Cartografía feminista: una apuesta práctica desde la epistemología de las emociones
Feminist cartography: a practical approach from the epistemology of emotions
DOI: https://doi.org/10.31644/ED.IEI.V21.2024.E02
*Paola Bonavitta ORCiD:0000-0003-4758-4202
*Doctora en Estudios Sociales de América Latina; maestra en Sociología y licenciada en Comunicación Social. Investigadora adjunta de CONICET. Docente de la Universidad Provincial de Córdoba en grado y posgrado, sus líneas de investigación son trabajos de cuidado, masculinidades, y violencias de género. E-mail: paola.bonavitta@gmail.com
RESUMEN
Desde una perspectiva ensayística, este trabajo aborda reflexiones sobre la cartografía feminista, su fuerza de acción, agencia y necesaria politicidad, así como su potencia metodológica. Como herramienta que no se originó en las ciencias sociales, pero que el feminismo ha apropiado para dar cuenta de múltiples violencias, así como para mapear la información que ha sido excluida de las políticas públicas, la cartografía feminista se ha derivado en su uso en los cuerpos de las mujeres y disidencias. Aquí se presentan algunas experiencias vividas a través del mapeo corporal en trabajos territoriales-extensionistas y en talleres áulicos propios en la ciudad de Córdoba, Argentina. Con ese afán, este texto no aborda resultados en sí, sino el recurso metodológico que implica el mapa en los cuerpos-territorios de las mujeres desde una epistemología centrada en las emociones.
Palabras clave:
cartografia feminista, metodologías feministas, emociones intersubjetivas, cuerpos-territorios, mapeo corporal, epistemologia de las emociones.
ABSTRACT
From an essay perspective, this work addresses reflections on feminist cartography, its force of action, agency and necessary politicization, as well as its methodological power. As a tool that did not originate in the social sciences, but that feminism has appropriated to account for multiple forms of violence, as well as to map information that has been excluded from public policies, feminist cartography has been derived from its use on the bodies of women and dissidents. Here, some experiences lived through body mapping in territorial-extensionist work and in classroom workshops in the city of Córdoba, Argentina, are presented. With this aim, this text does not address results per se, but the methodological resources that the map implies in the bodies-territories of women from an epistemology centered on emotions.
Keywords:
Feminist cartography, Feminist methodologies, Intersubjective emotions, Bodies-territories, Body mapping, Epistemology of emotions.
Recibido: 30/03/2024 • Aceptado: 24/06/2024 • Publicado: 07/10/2024
Introducción
Pensar la cartografía desde el cuerpo-territorio
Los mapas son herramientas para la visibilización de situaciones, para el registro de aquello que existe, que está, que ocupa un espacio. Desde los feminismos, estos mapas sirven para visibilizar, registrar y marcar en medio de tanta invisibilidad social y patriarcal. La cartografía nos muestra las silenciadas injusticias y es un recurso poderoso para la articulación política. La geógrafa Céline Jacquin señala que los mapas se pueden leer en sentido profundo: “cualquier mapa me hace sentido de una manera totalmente sensual.Mi reflejo mental es primero imaginarme este espacio. Plasmar sobre él una realidad imaginaria. Cuanto más conozco ese espacio, menos imaginario y más real es” (en Goldsman, 2020:s/n).
Desde la perspectiva de los feminismos, la cartografía y el mapeo se han implementado como estrategias de visibilización. Estas herramientas han permitido, por un lado, registrar feminicidios, violencias y desapariciones forzadas. En primer lugar, la cartografía y el mapeo se convirtieron en recursos de denuncia y visibilidad, permitiendo a los activismos evidenciar y registrar realidades que habían permanecido silenciadas y ocultas. En segundo lugar, ofrecieron una técnica eficaz para documentar lo que ocurre en el cuerpo, incluyendo violencias, abusos, diversas emociones y experiencias relacionadas con diferentes trabajos, entre otros aspectos.Allí, además de visibilizar, incitó a que mujeres y diversidades pudiesen reconocer al cuerpo como su primer territorio.
Las preocupaciones en el mapa se plasman con los temas que afectan de manera desproporcionada a las mujeres, como el acoso sexual y otras formas de violencia sexual en los espacios públicos o los feminicidios y esto puede comprobarse en la propia wiki, que describe cómo agregar a los mapas categorías como clínicas de aborto, máquinas expendedoras de productos sanitarios, lugares para cambiar el pañal de un bebé, así como el alumbrado público. (Goldsman, 2020:s/n)
Herramienta propia de la geografía, el mapeo sirvió a los activismos feministas para iluminar aquellas áreas donde las estadísticas no existen. Los Estados ignoran estadísticas de género; por ejemplo, es solo desde hace muy poco tiempo que existen cifras de femicidios en algunos países. Por tanto, la cartografía ha sido y sigue siendo un recurso que permite mostrar lo que sucede, politizando la realidad.
Históricamente, los mapas fueron diseñados por varones y actuaron como una herramienta militar, de conquista, siendo un recurso táctico y estratégico para invadir y explotar cuerpos y territorios.
