Territorio y prácticas culturales amenazadas
en pueblos yumanos en Baja California

Yuman Territories and Cultural Practices
Under Threat in Baja California

Alejandra Navarro Smith[1]
Sergio Cruz Hernández[2]

Resumen: En este artículo reflexionamos sobre la relación entre prácticas culturales, identidad, y las ideas de bienestar que surgen desde las voces de los miembros de dos pueblos yumanos: cucapá y pa’ipai. En ambos casos convergen factores que dificultan el acceso a sus territorios donde realizan las prácticas culturales de pesca y recolección de piñón, respectivamente. En sendos ejemplos, los autores identifican la continuidad de procesos de despojo territorial, con argumentos de desarrollo, conservación o deshabitación del territorio; sin embargo, las lógicas que subyacen son en realidad dinámicas sociales de producción de desigualdad basadas en criterios que estigmatizan las prácticas de subsistencia propias de estos pueblos yumanos. Como veremos a lo largo del documento, los cucapá y los pa’ipai viven un proceso de etnización, en donde  la lucha  por  acceder  a sus territorios históricos está en el centro  de sus procesos de recreación identitaria, reivindación étnica  y participación política.

Palabras clave: prácticas de recolección y pesca, cucapá,  pa’ipai,  despojo territorial, formación de sujeto  político  colectivo (etnización)

Abstract: In this  article  we look  at the  intersections between identity and  the  ideas  of  wellbeing that  emerge  from  current  gathering and fishing  practices amongst contemporary Yuman   people.   We  analize how  the menace  of dispossession over  Cocopah and Pa’ipai  territories plays a role in reproducing the inequalities, when their right to continue these cultural  practices is impeeded by the force of environmental laws or private  property. As we discuss,  these  contemporary Yuman  people are experiencing a process  of ethnification whereby their struggle to remain  in their  historic  territories is at the centre  of their  identities as contemporary Cocopah or Pa’ipai and guides their political participation.

Keywords: Gathering and fishing,  Cocopah, Pa’ipai,  territorial dispossession, ethnification

Introducción

Los pueblos  yumanos —cucapá, pa´ipai,  kumiai  y kiliwa—, ubicados en Baja California (ver mapa  1), comparten preocupaciones por amenazas  o acciones que derivan  en el despojo  de sus territorios; también expresan un interés  generalizado por  la revitalización y reproducción de sus culturas en un momento en que, por ejemplo, la lengua  cucapá está  clasificada como  en alto  riesgo  de desaparición en el Atlas  de la Unesco  (Moseley, 2010).  Es en este contexto, en el que pueblos  y comunidades indígenas están  retomando los tratados internacionales en materia  de derechos indígenas para mirar hacia adentro  de sus propias formas  de organización y reconstituirse como pueblos  originarios.

Mapa 1. Ubicación de los pueblos yumanos.

En este entrecruzamiento de la historia  de despojo  y asimilación cultural, transformación de sus identidades, procesos de formación de un sujeto  político  colectivo[3]  y un presente que añade  un conjunto de leyes y acuerdos internacionales que les reconocen derechos, es que los pueblos  y comunidades indígenas se organizan para hacer  frente  a las circunstancias que los siguen  amenazando. Sus subjetividades de pueblos indígenas se están transformando en relación con este contexto de interacción con organizaciones de la sociedad civil, académicos, instancias de gobierno; en particular en su interacción con estas últimas  —y un compendio de marcos  legales  que limitan  su acceso  al territorio de convivencia en un entorno natural,  sociocultural, político  y económico—  es que  vemos  acentuadas las desigualdades. En este  entorno de amenazas por las dinámicas del “desarrollo global”  es que los pueblos originarios se movilizan para defender la reproducción de sus culturas, en este caso a través  de las prácticas de recolección y de pesca,  mismas que muchas  veces son sus más importantes medios  de subsistencia.

En este artículo  reflexionamos sobre  la relación entre  prácticas culturales,  identidad y las ideas  de bienestar que  surgen  desde  las voces de los miembros de dos pueblos  yumanos: cucapá  y pa’ipai.  En ambos casos convergen factores  que dificultan el acceso a sus territorios donde realizan  las prácticas culturales de pesca y recolección de piñón, respectivamente. En sendos  ejemplos, los autores  identifican la continuidad de procesos de despojo  territorial con argumentos de desarrollo, conservación o deshabitación del territorio; sin embargo, las lógicas  que subyacen son en realidad dinámicas sociales  de producción de desigualdad basadas  en criterios que estigmatizan las prácticas de subsistencia propias  de los pueblos  yumanos. Como  veremos a lo largo  del documento,  los cucapá  y los pa’ipai  viven  un proceso  de formación de un sujeto político  colectivo —proceso de etnización en palabras de Restrepo (2011)—, en donde  la lucha por acceder  a sus territorios históricos está al centro  de sus procesos de recreación identitaria, reivindicación de derechos como pueblos  indígenas y participación política.

En  términos  más   amplios,  estos   casos   nos   permiten  entender relaciones entre  1) acciones de autoridades derivadas de programas de políticas públicas diseñadas sin tomar  en cuenta  la especificidad de las poblaciones indígenas, y 2) la importancia de los territorios para la reproducción de ciertas formas de vida propias de las culturas yumanas.[4] Lo que observamos es la disminución del acceso  al territorio que viene acompañado de precarización en la calidad  de vida, como más adelante mostramos con  los ejemplos que  se presentan. Como  respuesta ante los diversos tipos  de obstáculo para  acceder  a sus territorios —sea  la instalación de cercos  que delimitan propiedades privadas o la creación de áreas  naturales protegidas—, estos  pueblos  yumanos se organizan para que el respeto de sus territorios sea entendido como una obligación del Estado.

El  problema al que  se enfrentan los  pueblos  originarios es claro: por  una  parte,   las  autoridades intentan proyectar una  relación de respeto  y cumplimiento de los derechos demandados al reunirse con ellos para negociar (Navarro y Bravo,  manuscrito); pero, por otro lado, promueven la incorporación de estos grupos  a las dinámicas reguladas por las lógicas  del capital  —al  privatizar su territorio o al legalizar la pesca cucapá mediante la asignación de permisos de pesca, por ejemplo (Navarro, 2008a)—. Incluso  a nivel federal,  la llamada  “reforma energética” también es una continuidad de la dinámica de asimilación y despojo  que se actualiza al supeditar el derecho de los pueblos  a su territorio a la lógica  del capital  global.  Como  lo señalaron un grupo de mujeres  indígenas en la Conferencia Mundial de Pueblos Indígenas (CMPI) en Nueva  York, octubre  de 2014.

