Mirna Paiz Cárcamo

Rosa María, una mujer en
la guerrilla. Relatos de la
insurgencia guatemalteca en
los años sesent
a


Año: 2015
Editorial: CIALC-UNAM,
Juan Pablos Editor, México
ISBN: 978-607-711-277-8
Páginas: 202


La siguiente es una breve  reseña  al libro  Rosa María,  una mujer  en la guerrilla. Relatos de la insurgencia guatemalteca en los años sesenta publicado  recientemente en México. Expongo algunos  puntos  respecto al estudio  histórico de Gabriela Vázquez Olivera  y del escrito testimonial de Mirna  Paiz Cárcamo e invito a que se lea, no por cultura  acumulativa literaria, sino  por construcción colectiva e individual de nuestro pueblo  histórico, capaz de heredar, reflexionar y crear sus luchas.

1. Sobre el ensayo introductorio: «Hilvanar los recuerdos con la historia», de Gabriela Vázquez

El libro está compuesto principalmente por dos partes: uno de análisis histórico y otro de testimonio.[1] Cada uno tiene su valor. El que abre el trabajo es el ensayo realizado por Gabriela Vázquez y ocupa la mitad del libro. Sucede  al inicio como cuando  uno va al mar y, constantemente, durante  el camino, le hablan  de las olas, de la brisa, de la arena.  Al no ir llegando surge  la impaciencia, a pesar  de que  el análisis  histórico aquí sirve de aliciente y creación de expectativa para el testimonio de Rosa María.[2]

Luego  de haber  leído el libro y retomado por segunda ocasión  una revisión general,  me parece  que el ensayo  de Gabriela Vázquez brinda distintos aportes. En primer  lugar  uno  podría  decir  que  da el marco histórico en  el  cual  se  desarrolla el  testimonio de  1969.  Lo  cual  es cierto,  pero creo que va más allá e incluso  forma parte de una reflexión y contraste sobre  este importante, pero poco  estudiado, periodo  de la guerra  revolucionaria en  Guatemala. El ensayo  de Gabriela Vázquez está dividido en diez apartados que, en su mayoría, toman  por títulos frases recopiladas de las entrevistas con Mirna  Paiz.

Algunas características de este ensayo,  según considero: Uno.  Inicia  con una relación entre  la década  revolucionaria y cómo la familia  Paiz  Cárcamo vivió  esos años.  Interesante cómo  podemos, a través  de la vida de esta familia  citadina, a su vez, ver el movimiento de transformación que se está dando en el país. El mismo padre de Mirna — coronel  Julio César Paiz—  fue un militar  perteneciente al ala revolucio- naria del ejército, la cual empezaba a imaginar y pensar  el país en términos nacional-ciudadanos, contrario a la tradición finquera, de raigambre estamental. Esto no era exclusivo de Guatemala, sino de una generación de militares en América Latina  que  se debatían entre  la construcción nacional-estatal de sus países,  con  su consecuente modernización, o el acato  de su papel  de seguridad de una doctrina imperialista. Tal fue el caso de México  donde  jóvenes  militares como  Lázaro  Cárdenas o Francisco Múgica  fueron,  a su vez, parte central  de la construcción ejidal del país y de la nacionalización del petróleo en la década  de 1930.[3]

Dos. La experiencia de la familia  Paiz Cárcamo en los campamentos de Petén  o en los  internados de Tennessee. Ahí  Vázquez intercala el relato histórico con la entrevista a Mirna  Paiz. Importante recalcar  que el recuerdo del campo  puede  ser leído como  una inserción citadina en lo agreste,  selvático, desconocido. ¿Acaso  una revolución no adquiere, desde  un inicio,  el carácter  de lanzarse a lo desconocido? Asimismo, cómo posteriormente ya bajo la propaganda anticomunista de Estados Unidos, la niña Mirna  es acusada  de comunista por una de las monjas del  internado de  Tennessee. ¿Puede   leerse  esta  temprana situación como la primera persecución?

