Percepciones de comportamientos parentales de jóvenes indígenas mexicanos

Rosario Esteinou Madrid[1]

Resumen: El trabajo presenta algunos resultados sobre algunas de las tendencias que se muestran hoy en día en torno a los comportamientos parentales en el proceso de socialización y de educación de sus hijos adolescentes. La información que se expone procede de una investigación que se realizó sobre la educación parental y la competencia social de los jóvenes en tres estados con alta concentración de población indígena. Para tal efecto, se levantó una encuesta en una muestra de 450 adolescentes indígenas de los estados de Chiapas, Yucatán y Oaxaca. En particular se analizan, a partir de las percepciones de los adolescentes, algunos comportamientos de padres y madres referentes a dos dimensiones: una, relacionada con el apoyo, la protección y la promoción de comportamientos prosociales en los adolescentes; y otra referida a distintas formas en que se ejerce el control (monitoreo, permisividad, rechazo, inducción de culpa, y punitividad). De acuerdo a dichas percepciones, el principal resultado obtenido establece que los comportamientos de los padres indígenas se asemeja al estilo autoritario.

Palabras clave: Familia, socialización, educación parental, comportamientos parentales, jóvenes indígenas, adolescentes, relaciones padres e hijos.

Perceptions of parental behaviors from Mexican indigenous youth

Abstract: The article presents some results about the tendencies found today in Mexico regarding parental behavior in the socialization process and the education of adolescents. The information presented is the result of a research on parental education and adolescent social competence in three states with high concentration of indigenous population. A survey was applied to a sample of 450 indigenous youth in Chiapas, Yucatán and Oaxaca. From the perceptions of the adolescents, some father´s and mother´s behaviors are particularly analyzed regarding two dimensions: one related to the support, protection and promotion of adolescents´s prosocial behaviors; the other related to different forms of exercising control (monitoring, permissiveness, rejection, guilt induction and punitiveness). According to these perceptions, the main result obtained establishes that indigenous parental behaviors are similar to the authoritarian parenting style.

Keywords: Family, socialization, parental education, parental behaviors, indigenous youth, adolescents, parent child relationships.

Introducción[2]

El presente trabajo tiene como fin presentar algunos resultados de una investigación que se realizó sobre la educación parental y la competencia social de los jóvenes en México. Para ello se realizó una encuesta a nivel nacional y además se levantó una sobremuestra de 450 casos en tres estados con alta concentración de población indígena: Oaxaca, Chiapas y Yucatán. Este capítulo da cuenta de los resultados referentes a la población indígena, particularmente en lo que se refiere a los comportamientos parentales.

El capítulo se estructura de la siguiente manera: en la primera parte hago una revisión de varios estudios antropológicos que se han realizado en el país con el fin de dar cuenta de los aspectos que tratan relacionados con la educación parental y detectar los aspectos que requieren ser investigados. En un segundo apartado presento unas breves consideraciones teóricas sobre la socialización y la educación parental y sus posibles efectos en el desempeño social y psicológico de los hijos. En el tercer apartado expongo algunos de los resultados de dicha encuesta referentes a los comportamientos parentales, tratando de identificar algunos de los patrones y rasgos más importantes.

Educación parental de niños y jóvenes: una revisión de la literatura antropológica

La antropología ha sido la disciplina que más ha dedicado sus esfuerzos a estudiar a los pueblos indígenas. Por ello, una revisión de lo que ha arrojado esta literatura en torno a los temas de la educación parental y de la competencia social de los niños y jóvenes indígenas es muy necesaria. Como se verá, dichos temas han sido insuficientemente tratados en nuestro país. La socialización o educación que los padres dan a los hijos para desarrollarse con competencia social - es decir, de acuerdo a los estándares sociales y culturales de la sociedad mexicana y, para el caso que nos ocupa, de las sociedades indígenas- ha sido tratada más como una transmisión automática de las costumbres de estos pueblos, de tal forma que la conclusión general que se puede extraer de estos estudios es que los niños aprenden las labores del campo que sus padres varones les enseñan y las niñas incorporan las enseñanzas de sus madres en el cuidado doméstico y otras tareas vistas social y culturalmente como propias de su género. En efecto, como sostiene Martínez, la socialización en la antropología ha sido básicamente vista “como una estrategia de interacción ´vertical´ en la cual los adultos inculcan en los más jóvenes el sistema cultural al que pertenecen” (Martínez, 2007a: 46).

Antes de presentar los resultados de la revisión bibliográfica sobre este tema es importante señalar que los jóvenes entrevistados pertenecían a los siguientes grupos indígenas: el 31% se autoadscribió como maya, el 26% como tzotzil, el 12% como zapoteco, el 9% como mixteco, el 2% como tzeltal, el 13% indicó otros grupos indígenas, y el 5% no supo señalar a qué grupo pertenecía. Estos grupos nos sirvieron como punto de referencia para la revisión bibliográfica. En consecuencia, nuestra revisión da cuenta de lo que la literatura establece sobre estos grupos indígenas.

Cuando revisamos esta literatura, la forma de aprehender o de captar este proceso de socialización, mencionada más arriba, resulta evidente. Así, Alejos y Martínez (Alejos García, 2007: 29), en su trabajo sobre los ch’oles, sostienen que las diferentes etapas de la vida de estos indígenas están marcadas por la edad y el género así como por alianzas que derivan en derechos y obligaciones en las comunidades. Ellos describen cómo se desarrolla la configuración de la pareja y el matrimonio, los rituales del bautizo, el compadrazgo y otras ceremonias que dan vigencia a las costumbres que consolidan el modo de vivir de esos indígenas. En este grupo maya, de acuerdo con los autores, se le da mucha importancia al pensamiento mítico y espiritual como motor que reproduce muchos de los valores que conforman al pueblo, a los grupos y la persona. Es decir, contienen una serie de elementos que conforman una forma particular del sentido colectivo y de relación con la alteridad:

“La narrativa ch’ol tradicional tiene como uno de sus temas fundamentales las relaciones del ‘nosotros’ indígena con la alteridad, es decir, con esa vasta dimensión natural, humana, social, ideológica, religiosa, con la que ese nosotros se relaciona y de la cual depende la vida misma. Para los ch’oles, como para los demás grupos mayas, la identidad de la persona o del grupo no se entiende unilateralmente, en términos de lo propio, de un conjunto de rasgos distintivos, sino que se trata de un fenómeno intrínsecamente relacional” (Alejos, 2007: 45).

Si bien esta cita remite en el texto de los autores a la relación que tiene este pueblo indígena con otros en la configuración de su identidad, también hace referencia a la forma en que una buena parte del trabajo antropológico ha dado cuenta de los procesos de socialización. La cita revela la importancia que tienen procesos más amplios y colectivos en la configuración de este “nosotros” y, sobre todo para los intereses de este trabajo, de la persona y su identidad. Este énfasis en la formación del sentido del “nosotros” ha llevado por momentos a un descuido de los procesos en que se conforman las individualidades, de los procesos intersubjetivos que tienen lugar entre padres e hijos en la transmisión de saberes, habilidades y valores, procesos que claramente deben considerarse en la formación de la persona y la identidad. Esta forma de mirar a los pueblos indígenas nos recuerda el planteamiento durkheimiano sobre la importancia de la conciencia colectiva en este proceso y la casi completa ausencia de las individualidades en las sociedades mecánicas o segmentadas. Sin negar que esta mirada tiene sus virtudes y ha logrado presentar una cara de la moneda, también es patente el hecho de que se da por descontado el estudio específico de los procesos de socialización entre padres e hijos y, en especial, del proceso de conformación de la persona y de su despliegue performativo en la sociedad.