Esta reforma energética es la punta de lanza para el despojo, la criminalización, la ocupación y el genocidio de los pueblos que aún permanecemos en nuestros territorios, y por estar cuidando nuestros territorios aún conservamos los recursos, que ellos ven como recursos y nosotros los vemos como bienes naturales de los que vivimos —Leyes secundarias de la Reforma energética— (Carlsen, 2014)

En efecto,  el doble  discurso que denunciaron las lideresas en la CMPI está claro incluso  en el documento titulado Uso de tierras, sostenibilidad y derechos  humanos en el sector  energético[5]  de la Secretaría de Energía (Sener): primero se describen todos  los medios  para hacer  respetar  los procesos de consulta previa,  libre  e informada, retomando los convenios en materia  de derechos de pueblos  y comunidades indígenas que México  ha ratificado; al terminar esa sección  se indica  en los mecanismos para regular  la contraprestación por el uso de tierras:

Las actividades de exploración y extracción de hidrocarburos se consideran de interés social y orden público, por lo que tendrán preferencia sobre cualquier otra que implique el aprovechamiento de la superficie y del subsuelo de los terrenos afectos a aquellas. La legislación secundaria establece el mecanismo basado en principios de transparencia y equidad para definir los términos y las condiciones generales de la contraprestación, los términos y las condiciones para el uso, goce o afectación de los terrenos, bienes o derechos necesarios para realizar las actividades (íbid, el resaltado es nuestro).

Así  se  establece  la  prioridad  de  “exploración  y  extracción”  sobre cualquier otro  uso  de la tierra,  es decir,  los  usos  que  les puedan  dar los pueblos  y comunidades cuyos  proyectos de vida  se desarrollan en estrecha relación con ellos. La reforma energética, al incorporar la cláusula de “ocupación temporal” le da todas las atribuciones a los agentes  del Estado  y el mandato legal para efectivamente expropiar terrenos bajo este principio de prioridades.

Ésta es la lógica  de la histórica relación entre  Estado  y pueblos  indígenas  en México. La reforma energética, en particular, intenta  proyectar  que existen  una  serie  de medidas compensatorias y justas  para el uso del territorio de los pueblos  y comunidades indígenas con fines de exploración y extracción de hidrocarburos. La realidad es que si los pueblos  deciden  no vender,  no estarán  en posibilidad de que esta decisión  sea respetada. La no-venta se construye contraria al argumento del desarrollo de la nación  y la atracción de capitales, reproduciendo así el estereotipo del retraso  económico y cultural  de las comunidades y pueblos  indígenas. Es por ello que, comparando este proceso  con el caso del despojo  que del territorio de los pueblos  yumanos se ha venido dando,  decimos que esta forma  de expropiación —disfrazada de compra—  es un ejemplo de la continuidad de las prácticas de desposesión de los territorios históricos y ancestrales de los pueblos  indígenas.
Según Alejandro Vázquez, en los procesos de organización y defensa de los pueblos  indígenas contemporáneos en México,

la desigualdad [debe  ser] una plataforma analítica que convoca a ligar a la modernidad, la globalidad y las relaciones de poder  como  procesos inevitables para  entender los dilemas y encrucijadas de aquellas sociedades y culturas propias  del sur globalizado, tal y como lo han descrito Catherine Walsh, Arturo Escobar y Walter Mignolo. Frente a la reinvención de los grandes  paradigmas del mundo  moderno: el desarrollo, la igualdad y el progreso, emergen también nuevas  formas locales  de organización y defensa  de sus particularidades culturales y naturales, revitalizando identidades, recreando saberes  y adaptando elementos de  una  memoria ancestral que funciona para hacer frente a los procesos del Estado  y el mercado global  (Vázquez y Terven,  2015: 1).

Es en este  tenor  que  a continuación describimos los esfuerzos de los pueblos  cucapá  y pa’ipai  para seguir realizando prácticas culturalmente significativas en el contexto de los procesos de reconstitución de sus identidades étnicas  en el entorno de exclusión cultural, social y económica en el que actualmente viven en Baja California. Como  estrategia de exposición, primero presentamos la información estadística y datos generales de los pueblos  cucapá y pa’ipai: nombres, número de personas que componen esos grupos  étnicos,  lugares  donde  viven,  patrones de asentamiento e información estadística que permita  caracterizarlos. En el segundo apartado se describen las prácticas culturales amenazadas de estos pueblos, asociadas a la historia  del despojo  de sus territorios históricos en Baja California; en este segundo apartado daremos cuenta de la importancia del territorio y los principales problemas que enfrentan los pa’ipai  de Santa  Catarina para  mantener la práctica de la colecta del piñón (Cruz,  2015),  y los problemas que enfrentan los cucapá  para seguir pescando en el Delta del Río Colorado (Navarro 2008a; Navarro 2010;  Navarro, Bravo  y López,  2013;  Navarro, Bravo  y López,  2014). Finalmente, nos aproximamos a los procesos de reconstitución y configuración actual  de los pueblos  cucapá  y pa’ipai  a partir  de los procesos descritos. Aquí incorporamos aspectos socioculturales, simbólicos, políticos y económicos implicados en la reconfiguración de la relación entre  los pueblos  yumanos y la sociedad bajacaliforniana; y proponemos  cómo  estos  aspectos están  asociados a las continuidades/discontinuidades/transformaciones de sus prácticas culturales, la defensa  de su territorio y los procesos de negociación de su reconocimiento como poblaciones originarias con derechos dentro  del Estado  mexicano.

Estadísticas e indicadores sobre cucapás y pa’ipais

Los cucapá  y los pa’ ipai son dos de los cuatro  pueblos  yumanos que actualmente se hacen  presentes en el espacio  público/político bajacaliforniano para  demandar a las  autoridades la solución de conflictos que afectan  sus formas  de vida  o amenazan con despojarlos de su territorio.[6] Estos  pueblos  originarios del  noroeste mexicano y suroeste estadounidense han sido afectados por las políticas públicas nacionales e internacionales que han  trazado  límites  administrativos sobre  el territorio  histórico y ancestral de dichos  grupos  étnicos.  Para efectos  de claridad en la exposición, se revisarán las características actuales  y los procesos de colonización con el fin de develar  las relaciones de poder, los intereses y ciertos  patrones de relaciones sociales  entre  los pueblos originarios y otros pobladores, modelados en este contexto particular.

