Presentación

Nuevas y renovadas discusiones han surgido en México con el tema inacabable de la educación indígena y la manera como sus actores se incorporan a ella. Dos aspectos, sin embargo, ocupan buena parte del debate actual: por un lado, la ubicación de las diferentes culturas y lenguas en la ahora de moda política educativa bilingüe intercultural; por otro, la naturaleza, intencionalidad y futuro de las llamadas universidades interculturales.

En el primer caso, es motivo de diferentes opiniones no sólo del cómo proceder técnicamente en la escritura de las lenguas indígenas y qué contenidos étnicos enseñar, sino también del hecho mismo de cuál es el sentido de formar lectoescritores en lenguas fragmentadas por múltiples alfabetos —al parecer cada institución o lingüista tiene el suyo— y sin una tradición escrita importante. Algunas de las interrogantes son: ¿Cómo transitar del cúmulo de variantes implicadas en la oralidad de una lengua a su normalización escrita mediante el consenso de especialistas y, por sobre todo, de los hablantes? Y luego, ¿a través de quiénes y de qué modo producir y reproducir literatura cuando el español es la lengua oficial y las lenguas indígenas sistemas de comunicación subordinados?

El segundo debate es más reciente y no por ello de menos trascendencia. Se trata de situar cuál será el alcance de formar profesionistas indígenas. Para algunos, la fundación de universidades interculturales es más bien un asunto fraguado en las altas esferas de lo político, pero de poca seriedad en lo académico; para otros, además de un acto de reconocimiento de derechos a las minorías culturales del país, constituye una oportunidad para que los universitarios indígenas puedan fortalecer sus lealtades y compromisos con las matrices étnicas de las que proceden.

Es así que con el afán de abonar al conocimiento de las diferentes perspectivas y tópicos sobre la problemática educativa, este tercer número de EntreDiversidades. Revista de Ciencias Sociales y Humanidades pone a consideración de sus lectores varias contribuciones; dos de ellas realizadas en un contexto de diversidad étnica y lingüística, y otra más con estudiantes cuyas familias al parecer tienen origen indígena, pero que por diferentes circunstancias abandonaron sus localidades para engrosar los cinturones de miseria muy característicos de las ciudades metropolitanas.

El primer artículo, “Educación superior, afianzamiento de la identidad indígena y compromisos étnicos en México”, se debe a Sylvie Didou Aupetit y constituye todavía uno de los escasos trabajos —si la comparación se establece con los ríos de tinta que analizan la educación indígena en el nivel básico— abocados a reflexionar la temática de los profesionistas indígenas y sus relaciones con el liderazgo étnico.

Desplegando un convincente panorama de lo que ocurre tanto en las universidades convencionales como en las interculturales, la autora sugiere que más allá de los propósitos y mecanismos institucionales utilizados para conseguir el afianzamiento y solidaridad étnica de los estudiantes con sus pueblos de origen, los graduados “están influenciados por sus genealogías, recorridos universitarios y áreas disciplinarias de formación”, obteniéndose como resultado una serie de opiniones disímiles del significado de la identidad étnica, desde quienes la sobrestiman hasta los que la anecdotizan o niegan. De este modo, la afluencia de becas y recursos, la visibilidad y la cada vez más abundante literatura sobre intelectuales indígenas, estarían muy por arriba del compromiso étnico, el cual parece ser cierto únicamente para aquellos que tienen alguna filiación militante.

Es de subrayarse que el artículo está sustentado en una amplia información recolectada mediante entrevistas aplicadas a 18 especialistas y/o representantes institucionales, así como a 73 profesionistas —45 hombres y 28 mujeres— de 16 grupos étnicos correspondientes a todos los niveles de la educación superior.

El siguiente texto, “Leer y escribir en la orillada”, es una contribución de Francesca Casmiro cuyo propósito radica en darnos a conocer una experiencia de taller en torno a los “imaginarios de lectura y las motivaciones para el hábito lector en madres de familia, docentes y alumnos de una escuela pública, en la ciudad de Tuxtla Gutiérrez, Chiapas”. Una escuela donde la miseria de los arrabales parece nulificar de antemano cualquier intento de inculcar la lectura significativa por placer.

No obstante, convencida de la educación emancipadora de Paulo Freire y de las bondades de la comprensión lectora al margen de los gustos consumistas de la industria cultural de masas, como lo plantea Ander-Egg, la autora optará por la estructuración de un círculo de lectoescritura por fuera de la educación institucional. Cuatro elementos conforman su metodología didáctica: a) la tecnología de medios, como forma de ubicar en tiempo y espacio al autor y texto; b) las lecturas comunitarias, en voz alta con fin de socializar; c) las lecturas individuales, seleccionadas libremente de la biblioteca escolar; d) el diccionario, como forma de potenciar la curiosidad por la investigación.

Los resultados obtenidos de la experiencia fueron a juicio de la autora satisfactorios, pues a pesar de que las madres de familia visualizan la educación sólo como un medio para el ascenso social, y que los maestros absolutizan el contexto de pobreza y su impacto en la escuela, los niños lograron una comprensión lectora basada más en recursos culturales propios que en la influencia de los medios.