¿Qué significado político tiene? Entendamos que el mapa es la base de diagnóstico de planeación y de construcción de escenarios para esos dominios de la planeación territorial, de la arquitectura, de asignación de recursos, equipamiento y servicios. Si todo eso está hecho por hombres entonces falta ahí la representación de las necesidades diferentes y variadas de las mujeres, aportando una perspectiva interseccional: la de las diferentes mujeres. (Jacquin en Goldsman, 2020:s/n)
El mapeo explicita las desigualdades y opresiones de género, permitiendo dibujar las intersecciones que aparecen en nuestro cotidiano, incluso aquellas que no son identificables desde la razón o el análisis. Pero también puede actuar como un contra-mapeo, es decir, como un buscador de soluciones al permitir visibilizar aquello que los Estados no reconocen. Además, facilita el autorregistro corporal y territorial, ofreciendo la posibilidad de plasmar visualmente, en un dibujo o una imagen, eso que sentimos y vivenciamos, sin tener un rumbo claro acerca de dónde o cómo canalizarlo.
En las vidas sin tiempo para sí mismas que llevan las mujeres, la pausa de sentarse a mapear sus cuerpos-territorios/territorios-cuerpos —como sostienen los feminismos comunitarios— se convierte en un tiempo también de autoconocimiento y de reconocimiento de sí mismas. Desde ese lugar, su sola instrumentación termina siendo un ejercicio político, un espacio de reflexión, transformación y autoconocimiento.
En este trabajo se aborda, de manera descriptiva, la cartografía feminista como herramienta metodológica y ejercicio autoconstructivo clave, ya que nos permite registrar vivencias, experiencias, subjetividades y emociones de las personas con las que trabajamos territorialmente. Asimismo, nos permite capturar el mundo y sus espacios desde una perspectiva de género. Nos facilita también el expresar sin usar las palabras, el contactar con los sentidos y dejarnos sorprender por todo eso que pasa en los cuerpos y que ha sido silenciado.
Desde nuestro equipo de trabajo, El Telar,1 utilizamos la cartografía feminista en los encuentros que organizamos con mujeres y en los círculos feministas que realizamos en diferentes territorios. Como creemos que la ciencia objetiva es una falacia positivista, apostamos por epistemologías de los afectos y las emociones, así como por una ciencia comprometida, donde el cuerpo se ve también afectado.
El estudio del afecto en investigaciones feministas es crucial para analizar las rutas afectivas de poder patriarcal y mapear las dimensiones afectivas de estas estructuras con el objetivo de entender cómo los afectos/emociones/sentimientos nos abren a negociaciones de resistencia feminista. (Pedwell y Whitehead, 2012:120)
Este escrito tiene como objetivo reflexionar, desde un enfoque ensayístico, sobre la cartografía feminista, su capacidad de acción y su necesaria politicidad, así como su potencial metodológico. Para presentar algunas experiencias que hemos vivido a través del mapeo corporal con los trabajos territoriales-extensionistas y en talleres áulicos. Con ese afán, este texto no aborda resultados en sí, sino el recurso metodológico que implica el mapa en los cuerpos-territorios de las mujeres. “El proceso de mapeo habilita un espacio de protagonismo, un proceso de rediseño a través del cual podamos reconstruir otras relaciones de género” (Goldsman, 2020).
Se presenta aquí el registro de las cartografías realizadas en el marco de talleres, encuentros y círculos feministas organizados por El Telar. Las temáticas que se han trabajado se vinculan a las violencias patriarcales y los trabajos de cuidado —con sus particulares marcas en los cuerpos feminizados—. Las mujeres que asisten a los talleres tienen entre 20 y 65 años; con ellas sostenemos encuentros desde el año 2018, es decir, existe una confianza ya construida y sostenida, así como lazos afectivos que median el vínculo, trascendiendo una exclusiva relación sujeto-objeto y apostando por re-crear una epistemología afectiva que ponga en el centro el cuidado y las emociones de todas las personas involucradas en el proceso de investigación-acción.
Metodologías vivas y activas desde El Telar
“Consideramos que cualquier propuesta de investigación feminista debe partir de la idea del encuerpamiento ya que buscamos rebatir la tradición científica ‘desencarnada’ y visibilizar el hecho de que hacemos investigación con y desde unos cuerpos concretos” (García y Díaz, 2022:5). Por ello que apuntamos a que todas las metodologías feministas que utilicemos deben abonar al reconocimiento de los cuerpos que conocen, a un saber situado y a una investigación afectada. Hacernos cargo, como investigadoras, de nuestros sentires y pesares, de aquello que nos conmueve durante el proceso, pero también antes y después de este, y que nos sigue movilizando a investigar, no solo como oficio, trabajo o deseo, sino también como compromiso político.
Estas investigaciones, que se conforman como investigación-acción participativa y emplean metodologías vivas, nos permiten aflorar nuestra vulnerabilidad y nuestra afectividad en ese encuentro que se produce en la acción metodológica. Gandarias ha definido la vulner(h)abilidad como “la habilidad de mostrarnos vulnerables como una fortaleza —y no como una debilidad— que nos permite afianzar nuestro compromiso en la construcción de investigaciones feministas” (2014:301).
En la experiencia de investigar se ponen en juego tensiones, razones, sentimientos y afectos. Nadie es neutral al momento de seleccionar el objeto/sujeto de estudio, así como tampoco son neutrales las miradas que tenemos sobre los mismos o los recortes que hacemos. Esa reflexión sobre la selección del tema, la construcción de las categorías de análisis e, incluso, sobre las miradas que vamos teniendo acerca de lo que observamos es, justamente, lo que enriquece nuestras investigaciones. Poder detectar las emociones que se involucran y cómo estas nos afectan es el punto más sólido de las metodologías feministas.
