Los amores locos de una joven chamula. Simpatías materno-filiales y cambio social

Isabel Neila Boyer[1]

Resumen: La lectura etnográfica y el acercamiento antropológico al microcosmos de las familias tzotziles revelan una realidad incuestionable que advierte cómo éstas han recibido el embate de las múltiples formas en que la “modernidad” ha hecho acto de presencia en las comunidades indígenas; irrupción que, a primera vista, se ha traducido en cambios en su estructura y dinámica interna. Asociado a ello, y en parte como consecuencia, la creciente presencia social de las mujeres ha conducido, en ocasiones, a un replanteamiento de los roles y las relaciones entre géneros y generaciones, así como a la progresiva emergencia de una nueva subjetividad femenina que ha traído de la mano, a veces, el surgimiento de un ethos que sustentado en las relaciones de simpatía materno-filiales, y respecto a ciertas crisis domésticas como lo son las producidas por los «amores locos», está apoyando el cambio social hacia el «nuevo vivir», ach’ kuxlejal. Cómo la emergencia de otra «voz» moral femenina va posibilitando un orden ético/corporal y social más amplio, denotativo de un modo “moderno” de estar-en-el-mundo, es el objeto de las páginas que siguen.

Palabras clave: juventud tzotzil, “modernidad”, género, voluntad/agencia, Chiapas.

“Crazy love affairs” of a Chamula young woman. Mother-child affection and social change

Abstract: An ethnographic reading and anthropological approach to the microcosm of tzotzil families reveal an undeniable reality: they have received the brunt of the multiple ways in which “modernity” has become present in indigenous communities. At first sight, this irruption has resulted in changes in its structure and internal dynamics. Associated to this, and partly as a result of it, the growing social recognition of women in society has led at times to a reorganization of the roles and relationships between genders and generations, and to the gradual emergence of a new female subjectivity. This has brought with it sometimes the emergence of an ethos, that underpinned by relations of mother-child affection, and in respect to certain domestic crises such as those produced by «crazy love affairs», is supporting social change towards the «new way of living», ach' kuxlejal. How the emergence of another feminine moral «voice» is enabling an ethical/corporal and wider social order, denotative of a “modern” way of being-in-the-world, is the subject of the following pages.

Keywords: Tzotzil youth, “modernity”, gender, will/agency, Chiapas.

I. Otra voz, voces cómplices[2]

El devenir del tiempo y los cambios apabullantes introducidos por la “modernidad” en la cotidianidad tzotzil, fundamentalmente desde mediados del pasado siglo, han tenido, entre otras consecuencias, el incremento considerable de las jefaturas de hogar femeninas, transitorias o definitivas, y la incorporación de las mujeres a la toma de decisiones como efecto de su participación económica.[3] Este hecho ha dejado al descubierto unas interacciones familiares que frente a una versión local del poder[4] y la moral patriarcal dominante —practicada por ambos géneros y basada en una «ética de la justicia» (Gilligan, 1982, 1985a, 1985b, 2006) nativa, en un derecho/respeto fuertemente jerárquico y en la praxis discriminatorio para las mujeres— se encuentran mediadas por la simpatía/empatía de la «voz» femenina (ibídem.).[5] En este sentido, Ariza y Olivera (2001: 10) advierten cómo, entre otros factores, la incorporación de las mujeres a la actividad económica extradoméstica ha ido contribuyendo «[…] al lento proceso de erosión de los fundamentos socioculturales del ethos patriarcal, promoviendo —como bien expresan— la emergencia de imágenes cambiantes de la mujer y sus familias», llegando a hablar, incluso, de modificación de los arreglos y acuerdos familiares y del modo en que los grupos domésticos interactúan con la vida institucional y económica, poniendo en evidencia la estrecha interconexión entre el mundo familiar y otros ejes de la organización social. Tanto es así, que la irrupción de la “modernidad” en la vida de la población indígena de Chiapas parece haber elevado la acústica de un ethos femenino silenciado por la costumbre; «voz» que, en ocasiones, está facilitando el desafío de la corrección moral (y corporal) tradicional —basada en el principio del respeto y expresada en términos de mesura y equilibrio[6] — gracias, precisamente, a las relaciones de complicidad materno-filiales. De manera que existe la convicción, o cuanto menos la sospecha, de que la singular «ética del cuidado» femenina tzotzil está sirviendo de coartada a un proceso generacional de (trans)formación corporal y redefinición de la condición moral e identitaria que es caracterizado por la exageración asociada al carácter y al gestus y criticado por ser expresión de la brusca ruptura social en un tiempo de «nuevo vivir» (ach’ kuxlejal) allá donde la costumbre siempre ha impelido a permanecer dentro de las fronteras armónicas.[7] Y ello porque tal simpatía materno-filial tolera y favorece el ejercicio de la «voluntad del corazón»[8] —que una perspectiva occidental y desarrollista traduce por agencia— y sus argumentos tanto en el diseño y la explicación de la experiencia como en el anhelo por construir una vida más autónoma y “moderna”; empatía, por otro lado, que se establece de manera privilegiada cuando existe una identidad de género compartida y una experiencia vital análoga.

Desde época prehispánica, como se aprecia en los trabajos pioneros de León Portilla (1956) y López Austin (1980), la diferencia corporal y estética ha ido con frecuencia, en las sociedades amerindias, ligada a una distinción ética, y viceversa. Todavía actualmente, y el caso tzotzil no es una excepción, los mayas subrayan la importancia del cuerpo indígena como depositario de la «sustancia ética».[9] Quiero detenerme aquí, un momento, a explicar la particular visión tzotzil del desarrollo moral y su relación con la corporalidad, similar si no idéntica, en líneas generales, a la tzeltal (grupo indígena vecino con el que comparten muchos rasgos culturales). Apuntaba antes cómo esa moral patriarcal dominante, o «ética de la justicia» nativa, bien podría corresponderse en tzotzil con el concepto de derecho/respeto. En un extraordinario trabajo sobre el laberinto de la traducción de la Declaración Universal de los Derechos Humanos a lengua tzeltal, analizaba Pitarch (2001: 127-160) dos palabras clave: «ley» y «derecho», cuya traslación resultaba compleja y comprometedora. El término «ley» fue sustituido por el tzeltal mantalil, consejo; «[…] lo que se dice a alguien sobre lo que conviene o no conviene hacer». Esto es, el conjunto de preceptos —o «leyes», tal y como los entendía su informante— ofrecidos a niños y jóvenes con el fin de que observen un comportamiento socialmente apropiado; de que actúen con razón, piensen, sigan el camino, adopten la costumbre, adquieran su forma de vivir y su forma de hacer las cosas dentro de los márgenes culturales y el orden establecido (Ídem: 131-133). Subrayaba también cómo estos consejos/«leyes» prestaban una atención prioritaria a las cuestiones de corrección corporal y etiqueta social; en especial a aquellas que tenían que ver con la demostración de respeto. De manera que, como bien afirmaba Pitarch, «[…] Mantalil constituye una ética de vida […] que se elabora en, y guarda relación con, el cuerpo» donde éste constituye «[…] el escenario necesario para el desarrollo moral de una persona» (Ídem: 132-133), el instrumento expresivo fundamental de la calidad moral y el locus de la diferencia. Así pues, si bien el género mantalil compone una ética, también representa una estética que distingue, mediante los hábitos sociales (lo que se come; lo que se habla y cómo se habla; la forma de moverse, vestirse y llevar la ropa, etc.), a unos de otros. Por tanto, desde la perspectiva indígena, la ética (mantalil) interviene decisivamente en la formación de una persona el cuerpo mediante, y la corrección física y moral son la misma cosa (Pitarch, 2003: 66; 2006: 353).

Una persona éticamente formada, o con un desarrollo moral completo, es aquella que ha adquirido la suficiente madurez, gracias a los consejos (entendidos también como substancia), como para considerarse que posee un cuerpo correcto; el cual sólo se logra a edad avanzada dada su fabricación continua desde el nacimiento (Pitarch, 2000: 3; 2001: 132; 2003: 66; 2006: 353-354). Esta formación ética y moral, obtenida progresivamente mediante la socialización familiar desde la primera infancia, radica en la cabeza y supone una de las dos conciencias o pensamientos que se poseen. A diferencia de ella, que existe sólo potencialmente al momento del nacimiento y se va creando a lo largo del desarrollo individual, la otra, la del corazón, está completamente formada desde el nacimiento y, en este proceso, es doblegada por las palabras de los consejos que «atraen el corazón» (Pitarch, 2001: 136, 148). En definitiva, la compostura personal, la etiqueta (actitudes, gestos, palabras, etc.), es reflejo del respeto y de una ética de vida que garantiza el apropiado desenvolvimiento del sujeto en la sociedad; que revela el actuar con razón, la adopción de la costumbre y la asunción de los márgenes culturales y el orden establecido; que pone en evidencia una concepción de la vida y del modo de proceder en ella consonancia con la tradición. Es decir,  que la manera de estar-en-el-mundo que permite la fabricación o reconstrucción corporal (Pitarch, 2006: 354).

Pero, ¿qué es un cuerpo correcto? Con relación a otros asuntos, ponía de relieve Pitarch (1996: 85-88; 2000: 2) la extraordinaria e intensa preocupación estética de los tzeltales por el dominio del cuerpo y el gesto respecto a tres cuestiones esenciales: los movimientos corporales, el vestido y el lenguaje. El control sobre la ejecución motriz y la «economía de los gestos», afirmaba, debe transmitir serenidad y dominio de sí, orden y medida, en tanto en cuanto los gestos bruscos o excesivos están fuera de lugar y son inmorales; de ahí su exagerado control y celo. Apuntaba entonces la especial atención que se le dedicaba a la manera de caminar.  En cuanto al vestido, decía, la forma en que la ropa es colocada resulta siempre objeto de un atentísimo escrutinio público. Por último, advertía cómo el habla es el mayor indicador moral de la persona; no sólo deben enunciarse las palabras apropiadas en las circunstancias oportunas sino que, además, deben cuidarse aspectos como el tono, el timbre y la cadencia. Todas estas cuestiones, expresaba, reflejan el orden social, de manera que ejercer control sobre ellas implica ahogar los rasgos individualizantes en beneficio del papel social de la persona.

Entre los tzotziles, como entre los tzeltales, el ethos se elabora y guarda relación con el cuerpo; siendo éste el escenario del desarrollo moral. De manera que ostentar una apariencia correcta en términos culturales, y observar las reglas de etiqueta social, son rasgos sintomáticos de una persona respetuosa y éticamente formada a base de seguir los dictados y preceptos culturales (la costumbre) que encarrilan el comportamiento hacia lo socialmente apropiado. Lo contrario supone la confirmación de la desobediencia de los consejos, la irreverencia, la amoralidad y la ruptura de la armonía en la convivencia; cuestiones que se dirimen a simple vista evaluando el gestus. Este descontrol manifiesto de ciertas tipologías personales —entre ellas la de las mujeres lokas y hombres lokos— remite, además, no sólo a su consideración como sujetos transgresores del orden establecido, sino también, y en calidad de su creciente abundancia, apunta a un sentimiento de emergencia de otro orden social —amparado por el ethos femenino— que denominan  «nuevo vivir», ach’ kuxlejal.

La tendencia corporal y gestual hacia la exageración, esto es, la aparente inobservancia de los cánones de mesura y equilibrio tradicionales en el cuidado personal y de la indumentaria, en el estricto control de la expresión corporal, en la ejecución de los movimientos y en la economía de los gestos, así como en la discreción del lenguaje, vienen siendo en este tiempo de «nuevo vivir» motivo constante de conflictos y chismes que, aun haciendo mella en primera instancia en las relaciones de los grupos domésticos, exceden los límites de la familia. De ahí que en el «nuevo vivir» tzotzil las dinámicas familiares oscilen, errática y convulsamente, entre dos modelos de orden moral, expresando las tensiones entre costumbre y “modernidad”, primando en ocasiones las relaciones de poder frente a las de simpatía y viceversa. Tanto es así, que el surgimiento de otra «voz» acerca los conflictos, la inestabilidad y la incertidumbre al núcleo familiar, distanciando el «buen vivir» (lekil kuxlejal) sostenido durante mucho tiempo sobre las renuncias femeninas.

Esta actitud corporal/moral exagerada se compendia de manera privilegiada en la experiencia de los «amores locos». Amores que evidencian, además, cómo en las interacciones familiares van cobrando fuerza las relaciones basadas en la empatía, la premisa de la no violencia y los juicios morales respaldados por la intimidad de las relaciones  que tratan de complementar aquella «ética de derechos» sustentada en el respeto. A pesar de ello, las expresiones cotidianas de una voluntad más autónoma —en respuesta a los deseos irradiados exclusivamente del corazón— auspiciada (a veces) por la complicidad y simpatía materna, y traducida en cierta tolerancia de la praxis del amor romántico, son causa continua de crisis que han modificado la dinámica relacional de la familia tzotzil con idéntica intensidad a cómo otros hechos lo hicieron en el pasado: la incorporación femenina a la economía productiva a partir del trabajo artesanal, la conversión religiosa al cristianismo moderno, la interiorización del discurso de los derechos en el contexto sociopolítico despertado por el alzamiento zapatista, etc.; hechos que llevaron a constatar por parte de la población tzotzil una «ruptura del mundo» (Rus, 1990a: 3) en la década de los sesenta del pasado siglo.

Con base en estas ideas el artículo pretende demostrar etnográficamente cómo los «amores locos» de una joven chamula abren en canal a la familia indígena, ventilando las fluctuaciones e inestabilidades que se producen en su seno como fruto de la necesidad de conciliar a nivel familiar nuevos roles y subjetividades con cánones sociales tradicionales. De manera que deja traslucir cómo la emergencia de un ethos femenino en el contexto doméstico, aunado al empoderamiento en un sentido amplio, influye en las dinámicas familiares en tres aspectos esenciales que están propiciando sobremanera el cambio social en Chiapas. Por un lado, da pie al surgimiento de crisis domésticas que modifican la práctica relacional de la familia tzotzil; por el otro, favorece un orden moral familiar mixto no sólo más acorde al «nuevo vivir» sino, además, generativo del mismo; y, por último, alimenta la «voluntad del corazón» (agencia) y el deseo de construcción de la propia vida sobre la base de que las diferencias morales suponen diferentes percepciones del yo con relación al destino.