Tres.  La traumática experiencia del derrocamiento de la revolución desde  el  gobierno de  Jacobo  Árbenz.   Pero  un  punto  a destacar del escrito de Vázquez es que nos va nombrando algunas  de las luchas entre 1957  y 1959,  en  las  huelgas  ferrocarrileras, en  las  luchas  sindicales. Esto como  rastreo  de pólvora  de la insurrección militar  de noviembre de 1960  y las jornadas rebeldes de marzo-abril de 1962.  Lo que se va viendo es un enorme  torbellino, una ebullición social, la cual encuentra vías de rebeldía organizada, estudiantil, así como los caminos de difícil coordinación entre el Partido  Comunista (PGT)  y el Movimiento Revolucionario 13 de Noviembre.

Esa relación —luego malavenida— es la que trata de unir los esfuerzos de la experiencia revolucionaria de 1951: por un lado el ala demócratanacionalista  del  Ejército,  anteriormente  expresada  en  Árbenz,   Paz Tejada,  Julio César Paiz, Alejandro de León. Por el otro lado el partido con mayor  claridad de proyección nacional durante  el Arbencismo, el Partido  Guatemalteco del Trabajo, una de las instancias que permitió la organización de trabajadores y la demanda por la Reforma Agraria. Fruto de la Rebelión militar  de 1960 y de las Jornadas insurreccionales en  la ciudad,  en  marzo  y abril  1962,  surgirá  una  nueva  generación de revolucionarios, bajo  distintos caminos, entre  ellos  el futuro  líder Manuel  Colom  Argueta.

Cuatro.  El ensayo de Vázquez va relacionando las divergencias entre el inicial  MR-13, las contradicciones dentro  del PGT y su menguada relación con las primeras Fuerzas  Armadas Revolucionarias (FAR).  En este  espacio  va  construyendo la  participación de  las  hermanas Paiz
Cárcamo en la Revolución. La foto del comandante Luis Turcios  Lima con la familia  Paiz Cárcamo capta muy bien lo que se va describiendo. Parece una foto apacible, de amistad, incluso  de mucha  confianza para alguien  que, desde ahora en 2015,  está leyendo  sobre la escalada de la guerra  y la creciente neurosis anticomunista de las élites  nacionales. No será la única vez que el libro genera un ambiente de riesgo con confianza, clandestinidad familiarizada, lucha revolucionaria con reuniones de amistad.[4]

Cinco.  Vázquez relata  el contexto inmediato y posterior de donde partirá   el  testimonio  de  Rosa   María.   Desde   su  salida   del  Frente Guerrillero Edgar Ibarra en 1965, su viaje y encarcelamiento en México, como su posterior vida en Cuba, Vázquez prepara  el ambiente que permitirá el tiempo  y disposición para  que  Mirna  Paiz  se enfrentara, en las hojas,  con la experiencia en el Frente  Guerrillero, esta vez con su nombre de guerra,  Rosa  María.  Termina el ensayo  con el dolor  de la muerte  de  cuatro  de  los  integrantes de  la familia:  padre  y madre por  enfermedades, Nora  y Clemencia en  la  lucha  revolucionaria de 1967  y 1978,  respectivamente. Un año después, nos cuenta  Vázquez, Mirna regresaría a Guatemala en 1979 —¿como Rosa María?— bajo el nuevo  momento revolucionario en Centroamérica. Allí colaboraría en el Frente  Urbano  del Ejército Guerrillero de los Pobres  (EGP)  y en el Frente de Chimaltenango y Sur de Quiché, el “Augusto César Sandino”. Así termina el escrito,  de romplón, mencionando que la experiencia de la Contraofensiva del ejército  en 1981 «la remontaron de nueva cuenta a lo sucedido en la Sierra de las Minas.» Termina siguiendo los tiempos de las dos más terribles campañas contrainsurgentes, la de 1967 y 1982. Pero, en los intersticios del libro, a pesar de esas síntesis  de muerte,  hay voces que se mantienen: la inclaudicable lucha por la vida y la pregunta por la herencia y la tradición revolucionaria en Guatemala.