Otros estudios presentan visiones similares de otros pueblos indígenas, como es el caso de los Chuj (Limón Aguirre, 2005), o el caso de los tzotziles en donde los mitos y los rituales son elementos muy importantes en la reproducción de una cosmovisión y de una forma de vida de la colectividad, y en donde los niños y jóvenes aprenden de sus padres las labores propias de los adultos, guardan el debido respeto hacia ellos y otras normas que forman parte de su cultura (Obregón Rodríguez, 2003). Otro estudio (Gómez, 2004) observa lo anterior de manera similar entre los tzeltales. De acuerdo con esta autora, este grupo considera que “se adquieren los primeros signos de identidad, y se trae memoria arcaica, desde antes de nacer, desde el instante en que su espíritu o ch´ulel ingresa al cuerpo del feto, en el vientre de la madre.  Y su entidad anímica perfilará la manera de ser del sujeto, su carácter, y determinará su futura historia personal” (Gómez, 2004: 9). La espiritualidad, la cosmovisión, entonces, parecen moldear una buena parte de la formación de la persona y su identidad, al menos de acuerdo a lo captado por esta antropóloga. En la mayoría de estos pueblos indígenas se inculcan valores como el respeto, el trabajo, la importancia de la tierra (y la milpa), son valores que reproducen el orden establecido; cuando transgreden este orden o valores ello afecta su alma por lo cual recurren a un curandero o rezador para sanar. Parece ser que el concepto de persona está estrechamente ligado a este mundo colectivo, espiritual y cosmogónico y su reproducción. Al menos, en muchas de las monografías y etnografías antropológicas el concepto de persona es insuficientemente tratado, en el mejor de los casos. A los niños se les forma en gran medida a través del relato de historias, mitos, la participación en rituales colectivos e inculcándoles las labores que realizarán de adultos de acuerdo a su género. En otros estudios, como de los tojolabales (Cuadriello, 2006), los zapotecos de los valles centrales (Coronel, 2006) y del Itsmo de Tehuantepec (Acosta, 2007), y los mixtecos (Mindek, 2003) también falta información sobre la educación que dan los padres a los hijos y sobre los procesos de socialización.

Con respecto a los mayas otro estudio muy rico muestra la complejidad de los grupos que los integran, la variedad de sus rasgos, de sus formas de vida y de su reproducción social y cultural (Ruz, 2006), pero no se aborda la problemática relacionada con la socialización de los niños y jóvenes. Sin embargo, a pesar de que mantienen muchos de sus rituales y elementos de su cosmogonía tradicional, este autor, como también algunos de los ya mencionados, indica que este pueblo muestra signos de transformación de su identidad y, podemos suponer con ello, de la constitución de las personas en sociedad.

Esta carencia de estudios sobre la socialización que tiene lugar entre padres e hijos también ha sido señalada por Lourdes de León. Ella sostiene que dentro de la vasta literatura sobre la cultura maya (la cual está presente en dos de los estados que hemos considerado: Chiapas y Yucatán), encontramos poco trabajo que documente el proceso de “convertirse en maya” (León, 2003), o sobre la socialización en la infancia en la antropología (León, 2005), y yo agregaría también sobre la adolescente, la cual es el objeto que aquí nos ocupa. Sin embargo, en algunos de los trabajos realizados desde la década de los años setenta del siglo XX podemos encontrar algunos elementos que brindan información sobre aspectos de la socialización infantil maya. Por ejemplo, entre los autores que han trabajado en la zona tzotzil y tzeltal existe un consenso, de acuerdo con esta autora, en que el infante maya es frágil, entre otras cosas, porque su ch’ulel (“alma”, espíritu) todavía no está acostumbrado al cuerpo y puede escapar de él (Guiteras, 1965, citado en León, 2003). Esto lo hace vulnerable al ojo extraño, al miedo, a los vientos y a contraer enfermedades, por lo cual puede perder su ch’ulel y por ello morir. El trabajo de Lourdes de León muestra de manera muy detallada varias de estas prácticas y rituales entre los zinacantecos de Chiapas, pero lo hace no como una mera transmisión de prácticas, de roles o de costumbres hacia los hijos, sino que su análisis incorpora la relación entre emoción, cognición, sistemas de significación sociocultural, el orden moral y sobrenatural en contextos situados de interacción. Lo interesante de esta concepción es que de ella se desprenden una serie de rituales y prácticas tendientes a la protección del ch´ulel, las cuales definen en gran medida las prácticas parentales y conforman una etnoteoría. Podemos definir esta última como una teoría basada en las nociones, creencias y valores propios de ese contexto sociocultural que orientará la toma de decisiones y los comportamientos de los padres en relación con sus hijos. Por ejemplo, ella detalla cómo el favorecer pequeñas dosis de enojo y miedo en el niño, a través de constantes amenazas y la referencia a animales dañinos o peligrosos, tiene como fin proteger y anclar el ch´ulel y, con ello, afianzar el proceso de formación de la persona. Otras prácticas serían el continuo contacto físico y afectivo, la presencia continua de la madre en el espacio doméstico y la gradual inserción del infante como interlocutor. En síntesis, lo que nos revela este trabajo es cómo las etnoteorías socializadoras zinacantecas, esto es, basadas en esos estándares y contexto sociocultural, revelan que tener ch´ulel es ser persona y no proponen una dicotomía entre cuerpo y alma, pero tener alma significa asumir y comportarse de manera culturalmente apropiada, es decir, para los fines de nuestro trabajo y desde nuestra perspectiva de la competencia social, de acuerdo a los estándares sociales y culturales de esa sociedad.

La gran mayoría de los estudios antropológicos, sin embargo, no tocan el problema de la socialización en el sentido que hemos marcado y, cuando lo hacen, lo remiten a la reproducción de las costumbres y del orden sobrenatural. Dichos análisis no incorporan en su análisis la dimensión individual, de conformación de la persona en sociedad, de tal forma que, por ejemplo, no se logra entender el impacto que tiene en este proceso el hecho de que se reproduzcan los rituales y las costumbres, o incluso la influencia que puede tener en éste la cosmovisión y la dimensión sobrenatural. El trabajo de Lourdes de León sí logra acercarnos a esta problemática pero se requiere de más estudios al respecto.

Por otra parte, el trabajo de Lourdes de León, si bien es muy valioso, remite solamente a la socialización que tiene lugar en los primeros años de la infancia y, por ello, no tenemos una visión de lo que ocurre durante la adolescencia, etapa en la cual la conformación de la persona experimenta muchos cambios. La bibliografía sobre la socialización durante esta etapa del curso de vida es también escasa. Quizás ello se deba a que, como Martínez (2007b) sostiene, la adolescencia no ha sido conceptualizada como tal entre los grupos indígenas pues los niños a muy temprana edad empiezan a asumir las tareas y roles de los adultos. Es decir, socialmente no es concebida como una etapa que se prolonga varios años y la cual tiene su propia dinámica y cultura. Como he sostenido en otro trabajo (Esteinou, 2005) probablemente esto está ligado a las cosmovisiones particulares de las poblaciones rurales en las cuales, por ejemplo, los valores en torno a la tierra tienen una importancia privilegiada y acotan las áreas de acción social y cultural de los jóvenes. Otros valores como la educación, por ejemplo, que suponen una mayor inversión de años por parte de los jóvenes y generalmente abren espacios de interacción propios de los jóvenes que les permiten ir creando una cultura en torno a sus necesidades, tienen una importancia más restringida.