El argumento que defiendo pues, es que la experiencia de los «amores locos» —una de las señas de identidad de este tiempo ach’ kuxlejal, expresión máxima de la superioridad de la «voluntad del corazón» y desafío por el deseo de construir la vida lejos de ciertas pautas de la costumbre— parece hundir sus raíces en un modelo de interacciones familiares donde circunstancias de toda índole impuestas por la “modernidad” han favorecido la emergencia de una «voz» moral femenina silenciada por la tradición. De forma que tal experiencia romántica está, en ocasiones, siendo justificada por ese ethos que ha ido surgiendo en las últimas décadas, y desde mediados del pasado siglo, de la mano de los distintos y continuos cambios socioeconómicos, religiosos y políticos acaecidos en Chiapas. Un ethos femenino que si ya, de por sí, ha modificado las interacciones familiares, se proyecta hacia el futuro como una «voz» en evolución que asegura la continuidad del cambio posibilitando la construcción de vidas femeninas con base en subjetividades más cercanas al mundo mestizo y a argumentos que potencian la agencia personal. Todo ello ha dado lugar a otro estilo y orden familiar que posibilita el desempeño de los nuevos roles recién conquistados.

El relato que presento a continuación sobre los «amores locos» de una joven chamula invita a imaginar el impacto social de estas cuestiones, que exceden el núcleo doméstico y permiten aventurar un «nuevo vivir» donde lo femenino se dilata y la «voluntad del corazón» va abriéndose camino en las explicaciones y representaciones de la vida. Donde precisamente esa «voz» moral femenina parece, a veces, estar facilitando la experiencia de una versión local del amor romántico que es concebida por la juventud —por aquellos de quienes se afirma son los del «nuevo crecimiento» (ach’ chi’eletik), los del «nuevo vivir» (ach’ kuxlejaletik)— como el medio, o al menos uno de ellos (tal vez el más importante), de construir una vida más acorde a la “modernidad”.

II. «Nosotros como jóvenes ya hemos cambiado y vamos a cambiar nuestra vida».

Esta es la historia de cómo llegué a conocer la vida de Margarita —porque es así como llamaré a esta joven chamula que hizo de mí su cómplice—, o al menos esa parte de su existencia a la que ella llamaba vida.[10] Y es que terminando de contar sus avatares amorosos, y cuando todavía el coqueteo reportaba más dulzuras que sinsabores y el tono de comedia se imponía en la narración, me sorprendió al decirme: «sabes toda mi vida ya»; como si ésta hubiera comenzado en el mismo instante en que conoció el amor y ese pasado de costumbres y emociones contenidas aprendidas durante su infancia y juventud en la comunidad fuese un hueco hondo y vacío de olvido y silencio, un lugar galáctico cuya transgresión como espacio sagrado era criticado y castigado a la par por los mayores afanados por mantener el eje del universo en la razón. Hacía entonces pocos meses desde que iniciáramos conversaciones más fluidas en las que había conocido cómo era su cotidianeidad en la ciudad, eso sí, sin apenas obtener más que escasas referencias sobre su pasado en el pequeño paraje de Chamula donde nació y el cual abandonó después de finalizar la secundaria. Quizás sea este episodio, el de su escapada a San Cristóbal de Las Casas, el único que se permitió rescatar para mí de esa umbría de experiencias que entendía de poca practicidad en la capital.[11] Hasta podría decir que lo hizo con el gusto y la distancia de quien se aventura en una feria a atrapar con un brazo metálico un recuerdo de un cajón de vidrio; con el mismo capricho de alguien que rescata algo de la provisionalidad para hacerle un hueco en el día a día. Y es que era con ese hecho seleccionado del batiburrillo de la memoria con el que ella quería narrar a voluntad su historia de vida,[12] su entrada en la “modernidad” y su participación en el «nuevo vivir» (ach’ kuxlejal). Yo no tengo por menos, entonces, que respetar lo que tanto le costó mantener salvando la licencia que me he permitido de bautizarla con el nombre de una flor que el folklore nos enseña a deshojar para conocer con el último pétalo nuestra suerte en el amor.

Mi nombre es Margarita López Gómez. Tengo 21 años y soy de un paraje de Chamula. Viví en mi paraje hasta los 19 años, de ahí me vine a San Cristóbal. Me vine aquí porque había tantos problemas, porque yo estaba estudiando en segundo grado de secundaria, de ahí tuve un novio a escondidas, pues como ahí no se permitían tener novios, entonces pues supieron mis papás. Creo que tenía 18 cuando me hice novia de él. Tenía 18 o 17, no me acuerdo.[13]

Él ya me conocía de antes pero yo no lo conocía, entonces él me habló.[14] Él había terminado su prepa [preparatoria], estudió en otra escuela y yo lo conocí.

Es de otra comunidad. Y de allí nos conocimos, nos hicimos novios. Es algo como que «si quieres ser mi novia», o así pues; me empezó a decir eso. Me habían dicho muchas cosas de él y yo, no sé si por miedo, yo lo acepté. Y entonces nos hicimos novios por unos meses. Yo sabía de que traía algo este güey porque siempre me invitaba a comer o «vamos a ir a pasear», me decía; a él le gustaba sacarme a pasear. Le pregunté: «no sé qué es lo que te pasa, pero ¿por qué me haces esto?», le dije, «si supieran mis papás de seguro que vamos a tener problemas». Ya luego me empezó a decir: «no, es que me gustas y sí quiero, no te vayas a molestar, quiero preguntarte algo pero no te vayas a molestar», me dice, «si quieres ser mi novia, yo ya te conozco hace muchos años». «No, yo no te conozco», le dije, «pero de ahí nos vamos a conocer, ya ves que nosotros como jóvenes ya hemos cambiado y vamos a cambiar nuestra vida», me dice. Y yo también le hice caso porque me gustaba. Él era alto, flaquito y güerito. Me gustaba cómo era él pero supe de él de que era mujeriego, entonces quise renunciar, pero como él no quería dejarme, se quería casar conmigo.

Tenía ya tres meses de que estábamos de novios y me sacaba a pasear a San Cristóbal. Aquí me traía porque sabía que viajaba pues. A veces yo venía en las reuniones [de asociaciones civiles y cooperativas de artesanas], por eso él así me conoció, y como a veces tenía clientes en el camino ya ni les traía. Es que tiene carro, es chofer. Así viajando nos conocimos, es que como yo salía a las reuniones, a cualquier cosa que yo hacía, así fue que me conoció, me empezó a decir cosas. Ya de ahí, a los tres meses, fue cuando me dijo que quería casarse conmigo. «No, ¿sabes qué?, te quiero mucho pero si piensas casarte ya pues búscate otra porque yo ya no pienso todavía, primero voy a ver si salgo bien con mis calificaciones en la secundaria, si salgo bien le voy a echar ganas y si no pues salgo, pero casarme todavía no, no he pensado», le dije. Pero él insistió, insistió, insistió, y le dije: «¿sabes qué?, si de verdad me quieres me vas a esperar y si no pues busca otra chava que de verdad sí quiere casarse», «ah, bueno», dice. Y un mes después me dijo que iba a ir a los Estados Unidos para trabajar ahí, que dos años va a ir. Me dice: «voy a ir a los Estados Unidos pero me vas a esperar», «bueno, está bien, eso está mejor porque mientras yo termino mis estudios tú vas a trabajar», le dije. Y nos comprometimos y todo eso. Me dio unas cosas para eso [formalizar el compromiso], así como un collar, un anillo me regaló, era de oro, los otros era de plata, y una foto también. San Cristóbal de Las Casas, 06-02-2008.

Cuando todavía entera comenzaba a justificar así su presencia en la ciudad, también había pasado ya casi año y medio desde que la encontrara una fría mañana de octubre, víspera de la festividad de Todos los Santos. Estaba sentada en el suelo sobre su mullida falda negra de lana cardada y trenzaba los flecos de algodón de un rebozo recién tejido. Abatida, contemplaba absorta la habilidad de sus manos como quien observa el oleaje de un mar ajeno sin apenas atisbar el dinamismo de las calles circundantes y el ajetreo bullicioso del mercado. Decenas de mujeres se acercaban esos días a la ciudad a sabiendas de que las artesanías que frenéticamente habían logrado terminar para costear la fiesta se pagaban baratas en tales fechas; sin importarles, como a mí, que las carreteras se apocaran con la niebla y el manejo de los choferes se sintiera más temerario. Concentrada, como si en cada nudo de la trenza hubiera sujetado un poco de tristeza, apretaba y anudaba los manojos de hilos. Sólo me dirigió una mirada lánguida, pero su tristeza pesada y generosa engrasó la conversación. Esa es la imagen que guardo de Margarita ahora ya seis años atrás. Tras pedir las disculpas de quien no tiene por costumbre ofrecer a un desconocido un ánimo así, supe el motivo de su pena: «Viajaban de Cancún a Chiapas, iban a festejar el día del padre y terminaron muertos», «Papá muere cuando quería pasar el día con su hijo. Iban a celebrar el día del padre pero terminaron velados». Con estos titulares anunciaba un semanario sensacionalista de Campeche el fallecimiento del cabeza de familia y de uno de los hermanos de Margarita cuatro meses atrás; tragedia a la que debía sumarse la muerte de un sobrino, hijo de éste, y de su hermano menor, Andrés, poco tiempo antes debido, en parte, a una negligencia de su padre estando ebrio. Había por tanto cuatro difuntos más a los que agasajar en días próximos, y decenas de familiares vivos que recorrerían todos y cada uno de los altares donde era esperada su presencia. También Margarita, como tantas otras mujeres, estaba entonces de paso en San Cristóbal para intentar vender su trabajo y contribuir a la preparación de la fiesta.

III. «Aquí en la ciudad ya es otra cosa».[15]

En los meses siguientes a ese día de finales de octubre de 2006 nuestros encuentros fueron esporádicos y de una cortesía casi hospitalaria. En ese tiempo Margarita ya había abandonado su pequeño paraje para desafiar al destino e iniciar la aventura de la cuidad, sentir el éxtasis de ejercer la voluntad propia y conocer cómo era en verdad el amor que se cantaba a lamentos acompasados por la radio. Estribillos que yo no escuchaba desde mi infancia y que adquirían ahora un significado especial, como ese que José Luis Perales escribió para el grupo Mocedades interpretado ahora a ritmo duranguense por Ponzoña Musical: «Y los muchachos del barrio le llamaban loca/ y unos hombres vestidos de blanco le dijeron ven/ y ella gritó, no señor, ya lo ven, yo no estoy loca/ estuve loca ayer, pero fue por amor…». Vivía en una casita de dos cuartos de paredes de tabicón y techo de lámina en uno de los barrios de la periferia. Un lugar que lucía ese aspecto de provisionalidad que décadas atrás habían caracterizado a las colonias de expulsados por conflictos religiosos.[16] Ahora tengo la impresión de que si por una suerte de juego del tiempo pudiera compilar como estampas esos momentos, cronológicamente y una encima de la anterior, tal y como lo hace un dibujante de viñetas, un gesto simple de muñeca revelaría en un plis-plás el cambio que la ciudad había obrado en esta joven chamula. Pero eso nunca va a ocurrir. Sólo recuerdo que, de vez en cuando, pequeños detalles de su conversación, de sus gestos o de su atuendo eran como un chasquear de dedos que capturaban mi atención y alimentaban la curiosidad e intriga que ya sentía por ella. El relato acongojado de sus pérdidas familiares y los augurios de cómo esos hechos habrían de influir en su vida futura parecieron evaporarse en el mismo instante en que esas palabras pesadas, vehementes, cargadas de tristeza y de coraje tocaron sus fríos labios de octubre. Nada más mencionó de aquello, ni tan siquiera cuando yo intentaba establecer su estado anímico después de cada saludo. Una respuesta escueta y cortante daba lugar a una plática amable sobre moda, maquillaje, productos de aseo personal, relaciones íntimas: ¿Tú te maquillas? ¿Te pones falda corta? ¿Dónde compraste ese suéter y esos pantalones de mezclilla? ¿Usas desodorante y cremas? ¿Tienes novio? Era evidente que aquellos hechos que en su día me confió pertenecían a un pasado que sólo debía ser franqueado en fechas concretas. Y el por qué esto era así fue una revelación de una mañana de septiembre de 2007 en que Pascuala, su madre, me relataba cómo había fallecido su hijo Andrés y algo de las desventuras con el que hasta no hacía mucho había sido su esposo.

―Ya pasó más de un año, pasó un año de este mes de 18 de junio que mi esposo falleció. Pero también no junto cuando murió; ya son parte ya. Así nada más que estamos divorciados ya pasó más de dos años. Fue en la segunda que nos divorciamos cuando él se murió.

―Cuando tu papá murió, ¿no vivía aquí en la casa? ―pregunté a Margarita.

―No, él vivía en la casita allá del otro lado de la carretera.

―¿Y por qué se separó tu madre? ―continué.

―¡Explícale! ―le pidió en tzotzil a su madre que había entendido perfectamente mi pregunta.

―¿El por qué nos divorciamos? ―comenzó en tzotzil Pascuala―, porque él me pegó, por poco me mató, quebró mis casas y también ya dormimos a escondidas con esta hija. Fuimos en la casa de mi hijo que vive aquí abajo y ya después… Pero ya no quiero decir más porque él ya está muerto. Ya no podemos decir más de él porque él puede entrar la maldad en la casa. Ya no se puede decir.