García y Díaz señalan que hay tres compromisos involucrados en las investigaciones:
a) los compromisos afectivos-biográficos, es decir, los determinantes biográficos que determinan que tomemos la decisión de embarcarnos en una investigación y toda la carga afectiva que traemos al proceso de investigación;
b) los compromisos ético-políticos, que dan cuenta de nuestros posicionamientos sobre la sociedad y el objeto de nuestra investigación, así como nuestra aproximación como investigadoras al quehacer investigador contenido en las guías éticas con las que somos observantes;
c) los compromisos pragmáticos que estructuran nuestras prácticas, tales como la fuente de financiación de nuestras investigaciones, las condiciones materiales en las que desarrollamos el trabajo y las ataduras institucionales que nos constriñen. (2022:8)
Estos compromisos son centrales y debemos tener claridad sobre ellos al momento de avanzar en procesos de investigación. Es esencial darnos cuenta del porqué estamos investigando, qué nos moviliza y cuán comprometidas estamos en los procesos de investigación y de acción. También saber reconocer las limitaciones que nos frenan, ya sean institucionales, materiales o incluso disciplinares. Las metodologías vivas y activas reconocen estos puntos y vuelven sobre ellos cuantas veces sea necesario. Es cierto que esto lleva más tiempo; tiempo que involucra el generar confianza, el discutir en equipo las acciones conjuntas, el crear colectivamente las mejores maneras y estrategias de acercarnos y estar en el territorio, y, ante todo, desarrollar la capacidad de ser flexibles: lo que hoy nos resulta interesante, mañana puede no serlo, o, al cambiar de grupo y de territorio, debemos reajustar por completo las técnicas y estrategias de trabajo.
Además, entre las preguntas que siempre debemos hacernos para ejercer vigilancia sobre nosotras mismas están: ¿cómo podemos investigar sin reproducir relaciones coloniales con nuestras participantes? ¿cómo evitar los extractivismos cuando somos conscientes de las relaciones de poder en las que estamos insertas en los procesos de investigación? ¿cómo vincular la investigación con la acción política? ¿cómo hacer que la investigación sea parte activa de nuestras militancias? La vigilancia de nuestras propias prácticas frente a estos interrogantes es una tarea obligada y permanente.
Para Nancy Naples (2003) una metodología reflexiva feminista nos permite ser conscientes de las relaciones desiguales de poder que se reproducen durante el curso de las investigaciones y disminuirlas, pero ello no significa que sea posible erradicarlas. No obstante, es importante no solo el reconocimiento de estas prácticas, sino también comprometernos con la investigación como una herramienta de transformación y acción política. Utilizar esos espacios de poder y/o privilegios para contribuir a la transformación y apostar por la reflexión colectiva y las acciones comunitarias.
Con la propuesta de metodologías vivas, apuntamos a dinamizar un proceso de investigación, a abandonar guiones rígidos y a dejarnos interpelar por el proceso y por las personas. Muchas veces termina sucediendo que, en el marco de los talleres, son las mujeres quienes proponen temáticas a trabajar, o incluso las técnicas a emplear. Al principio, esto generaba algunos desajustes en la propuesta que llevábamos, y fue parte del proceso de investigación aprender a escuchar las demandas, a no imponer temáticas ni estrategias, y a generar conocimiento que realmente sea colectivo. Hacer de la metodología un proceso activo, dinámico y flexible al cual debemos aprender a adaptarnos.
Desde una postura crítica, pero sobre todo reivindicando los activismos feministas, sostenemos que el conocer va de la mano de lo político: conocemos el mundo con un compromiso político con su transformación. Los encuentros siempre apuestan a contribuir a mejorar nuestros mundos y nuestras maneras de vivir, desarmando opresiones y amortiguando desigualdades. Creemos que las ciencias sociales deben comprometerse con la transformación social, económica, política y cultural de su entorno (Villasante, 1998; Jiménez-Domínguez, 1994). Así, una ciencia que recurra a metodologías vivas y activas, así como a un activismo científico, comprometido con la creación de otros mundos posibles, permite no solo la reflexión y el desarme de la idea de “universales”, sino también dar cuenta de un conocimiento del mundo más sensible y certero, basado en un compromiso y una participación activa con el grupo con el cual se investiga, trascendiendo lo exclusivamente teórico.
¿Por qué cartografiar?
Las metodologías feministas en general cuestionan el androcentrismo dominante y ponen en el centro el cuerpo de las mujeres y de las disidencias sexo-genéricas. En el caso de las cartografías, no solamente se trata del registro corporal, sino también del afectivo-emocional de las vivencias de quienes no ocupamos lugares hegemónicos. Históricamente, el campo metodológico ha estado fuertemente centralizado por la epistemología y la metodología positivistas. En ese contexto, las emociones no tenían lugar ni mucho menos eran reconocidas como una forma de comprender el mundo legitimada científicamente. La comunidad científica coincidía en que mente y cuerpo debían separarse y que era la mente quien portaba el saber-poder, sostenida, a su vez, por la visión como el órgano central.