2. Sobre el Escrito de 1969: “Rosa María o la mujer en la guerrilla”, de Mirna Paiz Cárcamo

Existen   distintos libros   testimoniales posteriores  a  la  firma  de  los Acuerdos de Paz,  en 1996.  Estos  se nutren  de una serie  de recuerdos y  acontecimientos traídos   a  la  memoria por  las  autoras   o  autores. Tienen  la particularidad de constituirse en reflexiones que abarcan  de veinte  a treinta  años  de vida  personal, tanto  del  momento previo  al alzamiento revolucionario como  de  las  vivencias en  el  movimiento. Son pocos  empero  los escritos  que se hicieron al calor de las luchas  de los años sesenta.  La mayoría lo constituyen los programas políticos de las  organizaciones, sea  el programa de  Revolución Socialista, escrito por Marco  Antonio Yon Sosa o las reflexiones posteriores, en 1967, del Documento de Marzo,  escrito  principalmente por  Ricardo Ramírez. Asimismo, los reportajes periodísticos o crónicas realizadas por Adolfo Gilly o Mario  Menéndez, ambos  mencionados en este libro.

El  testimonio de  Mirna  Paiz  tiene  distintas características que  lo hacen único,  menciono algunas:

Uno.  Es  un  testimonio y reflexión que  se  hizo  apenas  tres  años después  de haber salido del Frente Guerrillero Edgar Ibarra, en la Sierra de las Minas,  en el año 1969. El escrito  cubre su periodo  de militancia entre 1963 y 1968, el cual incluye  su colaboración en la Resistencia Urbana entre 1963 y 1965,  su alzamiento en el destacamento guerrillero en 1965-1966, como  su posterior viaje y encarcelamiento en México, entre  septiembre 1966  y marzo  de 1968.  Cuba  se convierte entonces en el país que le permite  asimilar tan intensos años de experiencia revolucionaria: en tres cárceles  en Guatemala y México, en la resistencia urbana en Guatemala y el apoyo logístico en México, en las propagandas armadas y tareas militares en el Frente  Edgar  Ibarra.

Dos. Constituye a la vez una reflexión antropológica y revolucionaria de  tantos  jóvenes  citadinos en  el campo  guatemalteco. 1960  es una década  de salida de la ciudad,  de encuentro con campesinos, con comunidades ladinas  e indígenas. Fruto  de ello y siempre  relacionado con   tareas   revolucionarias,  de  reflexión  y  conocimiento,  son   los trabajos contemporáneos de  Aura  Marina   Arriola,[5]  Joaquín Noval,[6] Ricardo Falla,[7] entre 1964 y 1969. Por momentos el relato de Mirna se interna  en tratar  de pensar  como  los campesinos y campesinas, en sus costumbres, en la crítica al patriarcado, en la postulación de una nueva sociedad socialista. Menciona las aldeas  llamadas Jones,  San Lorenzo, Santa  Rosalía  del  Mármol. Comparte el  mismo  interés    —junto a Arriola  y Noval— por la división de clases  dentro  de las aldeas  en el área rural.

Tres. Este testimonio constituye un temprano escrito  de mujer revolucionaria en el movimiento guerrillero de 1960,  si no el primero. Yosahandi Navarrete (2015)   destaca   cómo,  a  pesar  de  la  lucha  de Mirna  por  ser un compañero más  en la guerrilla, están  presentes sus rasgos  y mirada  femenina: referencias maternales al hijo de Tío Elí, preocupación por la columna cuando  ésta no llegaba  a tiempo  al lugar acordado, sensibilidad crítica  contra  el patriarcado y conversaciones con campesinas durante  las propagandas armadas. En este sentido también es sumamente importante saber  que la lucha  de las mujeres, en ese momento histórico, se constituía a la vez como  revolucionaria y contra  el patriarcado. Si bien la guerrilla predominantemente fue un espacio  secular  y de compañerismo, no menos  cierto es que su carácter militar  reproducía rasgos  de dominación masculina. El relato,  así,  se convierte en una ventana  para captar  ese horizonte que se abría como posibilidad de liberación revolucionaria desde  la experiencia de estas mujeres, citadinas y campesinas.