―Nada más voy a decir lo que acabas de explicar ―le susurró Margarita en tzotzil con voz tranquilizadora―. Se separaron porque tomaba mucho y golpeaba mucho a mi mamá y quebraba las puertas, golpeaba todo. Bueno, ella dice que no puede contar todo porque le causa daño todavía ―y mirando a su madre que tenía los ojos vidriosos le preguntó preocupada―. ¿Todavía te sentiste mal cuando él murió?

―Sí, pero muy poquito, de por sí ya era muy poco. Como él ya vivía aparte, ya no era mucha tristeza. Paraje de Chamula, 12-09-2007.

Margarita asintió y se quedó pensativa. Pero como decía, ella ya había cambiado,[17] y lo había hecho de una manera tan progresiva que casi resultaba un pasatiempo de revista encontrar en su presencia el detalle que no se ajustara con la imagen que yacía en mi memoria. Y este ejercicio al que yo me había aficionado por entretenimiento, lo realizaban también su madre, sus cuñadas, sus hermanos y vecinos cada vez que llegaba de visita a la comunidad. Así también lo hicieron en esta ocasión. Aunque tratara de disimular los aderezos de la ciudad, Pascuala siempre la escudriñaba nada más bajar de la urvan. Miraba quién era el chofer, dónde iba sentada, cuánto demoraba en pagar el pasaje y si se establecía algún tipo de conversación… Y todo ello con la celeridad de quien trata de asegurarse de que lo visible en público no era objeto de chisme. Confirmaba orgullosa que vistiera su traje tradicional.[18] De camino a la cocina, indagaba curiosa sobre si le había platicado el chofer en el trayecto y, en caso de que así hubiera sido, se preocupaba, amable pero inquisitiva, por conocer con exactitud qué le había preguntado y cuáles habían sido sus respuestas; porque éste era el formato del coqueteo con que los lobos de la carretera intentaban embaucar a caperucitas inocentes e ingenuas. Porque:

—Algunas no quieren compañía —me comentaba en otra ocasión un vecino de Pascuala de aquellas mujeres que denominan lokas[19] —, solitas se van y se van. Pero algunas llevan a su familia de compañía, sienten miedo porque hay hombres lokos, las violan, las tiran al suelo y las violan. Así pasó en tijera [bifurcación del camino] Jolnachoj, llegó un chofer, levantó a la muchacha y la violó, la llevó al monte; es un loko hombre que viola. Eso se dice un hombre loko, por eso algunas llevan compañía, sienten miedo y llevan hermanitos.

—¿Cómo está eso de los choferes y las muchachas? ¿Por qué a ellas les gustan tanto? —pregunté a sabiendas de la fama de este colectivo, intentando indagar los motivos por los que algunas jóvenes acceden a acompañar al conductor en el asiento contiguo y a darles conversación, acto considerado de provocación y coquetería.

¿Por qué un chofer les llega a gustar a las muchachas? —tradujo la hija a su madre.

―No lo sé, pero sí existen muchos choferes que buscan mujeres, porque hay otras mujeres que les gusta viajar en la cabina y empiezan a platicar, pero ya no es una plática normal si no ya entran a pensar otra cosa más —respondió en tzotzil.

―Es que, como dice mi madre pues, en la combi, delante, hay un lugar, entonces muchas de las muchachas les gusta ir ahí y les gusta platicar de cualquier cosa, ¿no? Entonces ahí van conociendo y ahí empiezan. Por eso estaba diciendo mi mamá que hay muchos hombres que ahí encuentran sus amantes. Paraje de Chamula, 15-01-2008.

De sobra conocía Pascuala este peligro, y a pesar de ello afirmaba con juicio que «[…] la nueva forma de vivir [ach’ kuxlejal] es porque ya empezaron a existir las carreteras. Para mí —decía—  es lo que impulsó el mejoramiento de la vida. Ahorita ya llegaron las carreteras, los caminos ya vinieron cambiando, ya salieron muestras de trabajo [seña abtelal] para no ir a trabajar en la finca, en tierra caliente, aquí nada más podemos trabajar. Como ya hay caminos y carreteras ya se pueden trasladar los kaxlanetik [hombres blancos, ladinos] y también nosotros podemos trasladarnos y salir a preguntar dónde podemos encontrar algún trabajo». Pero como iba diciendo, de camino a la cocina interrogaba a su hija, y ya cuando la tenía sentada cerca para disfrutar con su presencia y salvar la bruma que despedía el anafre, la examinaba al resguardo de las miradas chismosas, acariciaba sus manos, la olía, le tocaba el pelo. Se desenvolvía en ella con una parsimonia ritual que comenzaba en el cabello y terminaba en el monedero para cerciorarse de que allí nada escondía. Era casi como esos meticulosos ceremoniales animales de reconocimiento con los que algunos mamíferos escarmientan la incipiente independencia de su descendencia. Luego ya, después de todo, nos servía el desayuno y platicábamos.

Margarita se conformaba y lo soportaba con estoicismo mientras Pascuala, por su parte, ejecutaba el ritual con la misma seriedad y diligencia con que había desempeñado en el pasado cargos en la comunidad; recientemente el de presidenta del programa gubernamental de Oportunidades. También el conocimiento de lo que debía observar, comprobar y preguntar, así como de su compostura en aquellos momentos iniciales y decisivos para que el resto de la visita transcurriera con normalidad, formaba parte de esa costumbre que los foráneos tendemos a imaginarnos eléctrica, impulsiva, como una materia elemental que succiona la voluntad y forma autómatas o replicantes. Una costumbre fotogénica de rituales y ceremoniales públicos cargados de ornatos, con aroma a juncia e incienso y desenvueltos en los ritmos monótonos de rezos, bolom chon y lucecillas navideñas que titilan desacompasadas de las notas de organillo que apenas reverberan de sus embalajes procedentes de la China. Pero lo que estaba presenciando era una manifestación más íntima, cotidiana y familiar de esa ritualidad de postal entreverada por el poder, el honor y el prestigio cuyos principios también eran compartidos por toda la comunidad. Así, cada gesto que ejecutaba Pascuala, cada una de sus preguntas, no eran en realidad sólo suyas e íntimas, pero tampoco ajenas como las surgidas de los labios de un médium o, peor aún, aquellas fruto de un espectáculo de títeres o ventrilocuismo. Más bien, ella ejercía la labor de un inspector de calidad que va rellenando el formulario con todos los ítems que certifican la aptitud del producto para salir al mercado, en provecho, claro está, del bienestar de todos los consumidores y, por tanto, del suyo propio. Y ese formulario que yo imagino se fundamentaba en todas y cada una de las creencias, comentarios y chismes posibles sobre una muchacha indígena que ha emigrado a San Cristóbal, a Cancún, o a los Estados Unidos… por citar sólo algunos de los destinos más habituales.

El empeño policial de protocolo aeroportuario con que Pascuala inspeccionaba a Margarita no era baladí. Muchas desgracias habían ocurrido ya. Estaba claro que suponía más que el simple ejercicio de entretenimiento que practicaba yo cuando la encontraba caminando por la ciudad con sandalias de tacón unos días, con filigranas en el cabello estilizadas a base de gel y laca en otras ocasiones, con destellos de purpurina en los párpados y las uñas lacadas las veces siguientes; con gafas de sol, con un pequeño bolso colorido bajo la axila, con pantalón y chaqueta de mezclilla (vaquera), con falda por encima de las corvas y, eso sí, revisando el celular a cada rato… Pero ella soportaba estoicamente y hasta con indiferencia todo el trajín del encuentro con su familia, asumiéndolo como el tributo que debía pagar por haberse marchado a la ciudad. Lo integraba con naturalidad en la conversación y en el devenir de la visita, y sin perder el humor respondía a cada pregunta entendiendo que todo aquello formaba parte del ceremonial que habría de protegerla de las malas lenguas. Y es que tenía la certeza de que podían tacharla de loka simplemente por ser un poco coqueta, por haber cambiado su forma de vestir, por mostrarse más abierta y alegre; rasgos todos ellos que indicaban la búsqueda de «muchos esposos».[20]

—¿Cómo se dice coqueta en tzotzil? —le pregunté de camino a San Cristóbal después de manifestarle mi curiosidad ante tal protocolo.

—Es que se pueden decir en varias, es que no hay una traducción así directa pero lo puedo decir como toj ts’ein [sonríe mucho], x-bibun chanav [camina muy movida]. Por ejemplo, hay una chava que es de mi comunidad pero se marchó a trabajar a Cancún y ahí empezaron a decir: «¡ah!, sí, la loka, la hija de Juana que trabaja en Cancún; no que ya ves cómo se pinta mucho». Es como que te empiezan a calificar desde tu forma de arreglarte, tu forma de caminar, tu forma de ser; entonces ahí es como que son los elementos para ellos identificar como una mujer loka. Un día me puse a platicar así con mi mamá, y le digo: «¿pero antes también se divorcian, se casan?», «sí, así se hace también». Ya después de eso me sopló: «¡ah!, es que esa mujer era…», ¿cómo se dice? Como que es la más buena de la comunidad, como que se identifica ser muy creída [j-bel xal]. O sea, cuando una mujer es creída, es así como que le gustan mucho los hombres, muy alzada. Anteriormente lo identificaban por la ropa: ponían la falda así cortita, muchas lo bajan de esta parte [delantera] y lo suben de esta [trasera]; hay algunas que ya lo ponen hasta acá [indicando el envés de la rodilla]. Esas se identifican ya no sólo como que ya quiere buscar su esposo, sino como que ya quiere mostrar su cuerpo a los hombres. Otra cosa es que hay mujeres que la faja lo ponen en la parte de la cadera en lugar de acá arriba [cintura]. Entonces esa es una de las formas de cómo se visten y que le llaman como muy creída, muy alzada, o quiere conquistar hombres. Esa faja es como que para mostrarles la cadera y lo cortito pues es para mostrar la pierna. También los hombres, cuando ven una mujer así, ya dicen: «¡mira! esa mujer ya está mostrando su cuerpo», porque la mayoría de las mujeres se visten con la nagua bien larga, así bien chafita [mala]. Pero más se identifica como una mujer loka cuando realmente se meten con hombres casados o cuando buscan a tres esposos, ya después de un año se cambia, se divorcia o se va con otro. Entonces ya se identifica como loka, pero no loka de enfermedad [chubaj, tumik] sino loka de así, porque así le gusta a ella, así es su vida. Pero ahora como que ya lo identifican por lo coqueto también: si te pintas las uñas pues ya estás loka, si te arreglas un poquito pues ya eres loka; entonces, ¡cómo quieren que vayas!, greñuda. Es algo así como que ellas quieren ser como antes, pero no se puede. Lo bueno que también algunos lo reconocen que la escuela, que la salida de comunidades, que por muchas cosas se ha cambiado, pero hay muchos que no reconocen todavía eso...

Así también cuando ya salimos a la ciudad y cambiamos y luego regresamos, también nos llaman lokas porque por ejemplo llegas con una falda o con un pantalón, ya te dicen: «¡ah!, mira, ya se cambió», y ya empiezan, ¿no? —continuó después de haber ido señalándome con ilusión cada una de las casas que mirando a la carretera habían levantado los emigrados a EE.UU. Eran como pequeños palacetes con una torre torneada, balcones y enrejados negros que terminaban de adornar las paredes lucidas con estuco—. Y las muchachas de las comunidades quieren usar el tacón pero no pueden caminar bien, es como que les da miedo. En cambio, cuando son chavas de la ciudad, ahí ya caminan bien y también no es igual el liso de la piel, la forma de arreglarse; o sea, quieren arreglarse [las muchachas de comunidad] pero usan muchos colores fuertes, el maquillaje lo ponen mucho. Entonces una persona que ya sabe más o menos arreglarse, combinarse con la ropa, ya piensan de loka también. Es que siempre cuando una mujer sale de la comunidad dicen que se fue a buscar esposo, que se fue a buscar hombre;  incluso las mujeres dicen: «no, es que se fue a buscar su esposo». Cuando es una mujer quien sale siempre se dice: «sólo se va a trabajar un tiempo y luego después se vuelve casada». Y es verdad que  eso sucede porque cuando llegamos a la ciudad como que vemos diferente y de repente queremos cambiarnos; o de repente conocemos un chavo,y ya ves cómo se es en la ciudad y también pensamos todavía que es igual que en la comunidad, y entonces: «sí, bueno»… Y se casan y regresan ya después con su hijo o regresan ya divorciadas. Entonces  de ahí sale la plática, dicen que es un pretexto el venir a trabajar.

Por ejemplo —continuó—, ayer me vio mi mamá con esa falda corta que tengo. Tenía otra, sólo que más corta que ésa. Me dice mi mamá: «hubieras comprado un poco más larga, me gusta que uses pero un poco larga», «¡ah!, bueno», le dije; y le vendí a una amiga: «¿sabes qué?, es que no me queda». De hecho ya no me quedaba; es que no sé si crecí, creo, me apretaba mucho. «Bueno», dice, y como le gustaba a ella también entonces ya le dejé y me compré ésa. Es que tampoco me gusta si son muy largas, «no te quedan», me dicen luego, y a mí tampoco me gusta así. ¿Has visto muchas chavas de aquí de San Cristóbal por los tobillos?, a veces cuando andan en la calle ¡cómo lo ensucian ahí con el piso! Son más bien de Chamula, y es que soy de Chamula pues, pero: «que sea así normal», le dije. Iba a comprar así de largo pero no me gustó. ¡Ah!, como te decía, es que ayer fui al centro y cómo la asusté a mi mamá. Ahí estaba también mi hermana y mi cuñada, y ahí salieron en el banco, no me veían. Yo lo estaba viendo desde allá y pensé que me vieron, y no, que no me vieron. Y que le hago así [saludar con la mano alzada] y que se asusta muchísimo: «¡cómo me asustas!»; y todavía mi mamá sin enterarse, sin darse cuenta por la ropa que llevaba. Me dice mi mamá: «te voy a pegar tres veces»,[21] «pégame, si quieres matarme, mátame», digo; y me pega así como de broma. Y «le voy a dar dos más para que sean cinco», me dice mi cuñada. «Ah, si quieren matarme, mátenme, quiero morir», le digo; «¿qué dirían si empezamos a golpear, será que viene el policía? —dice mi hermana—, ¡Ay!, creo que sí, vamos a estar en la cárcel. Es que como te vistes tú por eso no te reconocimos». Y se asustó muchísimo: «me asustaste demasiado, no te reconocí, ni siquiera me daba cuenta si eras tú», decía. Yo estaba pensando en venir aquí en la casa y que las veo salir del banco: «les voy a asustar».