Según  Garduño, “los asentamientos yumanos más poblados son los de Santa  Catarina (pa´ipai-kwatl) y la Huerta  (k´miai-cochimíe) con apenas 169 y 142 habitantes, respectivamente, seguidos por San Isidoro (pa´ipai) y San José de la Zorra  (k´miai), con 77 habitantes cada uno, y por último Arroyo  de León (kiliwa)  con 33 indígenas. En ocho ejidos indígenas viven  700  personas” (Garduño, 1995,  citado  en  Garduño 2009: 22)[7]. Para el caso de los cucapá, el Censo de Población y Vivienda 2010  indica  la presencia de 145  cucapás  en México, identificados en el censo  por hablar  una lengua  indígena. De ellos  78 se ubican  en el municipio de Mexicali, 43 en San  Luis  Río  Colorado en Sonora,  11 en Ensenada, 2 en Tecate,  2 en Jalisco  y 1 respectivamente en Tijuana, el Distrito Federal, Guerrero y Nayarit  (Inegi,  2010).  La CDI  por su parte,  contabilizó 344 cucapás  sólo en Sonora  y Baja California en un conteo  que realizó  en 2005.

Como se puede notar, al comparar sólo estos dos conteos, el número de miembros del pueblo  cucapá  incrementa si el indicador es el de autoidentificación y no sólo por hablar  la lengua.  Además, se localizan cucapás en Somerton, Arizona, y en otros estados de la unión americana. Para  agregar  complejidad a  la  forma  de  contabilizar y  ubicar  a  los cucapá,  según información proporcionada por el Instituto Nacional de Lenguas Indígenas (Inali),  éstos  se ubican  también en ejidos  del valle de Mexicali como  el ejido  Alberto  Oviedo  Mota  (El Indiviso), en la colonia  La Puerta,  en el ejido  Cucapá  Mestizo, en el ejido  Durango, en el ejido  México, en el ejido  Sonora,  en los campos  Flores,  Sonora, Camerina, El Prado,  e incluso,  muchos de ellos, radican  y trabajan en Mexicali. Con  estas  estadísticas e información se puede  inducir  que la dispersión es una  característica del  patrón  de asentamiento de los cucapá  en la actualidad, aunque  oficialmente les sean reconocidos sólo tres poblados de uno y otro lado de la frontera: el Mayor  Cucapah (sic) en Baja California, Pozas de Arvizu en Sonora,  y Somerton en Arizona.

En cuanto  a la información sobre  la situación económica de estos pueblos, Garduño (2009: 105) observa  que entre los yumanos, 35% de la población económicamente activa (398 personas) trabaja  contratada regularmente a lo largo  del  año;  21%  lo hace  menos  de  4 días  por semana; y 22% menos  de 5 horas diarias.  El ingreso  promedio de estos trabajadores yumanos es de 200 dólares  (US) por mes. Según la misma fuente,  los grupos  yumanos están  considerados oficialmente como población que vive en condiciones de extrema pobreza  (ibídem). Este tipo de estadísticas apunta  entonces a la precariedad del empleo  y a los ingresos reportados en el límite  de los 6.6 dólares  diarios,  que  aplica sólo  para  ese 35%  reportado como  “población yumana que  trabaja”. El resto, es decir, 65%, no es captado por esta forma  de producir información sobre la situación económica de los pueblos  originarios.

Patrón de asentamiento disperso y factores de asimilación. Reflexiones desde el caso cucapá

Los cucapá  han enfrentado un proceso  de asimilación a las dinámicas de vida,  territoriales y del aprovechamiento de los recursos naturales impulsadas por  las  políticas públicas en  el  Delta  del  Río  Colorado desde  la compra  de su territorio en 1886.  A diferencia de los pueblos mesoamericanos, la evidencia arqueológica señala  que los pueblos  del norte  de México  tenían  patrones de asentamientos dispersos (Porcayo et al., en prensa); y según las estadísticas presentadas con anterioridad, esto  parece  seguir  siendo  así. Sin embargo, los procesos de desarrollo que han hecho  del Delta  del Río Colorado un redituable territorio de producción de hortalizas para  la exportación pueden  ser leídos  en la clave  de despojo  del territorio histórico del pueblo  cucapá,  e incluso, la  asimilación de  las  formas   de  organización y  de  cultura   cucapá que  observaron Gifford  (1933)  y Kelly  (1973)  en esas  dinámicas del desarrollo impulsadas por las instituciones del Estado  mexicano.

Entre  1930  y 1970,  los cucapá  pasaron  de ser un pueblo  indígena con patrones culturales, formas  de organización y territorios propios, como los describieron Gifford  (1933)  y Kelly (1973),  a una “situación crítica”, tal y como caracteriza al cucapá el Atlas interactivo de la Unesco de  lenguas  en  peligro  en  el  mundo  (Moseley, 2010).  ¿Qué  factores
influyeron para  que  el proceso  de asimilación a las formas  culturales y lengua  dominante ocurrieran en tan poco tiempo? El patrón  de asentamiento disperso podría  ser una explicación; los cambios en el ecosistema deltáico, otra  causa  (Gómez, 2000:  149-50; Porcayo et al., en prensa); los programas “de desarrollo” impulsados por políticas públicas podrían ser una razón  más. En combinación, los tres factores anteriores podrían constituir una  matriz  multifactorial compleja que expliquen esta transformación acelerada de la cultura  cucapá.

Para  ejemplificar el tipo  de cambios ocurridos en interacción con ciertas  acciones de agentes  del Estado  se puede tomar el caso de la fundación  del asentamiento conocido como  El Mayor  Cucapah (sic).  A finales de los 70, el exceso  de lluvia en Colorado provocó la crecida  del río, y con ello la liberación de cuotas adicionales de agua hacia México. El agua  provocó una inundación en la región  donde  vivían  dispersos los cucapá  en las orillas  de los ríos Colorado y Hardy,  entre lo que actualmente sería San Luis Río Colorado, el Valle  de Mexicali y hasta la Sierra  Cucapá. En el mapa  2 que  retomamos del Atlas  de Riesgos elaborado por el gobierno de Baja  California (ver  mapa  2, en página siguiente.)se aprecia  con claridad la zona del Río Hardy  —indicada en el recuadro sombreado—, área de residencia de un grupo  cucapá  que fue inundada en el periodo  referido.

Mapa 2. Las zonas inundadas están dentro del recuadro sombreado.