Cuatro.  El testimonio nos presenta a Ciudad  de Guatemala como aluvión  rebelde  y búsqueda de la Montaña. Mirna  se mueve  entre  el testimonio de  la  Resistencia Urbana, con  sus  propagandas, pintas, refugios temporales, movilización de personas y mensajes, hasta el reto de constituirse en la primera mujer  en alzarse  al Frente  Edgar  Ibarra. Resulta  sumamente hermoso cuando  narra  cómo  se fue  gestando el deseo y la materialización de participar en la Revolución. Cómo, en tanto mujer,  decide  asumir  el reto y prepararse para las enormes caminatas, los bichos,  la dificultad de la ropa,  la suciedad y la expectativa de los compañeros hombres. Para eso se sabe consciente de un proceso  de aprendizaje de lo nuevo,  de adaptación a la montaña, de conocimiento de  los  compañeros y de  las  poblaciones campesinas alrededor de  la Sierra.  El relato  de Rosa  María  tiene  el carácter  de un bautizo  y una entrega, de una incertidumbre y una decisión, lo cual no parte sólo del proceso  finalizado, sino de reconocer las debilidades como  fuerza  que profetiza la transformación personal y humana.

Quinto. El libro tiene como momento central  —incluso angular— el recuento de quienes  murieron en pos de la liberación social. Finaliza con  el apartado titulado El Tío  Elí,  un hombre en el que  convergen los   dolores,  habilidades,  fuerzas    y   sacrificio  de   los   campesinos ladinos  de Oriente. Mirna  lo recuerda como  una  suerte  de hito  para el destacamento guerrillero entero:  sordo pero capaz de sentir los movimientos telúricos, desconfiado pero  con  posterior capacidad de entrega, padre  errante  que  recorre  las serranías con  su hijo  Mariano, huraño  a la ciudad  y veloz en el campo.  Sumamente doloroso, al leerlo en la actualidad, es el momento en que el ejército  secuestra a Mariano, su hijo, por lo que el Tío Elí se lanza tras la patrulla  militar,  muriendo en el intento  de rescatar  a su hijo.

Reflexión: un pueblo histórico

Hoy,  46 años después, se publica  el relato  Rosa María  o la mujer  en laguerrilla. En este breve  escrito  me he enfocado en algunos  aportes  del libro:  un  relato  cercano  a los  hechos  que  narra  un  momento donde revolución y antropología son un mismo  movimiento, la experiencia de  ser  mujer  en  el  Frente  Guerrillero, un  reflejo  de  la  Ciudad   de Guatemala en plena rebelión, un recuerdo de quienes  murieron. Hay  un  aporte  más  que  me  estuvo  rondando en  la  cabeza  y las entrañas por mucho tiempo: las fotografías. Hay dos que me penetraron y no dejaban  de moverme. En la primera (p. 55),  un joven  delgado, con  cara  apacible aunque  seguro  de  sí mismo,  sentado  en  un  sillón junto  a dos  hermanas Paiz  Cárcamo, una  amiga  y la señora  madre, doña  Clemencia. La sonrisa  de doña  Clemencia es de tranquilidad y de estar  a gusto  en su sala,  una  pequeña niña  sonríe  mordiéndose el labio  mientras, a ambos  lados,  están  sentadas Nora  y Clemencia. Esa foto  de amistad, de confianza mutua,  está  cargada  de una  tremenda fuerza  histórica. El  joven  delgado   era  el  comandante Luis  Augusto Turcios   Lima,  quien  había  sostenido la  Rebelión contra  el  ejército de Guatemala. Por  su parte,  la joven  de brazos  cruzados, Nora  Paiz, estaba  a unos  años  de  conocer la Unión  Soviética y prepararse para la revolución armada, muriendo a manos  del ejército  en 1967  junto al  poeta   Otto  René  Castillo.  La  chica  sonriente, Clemencia Paiz, fue  una  de las fundadoras de lo que  posteriormente sería  el Ejército Guerrillero de los  Pobres,  a través  del  cual  miles  de indígenas desde Huehuetenango a Chimaltenango se alzaron. Las  fotos,  con  el libro de  Mirna  Paiz  y el  estudio  histórico de  Gabriela Olivera, permiten decir  más de lo que muestran o, posiblemente al revés,  evidencian lo que tienen  escondido como  proyección y figura  histórica de nuestras generaciones revolucionarias.