Sabía que las iba a asustar: «¿a que no me reconocen?»; siempre son así, no sé porqué. Y que me dice mi mamá: «¿adónde vas?», «a la casa», «¡ah!, ¿es que viniste a ver tu chavo?, ¿estuviste con él?», «no, no, es que no me quiere», «ha de ser porque apenas te separaste con él», me dice, «no». Pensaba que iba a salir con alguien. «No —le dije—, estaba pensando en ir ya a la casa». «Ya te iba a llamar para saber dónde estás —dice—, ¿vas a ir a la casa?», «creo que sí, ahorita o al rato, a la tarde». Y ya ni fui. Ya tiene tiempo que no me he quedado allá, de hecho voy pero así me regreso. Paraje de Chamula, 12-09-2007.

Efectivamente Margarita reconocía que la ciudad la había cambiado, aunque yo más bien imagino que ésta actuó como el aditivo que torna efervescentes las sustancias. Y es que así era ella, efervescente: activa, ruidosa, alegre, dispersa y emocional. San Cristóbal simplemente había revelado y ofrecido existencia a esos deseos compilados durante horas frente al televisor disfrutando las novelas del Canal de las Estrellas, el único que se dejaba ver en la comunidad. Anhelos que habían ido madurando en ensoñaciones sólo confesas en la escuela. ¡Quién sabe si la rogativa que realizó Pascuala pensando en ella antes de nacer se estaba cumpliendo tardíamente y con imperfección!, pues es cierto, sí, que hubiera deseado que su hija fuera diferente, pero albina y no loka.[22] Y el que esto fuera así, o al menos lo pareciera, le preocupaba hasta la enfermedad, porque sólo expresándose a través de ella Margarita tomaba en consideración los consejos que le ofrecía tratando de encarrilar su destino. Ella los aceptaba simulando que era la misma chiquilla que sólo se enrabietaba cuando intentaban conducir su vida, pero lo cierto es que sus deseos por explorar ese universo paralelo de besos y abrazos en plena calle, de caminar junto a un hombre y no a unos pasos tras él, y tantos otros que como fotogramas se le pasaban por la mente, le taponaban los oídos. Pienso que para ella, como para otras tantas muchachas indígenas, la ciudad se abrió como ese espacio fascinante donde poder expresar con libertad los sentimientos y las emociones que comenzaba a experimentar.[23] Un lugar donde poder construir su vida de novela con la misma vehemencia de amores y desamores; donde poder practicar, también, relaciones personales con similar durabilidad episódica que en el formato televisivo y hasta, ¿por qué no?, articular el afecto con un lenguaje de palabras bonitas que le enseñaron era propio sólo de kaxlanes. ¡Había tanto que ocultar en las visitas a la comunidad!, pero ella tenía personalidad suficiente y valor para estirarse la piel dos veces y más si fuera necesario con objeto de que nada de su interior trasluciera, porque como decía, respecto al exterior, se cuidaba muy mucho de vestir correctamente su traje tradicional.

IV. ¡Ya ves cómo se es en la ciudad!

Después de todo, a pesar de saberse distinta, Margarita no se reconocía como una mujer loka. Era coqueta, sí, buscaba su pareja, seguramente, pero el que en estos trajines se topara con hombres casados que «sienten que no tienen esposa»; con hombres separados que continúan cohabitando con su mujer; con chavos solteros pero lokos de esos que —como decía— se visten de cholos,  usan el pantalón de lo más flojo que casi ya se les ve todo, gorra, aretes [pendientes] o tatuajes, y suéter  bien ajustadito para mostrar el cuerpo, no era culpa suya sino de la ciudad y su suerte. Esa libertad y anonimato iniciales eran también un caramelo amargo de desilusión, celos y coraje que comenzaba a saborear con el desgaste. Y verdaderamente lo sufría y sentía. Se quejaba con frecuencia diciendo: «¡ya ves cómo se es en la ciudad! y también pensamos todavía que es igual que en la comunidad», aludiendo al ambiente de engaño y ficción en el que tenía que gestionar sus emociones. Y es que el concepto de «mujer loka», para ella, llevaba implícito la voluntad de ser así; loka era aquella que actuaba con gusto, a sabiendas, y no por engaño como alguna vez le ocurriera. Tampoco era su culpa que varios hombres la pretendieran al mismo tiempo, ni que les tomara la llamada, contestara a sus mensajes de celular, les enviara correos electrónicos o aceptara un paseo —porque también éste suponía una experiencia novedosa que había de experimentar—. Margarita tenía muy claro que antes de juntarse con alguien debía conocer por sí misma cómo era su pensamiento y cuál su forma de vida; lo que pasaba por averiguar, sobre todo, si tenía casa propia, carro, a qué se dedicaba, y en última instancia, cuando la confianza brindaba la oportunidad, si estaba libre y era guapo, es decir, güerito, alto y ni demasiado gordo ni demasiado flaco. Éste era para ella el itinerario de la ilusión y la imagen de la felicidad, y es que «…lo que más me gustaría tener de un hombre —expresaba— es todo lo que yo necesito, y que me quiera, y yo responderle así también. Y una casa bonita pues pa que yo no sufra. Porque te imaginas que yo llegue en la casa de sus papás, ¡qué tal si no tiene casa, o no tiene casa bien hecha y luego quiera formar una familia!… Voy a estar peor, yo tendría más problemas, y así estando pues yo sé que no seré feliz. Ya cuando una persona tiene casa, tiene todo pues, aunque no tanto que digamos pero que me pueda sostener, sería feliz». De este modo construía su coartada, atribuyendo su vivir, además de a la peste de engaño que polinizaba la ciudad, a la suerte y no a la voluntad propia.[24]

Pero me estoy adelantando. Comentaba antes de recordar esta conversación, que el empeño policial de protocolo aeroportuario con que Pascuala inspeccionaba a Margarita no era baladí, como tampoco el hecho de que ella aguantara el tirón con aparente indiferencia. Varios meses después, ya en febrero de 2008, supe que el motivo original que sustentaba esa flema de imperturbabilidad no era otro sino también el intento de remendar un agravio antiguo y aliviar la culpa que la venía carcomiendo desde que la conocí en aquella víspera de Los Santos. Ese mañana continuaba así su historia:

Un día, ya cuando se iba a los Estados Unidos, me dice: «vamos a ir a pasear a CHEDRAUI [centro comercial en San Cristóbal], quiero comprarte algunas cosas pa que pienses siempre en mí, de que yo te quiero y toda la cosa», «no, no quiero, ¿qué tal si nos ven?», le digo, «no, pero vamos a ir en la tarde para que nadie nos vea». Y nos fuimos. Eran las siete de la noche, nos regresamos a mi casa: «no, no pasó nada pues, no hicimos nada, nada más fuimos de compras». Y como mi mamá sabía de que yo no tenía dinero me empezó a preguntar de dónde vino ese dinero, por qué compré esas cosas. Él me compró champú, papel higiénico, cosas así de la casa pues, me compró ropa y todo eso. Y entonces mi mamá se fijó en mí, qué es lo que estaba haciendo y luego porque llegaba tarde en mi casa. Ya sospechaba y yo le empezaba a decir mentiras: «no, es que fui allí y allí». Entonces llegó un momento en que llegó a preguntar y que no era cierto y ya me quedé callada y entonces, en ese momento, supieron que fui a pasear en CHEDRAUI, y ¡fun!, en dos días, en dos días. Ya cuando lo supieron mi mamá me preguntó: «oye», me dice, «pues vamos a hablar sinceramente, la verdad, y no te voy a hacer nada, no te voy a decir nada, pero quiero que me digas la verdad». Lo decía como que si de verdad era cierto todo lo que me decía y le hice caso. «Dime si tienes novio», me dice, «pero quiero que me digas la verdad, no quiero que me veas la cara [tomar el pelo], ya no quiero tener más vendas», dice. Y me quedé callada, no le iba a decir pero me convenció con sus palabras así bien chistosas que hacía. «No le voy a decir a nadie», me decía, «sólo quiero que me digas cómo vas». Empezó a decir como que si fuera cierto, «qué tal si es borracho o que sé yo, o si te maltrata, yo no quiero que sufras, dime la verdad; ¿hace cuánto tiempo que te conoces con él?», me decía. Y le empecé a decir y al día siguiente nos fuimos con las autoridades.

Como mis hermanos tenían cargo, y el otro tenía cargo en la autoridad, Faustino, y era fácil para ellos, entonces se fueron. Como él, mi novio pues, era chofer pues, lo fueron a traer. «Nos vamos de aquí», que le dicen, «¿a dónde?», dice, «no sé, que le hablaste a una chava», «¿quién chava que le hablé?», dice el muchacho. Él tenía creo que 18, porque yo tenía 17. Y este, «¿pero quién le hablé?, que yo me acuerdo no le he hablado a nadie», «le hablaste a la hija de Tránsito», le dicen. Y que se pone nervioso pobrecito. Y que lo traen, «si no nos vas a hacer caso ya sabes, somos Tránsito», y todo eso, «tenemos cargo, te podemos llevar a la cárcel», le dijo, «si tú ya hablaste con mi hermana pues tienes que cumplir con tu deber», le dijeron. Y llegaron ahí nomás en la comunidad. Y yo ya estaba pendiente y me dice mi mamá: «nos vamos de aquí», «¿dónde?», le dije, «allá, tú vente», me dice. Me mintió, yo no sabía dónde me iba a llevar, y que llego a la casa de las autoridades. «No,  no puede ser», dije. Y entonces llegamos, esperé un rato ahí, de ahí llegó él. Mi mamá se lo contó todo a mis hermanos en la misma noche cuando me preguntó ella.

 Llegamos, él llegó también y le empezaron a preguntar que si se iba a casar conmigo o no. Y aquel méndigo estaba dispuesto a todo. «No, de hecho yo me quiero casar, la culpa que tiene es de aquella porque no quiere casarse conmigo. Yo quiero casarme con ella porque la quiero mucho». Y mi hermano me amenazaron: «si tú dices luego que no te vas a casar con él vas a ver con nosotros», me decía. Y tenía que hacer la cosa bien, tenía que aceptarlo todo lo que me decían porque mi hermano era como policía. Me decían mis cuñadas antes de que nos íbamos: «¿sabes qué?, ya si te casas, no sé qué vaya a pasar, pero todo lo que te van a preguntar mejor responde aquí nomás porque si no es horrible cuando te vas allá en Chamula, porque hay mucha gente, aquí en este paraje no, no pasa nada, aunque sí te ve la gente pues pero no es tanto, mejor hazte caso, tienes que aceptar lo que te ordenen así porque si te vas en Chamula está más peor allí, mucha gente te va a ver». Entonces tenía que hacerle caso, pero yo sentía de que no iba a pasar lo que estábamos diciendo. No llegó mucha gente, nada más los mayordomos, las personas que tenían cargos pues, y me preguntaron que si hicimos algo, que si pecamos pues. «No, nunca tuvimos», le dije, «nunca, nunca. Aunque él diga que sí pero yo sé que no hice nada con aquel. De que sí hubo besos, sí, abrazos, sí, pero nada más, no, nada de lo otro, nada así fuera de lo normal», le dije. Y le preguntaron igual al muchacho. Luego me preguntaron cuántas veces nos vimos, cuántas veces fuimos a pasear, y yo dije dos veces y el muchacho dijo cuatro veces. ¡Ay no! Pero la verdad era de aquel porque yo no quería que supieran.

Y de ahí: «es que sí se van a casar, se van a tener que casar», dice. «Sí, me voy a casar, no se preocupe, yo estoy dispuesto, nada más que la culpa que tienen es aquella», le decía. Y luego me empieza a regañar mi mamá: «que mensa eres, cuando tienes la oportunidad que te diga que te cases tú no haces caso», me decía. Yo me quedé callada en el mismo momento ahí en frente de las autoridades. Luego trajeron refresco y me dieron un refresco. Él me dio también todavía y no, no quise tomarlo. Pero yo sabía, no sé, yo sentí de que no me iba a casar aunque él dijera de que sí se iba a casar conmigo. Presentí algo que no me iba a casar, no sé, es que cuando sientes que pasa algo el corazón como que siente que está flotando, que sé yo si entra nervios o qué sé yo, pero ahí, en ese momento, no sentí nada. «Yo creo que no me voy a casar, va a pasar algo al rato», dije. Y como él había llegado solito con las autoridades dice: «voy a ir a traer a mis papás». Y sus papás tenían cargo allá en Chamula. Entonces el muchacho entró en su casa, le platicó a su papá: «mira, me ha pasado esto y esto». Y que estaba enferma su mamá y que empieza a decir: «no, ¡cómo crees que te vas a casar con aquella!, es cristiana, ¿a poco vas a dejar de tomar?, ¿a poco vas a hacer con todo lo que te dirán aquellas?». Luego, ahí estaba mi tío porque es curandero. Entonces mi tío empieza a decir también que porque era el padrino de aquel chavo: «¿cómo crees que te vas a casar, vas a dejar de tomar, vas a dejar de ir a la iglesia?». Empezó a decir muchas cosas mi tío porque tenía celos, porque él tiene una nieta que no se ha casado, entonces mi tío le ofreció su nieta al muchacho y como supo que me iba a casar con aquel entonces es como que si yo le robara. Entonces, «no, no te vas a casar, dicen que allá en la escuela tiene novio, que no sé qué, no te vayas a casar con aquella, tiene novio».

