Diana Mariscal (1949-2013)

De chica gogó a musa de cine experimental en México

 

Diana Mariscal (1949-2013)

From go-go girl to muse of experimental cinema in Mexico

Doi: 10.31644/ED.IEI.V21.2024.IM01

* Tina French

* (Florentine French Olivera) es una actriz mexicana-estadounidense de teatro, cine y televisión que está activa desde 1959, ha aparecido en decenas de películas, como “Alucarda, la hija de las tinieblas”, así como en innumerables obras de teatro. Además de participar en la escena de cine experimental mexicano, ha traducido guiones cinematográficos para superproducciones hollywoodenses y también ha realizado traducciones de importantes obras teatrales al español. E-mail: tinitafrench@gmail.com

RESUMEN

Conocí a Diana Mariscal en Ciudad de México en el emblemático año de 1968 durante la obra de teatro “El Rey se muere” de Eugène Ionesco, dirigida por Alexandro Jodorowsky. Nos reencontramos en 1970 cuando ella audicionó para otra obra teatral del gran Juan José Gurrola, con quien se casó poco después. Diana tenía muchas particularidades, entre ellas una capacidad única de leer la mente de las personas; nos volvimos íntimas amigas, compartiendo momentos creativos en su casa de la Colonia Roma y durante la efervescencia del cine experimental en México. Participó en películas independientes y obras de teatro, y tuvo relaciones con figuras notables del arte del México de la época. Su vida estuvo enmarcada por su genialidad así como su fragilidad emocional, culminando en un trágico accidente. Su memoria, legado artístico y su espíritu etéreo permanecen en la memoria del tiempo.

Palabras clave:

década de los setenta, década de los sesenta, actrices de México, cantantes mexicanas, Diana Mariscal, cine mexicano contemporáneo, cine experimental latinoamericano.

ABSTRACT

I met Diana Mariscal in Mexico City in the emblematic year of 1968 during the play “Exit the King” by Eugène Ionesco, directed by Alexandro Jodorowsky. We met again in 1970 when she auditioned for another play by the great Juan José Gurrola, whom she married shortly after. Diana had many peculiarities, among them a unique ability to read people’s minds; we became close friends, sharing creative moments in her house in Colonia Roma and during the effervescence of experimental cinema in Mexico. She participated in independent films and plays, and had relationships with notable art figures in Mexico at the time. Her life was framed by her genius as well as her emotional fragility, culminating in a tragic accident. Her memory, artistic legacy and ethereal spirit, remain within the memory of time.

Keywords:

Decade of the seventies, Decade of the sixties, Mexican actresses, Mexican singers, Diana Mariscal, Contemporary Mexican cinema, Latin American experimental cinema.

Recibido: 15/05/2024  •  Aceptado: 31/05/2024  •  Publicado: 20/06/2024

In Memoriam

En el año de 1968 conocí a Diana Mariscal (antes Graciela Guillermina Mariscal Romero), en el escenario del Teatro Hidalgo, donde se presentaba la obra teatral “El rey se muere”, de Eugène Ionesco. Don Ignacio López Tarso interpretaba al rey Berengo Primero, quien no quería morir; doña María Teresa Rivas encarnaba a la severa reina Margarita, quien insistía en que se fuera preparando para ello; Martha Navarro, como la guapa reina María, le aseguraba que su amor lo salvaría; Héctor Ortega, el médico, entre ave de rapiña y científico escéptico; Víctor Eberg como el alabardero con malas noticias y Diana Mariscal como Julieta, la sirvienta/enfermera del rey en una corte en ruinas.1

Yo era la asistente de dirección de Alexandro Jodorowsky y la suplente de todas las actrices. Me encantaba una escena en particular, donde Diana, como la sirvienta, una pequeña y frágil muñequita de blanca porcelana, entraba de puntitas, empujando al rey moribundo en su silla de ruedas. Se colocaban en el centro del teatro, bajo la luz cenital. El rey ansiaba disfrutar hasta la última migaja de su existencia, mientras su cuidadora, quien se encontraba en el polo opuesto, con mucha gracia afirmaba detestar cada momento de hastío y trabajo que le había tocado vivir. Humor negro, teatro del absurdo, con la escenografía surrealista y onírica de Leonora Carrington.

-“Cuéntame tu vida”, le decía el rey,

esperanzado.

-Uf, mi vida es de lo más aburrida del mundo. Desde que amanece hasta que se pone el sol.

-¿Ves el amanecer? ¿Todos los días?

¡Qué maravilla! ¿Y luego?

-Pues nada, tengo que barrer todo

el castillo.

-Barres, ves el polvo danzando bajo

los rayos del sol. ¿Qué más?

-Tengo que bajar al río y traer agua para trapear, qué lata.