En suma, de acuerdo a los estudios revisados, parece ser que en general, los estudios antropológicos no abordan el problema de la socialización de la persona en sí, los procesos de interacción que se dan entre padres e hijos en la construcción de individuos competentes socialmente; tampoco abordan las estrategias, medidas y prácticas que desarrollan los padres para inculcar disciplina y conformidad por parte de niños y adolescentes; no desarrollan cómo padres e hijos enfrentan el conflicto. Hasta el momento la mayoría de la literatura antropológica ha reportado esta relación entre padres e hijos como una mera transmisión y reproducción de las costumbres  y culturas indígenas. No obstante ello, podemos decir que en esos recuentos los antropólogos arrojan elementos sociales y culturales valiosos provenientes de las distintas cosmovisiones que alimentan a las etnoteorías parentales, es decir, a los principios que rigen el proceso de educación y socialización de los hijos. También podemos decir que en ese tipo de estudios subyace una idea sobre la socialización que puede ser rescatada, esta es, que la socialización se da por la vía del aprendizaje a través de la observación. Los niños y adolescentes aprenderían las labores asignadas de acuerdo al género al observar a sus padres realizar dichas tareas. Ya desde los años setenta Bandura (1977) señalaba que el aprendizaje observacional, o por la observación, era otra vía por medio de la cual ocurría la socialización; y esta parece ser una perspectiva seguida por muchos antropólogos al menos en el extranjero, por ejemplo, Lave y Wenger (1991) y Ragoff, et. al. (2007). En este tipo de estudios, la imitación y la realización de rutinas y rituales constituyen elementos a través de los cuales se reproduce y transmite a las nuevas generaciones la cultura específica. Sin embargo, aunque el aprendizaje observacional es un proceso que efectivamente ocurre, es insuficiente para entender la socialización en un sentido más comprensivo.

Finalmente, el lector se preguntará si existen diferencias entre los distintos grupos étnicos analizados en cuanto a la socialización y la educación parental. Sin embargo, lo que hemos podido observar es que todos estos estudios sólo reportan que dicha educación se reduce a una mera transmisión de las costumbres y que esas refieren básicamente a la división genérica y a la edad, y a la observación del desempeño de los roles de los padres y madres. Asimismo, si bien pueden existir diferencias, nuestro objetivo es presentar tendencias generales de esta población, ya que, como es sabido, todos ellos pertenecen a una matriz cultural mesoamericana y probablemente por ello también presenten puntos en común, entre ellos, algunos parámetros en la socialización de los hijos.

Socialización y educación parental

Hasta aquí hemos hecho un breve recuento de alguna de la literatura antropológica con el fin de revisar cómo es analizado y tratado el problema de la socialización. Hemos resaltado los límites que tiene esta literatura y por ello tenemos que recurrir a aquella que se plantea como problema central su análisis.

De acuerdo con Maccoby (2007), el término socialización refiere a procesos en donde se les enseña a los individuos las habilidades, los patrones de comportamiento, los valores y las motivaciones necesarias para un funcionamiento competente en la cultura en que el niño está creciendo. En esto consiste la competencia social. Entre ellas, resultan de la mayor importancia las habilidades y significados sociales, y la madurez emocional necesaria para la interacción con otros individuos para insertarse en el funcionamiento de diadas y grupos sociales más amplios. Generalmente se ha asumido que una socialización profunda y duradera ocurre primordialmente en la niñez, pero la socialización ocurre desde luego a lo largo de toda la vida. Sin embargo, se ha asumido que los padres son los principales agentes responsables de la socialización “moral” del niño.

Podemos entender la socialización entonces, como una serie de procesos que ocurren en etapas sucesivas del desarrollo, siendo la familia de origen del niño la primera, y en muchos casos la institución de socialización más duradera, seguida de los grupos de pares, las escuelas, las instituciones religiosas, y, en la etapa adulta, los empleadores y parejas íntimas como fuentes de normas de comportamiento social.  También, desde hace algún tiempo se ha asumido que los niños y jóvenes juegan un papel activo en la construcción de sus propios estándares, de tal manera que la socialización no debe ser vista simplemente como la incorporación por parte del niño y del adolescente de los estándares de otros. Es por esto que la propuesta hecha por muchos antropólogos sobre mera transmisión y reproducción de la cultura resulta insuficiente para comprender este proceso. La socialización se da entonces en forma bidireccional, recíproca y también en forma de autosocialización. En efecto, Bandura, Ross y Ross (1963) establecieron ya desde la década de los sesenta que los niños aprenden de muchos modelos, no sólo de los padres, y que el curso final que tomaría su comportamiento  podía involucrar una mezcla de lo que ellos han aprendido de muchas fuentes a través de la observación. Esta formulación coloca a la agencia del propio niño en el centro del proceso de socialización, a tal punto que ésta es muy amplia: el niño puede controlar algunas de las instrucciones que le hacen sus padres y puede seleccionar a cuáles de ellas le dará mayor credibilidad y responderá en concordancia (Bandura, 1986).

La socialización actualmente es entendida en forma dinámica. Es decir, considera varios elementos para su comprensión. Un elemento central es el papel que juega el contexto o las situaciones en que ésta tiene lugar, de tal forma que tanto el ejercicio de la parentalidad (las estrategias, comportamientos y medidas que los padres siguen en la educación de sus hijos) como las respuestas de los niños y adolescentes pueden variar en función de un contexto específico. El número de hermanos, la relación entre los padres, la edad del niño o adolescente, la gravedad de su comportamiento, y su estado emocional en ese momento, entre otros, pueden detonar comportamientos específicos por parte de los padres. Asimismo, los patrones de parentalidad y las respuestas de los niños y adolescentes van cambiando y son renegociados a lo largo de las distintas etapas del desarrollo, de acuerdo a las necesidades de cada momento particular y de cada contexto específico. Un comportamiento parental puede ser adecuado para una situación particular pero ese mismo comportamiento puede resultar contraproducente en otro contexto (Grusec y Goodnow, 1994). Lo anterior ha tenido repercusiones en la conceptualización de la socialización en la familia puesto que implica que es un proceso secuencial en el que la relación padre-hijo cambia dramáticamente conforme los hijos van creciendo, y en donde cada fase nueva se desarrolla sobre la base de la relación padre-hijo previamente establecida.

No obstante que la consideración del contexto constituye un elemento que da dinamismo y variabilidad a los comportamientos involucrados en el proceso de socialización, también es cierto que ésta se construye sobre la base de patrones de interacción entre padres e hijos que a lo largo del tiempo adquieren cierta estabilidad. Es decir, los padres y los hijos desarrollan expectativas sobre cómo responderá el otro, basados en la historia acumulada de sus interacciones a través del tiempo. Dichas expectativas pueden establecerse firmemente e insertarse en secuencias interactivas que operan en las relaciones cotidianas (Lollis, 2003).

Es importante establecer aquí que lo anterior constituye nuestro marco conceptual que orienta nuestra investigación. Sin embargo, no analizamos todo este proceso dinámico pues requeriríamos de otro instrumental para ello así como también de la realización de un estudio longitudinal. Nuestro objetivo es más modesto pues de todo este  proceso sólo intentamos captar los patrones de interacción que se pueden advertir a través de una encuesta.