Tardaron unas horas ahí, vino desde las nueve de la mañana y se regresaron hasta las cuatro de la tarde. Y mi mamá decía cuando estábamos allí en la casa de las autoridades: «no, segurito ya se fugó este güey, ya se fugó, ya se fugó». «No, yo sé que no lo va a hacer, va a llegar aunque sea más tarde, pero va a llegar, no creo que se va a fugar», le dije. Y llegó en la tarde. Pero me sentí muy mal, «¿por qué lo hice?». Me arrepentí después, lo único que sabía es que yo no hice nada malo, que no hice nada mal. Entonces llegó y ahí también llegó mi tío. Y llegó él con su padre, su mamá no llegó, y decía el papá del muchacho: «pues ya ni modos, si se hablaron ni modos, voy a aceptar como mi hija, como se lo merece, le voy a decir que es mi hija y que me llame como su papá. Yo la voy a respetar, la voy a cuidar, y si mi hijo se porta mal con ella yo lo voy a ver todo eso, me voy a encargar de su hija —decía el papá del muchacho—, no hay ningún problema, si es que se quisieron es porque se quisieron, si Dios lo quiso se van a juntar así pero si no pues no, pero en mi parte no tengo ningún problema». Y mi tío que empieza a meterse: «no, es que no se va a casar, es que este muchacho es mi sobrino». Y empieza a decir mi mamá: «qué me importa si es tu sobrino o que sé yo, esto es muy aparte, ni siquiera es tu hijo o mi hija es tu hija, no debes de meter en lo que es mío». «No, pero es que este es mi sobrino y no se van a casar y no se van a casar». Y decía el autoridad: «no, usted no se mete tío, usted no se mete porque los que van a decidir son los muchachos si se quieren o no se quieren, si hicieron algo o no hicieron nada, está en los muchachos. Tú cállate», le dijeron. Y no se callaba, seguía y seguía. Y me dio mucho coraje, «¿por qué se tiene que meter él?», dije, «pero ni modos, si es la decisión de Dios sé que me voy a casar al rato y si no pues no va a llegar a suceder». Entonces luego el muchacho llegó su cuñado  y el cuñado empezó a decirle cosas otra vez: «no, no te cases con aquella, mejor cásate con aquella otra». Y no se iba a convencer, pero de ahí como eran dos, su cuñado y mi tío, entonces él se convenció y ya, como en dos horas creo, «¿sabes qué?, ya me voy a arrepentir, ya no me voy a casar con su hija, no tengo casa, no tengo dinero, ¿dónde voy a dejar a su hija?, no quiero que sufra, ¿qué tal si me caso con ella, no tengo casa, dónde la voy a dejar?, y no tengo dinero, ¿con qué la voy a mantener? De todos modos yo me voy a ir a los Estados Unidos y pues voy a gastar mucho dinero. La culpa la tiene ella porque le había dicho hace meses que me iba a casar con ella y ella no lo aceptó y ahora que tuvimos un acuerdo que nos íbamos a esperar y que me trae con las autoridades, ya no se vale», decía.

En ese momento, cuando dijo, me puse muy feliz, «gracias Señor», dije, porque yo no quería casarme todavía, lo principal es por mis estudios, terminarlo pues por lo menos mi secundaria. Y este, «ya no, ¡pero cómo es posible de que nos vean la cara!, anduvieron unos meses, salieron y así», decía mi mamá. «Pero si no pasó nada». Se enojó muchísimo. Luego mi hermano también dijo: «cómo es posible de que andan saliendo y luego no te quieres casar con ella, nada más quieres aprovecharte de mi hermana, pero no es así, te vamos a meter en la cárcel los dos pa que sepan que es estar en la cárcel». Y dije: «si me meten en la cárcel ni modos, total yo no hice nada».  Entonces ya de ahí, «pues entonces ya no te vas a casar con mi hija», decía mi madre, «no, ya no. Ya no me voy a casar con ella, si me espera me voy a casar con ella si no pues ni modos, si se va con otro», decía. «Ah, bueno», dice. Y la autoridad, los principales, eran dos, el agente el primero y el segundo, el que sabe más, el primero, pues entonces le preguntó: «¿pero no te vas a arrepentir después si se casa con otro?», «no, si de verdad me quiere me va a esperar, y si no pues ni modos,  no es para mí», decía.

Y así pasaron, invitaron lo que habían comprado el papá del muchacho porque él ni tenía nada: cerveza y refresco. Y en ese momento me sentí muy mal porque la gente empezaron a burlarse de mí, a decirme cosas: «que dicen que Margarita ya se va a casar que con tal muchacho». Y cada rato llegaban las personas a checarme ahí, si ya me casé o no me casé. ¡Cómo me molestaba! «Toma tu refresco pue», «no, muchas gracias, ahí lo ven quién quiere llevarlo que lo lleve», le digo, y salí corriendo. Todos mis hermanos y mi mamá se quedaron. «Qué me importa lo que hagan», decía yo. Y entonces llegué en mi casa llorando. No lloré porque no me casé, lloré por lo de la gente que decían. Entonces, en ese momento, dije: «ahorita me voy a ir de acá». Llegué ahí en la tijera [cruce de camino con Chenalhò] caminando y que no había carro. Y luego pedí perdón: «Señor, perdóname con todo lo que estoy haciendo, si no es tu decisión que yo me vaya está bien, me voy a regresar». Y regresé a mi casa y llegué otra vez ahí llorando.

Me puse en un cuarto donde nadie estaba, ahí estaba llorando y llega mi mamá y mi hermano: «¿dónde está Margarita?», decía mi hermano. «No, es que hace rato ya me dijo que ya se fue para siempre, pero no sé a dónde, que como conoce a muchas personas ahí va a tener apoyo», le dijo mi hermana. «¡Pero cómo es capaz de que se va!, ni siquiera le hicimos nada, ni siquiera la golpeamos, ni siquiera la gritamos, y que se va  simplemente así, ahora sí que se buscó», dijeron mis hermanos. Y ahí lo estaba escuchando yo. Y mi mamá decía: «¡ay! no puede ser, lo vamos a buscar, váyanse a las montañas, sé que está aquí». Y yo lo estaba escuchando: «¡Margarita, Margarita!», gritando en las montañas. Y gritaban y gritaban mientras yo estaba ahí en la casa y ellos buscando en la montaña. Entonces se regresó mi hermana, «ve a checarlo si ya está en la casa», decía mi mamá. Entonces ya salí con los ojos hinchados: «dile que regresen, si yo estoy acá, ni fui», le dije, y que se fue: «no, que está aquí mi hermana». Y luego me empiezan a insultar: «¡cómo es posible de que pienses largarte!, ¿qué te hicimos?, ¿te pegamos?, ni siquiera te hicimos nada, sólo te vas así nada más», decía mi hermano Faustino. Y de ahí el otro hermano menor decía: «no te preocupes, es que a veces en la vida puede pasar muchas cosas pero pa que aprendas ya no vayas a hacer esas cosas, no sé si quieres a esa persona, yo no sé nada, pero duele lo que te hicieron porque te rechazaron». No le dije nada. «Ya no le andes insultando, no le digas nada porque también le duele por lo que pasó», decía mi hermano. «¡No!, ¡pero es que cómo es posible!», decía mi otro hermano; como que tenía ganas de golpearme. Y de ahí me empezó a decir: «¿cómo es posible de que hagas esto?, mientras que tú eras la única, la mayor, cuando naciste tú eras la más querida, mis papás te querían muchísimo, te cuidábamos mucho, si llorabas pa un rato mi mamá nos regañaba y ahora nos pagas así. Te lavé tu pañal, te cuidé, todo hicimos por ti y ahora nos pagas así, no se vale». Y yo me quedé ahí llorando. Mi mamá también me decía: «es que no debes de hacer esas cosas, no quiero que vuelvas a hacer eso, si piensas irte no lo vuelvas a hacer. Imagínate si te hubieras ido, ¿dónde crees que estaríamos?, nos meteríamos en gran lío, en problema, vamos a prestar dinero, ¿dónde te vamos a encontrar? Si te hubieras ido, ¿a dónde crees que iríamos a buscarte?, a San Cristóbal, a Tuxtla, y nos hubieras metido más en problemas, no quiero que vuelvas a hacer eso».

A ellos también les daba vergüenza porque empiezan a decir que ya como que si ya fui una persona utilizada pues, pero mientras que no haya pasado nada, no pasó nada. Entonces mi mamá me empezó a decir: «es que si no era para ti por eso no te casaste, si fuera para ti te hubieras casado, no te preocupes. Tus hermanos están bien enojados pero todo va a pasar, porque no era para ti, ha de ser porque te está esperando alguien, por eso no te casaste».[25]

De ahí pasaron los días, como yo estaba en clase ya no me dejaban ir, me prohibieron: «ahí nada más  te enseñan a que tengas novios, a que aprendes a cómo conocer a los hombres, nada más que te enseñan eso, ya no vuelvas», me dijeron. Me quedé una semana, otra semana, pero yo no quería dejar mis estudios. De ahí me sentí muy mal otra vez y le dije a mi mamá: «¿pero por qué me tienen que prohibir si ellos no me mantienen, no me dan dinero, nada me están dando, por qué me tienen que prohibir? ¿sabes qué?, yo me voy de aquí, si me quieren largarme de aquí, si me quieren sacar, ni modos, pero yo voy a ir con mis estudios». Y de ahí mis hermanos, cuando lo supieron: «mejor ve a pedir tus papeles», me dice, «pero quiero que lo traigas». Los papeles de mis estudios. Y fui a preguntar y los profesores no me lo daban: «supe que ya te casaste»; «no, no es cierto». Lo supieron porque mi tío tenía un hijo que estudia conmigo, entonces es bien chismoso también, a parte de eso era muy grosero. Mis amigas se enojaron porque tantas cosas dijo pue mi primo, entonces me dejaron sola. Estaba muy triste, y luego: «ni modos, yo tengo que salir de esto, si sé que no pasó nada no me voy a sentir mal y lo voy a luchar», decía. Algunas profesoras me animaron: «no te dejes, sabemos que tú eres muy activa, tú has luchado mucho. Ninguna chava ha hecho esas cosas como tú lo has hecho, tú termina tus estudios, imagina que no pasó nada y entra a estudiar, tú lo vas a terminar, yo sé que tú vas a triunfar», me decía. «¿Y tus papeles?», me dijeron cuando regresé, «no, no me lo dieron», «es que tú no lo pediste pero mejor ve a pedirlo otra vez». Y fui otra vez la siguiente semana, igual me dijo el director: «no, no te vamos a dar tus papeles, si de verdad tus hermanos se creen mucho díganle a ellos que vengan aquí a pedir los papeles y yo les voy a decir lo que has hecho aquí en la escuela, si solamente vienes a perder tu tiempo o solamente vienes  a hacer cosas, yo les voy a decir en la cara y nos vamos a juntar pero tus papeles no te vamos a dar». Llegué otra vez, allí les dije como me dijeron mis profesores: «¿sabes qué?, váyanse ustedes a pedir si no me creen pues, a ver si de verdad son fuertes y ve a pedir mis papeles, en una semana como dicen aquí va a estar mis papeles, ve a pedir ustedes si son hombres», le dije. Y no quisieron ir.

Entonces le dije a mi mamá: «mami, yo voy a terminar mis estudios, si me van a sacar de aquí de la casa no me importa, yo sé que tengo apoyos en otras partes, tengo muchas personas que conozco allá en San Cristóbal, yo me puedo ir de acá, si ustedes ya no me quieren me voy de acá». Y empecé a llorar, yo decía que no me querían: «es que no me quieren, quizás porque me quisieron mucho cuando yo era niña por eso ahorita se están molestos conmigo», decía. Y ya luego mi mamá me animó: «no quiero que te vayas a ninguna parte, si quieres estudiar ve entonces, tienes razón, tus hermanos no te apoyan nada, ni nos mantienen, ni un peso te regalan, mejor ve». Mi mamá se dio cuenta porque había sufrido ella también, como me quiere mucho pues tenía miedo de perder a una hija porque yo le había dicho: «si no me vas a dejar ir a estudiar yo me voy a ir de acá». Empecé a decir muchas cosas a ella también: «quizás porque yo no soy tu hija por eso me haces esto», le dije.

Luego, de ahí, como volví a ir a la escuela mis hermanos se molestaron, ya ni me hablaban; sólo escuchaba los chismes de que me querían pegar. Mi papá estaba en Cancún, mis otros hermanos también, ¡y cómo se enojaron! Cuando mi papá lo supo se emboló. Le dijeron el chisme por teléfono y cuando lo supo se emborrachó y que iba a hacer un plan, que a mi mamá la iba a matar y a mí también, que mi mamá nada más me estaba enseñando a buscar hombres: «Lo voy a matar —decía mi papá, y a mi mamá también—, esa vieja anda enseñándole cosas a sus hijas por eso anda haciendo esas cosas mi hija». Entonces mi papá tenía un plan: «cuando yo llegue la voy a matar». Y quizás por esa razón se murió, qué sé yo. Ya no volví a verlo nunca más, ya no, ya fue cuando tuvo el accidente. Y lo bueno que tiene mi mamá, por lo que fue también obligada a casar, por eso quizás lo entiende. Fue obligada y que decía que si no quería casarse ella la iban a matar, pero de verdad, no es broma, con un machete. Decía mi mamá que lo iban a agarrar un machete y lo iban a matar: «yo tenía que aceptar, pero cómo nos castigó», dice. San Cristóbal de Las Casas, 06-02-2008.

