el lector quien marca el límite del texto en función de sus propósitos personales. De igual manera se generan procesos de creación colaborativos en los que la figura del autor es un punto de fricción: por una parte crean en grupo, pero a su vez cada uno demanda que se le reconozca la autoría en las obras colectivas, debido a que las instancias que otorgan becas y proyectos para artistas visuales así lo requieren.

El libro reseñado finaliza con “Prácticas tradicionales y emergentes de lectoescritura en jóvenes universitarios”, lo presenta Rosalía Winocur quien relata la manera en que este grupo de edad combina tanto la lectoescritura “tradicional” ligada al papel con las posibilidades de los dispositivos electrónicos. Para ello la autora, al igual que los otros investigadores aquí mencionados, opta por biografías de lectura para conocer las significaciones de los propios estudiantes. Asimismo, la observación de las tareas de lectoescritura de sus alumnos le permitió a Winocur caracterizar las relaciones que establecen entre ellos: comparten lo leído y sus interpretaciones mediante las redes, a su vez también lo vinculan con su propia experiencia.

Sin duda, la publicación aporta a sus lectores una propuesta por demás refrescante para estudiar el proceso lector y los factores que inciden en el mismo. Todos los capítulos muestran una coherencia entre la teoría, el método y el trabajo de campo, aspecto por demás valioso debido a que presentan datos originales que permitirán contrastar y cuestionar las categorías “lectura” y “lector”, formuladas desde las encuestas, mismas que no alcanzan a explicar otras modalidades y soportes de lectura y escritura. El aporte epistemológico y ontológico al cambiar la mirada del destino de los libros —si son leídos o no— hacia las prácticas y significaciones del lector, así como los espacios en donde se lleva a cabo dicha lectura, puede ser también de utilidad para desarrollar políticas culturales y programas de fomento a la lectura acordes con la realidad vivida en cada uno de estos contextos sociales.

Bibliografía citada

Cassany, Daniel, 2005, Literacidad crítica: leer y escribir la ideología, Taller en el IX Simposio Internacional de la Sociedad Española de Didáctica de la Lengua y la Literatura, Logroño, 30 de noviembre de 2005, Disponible en: http://sedll.org/es/admin/ uploads/congresos/ 12/act/10/ Cassany,_D.pdf [consultado en línea el 11 de abril de 2016].

Alejandra Rodríguez Torres
Instituto de Estudios Indígenas-Unach

Notas

1 De acuerdo con Cassany (2005), la literacidad es el conjunto de conocimientos, habilidades, actitudes y valores derivados del uso generalizado, histórico, individual y social del código escrito.

2 Los autores mencionan la creación de todo un lenguaje, principalmente con términos anglófonos, que permite nombrar las prácticas de los booktubers, por ejemplo book haul: videos donde se muestran los libros comprados en un mes y las razones por las cuales los adquirieron, o book tags: videos que tratan de propiciar la interacción con el público, donde se propone discutir un tema, se plantean preguntas al respecto y los seguidores responden con títulos de libros.