Cierran esta sección Alejandra Rodríguez Torres y María Elena Fernández-Galán con el artículo “¿Aprender tsotsil? Experiencia con niños de una primaria urbana en San Cristóbal”. Como en el caso del trabajo de Casmiro, se basa de igual manera en la implementación de un taller, esta vez en tzotzil y español, en la periferia indígena de San Cristóbal de Las Casas. A juicio de las autoras, por inscribirse la experiencia de lectoescritura en un espacio escolar conformado por niños hablantes de tzeltal, tzotzil y también únicamente de español, los resultados del ejercicio bilingüe podrían ser apropiados por los niños como una forma de comprender y aceptar la diversidad cultural y lingüística propia de San Cristóbal.

A nuestro parecer, uno de los aspectos más destacados del artículo es mostrarnos con información de primera mano distintos casos de relaciones asimétricas entre los alumnos y alumnas de la escuela, producto no solamente de las diferencias étnicas o lingüísticas —que se revelaron muy importantes por la preponderancia del español y la desvalorización de las lenguas indígenas—, sino también de la disfuncionalidad de varias familias de los niños —madres solteras o padre migrantes, sin retorno, a los Estados Unidos.

En lo que toca a la sección abierta, se presentan dos contribuciones que muestran, y lo hacen inmejorablemente, cómo la Otredad no nada más es inteligible en las obras antropológicas con reputación de etnográficas; puede perseguirse también con éxito en géneros literarios como el de la novela. Ello es evidente en el escrito de Mario Ruz, “De arcas de olvido y memorias encajonadas. La dilución de lo étnico en Balún Canán”. Entre notas etnográficas del habla comiteca y su influencia tojolabal, anécdotas de la vida de Rosario Castellanos como colaboradora indigenista, y algunos de sus dichos sobre la antropología y los indígenas, Ruz nos aproxima a la peculiar forma en que una “mestiza” disuelve en una de sus obras literarias más representativas las particularidades étnicas —en especial las del grupo tojolabal— para erigir un mundo simplemente indígena que puede ser llamado de cualquier modo. Se trata, dice el autor, de una mirada entremezclada de imaginarios y cotidianidades donde lo que resalta más que la imagen del Otro es el “espejo de la alteridad”.

Por su parte, Irlanda Villegas, en “El juego de las miradas y la demonización en la percepción del sujeto afroamericano: A Mercy, de Toni Morrison”, examina el concepto de la Otredad en el contexto cultural afroamericano de los siglos XVI y XVII. Como el título del trabajo lo indica, la fuente de referencia es la novela A Mercy (Una bendición, 2008), escrita por la Premio Nobel de Literatura 1993, Toni Morrison. La trama ficcional ocurre en el seno de una familia multiétnica y es seguida por Villegas a través de la técnica socioliteraria del close reading o lectura atenta.

La sección cierra con un artículo de Mario Suárez sobre el caso de una cooperativa de indígenas cuya peculiaridad estriba en conformar un proyecto económico de producción, procesamiento y comercialización de café orgánico, que desarrolla su actividad en el marco de la afiliación de sus integrantes al movimiento zapatista. El escrito, denominado “¿Autogestión dentro de la autonomía?: La experiencia de la cooperativa de cafeticultores indígenas zapatistas Yochin Tayel Kinal”, retoma el criterio metodológico de campo de poder planteado por Pierre Bourdieu, y mediante su aplicación el autor nos introduce al conjunto de relaciones desiguales que en un territorio y tiempo zapatista determinado —el del Caracol 4, cuya sede es el ejido Morelia— la cooperativa establece con mandos militares del EZLN, así como con las autoridades rotativas de la Junta de Buen Gobierno, las asambleas de zona, los consejos municipales autónomos, las comunidades, grupos y bases de apoyo, entre otros agentes.

Una de las preocupaciones centrales que el autor plantea con el fin de sopesar la viabilidad de asociaciones productivas como la de Yochin Tayel Kinal, gestada al calor de un movimiento en resistencia y por lo tanto sin apoyos gubernamentales, está en el plano político: “es inevitable preguntarse si en un movimiento que persigue la autonomía política y territorial caben expresiones de autonomías o de autogestión en otras escalas del espacio social. Si en tal proceso debe centralizarse la gestión territorial y de gobierno, o bien propiciar la reproducción microsocial de las aspiraciones autonómicas”. A juicio del autor, el zapatismo ha transitado hasta ahora por el camino de la primera opción, resultando conveniente recuperar el principio ético de “construcción de ciudadanía”, el cual implica que ésta debe ser propiciada y apropiada en todos los intersticios del espacio social.

En la sección Entrevista, Oswaldo Villalobos Cavazos y Tim Trench presentan “ ‘¿Pero qué le vamos a hacer?’: Un testimonio desde la Selva Lacandona, Chiapas”. El texto es un relato de vida de Don Quirino Hernández Clara, indígena campesino y uno de los fundadores del ejido Benito Juárez Miramar, en la Selva Lacandona. El documento, como podrá corroborar el lector, constituye —más allá del sinfín de artículos y discusiones sobre el tema de las organizaciones campesinas y la colonización de la Selva— toda una historia de vida que, por corresponder a la de una persona que ha permanecido en la comunidad desde su fundación, contribuye sin duda a conocer mejor desde la perspectiva campesina la historia social regional.

Por último, concluimos este número con una reseña de José Luis Escalona del libro Mayas in the Market Place. Tourism, Globalization, and Cultural Identity. En el texto su autor, Walter Little, investiga en un mercado de artesanías típicas, en La Antigua, Guatemala, las relaciones que se producen entre vendedores y turistas.

 

Jorge Paniagua Mijangos
Coordinador del número