Ante  la emergencia, el gobierno de Mexicali asignó  a los  cucapá  un terreno  más  alto  y les proveyó “pies  de casa”,  esto  es, un  terreno  de 10x10  metros,  bloques  de concreto y láminas  de asbesto.  Fue así como a principios de los ochenta se inició la construcción del poblado oficial cucapá  en Baja California.[8]  En este caso concreto lo que se observa  es la transformación de un patrón  de asentamiento —en  el que  se ubicaba una familia  muy alejada  de la otra—  a la creación de un poblado con  predios  uno  al lado  del otro.  También se observa  un cambio  en los materiales con los que se construían los espacios para  habitar.  En entrevistas, los cucapá  relatan  que todavía  en los años  setenta  sólo  se construían refugios, y no casas de bloque  con techo  de lámina:  se veía “una señora  sola por allá, debajo  de una ‘ramada’ hecha con cachanilla, bajo un mezquite. Otra con sus hijos más allá. De noche  los hombres las visitaban, pero  muchas  no vivían  con ellos.  Sólo  ellas  y sus hijos” (entrevista en archivo).

Desde  entonces, los cucapá  que han vivido  en El Mayor  Cucapah (sic)  relatan  con  frecuencia su  preferencia por  vivir  fuera  de  ahí,  e incluso  quienes  lo hicieron de manera  temporal o permanente. Doña Inocencia Sáiz,  por  ejemplo, dejó  temporalmente el poblado cuando tuvo  la oportunidad de establecerse junto  con  sus hijos  menores a la orilla  de la Laguna  Salada,  a donde  desviaron el excedente de agua de las inundaciones referidas. El agua rellenó  la antigua  laguna seca que se llenó de carpas  y camarones. Doña Inocencia Sáiz se llevó a sus hijos a vivir con ella en campamentos improvisados al pie de la Sierra Cucapá frente  a la laguna.  “Allá  vivimos  mucho  tiempo,  como  diez años.  Así, a la intemperie. Así le gustaba  vivir a mi mamá”, recuerda Toña, la hija de Inocencia que compartió con ella esta experiencia.

Otros  cucapá  que  tuvieron la posibilidad de salir  de El Mayor  lo hicieron a la primera oportunidad. Algunos se fueron  para alejarse  de los conflictos internos derivados de disputas por dinero  al manejar proyectos productivos, o generados por discusiones en la asamblea de bienes  comunales. Algunos se fueron  para ofrecer  a sus hijos diferentes horizontes de educación o buscar  mejores  oportunidades de empleo en ciudades como Mexicali, Ensenada o incluso  en Estados  Unidos (Montaño, 2015).  Don Rosario  prefirió  salir de El Mayor  para residir con  su mujer  al pie de la sierra.  En relativo  aislamiento, don  Chayo vivió hasta sus últimos  días a la manera  que lo hicieron sus ancestros.

Uno  de los procesos recientes de asimilación que ha incidido en la forma  de organización de los cucapá  ha sido  el que  han  generado las políticas de pesca y de protección al medio ambiente en el Delta del Río Colorado (Navarro, 2008a). El marco legal de pesca y de medio ambiente se desprende de políticas públicas que no reconocen los derechos diferenciados de los pueblos  indígenas (Navarro, Bravo  y López,  2013). De este modo, al exigirles a los cucapá la observación de este tipo de leyes se les continúan imponiendo formas  de organización y formas  de vida modeladas por proyectos de desarrollo que han afectado gravemente su acceso al territorio, obligándolos a adaptarse a las nuevas  propuestas aun a costa de la transformación de sus instituciones culturales.

Por  último,  con  la creación de la Reserva  de la Biósfera del  Alto Golfo  de California y Delta  del Río Colorado los cucapá  que todavía pescan   han  visto  impedida esta  actividad en  la  zona  núcleo   de  la reserva,  que coincide con la desembocadura del río en el mar,  donde ellos tienen  sus campamentos de pesqueros. Algunos cucapá  se han resistido a perder  el acceso  a esta zona donde  todavía  pueden  pescar,  y por ello han tenido  que pagar  el alto precio  de la criminalización por defender esta parte  de su territorio y de sus actividades culturalmente significativas, desafiando el marco  legal  vigente  en la zona  (Navarro, 2010).   En  este  escenario  de  acoso,   los  cucapá   organizados  en  la Sociedad Cooperativa Pueblo  Indígena Cucapá  Chapay  Seisjhiurrar (SCPICCS), con  el  apoyo  de  abogados solidarios[9]   y  un  equipo  de asesores  interdisciplinarios,[10] judicializan sus derechos para hacer notar a los tomadores de decisión que ciertas normas  —en materia  de medio ambiente y de pesca— son violatorias de los derechos diferenciados que la Constitución mexicana les reconoce como  miembros de un pueblo originario. El caso ejemplifica las dificultades a las que se enfrentan los pueblos  nativos  cuando  se ven obligados a recurrir  al sistema  judicial para demandar la protección de derechos. La judicialización de los derechos de los pueblos  y comunidades indígenas (Sieder,  Schjolden y Angell,  2011;  Gálvez,  2013)  es un fenómeno que se ha documentado ampliamente y que  se  explica  a partir  de  la  creación y difusión de marcos  internacionales que reconocen los derechos de poblaciones originarias en naciones independientes.

Desafortunadamente, para el caso cucapá  se ha documentado cómo las respuestas de los tomadores de decisión están modeladas por el conjunto de procedimientos, valoraciones y prejuicios que pesan sobre los indígenas en la cultura  jurídica  central:  les responden de manera confusa, reafirmando el orden  de las cosas,  el mismo  orden  en el que se genera  la violación del  derecho para  el que  le piden  protección o para el que se demanda un cambio  incluso  en la forma de pensar de los tomadores de decisión (Navarro 2014;  Navarro, Bravo  y López,  2013 y 2014).  Uno de los ejemplos es el amparo  que los cucapá  organizados en dos cooperativas solicitaron en 2014 contra el “tope de captura”. En su resolución, la jueza  ignora  los argumentos que se le ofrecen  y que le permitirían actuar  conforme a la ley para  otorgarle a los cucapá  de ambas cooperativas la suspensión provisional contra el tope de captura; ello en el entendido de que los cucapás, como  habitantes históricos y presentes del Delta  del Río  Colorado, estarían  siendo  privados de su derecho territorial como pueblo  indígena y al derecho preferente de las comunidades al uso y disfrute  de los recursos naturales de los lugares que ocupan.[11]

Transformaciones de la identidad entre los pa’ipai de Santa Catarina: asentamiento y la recolección del piñón