Desde otro lugar —político, ideológico, metodológico, experiencial—, los feminismos populares, comunitarios y descoloniales evidenciaron la imposibilidad de abordar el cuerpo sin reconocer su anclaje en un territorio y, a la inversa, que no se pueden pensar ni contemplar los territorios sin considerar los cuerpos que allí radican, habitándolos. Estos feminismos también se encargaron de dejar en claro que los cuerpos de las mujeres siempre han sido territorios de conquistas en el marco del sistema patriarcal. Desde esta perspectiva, la presencia de la cartografía, como herramienta de conocimiento social y autoconocimiento individual —si es que pudiéramos pensarnos individualmente, sin considerar lo colectivo y las tramas tejidas en la red comunitaria—, se ha vuelto no solo importante, sino también indispensable. ¿Por qué pensar en los cuerpos y recuperar lo que allí se vive? El análisis de los cuerpos es:
Una reflexión relevante cuando existe un interés por la construcción contemporánea de las identidades, por los sentidos de la vida, los proyectos colectivos y las expectativas de desarrollo en un mundo globalizado y asediado por las limitaciones del actual sentido del desarrollo. Para todos nosotros se tornó prioritario discutir sobre el cuerpo, abordándolo en su diversidad de sentidos, como un objeto en construcción, integrando dimensiones que se han interpretado desde distintos campos disciplinarios y temáticos —la salud, las relaciones de género, el territorio—. (Garay-Ariza y Viveros-Vigoya, 1999:18)
Estas fotografías pertenecen a un taller sobre violencias patriarcales. A través de imágenes, palabras y relatos, las mujeres registran las violencias que han vivido y las maneras en que las han experimentado. Además, documentan sus procesos de autocuidado, a partir del reconocimiento de esas marcas tanto en sus cuerpos como en sus vidas en general.
En los talleres feministas hemos aplicado las cartografías en varias ocasiones. Nos han servido para registrar las violencias vividas, pero también las expresiones de resistencia. En los cuerpos se expresa la vida de cada una de nosotras, pero, sobre todo, las formas en la que la hemos experimentado: cada sensación de alegría, de dolor, de resistencia, de furia, de digna rabia.
Nuestros cuerpos dan cuenta de lo que somos, de lo que hemos sido y de lo que hemos atravesado. Cuando somos capaces de verlos y de sentirlos, descubrimos mucho más de lo que es aparente. Están marcados por nuestros recuerdos, nuestras experiencias y por lo que esas experiencias nos han hecho sentir. En el cuerpo aparece nuestra historia. Las mujeres y los sujetos plurales feminizados hemos aprendido a ser para otros, a que nuestros cuerpos no nos pertenezcan pues han sido el primer territorio de conquista, cuerpos expropiados al servicio de otros, expuestos para el deseo, el consumo y el cuidado de los demás.
Como señalan Gloria Garay Ariza y Mara Viveros Vigoya:
Somos cuerpos aplazados, víctimas permanentes de aquello que es siempre más urgente. Aplazamos la charla con una persona amiga para cuando tengamos tiempo, dilatamos la lectura que queremos hacer, las caminatas que tanto disfrutamos, mirar la puesta del sol... Pasan los años y fijamos para un después la fecha de nuestra visita a los nevados o a San Agustín o a cualquier otro lugar deseado. El tiempo transcurre y aún no hemos aprendido a disfrutar de nuestra soledad, cosa que dejamos para luego. Aplazamos incluso ir al baño porque, de lo contrario, se nos hace tarde. (1999:15)
Nuestras emociones parecen no tener lugar en el campo científico; el positivismo lógico determinó que, para lograr la objetividad, era necesario generar y mantener un distanciamiento emocional. Se insistía en que las emociones fueran dejadas de lado: se trataba de ignorarlas y robotizar nuestras miradas para lograr observar desde una neutralidad ficticia.
El primer ejercicio es reconocer ese cuerpo que está ahí, el lugar en el que habitamos. Dibujarlo, crearlo. Muchas veces ocurre en los talleres que los cuerpos que dibujamos no se parecen a los que habitamos. Es tanta la desconexión, la relación de otredad que mantenemos con nuestra propia corporalidad, que nos cuesta reconocernos.
Prestarnos atención a lo que cada parte del cuerpo grita también se vuelve un ejercicio de reflexividad complejo, pues hemos sido socializadas en una separación mente-cuerpo, sumado a la difícil tarea de darnos permiso a sentir.
En los encuentros hemos abordado temas como: los trabajos de cuidado y sus manifestaciones físico-emocionales; las violencias patriarcales en nuestros cuerpos; las violencias sexuales, específicamente; y el cuerpo como autosostén —lugar de fuerza, resistencia y autocuidado—. En los encuentros, se utilizaron dinámicas diversas —meditaciones guiadas, situaciones hipotéticas, ejercicios de encuentro y reconocimiento, imágenes disparadoras— que apuntaron a trabajar los temas antes descritos. Las dinámicas tenían como fin recrear situaciones, re-vivenciarlas para poder tomar consciencia del cuerpo y todo lo que allí se manifestaba a partir de re-experimentar ciertas vivencias con registro de las emociones implicadas.
La epistemología de las emociones apunta justamente a poner en el centro el cuerpo, las vivencias, las emociones, el sentir. ¿Cómo separarnos de aquello que nos sucede internamente y que, en gran medida, determina nuestras acciones, decisiones e incluso nuestro quehacer científico? Como señalan García-Dauder y Ruiz-Trejo: “¿Podemos asegurar que nuestros datos no afecten nuestros sentimientos? No sólo la subjetividad y las emociones de quien investiga afectan al proceso de investigación, sino que también la investigadora se ve afectada por dicho proceso” (2021:24).