En ese momento reconocí en Margarita ese gesto discreto de perder la mirada en el trajinar de sus manos. Recogía los cabellos que se habían quedado trabados en el peine, los estiraba comprobando su largura y procedía a enrollarlos como quien construye una madeja. Después se guardaba las bolitas entre la faja y la falda o las camuflaba en el pelaje de su nagua de lana de borrego negra. Era así como rumiaba la culpa que estaba logrando digerir con la elaboración de este discurso basado en la suerte y el destino que en realidad denotaba su carácter y voluntad. Así, del morbo de las imágenes de los cuerpos rotos y los carros destrozados tras la colisión, o del sentimentalismo comercial de los dos titulares que resaltaban la noticia del fallecimiento de su padre y hermano en junio de 2006, pasé a conocer las causas reales de aquella tristeza que no era exactamente eso, o sí, pero también más cosas. Año y medio después de nuestro primer encuentro supe que con ese gesto cabizbajo purgaba un sentimiento de culpa que aquel día de octubre no quiso o no pudo todavía desvelarme. Supe también que el mismo destino que avala en ocasiones su voluntad —como así lo hiciera evitando un matrimonio forzado y un castigo doloroso— es a veces, las más, un destino hiriente confabulado con la tradición; o un destino que siendo simplemente eso, pero ajeno en un tiempo de «nuevo vivir», se le hunde como un puño en el pecho y le exprime el corazón ahogando cualquier iniciativa personal. Pero a pesar de todo, es sobre la fatalidad de la ora (destino) de su padre cómo ella ha querido construir su propia voluntad; una que todavía traviste de suerte para apaciguar los embates de la costumbre. De este modo, entre el destino y la voluntad —como en su día fueran editados los textos autobiográficos de Jaspers (1969)[26] — transcurría la vida de Margarita. Aquellos periodistas que recogieron imágenes grotescas del siniestro, como yo aquel día de octubre, poco sabían de los auténticos motivos del fatídico viaje ni de los hechos que lo habían motivado: los «amores locos» de una joven chamula.

IV. A modo de epílogo: entre el destino y la voluntad.

Hoy en día Margarita es plenamente consciente del importante giro que dio su vida aquella mañana en que Pascuala, conforme a los requerimientos de la tradición, la condujera engañada frente a los agentes a pesar de que en la víspera le prometiera guardar secreto. Y digo que es plenamente consciente del vuelco que dio su vida porque es precisamente a partir de este revés cuando se refiere a ella de forma posesiva y con rebeldía como «mi vida», poniendo fin a la etapa de su existencia en que ésta le pertenecía a todos menos a ella misma. Tampoco es casualidad que emplee este acontecimiento como acto de inauguración de sus experiencias en la ciudad, de su «nuevo vivir», quedando el pasado convertido en deshechos de una nueva trama donde, ahora sí, actúa como protagonista. Quizás, nunca podré saberlo, este descenso guiado a los infiernos y su salida triunfal de ellos fue su debut en un papel principal ante un auditorio acostumbrado a guiones estereotipados. De lo que sí tengo seguridad es que los ánimos de sus maestros de secundaria y el aplauso de sus apoyos en San Cristóbal la hinchieron de valor para ejercer su voluntad y tomar las riendas de su vida.

Evidentemente, en aquel entonces, a Pascuala la pena (vergüenza) le impedía siquiera celebrar abiertamente el hecho de mantener a su primogénita bajo el ala, porque como decía Margarita: «[…] les daba vergüenza porque empiezan a decir que ya como que si ya fui una persona utilizada pues […] Entonces mi mamá me empezó a decir: «es que si no era para ti por eso no te casaste, si fuera para ti te hubieras casado, no te preocupes. Tus hermanos están bien enojados pero todo va a pasar, porque no era para ti, ha de ser porque te está esperando alguien, por eso no te casaste».[27] Pero curtida en la experiencia de ocultar sus emociones, y aún con vergüenza, logró disimular el entusiasmo porque continuara soltera, en casa y siendo su mano derecha tras estas significativas palabras de consuelo que como un rebozo para cubrir una sonrisa o enjugar el llanto le regaló; satisfecha además de cómo se habían desarrollado los hechos, por cómo había logrado salvar en público su a veces doloroso papel de madre educadora en los rígidos dictados de una costumbre que había puesto sello a su infelicidad. Claro que ésta era su percepción, porque también este consuelo que califico de significativo, tal vez desconociéndolo ella, ofreció a su hija la clave para continuar con los «amores locos», ya que aparte de mostrar su flojera para ejecutar ciertos castigos proporcionó un argumento sólido al que Margarita podía asirse para justificar sus salidas del redil o tras el que parapetarse en circunstancias similares. Lo peor es que la intencionalidad de estas y otras palabras que Pascuala dejó caer en días sucesivos —conscientemente o no— como migajas en las que su primogénita podía confiar para volver a casa, fue percibida también por sus hermanos varones; quienes igualmente advirtieron en la laxitud y condescendencia con que la había castigado una actitud solidaria de alivio, comprensión y complicidad. Es por ello que a pesar de haber cumplido con la costumbre exponiendo la vida sentimental de su hija al debate público, Tránsito fue puesto al corriente de lo ocurrido y mandado llamar, en un intento, quizás, de atajar con un castigo severo el chisme que se estaba fraguando. Cierto es que entonces, en este momento, ni Margarita era todavía una muchacha loka-loka que no pudiese ser controlada ni Pascuala una madre del todo incompetente. Así que, en esta ocasión, la suerte y Dios no contentaron sólo a Margarita, también atendieron los deseos inconfesos de Pascuala. Tengo la impresión (durante los años de trabajo de campo lo he podido constatar) que en lo que respecta al amor, el discurso de la suerte se presenta como una argumentación eminentemente femenina que ofrece coartada a sus voluntades y permite a las mujeres zafarse del determinismo de la costumbre. Y digo eminentemente femenino porque son ellas quienes deben recurrir a él con mayor ahínco para justificar las decisiones que ahora comienzan a tomar respecto a la vida en pareja.

Pero el cambio en su «mi vida» no fue sólo una cuestión de azar afortunado, una feliz contingencia o cualquier otro artificio del destino. Se le habían revelado cosas que ningún otro acontecimiento que no fuera éste habría sacado a la luz. Y no me refiero sólo al regocijo de saber que la suerte estaba entonces de manera natural de su parte, ni al regusto de sentirse en cierto modo dueña de su vida; tampoco al conocimiento de cuáles serían sus apoyos en futuras circunstancias similares… A raíz de este episodio Margarita pegó un estirón emocional considerable, como si una crisis de fiebre la hubiera hecho madurar y perder la inocencia infantil a marchas forzadas; como si todo lo que ahora era no cupiese en todo lo que había sido hasta entonces y necesitara unos zapatos nuevos para comenzar la andadura que estaba por estrenar. Y es que aprendió varias cosas importantes y no tan gratas que iban a marcar en adelante su «mi vida». La primera y más dolorosa fue que la lealtad de su progenitora no era del todo incondicional; dilucidó que podía ser su cómplice en privado y descorazonadoramente desleal en público, pero, aún así debía justificar y perdonar esa actitud —como ésta lo haría con sus excesos sentimentales— enjugando el dolor con cariño en la intimidad. La segunda, dolorosa también, fue que ese chisme inicial que la avergonzaba a ella y a sus allegados iba a acompañar en el futuro cada uno de sus actos (probados o ficticios) y a crecer en intensidad hasta consolidarse como una losa sobre toda la familia. Y una tercera no hubo de pasar por el raciocinio que centrifuga la experiencia, se le imprimió instantáneamente como sólo el miedo que salvaguarda la supervivencia sabe hacer. Completo en sus sensaciones, y cruel en su capacidad de evocar un posible futuro, el temor a que este episodio se repitiera —incluidos los chantajes masculinos que precipitan uniones obligadas— iba a hacer mella en su carácter y a condicionar en adelante, en algún sentido, su pensamiento.

No podría decir cuál de entre todos los aspectos positivos y negativos que entonces se le revelaron ―los cuales se traducían en sentimientos de decepción, coraje y miedo― estaba siendo ahora más determinante en su «nuevo vivir». En el tiempo que compartimos tuve ocasión de presenciar con qué facilidad pasaba del disfrute y el gusto por el libre albedrío al disgusto comprensivo por la deslealtad de su progenitora; de la tranquilidad de saberse apoyada por maestros y activistas de los derechos de la mujer indígena al miedo a que las amenazas de alguno de sus pretendientes tornara recurrente y definitivo ese hecho pasado… Y, ¿cómo no?, también, la manera en que transitaba de las referencias a un discurso que en ese momento anterior intuyó justificativo de su voluntad, el de la suerte, hacia aquellas otras que aludían al chisme y que precisamente veían en esa voluntad ‘moderna’ la razón de los «amores locos».

Y es que ambos argumentos se presentaban enfrentados y adquirían sentido precisamente en la confrontación; una que se produjo con mayor vehemencia a partir de la muerte de su padre. Con este episodio se le impuso irreversiblemente a Margarita la categoría de muchacha loka, ya bien este incidente dejó en suspenso un castigo del que venía a hacerse cargo Tránsito habiendo quedado demostrada la benevolencia de Pascuala para con su hija. Truncada la posibilidad de un escarmiento ―y sin ponerme en la peor de las circunstancias que Margarita refería como «plan»―, la comidilla que en su día surgiera se avivó y completó con las nuevas elucubraciones acerca del  suceso.  Así pues, en dos meses escasos, la familia se convirtió en objeto de chisme y centro de atención de toda la comunidad. El conocimiento sobre las circunstancias que rodearon el accidente, y que no fueron otras que las de ejercer el derecho paterno a la justicia familiar, provocó la repetición y reelaboración de la historia sobre porqué continuaba soltera aun habiendo contravenido la costumbre y disfrutado de un novio a escondidas. Este relato acordado hacía fuerte la idea de Margarita como muchacha cimarrona y alzada; máxime, cuando habiéndose frustrado otra posibilidad de restituir el orden tradicional en el establecimiento de relaciones de pareja, y en meses posteriores, se tuvo conocimiento, además, de que nuevamente ella había rechazado a gusto una oportunidad reciente de juntarse con el que ya fuera su (ex)novio. Esta última noticia provocó que en la mente brotaran vibrantes como lucecillas las culpas que frente a las autoridades le atribuyó el muchacho en aquella ocasión pasada; unas que apelaban a su capricho y voluntad y que habrían de ser rememoradas para excitar la habladuría.

Definitivamente este episodio fue substancial en la vida de Margarita. Un instante ahora abonado por miles de asuntos que entonces, y en diferentes momentos sucesivos, intentó e intentaría dejar atrás hasta que por fin lo consiguiera aproximadamente un año después. Sé que tras el propósito de continuar con sus estudios, de comenzar la preparatoria en San Cristóbal de Las Casas avalada económica y moralmente por una ONG, estaban ―así me lo confesó― razones pasadas a las que (como en una primera tentativa frustrada por la voluntad de Dios) trataba de ganar distancia a cada paso; como si pudiese andar la maraña de pensamientos, sensaciones y recuerdos que de esos momentos le corrían por la cabeza y sacarles cierta ventaja; como si pudiese, también, tomar la delantera al chisme.

De entre todos los quitasueños que la abrumaban, el principal era cómo construir su futuro a voluntad sin enervar a la tradición. Entendió que para combatir las habladurías no bastaba sólo con la distancia que perseguía y después consiguiera, porque el estigma había alcanzado a su madre y a sus dos hermanas menores a las que ella servía de modelo. Además, era conocedora ―como todas las muchachas de su paraje― de que la huida a la ciudad —a cualquier ciudad— reforzaría su imagen de mujer loka, y ésta, en su ausencia, tendería a ensañarse esencialmente contra Pascuala y sus hijas pequeñas (menos decididas y resueltas que Margarita). Habría de encontrar una razón fuerte que fuera inteligible para quienes ven en la costumbre el orden natural de las cosas, pero que, al mismo tiempo, permitiera de alguna manera la realización de sus expectativas de futuro entendidas como otro modo de hacer vinculado con la “modernidad”, y también lo suficientemente poderosa como para enfrentar el chisme y sus consecuencias.

Ya en San Cristóbal tomó el consuelo de su madre basado en la ora y fue recopilando retazos en que la suerte protagonizaba una salida venturosa que se ajustaba a los deseos femeninos para, después, ir ensartándolos como abalorios en el hilo argumental del relato que ya se perfilaba como la historia de su «mi vida». Así pues, la principal manifestación de ese empoderamiento respecto a su existencia y su destino, de su carácter y voluntad como maneras indígenas de entender la “modernidad”, era precisamente la producción de una historia propia en que, como encaje de bolillos, la suerte hacía las veces de soporte. Y es esta historia-encaje complicada de lo que a partir de estos episodios comenzó a ser su «mi vida» la máxima prueba del cambio que obró en ella. En otras palabras, lo que quiero subrayar es el poder de representación para referir la “modernidad” que tiene este relato de vida subordinado a dicho discurso, de igual forma que el mundillo alfilerado resulta una imagen más evocadora, expresiva y contextualizante de todo un proceso que la mera blonda ya terminada y expuesta.

Concretando, el discurso de la suerte no era ya una explicación funcionalista ante un tipo de amores prohibidos, y por tanto un argumento sólo capaz de enfrentar el chisme o la profecía de las mujeres lokas, sino una razón en sí mismo; la manifestación de una voluntad y un carácter que había ido afianzándose a medida que éste fue tomando forma. Una voluntad, además, que para Margarita y tantas otras jóvenes indígenas que la procuran, así como para los mayores que la critican, expresaba mejor que otra cosa el «nuevo vivir», la “modernidad”; la cual se hacía manifiesta —con supremacía sobre cualquier otro hecho social— en la experiencia del amor que de manera recurrente citaban como novedosa. Esta es la explicación que le encuentro a la espontaneidad con que habiendo transcurrido año y medio desde que la conociera, y algo más desde que acontecieran los principales incidentes que definirían su ralea actual, se decidió a contarme la historia que ahora reproduzco sin que apenas yo tuviera que hacer esfuerzo alguno por pedírselo. Evidentemente muchas razones pudieron motivar este arranque de sinceridad y de confidencia, pero tengo la impresión de que —como expresaba al inicio— era con ese hecho seleccionado del batiburrillo de la memoria con el que ella quería narrar a voluntad su historia de vida, su entrada en la “modernidad” y su participación en el «nuevo vivir», ach kuxlejal. De modo que, en sí misma, esta exégesis suponía más que un cúmulo ordenado de datos anecdóticos, remitía a lo que ella entendía por ach kuxlejal, otra forma de ser y de hacer, de estar-en-el-mundo que pasaba fundamentalmente por el ejercicio de su voluntad.