-Bajas al río, ves el agua, la tocas, ¡qué extraordinario! ¿Y después?

-A pelar papas, zanahorias para hacer el puchero del rey…

-¡Pelas las papas! ¡Las zanahorias! ¿Haces mi puchero? Fantástico.

Al público le fascinaba la escena. Amor por la vida que se va y cómico desprecio hacia la vida que más bien se debería apreciar. Al parecer nada que ver con la “vida real”, puesto que Diana estaba en la cúspide de su fama.

Afiche de la obra de teatro: El Rey se muere, México 1968 archivo de Rodrigo Díaz López.

Nos volvimos a encontrar en 1970, cuando ella llegó a audicionar para hacer el papel del Ángel/Nube/Alpha, en la obra “Tema y Variación. En busca de la mujer en tres actos”, que dirigía Juan José Gurrola en el Teatro del Zócalo. Diana empezó a leer el texto de “Alpha, la amiga de las personalidades”, de Robert Musil, pero, lo que era singular y muy simpático, era que también leía y actuaba todas las acotaciones de la escena con mucho sentimiento. Gurrola quedó flechado por este Ángel y terminó por casarse con ella poco tiempo después.

Un recuerdo curioso que yo tenía olvidado: una tarde, antes del ensayo, la invité a tomar un café a la terraza del Hotel Majestic con vista al Zócalo capitalino. Con la mirada en la Catedral, Diana lanzaba el humo de su cigarrillo hacia las nubes y comentó: “Yo siento que viví aquí hace muchos siglos, sabes. Primero fui un gato de ojos verdes, y después un monje. Un monje muy guapo, que era rebelde y me quemaron en la hoguera. Todo se quemó, menos mi corazón”. 

Martha Navarro, Ignacio López Tarzo, Hector Ortega, Diana Mariscal en “El Rey se muere” de Eugène Ionesco. Escenografía y vestuario de Leonora Carrington. Teatro Jesús Urueta, 1968. (Archivo A.J.)       

Nos hicimos íntimas amigas desde que nos conocimos. Me fascinaba ir a su antigua casona en la calle de Colima 315 en la icónica colonia Roma, donde yo siempre era bienvenida a comer en la larga mesa presidida por don Héctor, su padre aviador, y su hermosísima y misteriosa madre Graciela, una gran artista plástica y poeta, quien, en sus propias palabras, se consideraba como: “Un alma habitada por distintas mujeres en el encuentro de mundos ocultos, atrapadas en un eterno tiempo del recuerdo”.

Diana tenía una amplia habitación en la parte superior de la casa, subiendo por unas largas y estrechas escaleritas que pasaban primero por el cuarto de las nanas que la cuidaron desde bebé. Frente al aposento de las nanas estaba el baño de azulejos con una antigua tina y el espejo donde Diana se reflejaba al infinito mientras se dedicaba al diario ritual de arreglarse meticulosamente, aunque no fuera a salir a ninguna parte. Sostenía con su mano derecha una barra de hielo que pasaba por su rostro mientras recitaba oraciones matutinas a Dios, o a los duendes traviesos y amigos imaginarios. La puerta que llevaba a su recámara era como de princesa, enmarcada con finísima madera tallada.

Ahí solíamos pasar las horas, donde poníamos sus discos y ella cantaba y bailaba e insistía que yo la imitara, lo cual la hacía morir de la risa.  A veces me llegaba a inquietar porque tenía la extraña capacidad de leer la mente de las personas. Sabía lo que me pasaba y era excelente para dar consejos a los demás, aunque finalmente nunca supo dárselos a sí misma cuando la invadía su lado oscuro y se hundía en un pozo de angustia sin fondo.

Portada del programa de mano de Tema y Variación, en busca de la mujer en tres actos, 1970.

Diana Mariscal y Graciela Romero Erazo, fotografía por Adolfo Patiño Torres, 1976

Nos gustaba bajar al estudio de su madre Graciela para ver cómo pintaba sus cuadros, muchos de los cuales tenían a Diana como modelo involuntario. Mientras ambas fumaban y bebían taza tras taza de café, y Diana consumía tamarindos, nos entregábamos a un juego de palabras bastante inusual. Se trataba de que la primera de nosotras iniciara con una frase equis, la segunda la repetía, añadiendo otra frase, y la tercera continuaba, como por ejemplo:

Diana: Los ojos son manos que

no se lavan…

Tina: Los ojos son manos que

no se lavan en toda la vida…

Graciela: Los ojos son manos

que no se lavan en toda la vida,

por eso conservan la sucia

costumbre…

Diana: ...de tocarlo todo. A veces

quisiera quemármelos…

Tina: …arrancármelos, para que

libres de toda mácula…

Graciela: … ya sólo conservasen

tu imagen.