Asimismo, para García-Dauder y Ruiz-Trejo, considerar las emociones en el proceso de investigación puede favorecer el desarrollo de investigaciones más sanadoras y seguras (2021:27) tanto para quienes investigamos como para quienes, de alguna manera, se convierten en sujetas de estudio. Además, esto permite que la investigación deje de ser un recurso extractivista para indagar sobre el mundo y pasar a reconocernos como parte de ese mundo a conocer.
Como bien apunta Despret, multiplicar los mundos puede hacer más habitable el nuestro, y esta es una demanda crucial para quienes investigamos: “Crear mundos más habitables sería entonces buscar cómo honrar las maneras de habitar, inventaría lo que los territorios implican y crean como maneras de ser, como maneras de hacer” (2022:35). Cuando logramos unir el pensar y el sentir, nuestro mundo se convierte en algo más habitable e íntegro, pues podemos incorporar la totalidad de quienes somos.
Sentidos que se ponen en juego: ¿cómo mapeamos las violencias y desigualdades de género?
La cartografía feminista nos permite dar luz a aquello que permanece en las sombras, desde un lugar amoroso y creativo, con la intención de construir y ampliar las miradas:
Iluminar una situación a través de las luces que ofrece un otro, es un gesto que debe incumbir a la estética y a la creación. Esto exige gusto, curiosidad, tacto y un poco de mala fe ... se trata de hacerlo con atención, de cuidar las relaciones que se crearon, de saber que se pone en práctica una mala fe que pretende que lo que insistía en la diferencia no insistía lo suficiente. en pocas palabras, velar por que aquello que ilumina una situación bajo una claridad nueva, no aplaste todo bajo la luz de la explicación. Que nos dé pequeñas lamparitas. (Despret, 2022:44)
Uno de los trabajos cartográficos más comunes que más realizamos en los territorios es el de los mapas de las violencias patriarcales y desigualdades de género que hemos vivido las mujeres a lo largo de nuestras biografías. Trabajamos en grupos, con calma, y explicando detalladamente el proceso antes de comenzar.
En los ejercicios de cartografía y registro de las emociones, siempre empezamos por respirar. Cerrar los ojos, enfocarnos en nuestra respiración, lo que nos permite volver al cuerpo, conectar la mente a nuestros cuerpos y a un verdadero estar presentes. Mientras el sistema capitalista demanda productividad constante y proactividad permanente, para mapear los cuerpos y sentires necesitamos pausar, frenarnos y sentir cómo en el movimiento de inhalación y exhalación se sostiene la vida.
Los ojos cerrados nos permiten quitarle primacía al órgano de la visión, ese que generalmente domina la percepción. Al apartarnos de la vista como la única manera de conocer el mundo, podemos prestar atención al resto del cuerpo. Para la cartografía, es fundamental poder sentir y tomar contacto con las sensaciones, registrarlas y saber en qué lugar del cuerpo las ubicamos.
Respirar, bajar la intensidad y volver a la presencia, sentir los olores que nos rodean, sentir nuestros propios olores, nuestra piel, nuestro latido. Volver al centro y una vez que estamos allí, cómodas, recostadas en el piso o sentadas, con ojos cerrados y respirando profundo, nos enfocamos. Cuando hemos podido distender el cuerpo, comenzamos a enumerar situaciones cotidianas que implican violencias patriarcales o desigualdades de género. Una de las compañeras las lee, de forma pausada para facilitar la comprensión y animar a la escucha activa. Las demás, mientras respiran, registran en su cuerpo dónde sienten esas vivencias y qué emociones se presentan. Hay silencio en el espacio, cada situación que se lee es sentida en lo profundo y eso se respira. El ambiente facilita y predispone. Este es un clima propicio, además, para la confianza: el estar con los ojos cerrados en compañía de las compañeras es una especie de señal de familiaridad; convivir en los silencios es un arte y una muestra de entrega mutua.
Se enumeran situaciones, y entre una y otra se deja tiempo para la pausa, para sentir; se solicita además ese registro por parte de quien guía la actividad: ¿qué siento? ¿cómo lo siento? ¿dónde lo siento? La situación hipotética, aunque familiar, debe poder sentirse. Las compañeras comparten que ante la escucha llegan recuerdos, imágenes de experiencias propias o de personas cercanas y queridas. A veces, sucede que la imagen aparece porque, aunque no la hayan vivido, saben que podrían atravesarla.
Algunas de las experiencias narradas en voz alta han sido: “entro a un recital, me palpa un policía varón, me toca, me mira fijo a los ojos”; “estoy en la consulta ginecológica y la doctora me coloca el espéculo bruscamente, sin previo aviso”; “voy viajando en el colectivo, se sienta un hombre al lado mío y me toca la pierna y me mira fijo”; “atravieso una plaza a las 22 hrs., está bastante oscuro, siento pasos detrás que me siguen, comienzo a apurar el paso, la persona de atrás también, pasa por al lado mío: era una mujer”; “estoy teniendo un orgasmo con mi pareja”; “me siento con mi mamá a tomar mate y contarle lo que anoche me sucedió en la estación de bus”, entre muchas otras.