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Notas

[1] Mtra. Isabel Neila Boyer, candidata a doctora en Antropología Social por la Universidad Complutense de Madrid. Temas de investigación: cooperación al desarrollo, género y políticas de igualdad. Dirección electrónica: isabelnboyer@yahoo.com.

[2] El trabajo de investigación que da pie a este artículo no hubiera sido posible sin el apoyo financiero, institucional y humano de la AECID, el CIESAS-Sureste y el IEI; a quienes debo mi gratitud. Quedo en deuda, además, con todas las amigas y familias tzotziles que me han permitido bucear en lo más hondo de sus vidas y a quienes adeudo, cuanto menos, el anonimato. Siento gravemente, por respeto, no poder hacer justicia a su generosidad.

[3] Hoy en día es indudable el impacto que han tenido en las relaciones de género, y en la construcción de una nueva subjetividad femenina, los sucesivos cambios que en lo económico —boom petrolero, crisis de inicios de los ochenta, monetarización de la economía y ruptura del equilibrio idílico propio de las comunidades coorporativas cerradas—, religioso —pluralismo alimentado por el cristianismo moderno, expulsiones religiosas— y político-social —cuestionamiento del poder tradicional (Robledo y Cruz, 2005), alzamiento zapatista— vienen desarrollándose a partir de la década de los setenta en las comunidades indígenas y entre la población tzotzil de Los Altos de Chiapas (Collier y Mountjoy, 1988; Cancian, 1992; Rus y Collier, 2002). Cambios que han conducido a la convicción de una ruptura del mundo conocido (Rus, 1990a, 1990b). En este contexto, y mientras las oportunidades tradicionales de trabajo para los varones indígenas se esfumaban, viéndose abocados a la migración, las mujeres buscaron ingresos económicos a través de la elaboración de artesanías para el mercado turístico. A partir de aquí la contribución femenina a la economía doméstica ha ido cobrando una importancia paulatina y ha sido el acicate de la transformación de los roles tradicionales asumidos por ellas, afectando, además, a otros ámbitos de la reproducción social de las familias. Y a la par que esta actividad se desarrollaba también lo hacía el ímpetu asociativo en torno a la misma. Este hecho, acompañado por los cambios en determinadas costumbres tradicionales que promovían los nuevos credos religiosos, inauguró un espacio novedoso de construcción de una subjetividad femenina, así como la asunción de nuevas posiciones en las relaciones entre los géneros, más acorde a lo que después se denominaría «nuevo vivir», ach’ kuxlejal (Robledo y Cruz, 2005; Robledo, 2010). Una subjetividad que ha ido progresivamente alejándose de los parámetros de la costumbre con base en la redefinición de lo tradicional y que guarda íntima relación con cómo la producción artesanal y el contacto con agentes y contextos diversos ha constituido un mecanismo de socialización femenina y aprendizaje de valores, de conocimiento de culturas distintas y adquisición de prácticas que se hanconvertido en multiplicadores de las habilidades individuales (Castro Apreza, 2005: 238). 

[4] Para un análisis completo sobre el lenguaje del poder  y la unidad doméstica en el Chiapas rural, aunque entre tojolabales, ver Escalona Victoria (2009).  

[5] Lejos de los debates feministas —y concretamente de los feminismos de la diferencia—, teniendo presente el riesgo de esencialismo y la generalización abusiva, considero aquí, en muchos sentidos, aplicable la teoría de Carol Gilligan (1982, 1985a, 1985b, 2006) en la que ponía de relieve  la diferente construcción de la realidad y la posesión de un juicio moral distinto entre mujeres y hombres; advirtiendo, además, cómo un tipo de experiencias y razonamientos asociados a la masculinidad y el mundo público del poder, y relacionados con el pensamiento, la justicia y la autonomía,  han primado en la tradición deontológica frente a otros coligados con la feminidad y la intimidad de las relaciones en el ámbito doméstico, con el sentimiento y la compasión. Ella se rebela frente a esta postura advirtiendo otra «voz», y juicio, que implica  un modo de pensar contextual y narrativo frente al formal y abstracto masculino. Desde esa «voz» distinta el entendimiento de un conflicto moral no se basa en la aplicación de principios  generales —entiéndase, para el caso que nos ocupa, la costumbre— que enfatizan la separación, sino en la responsabilidad que privilegia la conexión y en un juicio moral relativista contextual sustentado en la premisa de la no violencia y motivado por la empatía y la compasión. De manera que la construcción de los géneros, y la división entre lo público y lo privado, llevan aparejada diferentes tipos de racionalidad y ética: la «ética de la justicia» por un ladoy la «ética del cuidado» por el otro donde, en esta última, la moral se entiende desde el reconocimiento de las relaciones y el valor de la comunicación. Ambas, y esto es substancial, lejos de interpretarse en un contraste, iluminan dos visiones de moralidad que son complementarias, no secuenciales ni opuestas.

[6] Con trazo grueso podría decir que las maneras que revelan respeto —principio tradicional que regula el modo de establecerse las relaciones sociales y garantiza el correcto funcionamiento de la sociedad (tradicional)—, que significan el modo de proceder suave y con obediencia de quien contempla los consejos, de las  personas «cabales» o de «razón» con un carácter personal sociable y humilde propiciador de la buena convivencia, devienen del control sobre el cuerpo y las emociones ejercido gracias a la «voluntad de la cabeza» y que se forma a través del aprendizaje y la experiencia cultural. Por otra parte, «perder el respeto» equivale a actuar a la fuerza y parece significar el abandono de la persona a la «voluntad del corazón», basada en las emociones,  que impele hacia hábitos de kaxlanes (ladinos) y hacia una estética más moderna asociada con la identidad mestiza. Al respecto, ver Neila (2012).

[7] Hoy en día, en la región de Los Altos de Chiapas, el tiempo se clasifica en el «antes», o mas vo’ne («antiguamente», «el tiempo pasado»), y el «nuevo vivir» (ach’ kuxlejal) con base, esencialmente, en cómo las personas establecen sus relaciones sociales y ordenan su experiencia vital. Éstas, a través de sus gestos y comportamientos demuestran su preferencia por uno u otro tiempo, que son opciones de vida más que periodos temporales o espacios cronológicos. Lo cual ha dado pie a la construcción de dos grandes categorías de personas que se han constituido en un contraste: las que se afanan por mantener la costumbre y quienes se aventuran por un cambio hacia lo que entienden por "modernidad". A estas últimas se les denomina ach’ chi’eletik («los del nuevo crecimiento») o ach’ kuxlejaletik («los del nuevo vivir»). Es más, la categoría temporal referida como mas vo’ne integra la «buena vida» (lekil kuxlejal) y refiere prácticas asentadas en la costumbre; comedimiento, mesura, tanto del carácter como del gestus corporal en que se refleja. Por oposición, el «nuevo vivir» se asocia con la exageración y quienes «ya se manifiestan de diferente manera» que la gente adulta y anciana son por lo general  —debido a su actitud rebelde—  tildados de toj jtoy ba (demasiado alzados, altivos), chuvaj (locos) o simarrones (cimarrones); en definitiva,  de exagerados. Actúan «con todo su corazón», no obedecen, se extralimitan y no tienen respeto, son propensos a actos impulsivos y a dejarse llevar por las emociones, constituyendo una amenaza permanente para las relaciones sociales; sintomático todo ello de poseer un carácter fuerte que es notado como toj tzozt yo’on («demasiado fuerte su corazón») o toj tzozt chichel («demasiado fuerte su sangre»). Esta concepción de ser exagerado (gesticulación excesiva, agresividad verbal, coquetería) guarda relación con la manera de concebir la "modernidad", de forma que se establece un contraste entre el «antes» o mas vo’ne y ésta, el «nuevo vivir» (ach’ kuxlejal) —efecto de un estilo distinto de crecer—, que implica inevitablemente tal oposición de caracteres expresados en términos de fortaleza (aspereza) o debilidad (suavidad) respectivamente, y de temperatura: sobrepasado de calor o tibio. Categorías que parecen describir el cambio y sugieren diferencias fundamentales en la manera en que se producen las cosas y se está en el mundo: tradicionalmente con equilibrio y armonía, en la "modernidad" con exageración y violencia. Para un análisis más detallado sobre las implicaciones y derivas de esta distinción véase Neila (2012, 2013).

[8] La irrupción de la "modernidad", y el reacomodo a ella, parecen haber provocado la inversión del protagonismo (y el contraste) de una voluntad regida por la razón —cerebro/cabeza—  hacia (o frente a) otra gobernada por el corazón y entendida como efecto de la escolarización y el «nuevo vivir», ach’ kuxlejal.

Hecho interpretado como un acercamiento a la identidad mestiza. Esta voluntad orientada por el corazón supone mayor expresividad emocional y libertad personal, y equivale gestualmente —y en términos de carácter— a la idea de sobrepasarse o excederse; gestos que son atribuidos a la pérdida del respeto por parte de las nuevas generaciones, quienes hacen lo que su corazón dice porque éste «es el que manda o es el quien piensa». La máxima expresión de esta pérdida del respeto es la práctica del noviazgo asociada a la opción  por otro modo de vivir, o de querer construir la vida, con más agencia. Para abundar sobre estas cuestiones, véase igualmente Neila (2012).

[9]Para una revisión de esta idea entre mayas yucatecos, ver Gutiérrez Estévez (1992); respecto a mayas tzeltales, Pitarch Ramón (2000); para el caso maya ch’orti’ en Guatemala, López García (2006).

[10] En otro lugar (Neila, 2012) he puesto de manifiesto cómo en este tiempo que denominan  «nuevo vivir», ach’ kuxlejal, se ha producido un cambio en el modo de concebir la vida, la cual comienza a entenderse no sólo como algo dado sino como algo que hay que buscar y construir. Este giro se explica a partir de la oposición entre una vida acorde a la costumbre, construida con el favor de Dios, basada en la obediencia, el respeto y la humildad,  sustentada por los consejos (mantal) —la «razón» que garantiza el «buen vivir» (lekil kuxlejal)—, y cuyo correcto seguimiento hace innecesario «pensar» demasiado los modos precisos para ganársela, y aquella donde la voluntad personal se justifica por el deseo de una existencia diferente cuya procura  requiere una reflexión constante para adoptar las decisiones personales más adecuadas a los fines que se pretenden alcanzar. Ésta requiere de otros argumentos que adoptan la forma de retóricas sobre expectativas y «visiones» de futuro. Subrayaba, además, cómo ambas opciones de «estar-en-el-mundo» guardan relación con las maneras de establecerse las relaciones de pareja: «hablarse» entre ellos (k’opon baik) o el pedido tradicional (jak’ol). De forma que «hablarse», o hacerse novios, supone para muchas jóvenes una garantía de felicidad en el sentido de mayor autonomía, agencia, prosperidad y buenos tratos.

[11] En el contexto del «nuevo vivir» tzotzil, la juventud —a quienes los mayores asignan un «nuevo crecimiento» debido a la inobservancia del respeto en sus interacciones cotidianas— entiende que ese conglomerado férreo que es la costumbre poco o nada les puede aportar para dirigirse con éxito en ese espacio de expectativas y oportunidades del ach’ kuxlejal. Tanto es así que, con base en esta idea, los adultos aseveran que éstos «ya se manifiestan de diferente manera como ahora gente adulta o ancianos»: tienen gustos, formas de pensar y de comportarse diferentes a cómo vivían los antepasados. En cambio la escuela les ofrece un conocimiento más letrado y oportuno para desenvolverse con éxito en el tiempo y la complejidad contemporánea. Para un análisis más exhaustivo, véase Neila (2012).

[12] La historia de vida de Margarita es un discurso que construye subjetividad. En parte una confesión, por cuanto a producción de una verdad, en parte un testimonio, en cuanto apunta a una praxis concienciadora. Pero su historia de vida, registrada en audio y fragmentariamente aquí transcrita, adquirió antes la forma de autobiografía con motivo de un trabajo escolar que posteriormente fue premiado y editado para su publicación en un volumen aún inédito; además del origen de una entrevista televisiva que pretendía enfatizar el empoderamiento femenino en esta región. Una autobiografía (o autoginografía) que adquiere, en toda su extensión —imposible de reproducir aquí—, el carácter de lo que Vilches (2003) denomina matergrafía con base en la recurrencia de la madre —imago cultural y discursivo— como elemento estructurante del relato. Es más, es una autobiografía en el sentido más arcaico del término. En sus primeros usos como categoría de clasificación retórica en el romanticismo, ésta fue asociada por Friedrich Schlegel (en Athenaeum Fragments, 1789) con ciertos tipos sociales que connotaban alguna clase de desviación o anormalidad: enfermos nerviosos, aventureros, culposos y «mujeres dispuestas a coquetear hasta con la posteridad» (Ídem.: 25). Y es que ciertamente —a propósito de este curioso guiño del tiempo— este relato está asociado a una tipología de mujeres lokas, coquetas, que pretenden demostrar con él su opción por la "modernidad", véase Neila (2012). Por otro lado, su valor radica en ser un ejemplo explícito de la construcción de esa subjetividad femenina tzotzil emergente en el «nuevo vivir», y en cómo ésta agita los significados culturales de la familia tzotzil.