En los estudios sobre la socialización en la etapa de la adolescencia se ha resaltado la importancia que va adquiriendo la autonomía, lo cual se expresa, entre otras cosas en qué tan bien padres e hijos sincronizan sus ideas sobre ella. En la adolescencia temprana las perspectivas de padres e hijos sobre los derechos de cada uno divergen fuertemente. Estas diferencias, sin embargo, no han llevado necesariamente a reforzar la idea de la adolescencia como una etapa problemática (sturm und drang, como se le caracterizó en una época en el siglo XX), sino que otros estudios realizados desde los años ochenta han mostrado que los adolescentes típicamente continúan reconociendo la autoridad parental, conforme los padres les van dando mayor libertad al ver la creciente competencia que van adquiriendo. De tal forma, la relación padre-adolescente no necesariamente está regida por el conflicto. Esto no significa que los adolescentes se conformen totalmente a las expectativas de los padres. De hecho, se ha observado que ellos discriminan entre los distintos dominios de toma de decisiones, apropiándose de algunos de ellos (como por ejemplo del personal: la elección de su ropa, el estilo de peinado, los amigos) más que de otros, como parte de su propia esfera de influencia, no de los padres  (Yousniss y Smollar, 1985).

Dado que la autonomía se constituye en un problema especialmente delicado en la etapa de la adolescencia, es necesario analizar qué sucede con la autoridad parental durante esta etapa del desarrollo, si se altera y cómo se reestructura. Este es uno de los aspectos sobre los cuales se ha realizado mucha investigación en los países occidentales. Los primeros estudios realizados desde la década de los años treinta pusieron un gran énfasis en los efectos dañinos del autoritarismo y de la reafirmación del poder parental durante la crianza. Al mismo tiempo se hicieron estudios que resaltaban los beneficios del ejercicio de un control firme. Muchos estudiosos han señalado que la relación padre-hijo es intrínsecamente jerárquica, en el sentido de que los padres tienen la responsabilidad de enseñar y dirigir a sus hijos. ¿Cómo podemos entonces reconciliar los efectos opuestos del control firme con la reafirmación o imposición de poder? Esto ha sido tratado de diferentes maneras. Baumrind (1971), al rechazar la parentalidad autoritaria, ofreció para el contexto estadounidense un patrón de parentalidad que combinaba una parentalidad receptiva y de apoyo con la firmeza (es decir, mantener a los hijos dentro de las reglas y estándares). Otros trabajos como el de Paterson y Fogartch (1990) también enfatizaban el establecimiento de reglas, el monitoreo y el seguimiento de infracciones con disciplina, pero en años recientes ha habido un énfasis creciente en la importancia de balancear estas funciones de control parental con la “parentalidad positiva” (es decir, calidez, humor, receptividad y respeto a los hijos). De esta forma, se ha establecido que los padres pueden inducir a sus hijos a conformarse con las directrices parentales; sin embargo, se ha visto que es importante la forma en que los niños y adolescentes son conducidos a hacerlo, ya sea voluntariamente o solo bajo coerción, puesto que si lo hacen voluntariamente los padres pueden ejercer su control de manera benigna más que en forma coercitiva. Así, por ejemplo, en los países occidentales se ha visto que los niveles más altos de ajuste y de competencia se encuentran en los niños y jóvenes que provienen de familias que combinan una regulación parental fuerte con el uso raro de control psicológico (una forma de control coercitivo), junto con una relación de conexión emocional fuerte entre padre e hijo. La cuestión que resalta entonces en la investigación contemporánea de la parentalidad no es si los padres deben ejercer  su autoridad y los niños deben conformarse a ella, sino más bien cómo el control parental puede ser ejercitado mejor, de tal forma que apoye la creciente competencia y auto-regulación de los niños y adolescentes. Por lo tanto, hoy en día es cada vez más aceptada la idea de que no son incompatibles una agencia parental fuerte y una agencia fuerte de los hijos (Maccoby, 2007).

En el análisis de los resultados de la encuesta retomamos estos aspectos, en virtud de que en la etapa de desarrollo en que se encuentran los adolescentes parece más importante el ejercicio de una modalidad particular de control, el monitoreo, o bien formas de control más moderadas, en contraste con el uso de otras formas de control más restrictivo o violento. Asimismo, queremos analizar la contraparte de este proceso, es decir, cómo se presentan las diferentes modalidades de apoyo que los padres brindan, de acuerdo a las percepciones de los jóvenes. El análisis de estas dos dimensiones básicas, el apoyo y el control, nos permitirá establecer algunos de los rasgos de los estilos parentales que predominan en esta población, de acuerdo a las percepciones de estos adolescentes.

Percepción de los comportamientos parentales por los jóvenes indígenas.

Como se dijo anteriormente, la encuesta fue aplicada a 450 jóvenes indígenas que vivían con sus padres o tutores en los estados de Chiapas, Yucatán y Oaxaca; se tomaron 150 casos por cada estado; fue levantada cara a cara en los hogares por la empresa encuestadora Parametría, y fue financiada por el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología. Los principales grupos étnicos a los que se auto adscribieron fueron los siguientes: maya (31%), tzotzil (26%), zapoteco (12%), mixteco (9%) y otros grupos (15%).

En cuanto a su perfil sociodemográfico, presentan las siguientes características. En el momento en que se realizó la encuesta (2010) todos vivían con sus padres o tutores, la mitad eran mujeres y la otra mitad eran hombres, y tenían entre 14 y 17 años de edad, distribuidas estas edades de la siguiente manera: el 27% de ellos tenía 14 años, el 26% tenía 15, el 24% tenía 16 y el 23% tenía 17 años. El 64% se dedicaban solo a estudiar, el 13% no estudiaba ni trabajaba, el 15% estudiaba y trabajaba y el 8% solo trabajaba. El 99% eran solteros, 2 de ellos eran casados y 1 viudo. En cuanto a su nivel de escolaridad, el 12% había realizado estudios de primaria, 59% de secundaria y 27% de preparatoria.

El tipo de relación de parentesco que guardan los jóvenes con sus padres o tutores arroja elementos importantes para comprender el contexto familiar de los jóvenes. Encontramos en este sentido que el 88% vive con sus padres biológicos, el 3% vive con un padre biológico y un padrastro o madrastra, el 6% vive con uno de sus padres biológicos y el 1% vive con los abuelos.

Como se sabe, la población indígena del país tiene un bajísimo nivel socioeconómico, y se ha reportado que tiene niveles de vulnerabilidad y desventaja muy altos. No obstante ello, hicimos algunas preguntas para establecer su origen social. El nivel de escolaridad de los padres muestra que el 64% de las madres tenía estudios de primaria, 12% tenía estudios de secundaria, 3% estudios de preparatoria, técnicos o de licenciatura y 12% reportó otro tipo de estudios. Por su parte, los padres varones mostraron tener los siguientes niveles de escolaridad: 54% estudios de primaria, 20% de secundaria, 6% de preparatoria, estudios técnicos o de licenciatura y 8% otro tipo de estudios. Por lo tanto, la mayoría de madres y padres tienen niveles por debajo de la media nacional. En cuanto a la situación laboral de los padres, el 82% de los padres varones tenían un trabajo de tiempo completo, el 8% desempeñaba una actividad de tiempo parcial, el 2% no trabajaba y el resto reportó otro tipo de situación. En relación a las madres, el 22% de ellas desarrollaba un trabajo de tiempo completo, el 14% de tiempo parcial, el 62% no trabajaba y el resto reportó otro tipo de situación.