Una vez que terminan de narrarse las situaciones, volvemos a respirar profundamente, a reconectar con el presente, con el cuerpo en el estado en el que ha quedado. Desde ese estar situada en lo profundo, pero también alerta, abrimos los ojos. Nos encontramos en las miradas de quienes vivieron lo mismo, con el deseo de poner en común y compartir las sensaciones. Y así, en ese estar-siendo-sintiendo, nos agrupamos y comenzamos a dibujar el mapa que registra el ejercicio y la experiencia de las violencias patriarcales y las desigualdades de género.
Ese papel en blanco se vuelve nuestro territorio, un espacio donde asentar nuestros cuerpos atravesados por los relatos, las memorias y las experiencias, incluso aquellas que no fueron pero que podrían ser. Cada una pudo sentirse en el cuerpo debido a la proximidad, a lo cotidiano y a la marca de un sistema patriarcal que nos violenta y nos asusta.
No cabe duda que sobre el cuerpo queda impreso lo que ocurre en los territorios: la tristeza por la explotación, la angustia por la contaminación, pero también hay alegría en nuestro corazón por estar construyendo otros mundos pese a tanta violencia. (Colectivo Miradas Críticas del Territorio desde el Feminismo, 2017:7)
“Discutir colectivamente sobre las emociones en una investigación puede tener un rol catártico, de desahogo, sin la sensación de soledad que acompaña a muchas”, apuntan García-Dauder y Ruiz-Trejo (2021). Allí, reunidas en grupo, se trata de apostar a esa expresión de los sentidos vividos: “Investigar acerca del afecto es vivir el afecto” (Chirix, 2003:35). La cartografía nos recuerda que esos afectos y afecciones se hacen presentes no solo desde la experiencia directa, sino también desde el recuerdo de la experiencia, la memoria que nos permite revivir aquello que nos dañó, que nos dio temor o que, incluso, nos sanó. Así, en comunidad, se plasma el cuerpo en el papel, permitiéndonos verlo y vernos, registrando los puntos de dolor, de resistencia, de alegría y de temor. Y es a partir de esos sentires puestos en común y conversados que surgen las reflexiones de lo vivido.
Es interesante destacar que en las cartografías rara vez se registra la cabeza: todos esos sentires se plasman en el resto del cuerpo —estómago, corazón, manos, pelvis, hombros y espalda, sobre todo—, pero la mente, a la que desde el saber-poder colonial se le ha otorgado tanta autoridad, sufre una especie de borramiento en el mapeo sobre las violencias patriarcales.
Se utilizan colores diferenciados, dibujos y rayas; se marcan las partes del cuerpo que quedaron más sensibles, que sostuvieron la rabia, la tristeza, el amor, el miedo. Surgen preguntas en el andar: ¿qué cuerpos dibujamos? ¿se parecen a nuestros cuerpos? ¿qué colores usamos y qué cargas simbólicas les atribuimos? ¿ponemos rostros a esos cuerpos? ¿en qué partes del cuerpo alojamos la inseguridad, la rabia, el enojo o la tristeza? ¿son los mismos lugares en los que habitan la alegría, el placer, la calma?
Habitar las incomodidades, ponerlas en palabras, dibujarlas y dejarlas asentadas, es por sí mismo un acto sanador. El mapa se crea con otras, y con otras se comparte lo vivido. La cercanía y la lejanía de las experiencias narradas, así como las transformaciones que cada una ha sentido desde que comenzaron los talleres, los encuentros y los círculos feministas, se hacen evidentes en este proceso colectivo.
En el encuentro y la construcción colectiva surge una herramienta poderosa para iniciar procesos sanadores. En medio de una sociedad patriarcal, estar con otras, abrirse a la escucha y a la comunicación, se convierte en un acto de contención, amor y ternura:
Mirarnos, escucharnos, sentir las opresiones que nos cruzan los cuerpos, y sentir también la sanación. Cuestionamos mucho la racionalidad feminista, tan naturalizada en muchas teorías. Estamos trayendo otra propuesta: sentipensar la vida … todas las somatizaciones, los dolores, las enfermedades que nos cruzan el cuerpo están concatenados con historias de opresión, y decodificarlas desde nuestras formas y prácticas ancestrales es vital. (Cabnal, 2023:s/n)
Los cuerpos se ven atravesados por trazos, frases, símbolos o emociones plasmadas en dibujo. Este proceso permite ampliar las reflexiones y romper con las naturalizaciones propias del sentido común. Cada zona del cuerpo se convierte en un pilar posible de una experiencia particular que, a su vez, se construye y contempla colectivamente. El mapa expresa el sentir colectivo; en sus imágenes se registra lo que se es, lo que son, lo que somos. La cartografía, como hemos visto, también permite construir comunidad.
Según señala Lorena Cabnal, la sanación es un proceso siempre colectivo que siempre se realiza con otras, en encuentro:
Partimos de que la sanación es un proceso personal político y consciente que se hace comunal, no creemos en la sanación individual. Venimos de una lucha hegemónica muy individualista del mundo occidental. Claro, hay momentos en que los abordajes van a ocupar la dimensión personal. Para nosotras un nombramiento muy ancestral es traer la relación del tú soy yo y del yo soy tú. En la medida que tú vas fortaleciendo, tú vas sanando, tú también sanas mis relaciones contigo y sanamos ambas y sanando ambas nos hacemos fuertes en este camino. (Cabnal, 2023:s/n)
En los talleres, a menudo acuden participantes quienes no se conocen entre sí o que lo hacen superficialmente. Sin embargo, al re-vivenciar a partir de los relatos situaciones de violencias que han vivido en sus cuerpos, o que han atravesado sus amigas, hermanas, madres o tías, aparece cierta complicidad que les facilita verse desde nuevos lugares, construir un mapa compartido y pensar en historias comunes.