[13] La educación primaria, y proliferación de las escuelas secundarias en los parajes, han ido debilitando la socialización familiar en la costumbre y, por ende, favoreciendo esa pérdida del respeto que se manifiesta de manera privilegiada en el noviazgo. No hay quien no considere este lugar como espacio para «hablarse» más que como ámbito formativo; de búsqueda de relaciones sentimentales e incluso contexto donde aprender ciertas emociones que se afirma antes eran culturalmente desconocidas y que se expresan con un lenguaje de «palabras bonitas».

[14] Frente al pedido tradicional de la novia (jak’ol), el acto de «hablarse» o «hablarse entre ellos» (k’opon baik) está asociado al cambio, la "modernidad" y la idea de amor romántico. En oposición a la sociabilidad extensa del pedido, el gesto de «hablarse» es producto de decisiones personales que ponen en valor la «voluntad del corazón», el libre albedrío y la construcción personal de la vida. Se argumenta mediante la exaltación del amor y el hecho de compartir sentimientos. Para un contraste entre ambas maneras de establecerse las relaciones de pareja, sus connotaciones y derivas sociales, véase Neila (2012).

[15] Comentaba Pitarch respecto a las infidelidades indígenas hacia los credos religiosos que «[…] una nueva comunidad crea un espacio social y físico donde poner en práctica más fácilmente una nueva corporalidad cotidiana. […] las transformaciones no se producen tanto en un orden temporal como por efecto de un desplazamiento» (2003: 352).

[16] A pesar del protagonismo que las migraciones están adquiriendo en las ciencias sociales también aquí, sería revelador analizar las «migraciones forzadas», sobre todo de mujeres jóvenes, por razones sentimentales o emocionales como la oleada más contemporánea —tras las ocurridas por conflictos religiosos y políticos— de los movimientos de población  acaecidos en Chiapas desde mediados del siglo pasado. Esta «migración emocional» o «migración sentimental» suele provocar, frente a la reagrupación familiar —binomio que sí ha sido objeto de atención—, su disgregación.

[17] En cierta ocasión, otra joven amiga tzotzil me preguntó de manera retórica sobre este cambio; ella me dijo: «¿Sabes a qué edad lo empiezan a hacer? Cuando se van en la secundaria. Antes no, porque cuando entran en la primaria siempre están en su comunidad, entonces lleva el costumbre de ahí […] Ya que la escuela creció [aumentaron los centros educativos de enseñanza secundaria en las comunidades] a sus hijos los llevan más cerca. Entonces, como San Cristóbal está tan avanzado de la moda, pues llevan esa moda y lo llegan a practicar ahí en la escuela. Es como que quieren tener amigos, novios, entonces tienen que cambiar. Si yo quiero tener novio tengo que cortar el cabello o me visto diferente, porque así pasa. Ahí cambia. Ya cuando se van en la secundaria cambian. Ya va cambiando», San Andrés Larráinzar, 06-02-2008.

[18] Respecto al sentir de este reacomodo constante de la apariencia, una joven tzotzil me confesó: «Ellos miran para ver si estás usando la ropa tradicional, si tu peinado es como el de ellos o incluso cómo estás tratando a las personas mayores. Si empiezas a cambiar algo: ya sea que uses pantalones o maquillaje, o no tienes ningún respeto por las personas mayores, ellos piensan que estás viviendo como el kaxlan [mestizo, ladino]. Es muy difícil vivir en dos mundos: o se vive con pantalones o se vive con el vestido tradicional», San Andrés Larráinzar, (21-05-2008).

[19] Si bien es cierto que este concepto también se enuncia en masculino (Laughlin, 2007: 172) para designar al hombre berraco y libertino, loko, aplicado a las mujeres, loka, adopta más connotaciones. Además de referir a una mujer casquivana y provocativa, de las que dicen «buscan muchos esposos» o «buscan muchos hombres, le obedece a otro y a otro», hace alusión a aquellas que se desplazan frecuentemente de un lugar para otro, «callejeras»; a aquellas que se considera siguen la voluntad de su corazón, es decir, «hacen cualquier cosa»; a las que le «hablan» a cualquiera…  

[20] Afirmar que una mujer es loka equivale, en muchos sentidos, a expresar que es coqueta, «picante» —jch’inin-at, jch’inin-chak y  jch’inin-mis—; hasta el extremo de emplear para denotar su locura la expresión tzotzil xch’i-ninul smis, «la comezón de su vagina» (Laughlin, 2007: 426, 61). Como bien apunta Laughlin (Íbidem.), esta cualidad tiene que ver con el gesto de sonreír y mover las caderas en demasía. De manera que observar que una mujer sonríe mucho (toj sts’ein) equivale, en realidad, a opinar acerca de su coquetería para con los hombres. Asimismo, cuando camina con movimientos exagerados, bien sea de las caderas y las nalgas, bien sea de todo el cuerpo de tal modo que pareciera que éste va haciendo cruces por los aspavientos ejecutados con los brazos, aunque las expresiones tzotziles que recogen todos los matices son variadas, la coquetería se concreta en la expresión x-bibun chanav, cuyo significado literal es que camina muy movida. La sensualidad, la provocación,  expresa él (Ídem.: 26), se forma con la raíz bitz, dando lugar a expresiones como xbitzbon xchak («está picando su culo/la lombriz que se piensa está moviéndose en la vagina»); bitzlajet («meneándose, las muchachas riéndose»). Se entiende que una mujer loka provoca al hombre, isokbe sjol vinik («ella provocó al hombre»),lo desorienta, sokilanbe jol («seguir desorientando al hombre»)  (Ídem.: 291-292).

[21] La socialización infantil femenina trata de corregir tales gestos mediante consejos (mantal) o imprimiendo temor cuando éstos se producen a edades tempranas: «[…] Aunque somos pequeñas —me comentaba una joven madre— a veces nos reímos mucho y así vamos creciendo porque la mamá no les mete miedo, por eso a nosotras no nos da miedo. Cuando es así y se sobrepasa la mamá todavía tiene la culpa porque tal vez no le aconsejó, o aunque le diga ya después pero como ya es grande ya no obedece», Paraje de San Andrés Larráinzar, 06-09-2009. Andrea apuntaba respecto a su hija: «[…] Le aconsejé que no hablara a personas que no conocía; que no se riera mucho, le decía. Y no la dejaba que saliera así nomás, o que llegara a pasear. Por eso salieron bien. Cuando se casaron vinieron a pedirlas, no huyeron y no lo planearon entre ellos», Paraje de San Andrés Larráinzar, 23-11-2009. Asimismo, en otra ocasión, María afirmaba «[…] No puede sonreír tanto o sonreírle a algún hombre. Es así como nos han aconsejado. Lo mismo vamos a decir nosotras, ya sea si nos obedecen o no. Con el muchacho no se puede hacer nada, juegan con la pelota, gritan, ríen… Pero a la muchacha no le permitimos que ande sonriendo demasiado por donde quiera. Es que no es igual una mujer que un hombre: el hombre puede caminar solo y la mujer no», Paraje de San Andrés Larráinzar, 16-10-2009.

[22] La mujer loka es un tipo de personalidad compleja cuyo carácter tiene múltiples matices y cuya razón de ser se explica, y justifica, por nacer en el mes de «febrero loco», garantía más que fiable de que esa mujer u hombre, cuando sean adultos, tendrán múltiples parejas;  mediante la suerte (véase nota 24); por el aprendizaje («traer la costumbre de…», una madre o una figura femenina cercana); por realizar cosquillas en las palmas de las manos o en las plantas de los pies a un bebé; por presenciar una mujer embarazada perros apareándose;  y por brujería. En una ocasión, actualizando la situación sentimental de Margarita —la cual pasaba por el coqueteo con dos hombres a la vez—, me dijo: «[…] Y luego le dije a mi mamá. “¡Pero por qué hiciste eso!, te he dicho mil veces que vas a estar con un solo hombre, no sirve andar con varios”, me dice, “sí, ya lo sé, no sé qué fue lo que me pasó. O alguien me está haciendo para que me vuelva loka y hacer estupideces, ser una mujer con varios, no lo sé, pero no quiero eso”. Desde ayer me empecé a enfermar, no sé, así como yo digo: “Quizás Dios me está castigando por lo que hice pero yo sé que puedo hacer bien las cosas, no quiero seguir así como fui, quiero cambiar”. Quiero tener una vida normal, tranquila. Quiero hacer bien las cosas. No sé, salí de mi comunidad con muchos problemas, me iban a casar y no me quise casar. Según yo iba a venir a hacer una nueva vida y mira qué es lo que cometí otra vez. No sé porqué hubo mucha muerte en mi casa, ahora que vengo acá cometo otro error, pero yo no quiero seguir, no quiero, ya no puedo más, quiero tener una nueva vida. No sé qué es lo que está pasando pero no quiero ser así», San Cristóbal de las Casas, 17-03-2009.

[23] En otro lugar (Neila, 2012) he puesto de manifiesto cómo la "modernidad" implica, entre otras cosas, una apertura emocional. Si bien es cierto que los centros educativos constituyen espacios de expresión emocional dentro de las comunidades, la ciudad es su lugar por excelencia; prueba de ello lo constituyen las cientos de pintadas de amor en las colonias de la periferia de San Cristóbal de las Casas. La constatación de que  la ciudad es, y en la ciudad se es de otro modo me la ofreció en cierta ocasión Margarita: «[…] Aquí en la ciudad ya es otra cosa —me dijo—, ya cambió porque estamos en la ciudad. Sí, a veces mi mamá se entera de que yo tengo novio y ya no me dice nada porque es que una vez le dije: “si me vuelven a hacer como me hicieron les prometo que ya no voy a regresar”. Entonces quizás por esa razón lo entiende, porque  de hecho a veces yo tengo un novio de escondidas acá pero no me ha pasado nada. Aquí ya está permitido pero en la comunidad está difícil todavía por lo de la tradición que quieren mantenerlo vivo. Es que como no todos tienen la libertad, yo porque he luchado mucho. Yo salí adelante por lo de mi mamá, que ella me enseñó a hablar con las personas. Cuando me pasó esto de que me iban a casar yo empecé a contarle a las personas que conozco, entonces ya de ahí, como me animaron…», San Cristóbal de las Casas, 10-02-2009.

[24] En otro momento, abatida por no encontrar cierta calma sentimental, me explicó muy bien esto: «[…] yo tengo la suerte de que en cualquier momento, donde sea, me hablan —me dijo—. En todas partes me puede pasar, si estoy acá me pasa, si estoy fuera de la ciudad me pasa; los hombres le gusta, no sé, me hablan pues, me dicen: “¿tienes novio? ¿Te gustaría ser mi novia? ¿Te quieres casarte conmigo?”. Entonces eso es la suerte de que nada más me hablan, o sea, muy pocas veces llegan a mi casa a pedirme. A veces yo, cuando salgo pues, es que yo les digo pues a los hombres: “no, yo soy casada, tengo un esposo”. Y no me creen: “no, no es cierto, yo veo en tu cara que no es cierto”.  O intento llamar a una persona, sea mi hermano pue: “yo sé que no es tu esposo lo que estás llamando, sé que es tu hermano”, me dicen. Eso le he contado a mi mamá también: “es que la suerte lo tienes así, por eso”, me dice,  “¡pobre de ti! Hasta que te cases te van a dejar en paz”, me dice», San Cristóbal de las Casas, 05-03-2009.

[25] Cada persona, desde el nacimiento, tiene su destino escrito por Dios, también en lo que respecta al establecimiento de relaciones de pareja. Sobre ello me explicaba Andrea: «[…] así dicen el abuelo y la abuela a quienes ya se establecieron en una casa: “es porque Dios ya le dio su hogar”. Así es como es tu ora, tu suerte que digamos, cuando te casas. Es por la ora. Es por la yorail. Sí, aunque vienen a pedirte, pero si no es tu compañero con quien te vas a juntar pues no lo vamos a contestar; es porque no es nuestra pareja y no nos sirve. El porqué, es porque trae desde su destino a una pareja que es dada por Dios. Así es», Paraje de San Andrés Larráinzar, 14-02-2008.

[26] A propósito de éste y otros testimonios similares, tengo muy presentes aquí las obras de Benjamín (2006), Ferlosio (2008) y Collier (2009) que esperan un debate contemporáneo que debe comenzar a imponerse en la etnografía de lugares como Chiapas donde la "modernidad" ha trastocado la línea del destino.

[27] De entre los factores que determinan entre los tzotziles la formación de la pareja, la suerte es uno de los primordiales, y esta es la idea que subyacía a la observación de Pascuala. De este modo, dicen con frecuencia que tales personas se juntaron porque ya era «su ora de casarse» o, por el contrario, advierten que «cuando nadie llega a pedir es porque tiene mal su ora». «¿Eso es lo que llaman yorail?», le pregunté en cierta ocasión a Margarita. Ella me contestó: «Yorail es cuando, todavía no es el tiempo. Por ejemplo, si hoy me iba a casar con un hombre pero me rechazó entonces todavía no fue para mí, o sea, que ha de ser porque alguien me está esperando. Así era también lo que me decía mi mamá: “no te preocupes, tus hermanos están bien enojados pero todo va a pasar”,  “porque no era para ti”, me decía, “ha de ser porque te está esperando alguien, por eso no te casaste”». La suerte en tzotzil encuentra su paralelismo con el concepto de la ora (duración de la vida) y, por tanto, con la idea de que cada persona desde su nacimiento tiene escrito su destino por Dios. Así me lo explicaba Petrona: «[…] así dicen el abuelo y la abuela a quienes ya se establecieron en una casa: “es porque Dios ya le dio su hogar”. Así es como es tu ora, tu suerte que digamos. Es por la yorail. Aunque vienen a pedirte, pero si no es tu pareja con quien te vas a juntar pues no lo vamos a contestar. Si lo aceptan, aunque sea la primera visita, es porque es la pareja verdadera. Una mujer y un hombre siempre tienen una pareja, a la fuerza van a encontrar una pareja en la vida, es porque trae desde su destino a una pareja que es dada por Dios». (San Andrés Larráinzar, 14-02-2008).