La relación entre padres e hijos es un problema de investigación difícil de captar en el análisis social. Existen diversas aproximaciones metodológicas, entre las cuales nosotros hemos elegido aquella que a través de una encuesta recoge algunas de las percepciones que tienen los adolescentes sobre los comportamientos y prácticas de sus padres, sobre su propio desempeño social y psicoemocional y sobre algunos de los valores que tienen. La ventaja de este enfoque es que capta las percepciones individuales, es decir, se trata de una aproximación que recoge comportamientos y procesos sociales desde una perspectiva individual, lo cual es un procedimiento inverso al usualmente seguido por el análisis antropológico y que ya hemos reportado más arriba. La aplicación de una encuesta, si bien es limitada en cuanto que no permite captar la esencia dinámica, relacional y procesual del proceso de socialización, arroja elementos valiosos sobre los posibles patrones y pautas que operan en ella, así como también permite establecer asociaciones entre los patrones comportamentales de los padres y algunos de los elementos desarrollados por los adolescentes relacionados con su competencia social. En este sentido, constituye un método muy útil para captar tendencias generales entre una población amplia y posibles patrones de interacción entre padres e hijos (desde luego, desde la perspectiva de los jóvenes), lo cual forma parte del proceso de socialización, como se vio en el apartado anterior.

La medición del comportamiento parental fue construida con base en una escala,  elaborada tratando de captar diversos tipos de comportamiento por parte de los padres: 1) el apoyo que dan a sus hijos, 2) si sus comportamientos producen una inducción positiva, 3) el grado de involucramiento con los adolescentes, 4) el grado de monitoreo que ejercen, 5) el nivel de permisividad, 6) el rechazo, 7) el nivel de inducción de culpa en los adolescentes, y 8) el nivel de punitividad que ejercen.  Los tres primeros hacen referencia a prácticas positivas, el resto hace referencia a distintas formas de ejercer control sobre los hijos y van desde formas más moderadas hasta aquellas más estrictas. Estos comportamientos modulan, favorecen o inhiben el desarrollo de ciertas competencias, tanto psicológicas, emocionales como sociales en los jóvenes, para que éstos puedan desempeñarse de acuerdo a los estándares socioculturales vigentes en una sociedad, es decir, de una manera que no los coloque en situaciones de desventaja o de riesgo.

Por razones de espacio, el análisis que presentamos es básicamente descriptivo. No obstante ello, para cada uno de los tipos de comportamiento mencionados arriba se hicieron varias preguntas tendientes a captarlos. Estas preguntas fueron construidas sobre una escala de Likert en donde debía establecerse si estaban totalmente de acuerdo, de acuerdo, en desacuerdo y totalmente en desacuerdo. Posteriormente construimos unos índices, los cuales fueron elaborados agrupando varias preguntas que tratan de captar cada uno de esos tipos de comportamientos. Así, obtuvimos con cuatro preguntas el índice del comportamiento parental referido al apoyo, y seguimos el mismo procedimiento para la construcción de los otros. Por otra parte, cada uno fue construido tomando en cuenta las diferencias entre el comportamiento del padre y de la madre percibidas por los adolescentes, de tal forma que podremos observar diferencias importantes con respecto al papel que cada padre juega en la formación de sus hijos. Para hacer los cortes en los índices aplicamos dos métodos, el de conglomerados de K medias y el de estratificación propuesto por Dalenius, el cual hace grupos de acuerdo a las varianzas similares. Ambos métodos arrojaron resultados consistentes o con tendencias similares en cuanto a los cortes, pero finalmente optamos por adoptar este último. De esta forma, la información fue cortada en tres niveles: alto, medio y bajo para cada uno de los índices. En esta fase de la investigación no se tomaron en cuenta las diferencias que existen entre las y los jóvenes, las cuales son centrales, pero pensamos que esta visión general arroja resultados interesantes. Tampoco tomamos en cuenta las diferencias que existen de acuerdo a las etnias, pues será motivo de otro trabajo.

El grado de apoyo que dan los padres constituye un elemento central en la formación de la individualidad y de la competencia social de los jóvenes, puesto que se ha observado que un alto grado de apoyo tiende a favorecer la seguridad que los jóvenes tienen de sí mismos, su autoestima y la concepción positiva o negativa de sí. Además, la expresión parental de calidez y afecto puede favorecer más fácilmente una respuesta positiva por parte de los adolescentes a las demandas de los padres. Dichos comportamientos promueven que los hijos voluntariamente acepten dichas demandas (sin la necesidad de tener que usar formas coercitivas), que se compartan las metas y que se desarrollen relaciones más recíprocas. Cuatro preguntas fueron tomadas en la construcción de este índice: 1) Mi padre o madre me hace sentir que cuento con él/ella si lo/a necesito; 2) Parece aceptarme y lo que hago; 3) Me dice cuánto me quiere; y 4) Dice cosas buenas sobre mí. Los resultados del primer cuadro son preocupantes: muestran que casi la mitad de los jóvenes reportan un bajo nivel de apoyo tanto por parte de sus padres como de sus madres, uno de cada cuatro indica un apoyo medio por ambos, uno de cada cuatro señala un apoyo alto por parte de sus madres y solo uno de cada cinco indica que tiene un apoyo alto por parte de sus padres. Por otra parte, algunas de las diferencias que encontramos entre los padres y las madres pueden explicarse, en parte, debido a la presencia de alrededor de un 6% de familias en donde no está presente uno de los padres, en su mayoría el padre varón. Esto se observará a lo largo de los resultados que presentamos en los demás cuadros.

Fuente: Elaboración propia a partir de la base de datos

Construimos otro índice sobre otro tipo de comportamiento parental referido a la inducción de comportamientos positivos, que favorecen la construcción de vínculos sociales, particularmente de competencia social o prosociales. Dichos vínculos están estrechamente ligados a la formación moral y del deber ser de los adolescentes, a la conformidad con las expectativas parentales, y a la construcción de comunidad. La inducción positiva constituye un rasgo de lo que se ha llamado socialización positiva, la cual se construye a través de la reafirmación del comportamiento adolescente en el cumplimiento de los estándares morales y sociales y favorece el razonamiento como forma de aceptación de las directrices parentales. Cinco preguntas conforman este índice: 1) Mi padre o madre me explica lo bien que me debería de sentir cuando hago algo que le gusta; 2) Hace muchos años que me ha explicado lo bien que me debería sentir cuando comparto algo con otros miembros de la familia; 3) Me explica lo bien que me debería sentir cuando hago algo que está bien o es correcto; 4) Me explica que cuando comparto cosas o sentimientos con otros miembros de la familia, soy apreciado por otros miembros de la familia; y 5) Me dice qué tan bien se sienten los demás cuando hago lo que es correcto. El cuadro 2 muestra resultados interesantes: por un lado, la mitad de los adolescentes percibe que los comportamientos de sus madres no favorecen la inducción positiva, a diferencia de los padres, los cuales se percibe que la mitad de ellos lo hacen en forma moderada. Es interesante, entonces que sea el padre más que la madre el que se encarga de inculcar esta educación de las normas morales y sociales a los adolescentes.

Fuente: Elaboración propia a partir de la base de datos

Un aspecto importante a considerar en las relaciones entre padres y adolescentes es el nivel de involucramiento que guardan entre ellos, es decir, qué tanto los padres se interesan y participan en las actividades de los adolescentes. El nivel de involucramiento de los padres con los adolescentes es importante porque favorece la aceptación voluntaria por parte de estos últimos de las reglas y directrices de los padres, además de promover una conexión mutua, un estado emocional de bienestar y el desarrollo de la autonomía. Construimos un índice sobre este aspecto con base en dos preguntas: 1) Mi padre/madre disfruta hacer cosas conmigo, y 2) Comparte muchas actividades conmigo. Los resultados del cuadro 3 arrojan información sorprendente: en primer término, resalta que el 72% de los adolescentes reporta que las madres desarrollan un nivel bajo de involucramiento, lo cual significa que para ellos, sus madres no realizan actividades con ellos. Contrariamente al estereotipo de la madre dedicada a los hijos y el padre al trabajo, el cuadro reporta que, de acuerdo a los jóvenes, son los padres los que más participan pero lo hacen de manera moderada.