Al utilizar el mapeo corporal, lo más importante no es el resultado, sino el proceso: un recorrido en el que nos hacemos preguntas, nos entregamos a un sentir incierto y compartimos sin tener la certeza de las respuestas. Se trata simplemente de un compartir, un dibujar el sentir, con todo lo imprevisible que ello conlleva.
Pensar en sanar va más allá de una afección psico-emocional o de cualquier proceso de autocuidado individualista y solitario. “La sanación es mucho más allá que verla solo desde un autocuidado despolitizado o muy mercantilizado ahora, transciende del autocuidado a una sanación política comunal, que eso nos sostiene” (Cabnal, 2023:s/n).
Las emociones en el centro
En cada taller, las emociones se enfocan como un lugar inevitable al cual se arriba sin esfuerzo alguno. Cada encuentro sostenido en el tiempo va fomentando la confianza entre las mujeres: ya no son desconocidas, y la proximidad facilita el compartir y la apertura sensible a la escucha de la otra.
En estas investigaciones-acciones participativas, donde la militancia es clave, las investigadoras también ponemos el cuerpo y el sentir. El dualismo cartesiano queda en el olvido, apostando por un encuentro que rompa esquemas, aborda una mirada amplia y practica una praxis política. Siguiendo nuevamente a García-Dauder y Ruiz-Trejo:
Usamos el término “emociones” en un sentido amplio que no distingue entre emociones, sentimientos o afectos. No obstante, sí defendemos el carácter social de las emociones, se generan en contextos intersubjetivos y en comunidades; y, como ha subrayado la teoría feminista, son políticas. Pero, además, las emociones son herramientas cognitivas fundamentales para identificar relaciones de poder en los procesos de investigación (atravesadas por el género, la clase social, la raza, la edad o la orientación sexual de quien investiga, de los participantes, de los miembros de un equipo de investigación, etc.). (2021:25)
Las emociones, cuando aparecen en un proceso de investigación militante y político, brindan la posibilidad de transformación, politizando en el sentido de que abren el diálogo, el encuentro, y la posibilidad de revolucionar una vivencia violenta y transformarla en un acto de sanación colectiva.
Ningún cambio es posible si no se aborda desde lo afectivo, considerando intersubjetivamente cómo nos sentimos las partes involucradas. Poner en el centro los afectos, el sentir y las emociones, nos termina acercando; lejos de romper la posibilidad de hacer ciencia, nos permite construir una mirada más real sobre las sujetas en cuestión.
En la cartografía, emergen emociones clave, especialmente la rabia, el miedo y la alegría. A medida que las vivencias se comparten y los diálogos fluyen a través de todas, aparece la rabia centralizada en la panza, en el corazón, en las manos y en los brazos. El enojo, la furia, el color rojo. El miedo, por su parte, se mapea en todo el cuerpo, como la emoción invasiva que es, que no deja espacio a ninguna otra. El miedo a vivir de nuevo alguna de las violencias patriarcales narradas, el miedo a no poder hacer nada frente a esas violencias, el miedo a recordar lo que ya se vivió.
La alegría, equiparable al miedo, también se siente en todo el cuerpo cuando se narran experiencias de unión con otras, de tribu, de acercamiento. Es allí donde se congelan las otras emociones y aparece en el centro la alegría no saberse solas. “Cuando aparece la imagen de la marcha feminista, eso me hizo sentir alegría, contención”, expresaban en los talleres. “Cuando me visualicé tomando mates con mi mamá, sentí alegría y calma, después de tantas imágenes violentas”, señalaron.
Comprender estas emociones y cómo se atraviesan y vivencian contribuye al desarrollo del conocimiento en ciencias sociales. “El conocimiento no es algo objetivo y ajeno a nuestros propios cuerpos, experiencias o emociones; es algo creado desde nuestras emociones y no solo desde nuestra cognición o intelecto” (Game en Hubbard, Backett-Milburn y Kemmer, 2001:126). Además, el intercambio de experiencias sobre las violencias patriarcales y las estrategias de supervivencia frente a ellas, el diálogo en común y la comunicación entendida en su acepción original de común-unión, puede ayudar a afrontar emociones negativas, permitiendo la sanación comunitaria y gestando microacciones políticas transformadoras de la realidad.
Talleres realizados sobre violencias patriarcales y cartografía feminista
No obstante, también surgen cuestiones que nos colocan en ciertos dilemas éticos. Abordando la “ética de la empatía”, Janet Holland (2007) señala que una mujer feminista, al mostrar empatía hacia las participantes, puede conseguir confianza y explorar emociones y experiencias íntimas. Sin embargo, esto también puede provocar que la entrevistada revele cosas que preferiría haber callado. En este punto, se ingresa a un terreno confuso donde es esencial saber acompañar. Por ello, creemos en la importancia de la investigación activista, que sostenga en el tiempo los encuentros, las transformaciones, las narrativas.