Como  en el caso  de los  cucapá,  los  pa’ipai  mantienen un patrón  de
asentamiento disperso, aunque  se les reconoce un solo  asentamiento oficial, el de Santa Catarina. En otro lugar ya se ha documentado que,

[…]  los pa’ipai  constituyen parte  del segmento yumano de los indígenas serreños. Esto se debe a que el lugar donde actualmente habitan  es la sierra  de Juárez.  Pese  a esto,  los pa’ipai  se reconocen a sí mismos  como  gente  del  desierto, debido a que su procedencia se ubica en el desierto de Arizona, incluyendo las tierras  interiores del Gran  Cañón,  en donde todavía viven algunos  grupos que son miembros de la familia pai: los yavapai, wala pai y havasupai. De esa árida región, los pa’ipai  llegaron a Baja California hace 600 años, razón por la cual son considerados como el grupo  de más reciente arribo ... En la actualidad los pa’ipai  son ubicados como residentes de una sola comunidad, la ex-misión de Santa Catalina (establecida en 1797),  comunidad denominada como Santa Catarina. Este lugar se localiza  a 120 kilómetros al sur de la línea  fronteriza con Estados  Unidos, exactamente al centro de la península de Baja  California: 80  kilómetros al oeste del Océano Pacífico  e igual distancia al este del delta del río Colorado, en el golfo de California. En esta población viven cerca de 300 indígenas, aunque  anteriormente numerosas familias  pa’ipai   habitaban en diversos lugares,  mismos  que fueron  abandonando por la falta de agua, la presión  mestiza sobre  su tierra  e incluso  como  resultado del despojo  de su ancestral territorio (Garduño, 2013: 500).

En Santa  Catarina, de acuerdo con  el testimonio de Teresa  Castro,[12] habitan  indígenas que hablan  distintas lenguas, aunque  comúnmente se la conoce  como  una comunidad pa´ipai  en realidad hay habitantes pa´ipai,  otros  ko´atl  y otros  más  de  descendencia kiliwa.  La  señora Teresa  habla  tanto  el pa´ipai  como  el ko´atl,  aunque  en otras  familias sólo se habla una u otra lengua.

La recolección del piñón  es un elemento central  de la adaptación de estos grupos al medio en el que viven; de su carácter seminómada estacional se  desprende la  costumbre de  acudir   durante   el  verano al bosque  piñonero (Pinus  quadrifolia) en  la sierra  de  Juárez  y a las costas  del  Océano Pacífico  a recolectar almeja,  mejillón o abulón  y pescar  durante   el  invierno. Como   veremos más  adelante, más  allá del   carácter   de  sobrevivencia  por   el  seminomadismo,  las  formas sociales  de organización aparejadas a la recolección del  piñón  tienen una importancia fundamental para entender la configuración de las identidades de estos grupos.

Como  todos  los grupos  yumanos, los pa’ipai  se clasifican como  sociedades cazadoras recolectoras que utilizan  territorios diferentes entre la sierra  y la costa  de acuerdo con las variaciones climáticas y estacionales. El territorio pa’ipai  comprendió originalmente la planicie  del Álamo,  Valle de la Trinidad y hasta el Golfo de California, lugar donde limitaba con el territorio cucapá  en el bajo Delta del Río Colorado.

Estos grupos  han pasado  por distintos procesos y etapas  que establecieron modificaciones importantes a su identidad, por ejemplo la llegada  de  los  primeros exploradores venidos  de  Europa  en  1533 (León y Magaña, 2006), o la etapa misional donde intervinieron frailes jesuitas  (1697-1768), franciscanos (1768-1773) y dominicos (1773-1849);  así  como  la  etapa  posterior donde  se  formaron los  ranchos en  esta  región  entre  1849  a  1935  (Magaña, 1999)  y  finalmente la creación de los ejidos  indígenas en 1935.  Desde  la formación de los ejidos indígenas, como veremos con los testimonios de las personas entrevistadas, las actividades de recolección y la vida seminómada estacional se transformaron por la búsqueda de actividades económicas en los ranchos  de la región  (Garduño, 2001),  entre otras.

Actualmente, la forma de ver el mundo  de los pa’ipai  está vinculada, en  parte,  con  ciertas  maneras de  realizar  y de  interactuar durante  el periodo  de recolección del piñón.  Las narrativas biográficas compiladas por  Cruz  (2015)  a propósito de esto  identifican que  las  personas de mayor  edad asignan  gran valor a los sucesos  ligados  a tal actividad;[13] la vida para los pa’ipai, según estos relatos, mantiene su significado en tanto se pueda continuar con la recolección estacional del piñón.  Durante las temporadas, grupos  de distintos lugares  tales como de la Huerta, Santa Catarina o del Mayor  Cucapá  se reúnen  en la sierra.  Por ello se puede afirmar  que  el tiempo  de recolección —y  por  ende  de abundancia— genera una mayor interacción entre los miembros del grupo pa’ipai  con otros de pueblos yumanos que se siguen yendo a la recolección del piñón y a las actividades asociadas con ésta:  la fiesta,  el consumo de tequila, el baile  y el canto.  Así,  los  asistentes establecen entre  ellos  relaciones emocionales importantes. El mantenimiento de estas prácticas permite identificar un momento clave en la construcción de la identidad pa’ipai y del resto de los grupos  yumanos que participan en la recolección del piñón. Se aprecia así que no existe interés en demostrar o instrumentalizar los  elementos de  la identidad que  son  reconocidos como  “tradición” por   grupos   no   indígenas,  que   incluyen  cantos,   cuentos,  danzas, artesanía e idioma.  En los encuentros en la sierra,  lo que  cuenta  son las interacciones entre  ellos,  además  de la posibilidad de transmisión de saberes  y conocimientos acerca  del entorno natural,  de la vida y de las actividades de recolección en los momentos de compartir entre  las familias  y entre  los grupos  reunidos alrededor del fuego  a la luz de la luna serrana:

Mi papá [era] cantante … cuando estábamos así acampando, cuando íbamos así al campo, él está hablando en cuentos que nos quería enseñar, o no sé, pero nosotros ni hicimos caso, pero hay veces que canta también así junto a la lumbre, nosotros ni hicimos caso haciendo su cuento, y cantaba pues con su sonaja, y mi mamá decía: “y Pedro qué tiene, está loco”, decía, “ya quiero dormir”, decía, pero así era mi papá muy así era, nos quería enseñar pero nosotros no le hacíamos caso, pues, pero hace falta, verdad, pero pues ya ahora me acuerdo pues así, nos quería enseñar muchas cosas.