Vivimos juntas otra etapa muy creativa y divertida… la del Cine Súper 8. Las dos participábamos en esta corriente de cine independiente en México, que incluía a jóvenes directores como Gabriel Retes, Alfredo Gurrola, Alfredo Robert, Diego López y muchos más, por el solo gozo de hacer cine y ser quien se llevara el Diploma de Ganador del Concurso de Cine Experimental firmado por el mismísimo Luis Buñuel. A Diana le tocó colaborar de manera brillante en cintas como “Todos los caminos van a anexas” (Sergio García, 1971), “Recuerdos de una flor” (Roberto D’Luna, 1972), y “Qué tiempos aquellos” (Sergio García, 1973).2

Diana tuvo muchos admiradores y pretendientes a lo largo de su vida, de la talla de Juan José Arreola, quien le dedicaba poemas y versos de enamorado a la menor provocación. Entre ellos: “Los abismos atraen. Yo vivo a la orilla de tu alma. Inclinado hacia ti, sondeo tus pensamientos, indago el germen de tus actos”.3 En algún momento, este célebre poeta, conocido como “El Unicornio de Zapotlán”, pidió su mano en matrimonio. Diana no se casó con él, pero sí se casó tres veces: primero, con el multifacético maestro Juan José Gurrola, después con el apuesto pintor, muralista y poeta Julio Carrasco Bretón, figura impresionante con su look de bohemio, su bigote a la Dalí y su innegable talento como artista, y por último con el actor y maestro de doblaje César Izaguirre.

Juan José Gurrola, Diana Mariscal y Graciela Romero, Acapulco 1970

Happening neuroatonal en el bar Las musas, 1970. Diana Mariscal y al fondo Juan José Gurrola con ojos vendados tocando el órgano

Etapa brillante la de Diana en el Grupo de Música Neuroatonal con su entonces marido Juan José Gurrola en el Café Las Musas del Centro Histórico de la Ciudad de México, acompañados de Víctor Fosado, Pancho Archer, Francisco Fierro y Ofelia Medina. La relación de Diana con Gurrola “El Escorpión en Ascendente”, era dionisíaca, insólita, irreverente. Una obsesión por el eros, la ensoñación, desarraigo de lo inusual, entrega sublime a la genialidad, destellos como relámpagos de belleza en su vida. Ella era la eterna musa, la cómplice, inspiración al arte, a la poesía vibromental de Gurrola, quien le dedicó lo siguiente: “Dentro de ella, como el mundo en verdad está en el centro de la tierra, respiraron por fin aquellos que nunca habían agradecido un favor. Ahí, fue inmediatamente reconocida. Ahí la larga fila de pensamientos en blanco y la necesidad de amar no fue necesitada”. Mientras tanto, Diana decía de sí misma: “Yo soy en cada nivel algo distinto, siendo la misma. Soy el verbo encarnado. En el juego de la vida, en algún momento me tocó el papel de actuar”.4

Fue en ese tiempo que vino a México el dramaturgo Eugène Ionesco, quien deseaba conocer en persona a “Lis”5 y fue a ver a Diana a Las Musas. Esto no le pareció al maestro Gurrola, quien prácticamente lo retó a duelo. Para Diana, la memoria de su participación en la controvertida cinta “Fando y Lis”, donde prácticamente era una santa que se dejó arrastrar por las piedras por Sergio Kleiner (Fando), quien abogaba para que se le pusiera una debida protección, la marcó profundamente, sacudiendo su frágil estado emocional y mental por el resto de su vida.

Fue alrededor de esa época en que el hermano de Gurrola, Alfredo, la eligió actriz protagónica en su película de tesis para el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos (CUEC). La cinta, “Descenso del país de la noche” (1974), filmada en la famosa casona de Colima, cuyo relato era oscuro y luminoso a la vez, mostraba a Diana como un etéreo espíritu que ya no era de este mundo, rodeada de personajes misteriosos y enigmáticos, representados por artistas como la gran Tamara Garina, Salvador Garcini, Wolf Ruvinskis, Rosa Furman, Graciela Romero Erazo de Mariscal, Julio Carrasco Bretón, Luis de León y Alfonso Graff. Las nanas, grandes actrices: Queta Carrasco, María Elena Orendain y Elena Cañedo. Y yo, quien hice el papel de un joven enamorado de la Niña Chello (Diana) y también le presté mi voz a Diana cuando ella cayó enferma y había que grabar la voz de su personaje en off.

Fotograma de la película: El descenso del país de la noche. 1974

Proyección de la película: El descenso del país de la noche. Casa Nazimova, San Cristóbal de Las Casas.

Close up, la niña Chello (Diana Mariscal), fotograma de la película: El descenso del país de la noche.