La segunda foto (p. 71) muestra a las tres hermanas Paiz Cárcamo, sentadas en el parque  Morazán, zona 2 de Guatemala, con los peinados altos y cortos  de aquellos años. Jóvenes  como ellas —hermosas, apasionadas— formaron parte de una generación que se rebeló  contra el primer Estado contrainsurgente construido por EEUU y élites nacionales en  el  hemisferio, en  el  marco  de  la  Guerra  Fría.  En  ese mismo momento, cuando  ellas se tomaban la foto, un niño ixil de poco más de un año era cargado  por su madre  mientras trabajaba en la finca Pantaleón, en Escuintla. Ese niño se alzaría  en 1980, en plena rebelión indígena, recibiendo el nombre de Chepito Ixil. Al mismo  tiempo  de la foto,  otro  niño,  poco  mayor  de 9 años,  pasaba  sus  vacaciones en Zacapa  y estudiaba en Ciudad  de Guatemala. Años  después, en 1977 y 1978, se convertiría en uno de los principales líderes  estudiantiles de la Universidad de San  Carlos,  Oliverio Castañeda de León.  Su frase «Mientras haya  pueblo,  habrá  revolución», aún  recorre  las  recientes manifestaciones de  2015,  coreada  por  nuevas  generaciones bajo  un momento histórico distinto. Ver las fotos con la certeza de reconocerlos como nuestros antepasados no es meramente distinguirlos por la familia  o el origen  que tuvieron, por importante que sea, sino por la familia ampliada por la que lucharon, por un mundo  humano. A nosotros, ahora  en 2015,  nos corresponde la historia  de sentar las bases de nuestra  consideración como pueblos  y, más importante aún, como  pueblos  históricos, llamados a insertarnos incluso  en lo más desgarrador del pasado  y del presente para,  allí, en ese momento, captar  nuestro  horizonte. No nacimos de la nada,  nos parimos en la conciencia histórica de la lucha  de nuestros pueblos  y, así, las luchas y sacrificios de un joven Turcios, Nora o Clemencia Paiz, se encuentran con  el dolor  y esperanza históricos de un Oliverio, un Meme  Colom  o un Chepito Ixil.  La juventud no es la que  se queda atrás  como  contraposición a los jóvenes  de hoy,  sino  la capacidad de rescatar  las fuerzas  de resurrección en el asumir,  precisamente, nuestro horizonte como pueblos  históricos, en rebelión.

Bibliografía citada

Arriola, Aura Marina, 1967, “Lineamientos de clase social de un pueblo ladino rural en Guatemala”, en Pensamiento crítico, agosto, La
Habana, pp. 67-86.

Arriola, Aura Marina, 1968, “Secuencias de la cultura indígena guatemalteca”, en Pensamiento crítico, La Habana, pp. 75-102. Duchesne, Juan, 2011, La guerrilla narrada: acción, acontecimiento, sujeto, Ediciones Callejón, Puerto Rico, pp. 404.

Gilly, Adolfo, 1992, Cardenismo, una utopía mexicana, Ediciones Era, México, pp. 365.

Noval, Joaquín, 1964, “Materiales etnográficos de San Miguel Milpas
Altas”, en Cuadernos de Antropología, octubre-diciembre de
1965, Facultad de Humanidades-USAC, Guatemala.

Noval, Joaquín, 1965, “Situación económica actual de los indígenas de Guatemala”, en Cuadernos de Antropología, octubre-diciembre de 1965, Facultad de Humanidades-USAC, Guatemala, pp.
7-23.