Testimonios como el de la señora Teresa  Castro  ejemplifican cómo esta forma de interacción permitía la transmisión de otras prácticas culturales propias  —como tener el espacio  para contar  los relatos  tradicionales o cantar—. Al entender que estas  actividades sólo tienen  lugar  en estos espacios y momentos específicos, se identifica la estrecha relación que existe  con  el territorio como  espacio  para  la reproducción de ciertas cosmovisiones. Sin embargo, en el presente y debido  al recorte  de las superficies de zonas  de recolección o su privatización, e incluso  por el aumento de la competencia por  el aprovechamiento del  recurso, los pa’ipai  de menor  edad  tienen  menos  posibilidad de experimentar las prácticas ligadas  a la recolección del piñón,  que ha quedado restringida en mayor  medida  a los territorios dentro  de la comunidad.

Las restricciones espaciales para  la recolección del piñón  se suman a los cambios de movilidad experimentados por las familias  yumanas desde la mitad  del siglo XX. Antes,  familias  como  las de Teresa  Castro caminaban desde el poblado La Mariana, en las inmediaciones del Delta del Río Colorado en el desierto, hasta  la costa  del Océano Pacífico  en San Vicente, cruzando prácticamente la península de Baja California. En la actualidad los recorridos, los objetivos y la forma  en que éstos se realizan, han variado  completamente. Si bien las migraciones siguen las rutas de trabajo y siguen siendo motivo de movilidad, la posibilidad del intercambio o comercio con el piñón y otros recursos que se recolectan se vincula  a contextos de intercambio comercial regulados desde  fuera de sus regiones.

La privatización de los territorios impide  la reproducción de las prácticas culturales vinculadas con la recolección, y los más jóvenes  de Santa  Catarina posiblemente jamás  puedan  realizar  esta  práctica que estaba  en el centro  de la configuración de la identidad como cazadores recolectores seminómadas estacionales.

Conclusiones: procesos de reconstitución y etnización de los pueblos yumanos en torno a la defensa de territorios, recuperación de lenguas y continuidad de prácticas culturales

Si pensamos que los procesos anteriormente descritos forman  parte de las experiencias del ser yumano contemporáneo, cabe preguntarse hasta qué punto el despojo  y las restricciones para continuar las prácticas son también constitutivas de las subjetividades contemporáneas de cucapás y pa’ipais. En los apartados anteriores se aprecia  cómo  los miembros de estos  pueblos  se organizan para  contrarrestar —o  enfrentar— las dinámicas de  desposesión y  exclusión de  diferentes maneras. Entre los  cucapá,   por  ejemplo, se  observa   un  proceso   de  creación de  un sujeto  político  colectivo —que  crea  un sentido  de cohesión social— cuando   al  convertirles  en  pescadores ilegales   dentro   de  su  propio territorio se presentan como pueblo  indígena contemporáneo. Los pescadores cucapá  organizados en una  de las sociedades cooperativas han encontrado la fuerza  de su resistencia en su autorreconocimiento como pueblo  originario del Delta y usan los instrumentos del derecho —en particular los referentes a los derechos de pueblos  y comunidades indígenas— como  herramientas para  evidenciar las  maneras en  que los  procedimientos de  las  instancias de  pesca  y  medio  ambiente, o las instituciones del  modelo  económico actual  y el aprovechamiento industrial  de  los  recursos  naturales,  afectan   sus  formas   de  vida  y patrones de organización y de cultura.

En el caso pa’ipai,  los soportes materiales que merman la realización de la recolección son: el campamento militar, los cercos, bardas, paredes o cualquier división del  terreno  de los  ranchos  y ejidos  en  la sierra. Incluso  la Asamblea de Bienes Comunales afecta la recolección cuando impulsa lógicas  de producción de ámbitos económicos externos a las dinámicas propias  de los pa’ipai,  posicionándose de esta forma  como un espacio  para la eliminación de las configuraciones culturales de los pueblos  yumanos.

Como  ya se ha identificado en otro espacio, las asambleas de bienes ejidales  o de bienes  comunales son instancias que  se producen desde el Estado,  por lo mismo  son ambivalentes, de un lado  son la manera de hacer llegar los programas del Estado  a los pueblos  y comunidades, y por el otro, supuestamente son el vehículo para representar a los indígenas frente  a éste   (Navarro, 2008b). Lo  que  aquí  observamos es que  los procesos que  menoscaban las prácticas de recolección son las  interacciones entre  los  miembros de  la  comunidad que  muchas veces  se  producen dentro   de  la  Asamblea de  Bienes   Comunales,[14] también influyen  otros factores  como  la competencia con recolectores no  indígenas,  y  el  establecimiento  de  tiendas   y  restaurantes  que compran sacos de piñón  y venden  a granel;  así como  la diversificación de  actividades sociales, culturales y  económicas que  compiten con la  recolección  de  piñón,   por  ejemplo:  el  corte   de  la  Palmilla,  la elaboración de artesanía, la implementación de proyectos productivos tales como viveros,  proyectos de turismo de naturaleza, los trabajos temporales en el mantenimiento de los caminos —actividades que no son culturalmente significativas sino derivadas de intereses económicos de externos—; y en general  otros procesos como la migración, la educación y la  presencia cada  vez  mayor  de  agentes  externos. Ante todo,  lo que  más  incrementa la tendencia a desaparecer esta  práctica y el conjunto de representaciones que sustenta es la falta de elementos organizativos específicos que los pueblos  tienen para darle continuidad y supervivencia.

En este artículo  se ha discutido cómo,  mientras los pa’ipai  intentan continuar con la recolección del piñón  a lo largo de la Sierra  de Juárez —sin estar todavía  muy organizados para demostrar las diferentes instancias que  afectan   esta  práctica—, los  cucapá   por  su  parte  se organizan contra  las limitaciones existentes, y al menos  desde  una de las tres cooperativas pesqueras se han constituido en sujetos  políticos que demandan se armonicen las leyes medioambientales con el marco de derechos indígenas nacionales e internacionales reconocidos por el Estado  mexicano.