Aranguren Romero (2008) resalta la importancia de considerar una “ética de la escucha”, siendo capaces de contener con el cuerpo, la presencia, pero, sobre todo, con una escucha atenta y comprensiva, independientemente del tiempo que esto lleve. Esto es crucial en investigaciones que abordan testimonios de experiencias y dolores límite, como es el caso de algunas violencias patriarcales —abusos sexuales, violencias sexuales o violencias físicas—. En una ocasión, una de las investigadoras compartió su experiencia de violencia sexual, lo cual resultó ser muy sanador para todo el grupo. Una de las mujeres comentó: “Nosotras pensábamos que a las chicas como vos no les pasaban estas cosas, que eso sucedía a las mujeres pobres como nosotras”. Así, de una experiencia cruel, dura, surge una posible unión, una sanación colectiva que afecta no solo a quien la pone en palabras, sino también a quien escucha y resuena con esa vivencia.
Todo ello también forja en las investigadoras feministas —y, sobre todo, en las investigadoras jóvenes— múltiples enseñanzas: nos obliga a una ciencia más comprometida con la humanidad, más cuidadosa de las personas con las que nos encontramos, menos extractivista y más sensible. Todo ello no puede sino mejorar el quehacer científico. Muchas investigaciones en ciencias sociales parten de la incomodidad (Ahmed, 2015): problematizamos en una investigación lo que está problematizado en nuestra vida cotidiana. El feminismo necesita concebir maneras no patriarcales de posicionarse frente al mundo; y, en el ámbito de la ciencia, también emerge la necesidad de crear otras formas posibles.
Reflexiones finales
Cuando logramos comprender al cuerpo como territorio y, a su vez, al territorio como cuerpo, es cuando conseguimos integrar la mirada, ampliarla y, en cierta forma, apropiarnos de ese espacio que siempre nos resultó ajeno. Desde la colonización, los cuerpos de las mujeres han sido territorios de conquista, disputa y apropiación. Han sido cuerpos sin valor, sobre los cuales los varones blancos, principalmente, podían hacer lo que quisieran. Reconocer entonces la memoria ancestral de las violencias que nuestros cuerpos han soportado, las cuales habitan en nuestro inconsciente colectivo, en lo aprehendido y transmitido, sumado a las múltiples violencias patriarcales que nos recorren diariamente y nos afectan la vida, es ya en sí mismo un acto político de transformación y sanación. Y si, además, ese movimiento es compartido con otras, la sanación se vuelve colectiva.
La cartografía feminista en los talleres que hemos realizado nos permitió encontrar la convergencia entre el sentir, el pensar y el corporalizar. Nos permitió enraizar y recorrer en nuestros cuerpos las huellas y las marcas que nos habitan en silencio. Nos permitió decir sin necesidad de hablar, y visibilizar de una manera imponente. En estos talleres, la cartografía actuó de forma clara: a veces, mapear es más sencillo que poner en palabras; una imagen es síntesis cuando el dolor es tan grande que no se expresa oralmente.
El cuerpo-territorio apareció en los encuentros como un dispositivo de construcción de conocimientos recuperados a través de la memoria —individual y colectiva— a través del registro de la experiencia, los sentidos, y la percepción-emoción. Allí aparece aquello que no fue alcanzado con la palabra, que nos conecta, a su vez, con la imaginación política y la acción activista, apostando por la construcción de subjetividades críticas desde una epistemología de las emociones que nos aleja de cualquier búsqueda de neutralidad.
Como dimensión de análisis, la cartografía feminista nos facilitó el crear comunidad, el sostener y profundizar la confianza entre las mujeres, así como construir tramas de sentidos compartidos a partir del intercambio de emociones, experiencias y prácticas. Las vivencias, leídas desde una afectación permanente y crítica, permiten elaborar diagnósticos y sentidos colectivos.
Desde las metodologías feministas, mapear el cuerpo implica volver a nuestro territorio-cuerpo, significa apropiarnos de quienes somos y de lo que vivimos, sin que nadie más hable por nuestras emociones y sentires. Es también una manera de apropiarnos de nuestras vivencias, situaciones, resistencias y dolores y dejar un registro: “El proceso de cartografía participativa tiene el propósito de desafiar ese monopolio de visualización, clasificación y apropiación del territorio, haciendo asequibles los mapas como herramienta de documentación no oficial que permite hacer visibles o dar mayor importancia a los temas o características excluidos o minimizados por los mapas” (Marchese, 2021).
En nuestros encuentros, el mapeo nos permitió además visibilizar las violencias patriarcales como violencias estructurales y no como casos individuales, aislados o particulares. Esto teje comunidad, un tejido sólido entre mujeres que hicieron visible lo vivido, hacia las demás e incluso hacia ellas mismas, al compartirlo y ponerlo en común, con la intención de crear y proponer formas colectivas y transformadoras de lucha contra la erradicación de las violencias patriarcales.
La cartografía nos permitió narrar en primera persona y al mismo tiempo darnos cuenta de que las experiencias son compartidas, que muchas habían pasado por lo mismo y que, al colectivizarlas y ponerlas en común, las implicaciones fueron transformadoras y sanadoras. Al reconocer además nuestras emociones, nuestra sensibilidad, se pueden tejer cuidados y sostener resistencias.
Bibliografía
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Notas
1 El Telar es una comunidad feminista, un equipo de investigación-acción participativa radicado en el Centro de Investigaciones de la Facultad de Filosofía y Humanidades y en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Córdoba. También somos una asociación civil que tiene como objeto la educación feminista y popular. Desde El Telar organizamos encuentros con grupos de mujeres y disidencias en los que apostamos a diferentes herramientas propias de la educación popular feminista y las metodologías participativas.