Fuente: Elaboración propia a partir de la base de datos

Los padres se desempeñan no sólo como agentes de apoyo que proporcionan ayuda y seguridad de acuerdo a las necesidades de sus hijos. Son también figuras que detentan mayor fuerza y recursos, comparados con sus hijos, y ello tiene más implicaciones. Este aspecto jerárquico de la relación padre-hijo significa que los padres no son solo proveedores de protección sino también son reforzadores de las reglas que se deben guardar en la familia. En la información que sigue presentaremos algunos de los aspectos de la socialización referidos a la disciplina, dado que los padres intentan dirigir el comportamiento de sus hijos frente a la resistencia de ellos y a su deseo de autonomía, la cual durante esta etapa adquiere una importancia central.

El ejercicio del control parental para inculcar disciplina puede tomar muchas formas, incluyendo la persuasión, el razonamiento, el castigo o la reafirmación e imposición del poder, entre otras. Estas tácticas pueden ser aplicadas en el contexto de diferentes estilos de parentalidad, ya sea en una forma cálida y apoyadora o en una estricta y de rechazo. Se ha establecido que, en los contextos occidentales, cuando el control se aplica tratando de aclarar los límites y de mantener el orden es positivo. Cuando implica rigidez, inflexibilidad e insensibilidad respecto de las necesidades tiene resultados negativos (Baumrind, 1971). Otra manera de enmarcar el problema del control es analizando qué tanto el control amenaza la autonomía del adolescente. Por ejemplo, el uso del  razonamiento es menos amenazante que otros comportamientos como la reafirmación o imposición del poder. Se ha observado que un deseo por un grado razonable de autonomía es una característica humana observable no sólo en países industrializados sino también en las sociedades que tienen rasgos colectivistas (Killen y Wainryb, 2000), como en gran medida lo son las indígenas. Los adolescentes necesitan sentir que su comportamiento es auto-generado y que ellos no son obligados por fuerzas externas sobre las cuales no tienen poder alguno.

En el curso del desarrollo de la persona, las formas en que se ejerce el control van cambiando y ello tiene que ver, entre otras cosas, con lo que es percibido como amenazante de la propia autonomía. De esta manera, en la etapa de la infancia los niños probablemente aceptarán formas de intervención y dirección parental fuertes como justas y apropiadas; mientras que en los niños más grandes y sobre todo en los adolescentes aumenta el rango de asuntos que consideran bajo su jurisdicción y no de sus padres. Lo ven como parte de la autonomía que están desarrollando. En concordancia con lo anterior, durante la adolescencia el monitoreo constituye la forma de control más apropiada y la que parece no generar efectos negativos en ellos, en contraste con otras formas de control, como la reafirmación o imposición del poder.

El índice de monitoreo que construimos se basa en seis preguntas: 1) Mi padre/madre sabe dónde estoy después de la escuela o el trabajo; 2) Le digo con quién voy a estar cuando salgo; 3) Cuando salgo, sabe dónde estoy; 4) Conoce a los padres de mis amigos; 5) Conoce quiénes son mis amigos; y 6) Sabe cómo me gasto mi dinero. Los resultados del cuadro 4 muestran que, de acuerdo con la percepción de los jóvenes, la mayoría de los padres no ejerce un nivel de monitoreo alto, solo uno de cada cinco lo hace; la misma proporción de madres, de acuerdo con los adolescentes, lo hace de manera moderada y baja, mientras que resalta que es mayor la proporción de padres varones que lo hace en forma moderada. Incluso, es interesante observar que los jóvenes perciben que los padres varones parecen monitorearlos más, en contraste con las madres. Esto significa que este tipo de medida de control no ocupa un lugar tan importante en la educación de los adolescentes y que los padres seguramente recurren en forma privilegiada a otras formas.

Fuente: Elaboración propia a partir de la base de datos

El nivel de permisividad que los padres dan a los adolescentes constituye un elemento central que está ligado al grado de autonomía o dependencia que tienen los adolescentes con respecto a sus padres. Es también un contrapunto que nos permite identificar por otra vía el nivel de control que ejercen los padres sobre sus hijos. En la literatura sobre este campo se ha establecido que altos niveles de permisividad están más asociados a un desempeño social adolescente con signos negativos o que favorecen comportamientos de riesgo, mientras que bajos niveles están asociados a una limitación de la formación de la autonomía y la independencia, y a un estricto control por parte de los padres. Los niveles medios expresarían un mejor balance en el favorecimiento de comportamientos autónomos y de dependencia, así como una dosis moderada del control de los padres, particularmente en esta etapa del desarrollo individual. Este índice fue construido con tres preguntas: 1) Mi padre o mi madre normalmente me deja hacer lo que yo quiero; 2) Me permite estar fuera solo tan seguido como quiero; y 3) Me permite tener cualquier amigo que quiera sin criticarme. Los resultados del cuadro 5 arrojan que la mitad de los adolescentes percibe un bajo nivel de permisividad por parte de sus padres, lo cual es indicativo del estricto control que ejercen los padres con respecto a sus hijos adolescentes. Este resultado, junto con aquél arrojado por el monitoreo, es interesante pues muestra la importancia que tiene para los padres el mantener a sus hijos de estas edades bajo su cobijo y control y la débil importancia que tiene favorecer la autonomía e independencia. No obstante lo anterior, una tercera parte de los padres varones y el 40% de las madres, de acuerdo con los adolescentes, parece favorecer un nivel de permisividad medio, con lo cual se fomenta un desarrollo más equilibrado entre autonomía y dependencia.

Fuente: Elaboración propia a partir de la base de datos

Otra forma de ejercer el control es aquel de carácter psicológico, el cual implica intentos por dirigir a los hijos influenciando su estado emocional. Este tipo de control incluye el uso de estrategias de retiro del amor o de rechazo y de estrategias de inducción de culpa, entre otros. Los padres que ejercen de manera frecuente este tipo de control son manipuladores e insensibles a las necesidades emocionales de sus hijos, y con ello minan su sentido de autoestima y su identidad, y pueden favorecer estados de ansiedad, de depresión, de soledad, así como un bajo desempeño escolar, entre otros. Con respecto al rechazo, el índice que construimos está basado en dos preguntas: 1) Mi padre/madre no me habla cuando lo/la disgusto, y 2) Evita mirarme cuando lo/la desilusiono. El cuadro 6 muestra que la mayoría de los padres, de acuerdo con los adolescentes, se comporta más frecuentemente de manera moderada, lo cual refleja que en su mayoría los padres no recurren de manera privilegiada a estas prácticas de control. No obstante, encontramos proporciones importantes en el nivel alto, grosso modo una tercera parte de ellos recurre a esta estrategia de control (35% las madres y 27% los padres).

Fuente: Elaboración propia a partir de la base de datos

Nuestra cultura en general, desde hace varios siglos ha estado fincada en los principios de la religión católica, los cuales han alimentado en gran parte las etnoteorías que los padres detentan en la educación de sus hijos. Un elemento importante de dicha cultura es la inducción de culpa en los individuos para apelar y fomentar los comportamientos esperados. El índice que construimos para este tipo de comportamientos está construido con base en cinco preguntas: 1) Mi padre/madre me dice que me voy a arrepentir por no haberme comportado mejor; 2) Me dice que algún día seré castigado por mi comportamiento; 3) Me dice que si lo/a quiero haría lo que él/ella quiere que haga; 4) Me dice las cosas que él/ella ha hecho por mí; y 5) Siempre está buscando una falta o defecto en mí. Los resultados del cuadro 7 confirman que para la mayoría de los padres indígenas, de acuerdo a las percepciones de los jóvenes, la inducción de culpa es un recurso muy importante en la educación de sus hijos. Resalta que las madres más que los padres ejercen un nivel alto (54% contra 46%), y los padres detentan un nivel más moderado en contraste con las madres.