Así,   las   prácticas  de   recolección  del   piñón,   pero   también  la recolección y corte de otros frutos  secos, raíces,  tallos,  flores, o incluso de miel silvestres y la pesca son soportes específicos que mantienen prácticas  culturales  vivas.   Se  aprecia   cómo   las  prácticas  culturales están estrechamente vinculadas con las identidades étnicas  locales, generalizables para todos los pueblos  yumanos, pues esta permanencia de prácticas de seminomadismo estacional que incluye  estancias de cucapás  con  kiliwas  o kumiais con  cucapás, o pa ipais  y ko’atls  con kumiais, se siguen dando hasta el presente. Por lo tanto, la organización social que soporta  estas actividades tiene una importancia fundamental para  la actualización de la identidad hacia  dentro  y hacia  fuera  de las mismas  poblaciones yumanas y ante instancias públicas o privadas. Y es precisamente en esta dimensión de la interacción de los miembros hacia  afuera  donde  se producen los procesos de creación de un sujeto político  colectivo: el pueblo  indígena contemporáneo.

Algunas iniciativas para  ordenar  o restringir las  actividades productivas al interior  de los grupos  yumanos —como las normativas de pesca para los cucapá o la propiedad privada  en los bosques de piñón para los pa’ipai— violentan las formas  de organización propias  de estos pueblos  que, como ya explicamos, son la pauta para la reproducción de relaciones sociales  específicas al interior  de los mismos. Además, como también ya  explicamos, desdeñan y  menoscaban el  reconocimiento de las formas  de organización propia,  sean  los sistemas de autoridad culturales o las formas  de organización emergentes pero propias, como el  caso  de  las  cooperativas entre  los  pescadores cucapá.  Es  por  ello que  la defensa  de territorios y de continuidad de prácticas culturales emerge  en el nivel político, precisamente porque  revela la constitución de sujetos  colectivos políticos: los pueblos  yumanos contemporáneos.

Aquí  se demuestra que  los  procesos de etnización de los  pueblos yumanos —entendiendo etnización como  la formación de un sujeto político  colectivo (Restrepo, 2011:  40)—  se detonan por las acciones de  defensa  del  territorio o el  interés  de  estos  pueblos  yumanos por continuar sus prácticas de recolección. Además de estar articulados con los  procesos regionales anteriormente descritos, también se vinculan con  elementos del  contexto nacional e  internacional. Por  ejemplo, a nivel internacional, los textos  de derecho indígena han sido muy importantes en las acciones y argumentos que los cucapá  usan cuando negocian con  las autoridades de pesca  o de medio  ambiente. A nivel nacional, es en los proyectos de revitalización lingüística desarrollados por el Instituto Nacional de Lenguas Indígenas (Inali)[15] que los cucapá se han planteado preguntas sobre la importancia de compartir el conocimiento de los mayores de manera  contextual y no únicamente para fines de documentación de su lengua.

En  esta  tríada   de  elementos donde   lengua/cultura se  configura como  un  rasgo  étnico   identitario del  “ser  indígena”, desde  donde localizan los  conocimientos-practicados ligados  al  territorio, es  que tanto  cucapás, ko´atl,  kumiai  como  pa’ipai  enfrentan el contraste de estos mundos propios  frente  a los límites  que se construyen al marcar el territorio con  otras  lógicas  que  responden a intereses diferentes de los suyos.  En ese exterior, el mundo  material no es modelado por  el gusto  de la recolección del  piñón  que  trae  aparejada la convivencia, la fiesta  y esa  reconexión con  los que  ya no están  entre  nosotros, ni con el fuego,  menos  con los campamentos en donde  se crea el espacio para la convivencia y el descanso. El mundo  de la sociedad mestiza  o “mexicana” y de las instituciones del Estado ha reconfigurado y achicado los territorios yumanos siguiendo otro tipo de lógicas  asociadas con la propiedad privada, con  el uso  de los recursos —palmilla, pescado—
para  la  comercialización en  grandes   mercados, imponiendo nuevas reglas  al acceso  a esos territorios y al aprovechamiento de los recursos naturales que —desde la perspectiva de los propios  grupos indígenas— tiene un significado cultural  muy distinto.

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Notas

1 Doctora en Antropología Social por la Universidad de Manchester. Líder del CA Indígenas y Globalización. Sus líneas de especialización incluyen: conflictos socioambientales y judiciabilidad de derechos de pueblos y comunidades indígenas; y Etnicidad, representación y relaciones interétnicas en situaciones de conflicto. Obtuvo una cátedra de Conacyt en CIESAS-Occidente. Correo electrónico: alenavarrosmith@yahoo.com

Fecha de recepción: 28 07 15; Fecha de aceptación: 06 11 15.

2 Doctor en Ciencias y Humanidades para el Desarrollo Interdisciplinario por la Universidad de Coahuila. Profesor de tiempo completo de la Facultad de Ciencias Administrativas y Sociales-UABC. Sus líneas de especialización son: representaciones sociales de la relación con la naturaleza, Identidades sociales y Cibercultura. Actualmente se desempeña como subdirector de la Facultad de Ciencias Humanas-UABC. Correo electrónico: checoch@uabc.edu.mx

Fecha de recepción: 28 07 15; Fecha de aceptación: 06 11 15.

3 Siguiendo a Restrepo, entendemos como etnización: “el proceso de formación de un sujeto político en un sentido amplio —un nosotros/ellos—, y de unas subjetividades —unas identificaciones—, en nombre de la existencia —supuesta o efectiva— de un ‘grupo étnico’” (2011: 40). En este caso se trata de la formación de un sujeto político colectivo, los pueblos yumanos en general, y cada grupo étnico en particular con los referentes de sus propias luchas.

4 Las culturas yumanas se han documentado por la arqueología, la historia, la lingüística y la etnografía. Para el caso cucapá,  los estudios académicos que reiteran  que el Delta del Río Colorado ha sido territorio históricamente habitado por los cucapá  incluyen los  arqueológicos (Ortega  2004;  Porcayo y Rojas,  2009  y 2010;  Porcayo et al.,  en prensa); reportes de restos arqueofaunísticos (Porcayo y Guía, 2007 y 2008), históricos (Gómez, 2000)  y etnográficos (Gifford, 1933;  Kelly,  1973;  Álvarez, 2004).  Para  los pa’ipai  ver los estudios realizados por Hohental, (2001)  en los que se sistematizan los ejes de materiales líticos, etnografía de la región,  subsistencia y cultura  material pa’ipai, y de otros pueblos  yumanos. En muchos casos, las culturas indígenas se estudian como si fueran  un asunto  del pasado,  o desde  un enfoque que tiende  a esencializar algunos de sus rasgos culturales. Recientemente se han publicado textos que ayudan  a entender que, si bien las culturas yumanas tienen  orígenes históricos, es decir, de antes de la llegada de colonizadores no indígenas, también están en constante transformación. Y que dichas  transformaciones son las expresiones culturales de pueblos  indígenas del siglo XXI (Muelhmann, 2013;  Navarro 2012).