No había visto la película desde su estreno en 1974, y volver a verla hace algunos días en una proyección especial en San Cristóbal de Las Casas en la terraza de Casa Nazimova me sacudió de tal manera que entré en una crisis de llanto al ver a mi amiga tan vulnerable y escuchar mi voz dentro de ese cuerpo etéreo y su alma lastimada.

Después de filmar esa película nos perdimos la pista, cada una siguió por su propio camino, hasta que fui a visitarla un día a la casa que habían construido sus papás en Zacualpan de Amilpas, como terapia para recuperar la calma del árbol y el río imaginario de su infancia. Esa etapa de su vida en el apacible pueblo de Morelos parece haber sido bastante feliz para ella: solía reunir a los jóvenes y niños en el centro del pueblo para que la vieran bailar y cantar sus éxitos como: “Con chicos como tú”, “Fresas con miel”, “Pícolo, pícolo”, “El cine” y “Aquí y allá”, además de las famosas rolas de Angélica María que tanto le gustaban, como: “Eddy Eddy” y “Johnny el Enojón”. A los chavos del pueblo les encantaba escuchar sus memorias de las películas de su juventud, al lado de Enrique Guzmán, como “Especialista en Chamacas” y “Demonios sobre ruedas”, así como sus presentaciones en el Teatro Lírico y sus giras musicales por toda la república con las Hermanas Jiménez, Ella Laboriel, la gran figura de la época de oro del Rock and Roll en México, además de grupos como los Teen Tops, Santo y Johnny Farina, Al Suárez, entre otras estrellas famosas de la época.

El coleccionista Rodrigo Díaz López, en la exposición: El tiempo aprisionado, La Galería, año 2024. 

Cuando supe, por medio de su eterno admirador y amigo Rodrigo Díaz López, del trágico fallecimiento de Diana en un accidente, arrollada por una motocicleta a plena luz del día, me invadió una enorme tristeza y cariño por la Diana que compartió mi juventud, por su luz y su carisma, su capacidad de asombro y su contribución al mundo artístico en una época de México que ahora recordamos a través de sus películas y discos, su relación simbiótica con la artista que fue su madre Graciela y por el paso meteórico de ambas por este mundo.

A manera de reconocimiento, dedico un gran aplauso a la labor titánica de Rodrigo Díaz López por estudiar durante años la vida y obra de estas dos artistas tan entrañables, Graciela y Diana, y sus respectivos compañeros de vida en el arte. Gracias a su inagotable y amoroso esfuerzo, logró elaborar un exhaustivo catálogo de la genealogía de Graciela y Diana y, además de reunir parte de su obra pictórica, fotográfica y poética, consiguió que la Cineteca Nacional le prestara una copia de la película “Descenso del país de la noche”, para proyectarla como parte de la exposición que se inauguró el 18 de mayo de 2024 en La Galería de Kikimundo, en San Cristóbal de Las Casas, Chiapas, México.

Asimismo, felicito a Sofía García Broca, curadora de la exposición “El Tiempo Aprisionado”, cuya impecable presentación contó con el invaluable apoyo de sus padres, don Edison García y doña Consuelo Broca. Last but not least, todo esto fue posible gracias a la reconocida y muy querida Kiki Suárez, por proporcionar el espacio de su prestigiosa galería para la exposición y compartirnos su pasión por las artes y eterna curiosidad por aprender algo nuevo cada día. A la vez, admiramos su luminosa energía, su sentido del humor, y su entrega a una existencia con sentido profundo y generosidad hacia todos.

Solo queda mantener vivo el recuerdo de mujeres extraordinarias como Diana y Graciela, parafraseando las palabras del Príncipe Poeta Nezahualcóyotl:6

No acabarán sus flores

No cesarán sus cantos

Ellas, las cantoras,

los elevan.

Se reparten,

se esparcen.

 

Tina French en una escena de la película: El descenso del país de la noche, casa de Colima, Colonia Roma, 1974

Notas

1 Para más detalles sobre la obra se puede consultar la reseña de Mara Reyes (1968) “El rey se muere”. En Diorama de la Cultura. Reseña Histórica del Teatro en México 2.0-2.1. Sistema de información de la crítica teatral. Disponible en: https://www.criticateatral2021.org/transcripciones/343_680121.php

2 Para más información de los cineastas y sus filmes se puede consultar el Diccionario de Directores del Cine Mexicano de la Cineteca Nacional, disponible en: https://diccionariodedirectoresdelcinemexicano.com/

3 Fragmento de Arreola, Juan José (1986) “Gravitación”, Confabulario [Selección]. España: Cátedra.

4 Comunicaciones personales referidas por la autora.

5 Diana Mariscal protagonizó la ópera prima cinematográfica de Alexandro Jodorowsky (1968) “Fando y Lis”.

6 Paráfrasis elaborada a partir del poema “No acabarán mis flores”.