Fuente: Elaboración propia a partir de la base de datos

El nivel de punitividad que ejercen los padres sobre sus hijos, es decir, las formas de control basadas en el castigo físico u otras medidas hostiles, es un aspecto que ha sido largamente tratado en la literatura sobre la socialización. Se ha observado que el uso de medidas disciplinarias como la violencia física, verbal o emocional tienen en general efectos negativos en el desarrollo individual. También se ha observado que el castigo físico es más frecuente en las primeras etapas del desarrollo, particularmente en la niñez, que este va disminuyendo paulatinamente conforme se llega a la etapa adolescente y que es en esta etapa en donde se ejercen otras formas de punitividad como la violencia emocional. Nuestro índice para medir este tipo de comportamientos está basado en seis preguntas: 1) Mi padre/madre me golpea cuando él/ella simplemente piensa que he hecho algo malo; 2) Me castiga pegándome; 3) Me grita sin una buena razón; 4) Me castiga no dejándome hacer cosas con otros adolescentes; 5) Me castiga mandándome fuera del cuarto; y 6) Me castiga no dejándome hacer cosas que realmente disfruto. Las tres primeras preguntas refieren a formas de violencia física o verbal y medidas arbitrarias por lo cual este tipo de comportamientos no tienen ninguna base que los justifique, son simplemente estrategias de coacción externa para obtener el comportamiento deseado. Las otras tres refieren a medidas correctivas. Los resultados del cuadro 8 indican que los comportamientos punitivos son frecuentes entre los padres de estos jóvenes indígenas: se percibe que el 42% de las madres y el 35% de los padres ejerce un alto nivel de punitividad, mientras que un poco más de la tercera parte de ambos padres ejerce un nivel medio, y uno de cada cinco padres desarrolla un nivel bajo.

Estos resultados confirman la importancia que tienen las medidas punitivas como recurso privilegiado utilizado por los padres en el proceso de socialización. Por largo tiempo la cultura mexicana ha mostrado signos de autoritarismo y éste se expresa también en el ámbito familiar, concretándose como un elemento central en las teorías etnoparentales acerca de la educación de los hijos en una buena parte de los padres de estos pueblos indígenas.  Ello parece estar en relación además con lo reportado por los estudios antropológicos en donde se establece que la mayoría de los pueblos indígenas detentan una cultura en donde el respeto a los mayores es central. Sin embargo, parece ser, de acuerdo con esta información, que este respeto a menudo se mantiene a través de la imposición del poder, más que a través de otras formas más benignas de control.

Fuente: Elaboración propia a partir de la base de datos

Discusión y reflexiones finales.

A partir de los resultados que hemos presentado podemos sugerir algunos aspectos acerca de los patrones que parecen prevalecer entre la población indígena analizada, referentes a los comportamientos parentales. Estas tendencias que señalaremos deben ser tomadas como tales puesto que reconocemos la variedad y dinamismo de los comportamientos que los padres despliegan de acuerdo a las percepciones de los adolescentes. También, la detección de dichas tendencias debe tomarse de manera parcial e hipotética puesto que faltan elementos para poder establecer un análisis más comprensivo y detallado. Asumiendo estas precauciones, los resultados arrojan elementos valiosos para el análisis del proceso de socialización en esa población.

En primer término, la primera tendencia que observamos es que en los tres primeros índices del comportamiento parental, referidos al apoyo, a la inducción positiva y al involucramiento, la mayoría de las madres desarrolla niveles bajos. Este resultado es sorprendente pues cuestiona la idea de la madre como figura principal de apoyo y reafirmación. También sorprende que la mitad de los padres asuman un papel moderado (más alto que las madres) en cuanto a la inducción positiva y el involucramiento. Al parecer, es el padre el encargado de inculcar la formación normativa y moral de los adolescentes, de promover la adopción de las normas sociales que rigen en dichas sociedades.

Estos tres índices tienen implicaciones muy importantes pues reflejan aspectos de las dimensiones afectiva, de protección y de promoción de comportamientos prosociales; es decir, son centrales para un desarrollo afectivo y emocional de los adolescentes con menos efectos externalizantes (comportamientos agresivos, delictivos, etc.) e internalizantes (depresión, ansiedad, etc.), y para el desarrollo de una mayor conexión, sentido de pertenencia y disposición a aceptar voluntariamente las directrices de los padres. Un contexto cálido, de aceptación e involucramiento promueve la interacción  y razonamiento entre padres e hijos, además de que son elementos centrales para obtener información sobre el estado y situación que guardan los adolescentes. El nivel en que los padres desplieguen estas dimensiones son centrales pues modula los efectos que pueden tener el ejercicio de las distintas formas de control. En otras palabras, las intervenciones parentales asumen diferentes significados para los adolescentes en función del contexto afectivo, de apoyo y de protección. Si el control significa o representa amor o preocupación, entonces el sentido de autonomía de los adolescentes se ve menos amenazado, y ellos estarán más dispuestos a aceptar e internalizar la dirección parental, para darle gusto a un padre o madre cariñoso o porque no se ha provocado una reacción psicológica. Pero cuando el control significa rechazo u hostilidad, sus resultados pueden ser perjudiciales (Grusec y Davidov, 2007). En este sentido, es necesario analizar las asociaciones que existen entre los resultados de estos tres índices y las medidas de control privilegiadas que implementan los padres indígenas, junto con las características de la competencia social que han desarrollado los jóvenes. Es decir, las formas y grados en que los adolescentes asumen o no su conformidad a las expectativas parentales.

La importancia de los contextos afectivos, de protección y de promoción de comportamientos prosociales ha sido también resaltada en otros estudios que han comparado la parentalidad autoritaria en diferentes contextos culturales. Rudy y Grusec (2006), por ejemplo, han demostrado que la parentalidad autoritaria está asociada a la falta de calidez, sentimientos de ineficacia, cogniciones negativas sobre los hijos, y enojo en padres anglo canadienses, pero esos vínculos no son evidentes en los padres del medio este canadiense. Ellos sugieren que es esta asociación con la cognición negativa y el afecto la que cuenta para el impacto perjudicial en los contextos culturales occidentales. En aquellos no occidentales, sin embargo, el mismo estilo parental tiene menos resultados dañinos y no ocurre en este mismo contexto negativo (Lindahl y Malik, 1999), o incluso está positivamente asociado con la calidez y la aceptación. En estas mismas culturas, sin embargo, cuando la parentalidad autoritaria es operacionalizada como dominante o como comportamiento sobreprotector, tiene efectos negativos, como los tiene en el contexto cultural occidental (Herz y Gullone, 1999; Grusec y Davidov, 2007). Por ello, es necesario realizar futuras investigaciones que den cuenta con mayor detalle de la relación entre los aspectos de apoyo y afecto y las medidas de control. Los resultados presentados en este trabajo dan cuenta de que los primeros tienen desarrollos performativos bajos, de acuerdo a la percepción de los adolescentes, lo cual puede anticipar algunos problemas en la socialización que en seguida desarrollaremos.