5 Leyes secundarias de la reforma energética [en línea] disponible en http://www.energia.gob.mx/webSener/leyes_Secundarias/9220.html [fecha de consulta: 18 de junio de 2015].

6  Los otros dos pueblos  originarios de Baja California son kumiai  y kiliwa.

7 Ahora,  según  el Censo  de Población y Vivienda 2010,  Santa  Catarina está habitado por 133 personas en 27 viviendas. Aunque de acuerdo con verificación de campo realizada por López  y Ovalle  en noviembre de 2011,  se apunta  que existen  diferencias ante esta información: “…pues de acuerdo a los datos recabados mediante la aplicación de una cartografía y un cuestionario, la comunidad cuenta  con 58 casas, de las que 23 están habitadas y 35 están en situación de abandono, debido  a la migración a poblados y ciudades vecinas,  así como a Estados  Unidos. Un fenómeno que también forma parte de los procesos de globalización. La población total es de 90 habitantes; 43 mujeres  y 47 hombres [en Santa Catarina]”.

8 Los  cucapás  que  no  viven  en  el  Mayor,  posiblemente la  mayoría, están  fuera  de la  estructura de  oportunidades que  se  ofertan  para  los  pueblos   indígenas, pues  es requisito demostrar la residencia en  la “comunidad oficialmente reconocida” como cucapá,  en este caso. Esta tendencia del Estado  mexicano de identificar un solo centro de población para  cada  grupo  indígena apunta  a una  relación ADMINISTRATIVA que ignora la diversidad cultural  de los pueblos  originarios en el país, y que para efectos da facilidad a su propio  aparato  burocrático, pues sólo reconoce a quienes  habitan  en el Mayor  Cucapah (sic)  como  beneficiarios de sus programas. Se podría  decir  que la definición de “comunidad indígena mesoamericana” es la que ha modelado la forma de definir a los pueblos  indígenas en México.

9 En 2014, el abogado responsable del acto de defensa que en este documento se estudia fue el Lic.  Daniel  Solorio  Ramírez, apoyado por otros  abogados solidarios, entre  los que se encuentran la Lic. Yacotzin Bravo,  adscrita  a la UNAM; el Lic. Ricardo Rivera de la Torre, de la UABC;  y los licenciados Marcos  de la Cruz y Eucadio Macías  García, litigantes independientes.

10 Este equipo interdisciplinario suma a los abogados a Raúl Ramírez Baena, presidente de la Comisión Ciudadana de Derechos Humanos del Noroeste (CCDHN) y exombudsman de la Procuraduría de Derechos Humanos de Baja  California; a la Lic. Lorena Rosas, defensora de derechos humanos, periodista y miembro de la CCDHN; a la Biol. Catalina López-Sagástegui, adscrita  a Ucmexus de la Universidad de California Riverside, y a la antropóloga, la primera autora  de este documento, en ese momento adscrita  al Instituto de Investigaciones Culturales-Museo y actualmente catedrática de Conacyt en CIESAS-Occidente.

11 En  otro  lugar  hemos  documentado que  “[s]obre estos  derechos existe  una  tesis contenida en el amparo  en revisión 123/2002. Comunidad indígena de Zirahuén, Municipio de Salvador Escalante, Michoacán. 4 de octubre  de 2002.  Cinco  votos  a favor de los resolutivos; mayoría de tres votos en relación con las consideraciones. Disidentes: Juan  Días  Romero y Guillermo I. Ortiz  Mayagoitia. Ponente: Mariano Azuela  Güitrón. Secretaria: Lourdes Ferrer  Mac Gregor  Poisot...” Novena Época. Instancia: Segunda Sala.  Fuente:  Semanario Judicial  de  la Federación y su  Gaceta. Tomo:  XVI, Noviembre de 2002.  Página:  445. Tesis: 2a. CXXXVIII/2002, fuente retomada de la “queja urgente” enviada  por el Lic. Daniel  Solorio  al Juez 1o  de Distrito del  Estado  de  Baja  California con  relación a la  resolución provisional del  amparo 180/2014-4” (Navarro, Bravo  y López-Sagástegui, 2014).

12 Teresa  Castro  reside  en Agua  Escondida, en las afueras  de Santa  Catarina. A sus 79 años se le considera una de las ancianas y de las principales artesanas de la población. Es una de las últimas  personas que por más de 50 años ha realizado la recolección del piñón en la sierra de Juárez,  primero con sus padres y hermanos, y ahora con su propia familia.  Además, Teresa  trabajó  en distintos lugares  con sus padres,  desde San Vicente en la costa del Pacífico  hasta el Rancho  La Mariana en el Valle de Mexicali. Su historia nos  permite  entender las transformaciones de la identidad entre  los yumanos, en el contexto de las transformaciones de las prácticas de seminomadismo y de recolección en el siglo XX.

13 En particular esta  información la compartieron Teresa  Castro  (79 años),  Adelaida Albáñez (59 años) y Teodora Cuero  (93 años).

14 Actualmente no  todos  los  habitantes de  la  comunidad tienen  voz  y  voto  en  la Asamblea de  Bienes  Comunales, debido  a que  algunos  titulares han  fallecido. Por ejemplo, Teresa  Castro  afirma  que  aun  habiendo nacido  en Santa  Catarina, ella  no tiene voz en la asamblea porque  el derecho lo portaba  su fallecido esposo.

15 La  aparición del  Inali  dentro  del  marco  institucional estatal  mexicano puede  ser leída como una consecuencia de la coyuntura de lucha iniciada por el EZLN  en 1994. De hecho,  los diagnósticos del Inali  para  identificar el número de lenguas  indígenas habladas en el país y el desarrollo de programas para revitalizar y fortalecer a las comunidades de hablantes de lenguas  indígenas marca  un esfuerzo por subvertir los efectos  del  largo  proceso  de asimilación cultural  a que  fueron  sometidos los grupos indígenas en México  a través  de programas específicos diseñados para  su asimilación a partir  de la creación del INI  en 1934.  Ese proceso  histórico ejercido mediante un proyecto hegemónico y nacionalista devino  en la disminución de la diversidad cultural y lingüística del territorio nacional. Sin embargo, actualmente los pueblos  yumanos luchan  por revertir  la situación involucrándose en proyectos de revitalización cultural y lingüística.