Noval, Joaquín, 1966, “Lo urbano y lo rural en Guatemala desde el punto de vista educativo”, Antropología e historia de Guatemala, vol. XVIII, núm. 1, Ministerio de Educación, Guatemala, pp.
75-84.

Noval, Joaquín, 1968, “Acerca de la existencia de clases sociales en la comunidad pequeña”, en Revista Estudios, Escuela de Historia- USAC, Guatemala, pp. 31-41.

Falla, Ricardo, 1978, Quiché rebelde. Estudio de un movimiento de conversión religiosa, rebelde a las creencias tradicionales, en San Antonio Ilotenango, Quiche (1948 -1970), Editorial Universitaria, Guatemala.

Navarrete, Yosahandi, 2015, “Los relatos de Rosa María”, en Rosa María, una mujer en la guerrilla. Relatos de la insurgencia guatemalteca en los años sesenta, CIALC-UNAM, Juan Pablos Editor, México, pp. 195-202.

Paiz Cárcamo, Mirna, 2015, Rosa María, una mujer en la guerrilla.Relatos de la insurgencia guatemalteca en los años sesenta, CIALC- UNAM, Juan Pablos Editor, México, pp. 202.

Vázquez Olivera, M. Gabriela, 2015, “Hilvanar los recuerdos con la historia”, en Rosa María, una mujer en la guerrilla. Relatos de la insurgencia guatemalteca en los años sesenta, CIALC-UNAM, Juan Pablos Editor, México, pp. 15-112.

Sergio Palencia
Ciudad de Guatemala, abril 2015
sergiopf83@yahoo.com.mx

Notas

1 Esto es una práctica habitual en libros que entremezclan análisis  histórico-sociológico y testimonio. Así sucede,  por ejemplo, en el de Juan  Duchesne titulado La guerrilla narrada, escrito  que se construye como una crítica a Mario Payeras  y la guerrilla guatemalteca  del llamado “segundo ciclo”.  En el libro de Duchesne del análisis  del discurso pasa posteriormente a una entrevista con Chiqui  Ramírez. La publicación editada  por Vázquez es distinta, sucede  al análisis  el testimonio de 1969.

2 Alguna  vez le comenté a un amigo  que, contrario al índice,  había  decidido empezar por leer el segundo capítulo y no el primero. El amigo  me dijo: “libro  y libre se parecen”.  Es decir,  tenemos la libertad  de decidir  cómo  le entraremos a la experiencia que es leer.

3 Consúltese Adolfo Gilly, 1992, Cardenismo, una utopía mexicana, Era, México, pp. 365.

4 Es éste el ambiente que describe, en parte,  el Bolo  Flores  con una juventud rebelde desprevenida muchas  veces ante la magnitud de la guerra que se iniciaba. No obstante,¿se puede  pensar  en una  rebelión que  parta  de la exacta  coordinación militar  de los tiempos? ¿No es la rebelión, en parte,  una protesta contra  el encasillamiento y acatamiento  sistémico? Pero, a la vez, ¿no está sobre la mesa la vida de tantos revolucionarios y revolucionarias? Todas,  preguntas de tensión.

5 Consúltese de Aura  Marina  Arriola:  Lineamientos de clase  social  de un pueblo  ladino rural en Guatemala (1967)  y Secuencias de la cultura  indígena guatemalteca (1968).

6 Consúltese de  Joaquín Noval:  Materiales etnográficos de  San  Miguel  Milpas  Altas (1964),  Situación económica de los indígenas de Guatemala (1965),  Lo urbano  y lo rural en Guatemala desde  el punto  de vista  educativo (1968),  Acerca  de la existencia de clases sociales  en la comunidad pequeña (1968).

7  Recordemos que para esos años —1968,1969— Ricardo Falla iría a trabajo de campo antropológico en San Antonio Ilotenango, analizando precisamente las particularidades locales  entre  la conversión y la actividad económica. Este  trabajo  sería  la semilla para su libro Quiché  Rebelde  (1978).