El análisis del impacto que tiene el control parental debe partir de que existen muchas variables que lo modulan. En efecto, Grusec y Goodnow (1994) han observado que la internalización de valores no debe ser vista como un resultado del uso de prácticas o comportamientos específicos de los padres, sino que debería ser visto en función de la percepción del hijo del mensaje parental y de su aceptación (visto esto a través de qué tan justo o no es, la motivación del adolescente, y de si éste siente que el mensaje fue auto generado y no amenazante a su autonomía). De lo anterior se deduce que una parentalidad efectiva en la dimensión del control es en parte un reflejo de la habilidad de los padres de saber cómo reaccionarán sus hijos a diferentes formas de intervención, es decir, deben saber identificar el significado de la intervención para el hijo o el impacto que tendrá en su sentido de autonomía. Una parentalidad adecuada implica la capacidad de resolver problemas y una flexibilidad en el sentido de que los padres deben poder y estar dispuestos a modificar sus intervenciones para que sean adecuadas a la situación en cuestión. Con ello se evita el surgimiento del conflicto o su escalamiento (Grusec y Davidov, 2007).

En los datos que hemos presentado referentes a la dimensión del control, sin embargo, aparecen varios rasgos sobresalientes que muestran una tendencia al uso de la violencia psicológica y física, a la escasa promoción de la autonomía y al uso moderado del monitoreo como estrategias privilegiadas por parte de los padres. En efecto, los altos niveles mostrados en la inducción de culpa, así como las proporciones altas en el uso de la violencia física y psicológica muestran que los padres privilegian el uso de estas medidas en lugar del monitoreo, el cual supone permitir en mayor medida una autoregulación por parte del adolescente. Este resultado se ve confirmado con el índice de permisividad el cual refleja el deseo de los padres por controlar ellos mismos el curso que tomará el comportamiento de sus hijos. Todos estos índices apuntan a una inhibición del desarrollo de la autonomía, al uso de la manipulación, no del razonamiento, y la reafirmación del poder como prácticas privilegiadas en la educación.

Si relacionamos estos dos tipos de índices, es decir, aquellos referentes al apoyo, a la protección y a la promoción de comportamientos prosociales con aquellos referentes a las distintas formas de control, obtenemos entonces, grosso modo, bajos niveles en los primeros y altos niveles en las formas estrictas del segundo. Esto significa que la mayoría de los padres indígenas, de acuerdo con las percepciones de sus hijos, parecen desarrollar estilos de parentalidad que se asemejan al autoritario. Sin embargo, necesitamos más información para poder confirmar esta tendencia.

Pero además de la interpretación anterior, existe otra que es complementaria a esa. Esta última está ligada a las descripciones generales que han hecho los antropólogos sobre la socialización y tiene que ver con el aprendizaje a través de la observación y escucha cuidadosa en anticipación al involucramiento en alguna actividad específica. Si la conformidad de los adolescentes a las expectativas y demandas de los padres no es favorecida a través del desarrollo de comportamientos de apoyo, de protección y de promoción de comportamientos prosociales, si tampoco se favorece el razonamiento, entonces dicha conformidad puede lograrse a través del aprendizaje por medio de la observación. Rogoff et. al. (2007) han observado que ésta es una forma de aprendizaje que ocurre más frecuentemente en comunidades culturales que tienen la tendencia particular a involucrar a los niños o adolescentes en actividades propias de los adultos, como ocurre en muchos pueblos indígenas, en oposición a aquellas comunidades que los segregan en establecimientos escolares formales. Si esto ocurre, entonces podemos pensar que al lado de este estilo de parentalidad autoritaria, es posible socializar y lograr la conformidad de los niños y adolescentes porque este aprendizaje supone rutinas, hábitos y rituales marcados que excluyen la posibilidad de su cuestionamiento. Como han señalado Bugental y Goodnow (1998), las rutinas y rituales incluyen una variedad de expectativas sociales tales como actividades basadas de acuerdo al género, el trabajo doméstico, las formas de vestir, lo que puede ser hecho en público y en privado, y dónde dormir y comer. Ellas otorgan un sentido de identificación con el grupo, están basadas en los hábitos, tienen su propia dinámica y frecuentemente no son cuestionadas por lo cual no ofrecen una base para el conflicto.

Si estas son las tendencias prevalecientes en el proceso de socialización queda como pregunta pendiente a responder cómo los padres y adolescentes logran establecer vínculos de conexión e intimidad. De la misma manera, queda pendiente por establecer cuáles son las vías alternativas en las que los adolescentes adquieren mayor autonomía y un sentido de autoregulación. La teoría de la autodeterminación argumenta que el mantenimiento de la motivación intrínseca depende de la satisfacción de tres necesidades psicológicas básicas – autonomía, competencia y relacionalidad. Por lo tanto, la introducción de incentivos, amenazas, demandas y vigilancia externos – eventos que minan la autonomía – probablemente cambiarán al adolescente de un lugar de causalidad interno a uno externo y moverá la interacción al dominio o ámbito del control. Un comportamiento motivado intrínsecamente es mantenido por la necesidad del adolescente de sentirse competente así como también parte de un grupo social (Grusec y Davidov, 2007). Este es un asunto sobre el cual se necesita realizar más estudios con el fin de determinar si con estas tendencias es posible que los adolescentes desarrollen una motivación interna que les permita autoregularse y de esta forma desarrollar mayor autonomía. Para ello, requerimos realizar un análisis de las asociaciones que se presentan entre estas tendencias parentales y las características de la competencia social desarrollada por los jóvenes. Pero esta cuestión es motivo de otro trabajo.

Las dos hipótesis son complementarias y de comprobarse ambas, podríamos comprender más por qué en esta población (aunque no solo en ella) se presentan niveles de violencia altos, como ya ha sido reportado con anterioridad por muchos estudios. Son complementarias porque en el primer caso, es decir, que se trata de un estilo de parentalidad autoritaria, la violencia formaría parte de una estrategia de socialización; en el segundo caso, es decir, en la socialización por observación, la violencia podría ser un resultado de que al querer los jóvenes violentar o transgredir las normas dictadas por la tradición, los rituales y las costumbres, los padres reaccionan con comportamientos violentos.

Una última cuestión que quisiéramos brevemente señalar es que estos resultados abren toda una veta de investigación sobre los mecanismos a través de los cuales los padres educan a sus hijos para hacerlos competentes social y culturalmente en esas sociedades. Si la tendencia de la prevalencia del estilo de parentalidad autoritario es cierta, se abren una serie de interrogantes a investigar, entre otras: ¿debemos interpretar que la violencia ejercida constituye un mecanismo cultural eficaz para promover la integración de los jóvenes indígenas a esas sociedades?, ¿es eso lo que se espera de los padres socialmente cuando se educa a los hijos?, o bien ¿existen otros mecanismos no contemplados y más importantes que modulan el uso de la violencia en dicha población?; y, por último, ¿si estos mecanismos violentos forman parte de los estándares social y culturalmente aceptados en esas sociedades para educar a los hijos, qué debemos hacer para erradicar su uso? No podemos contentarnos con una visión romántica de los pueblos indígenas, como tampoco de las clases medias, altas o populares. Para poder tener una visión más clara de este proceso necesitamos realizar más investigaciones al respecto.

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Notas

[1] Dra. Rosario Esteinou Madrid, Doctorado por la Universidad de Estudios de Turín, Italia. Ciesas, D.F. Temas de especialización: el campo de la familia, historia de la familia, modernización y familia, socialización, jóvenes, educación parental, cultura familiar, parentesco y familia, dinámica familiar, relaciones padres hijos, intimidad y relaciones de pareja. Dirección electrónica: esteinou@ciesas.edu.mx

[2] Agradezco a los Doctores Stephan Wilson, de la Universidad de Oklahoma, y Gary Peterson, de la Universidad de Miami en Ohio, su asesoría en la elaboración del cuestionario que da soporte a este estudio. Igualmente, agradezco la asesoría brindada por Ana Eugenia Martínez en el análisis estadístico de la información.