Entre la creatividad y el mandato político: indígenas y democracia

Silvia Soriano Hernández*

Resumen: Hay ciertos momentos en que las movilizaciones sociales de diversos actores se colocan en espacios amplios de debates y reflexiones. En otros, pareciera que son los procesos electorales quienes atraen los reflectores. El objetivo de este artículo[1] es estudiar el movimiento social indígena ecuatoriano, a través de la Confederación de Nacionalidades Indígenas de Ecuador (Conaie), su principal expresión, cuyo impulso amplio le hace posicionarse como actor político y referente de las luchas por la emancipación. Sin embargo, al buscar un lugar en la democracia representativa, al formar en alianza con otras fuerzas un partido político, bifurca el camino y la ruta se difumina. La democracia como límite se convierte en una experiencia de la que se gana y se pierde, según el apego o desapego que se tenga a la trayectoria creativa. De allí la importancia de valorar la democracia en el contexto social y político del país en cuestión, en contraste con las propuestas nacidas desde el colectivo de los indígenas organizados.

Palabras clave: movilización social, elecciones, Ecuador.

Between creativity and political mandate: Indigenous people and democracy

Abstract: There are certain moments in which social movements find themselves in broad spaces for debate and reflection.  At other times, electoral processes attract the attention. The aim of this article is to study the indigenous social movement of Ecuador, with its main expression, the CONAIE. The overreaching political impulse of the Conaie has placed it as a central actor and reference point in the struggles for emancipation. However, by seeking a place in representative democracy and forming, together with other forces, a political party, it takes a path that makes it lose the way. Democracy as a limiting factor becomes an experience in which there are winners and losers, according to how closely the creative trajectory of a social movement is kept. Assessing democracy in the social and political context of the country, in distinction to proposals devised by indigenous organizations is therefore important.

Keywords: Social mobilization, elections, Ecuador.

Presentación

El impacto de una organización social se puede medir a partir de su presencia pública, esto significa cuando sale de su espacio habitual e irrumpe en un escenario que sin ser el propio conduce a simpatías, solidaridad y alianzas. Sobran ejemplos de ello, pero quizá los más impactantes fueron los logrados por dos estructuras organizativas indígenas: los zapatistas en México y los de la Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador (Conaie) en el país andino, ambos en la década de los noventa del siglo pasado. El camino y los métodos seguidos por los dos grupos difieren en lo esencial: el primero declaró la guerra, mientras el segundo realizó lo que ellos mismos denominan un levantamiento.[2] Con sus acciones, las dos organizaciones sociales cimbraron a una sociedad aletargada, e introdujeron una agenda tanto local como nacional. Los indios —a pesar de ciertos pronósticos— seguían existiendo en los albores de un nuevo siglo y reclamaban un lugar en la nación. No planteaban, como ha sido el temor de muchos, una separación para construir la propia, sino que exigían que la suya les mirase y reconociese como los largamente excluidos, con una ética de la dignidad como consigna. A los pocos días de su irrupción, en los dos casos mencionados y tras amplias muestras de apoyo nacional e internacional, se llegó a una ronda de negociaciones que, como suele suceder, no cuajó, a pesar de acuerdos y compromisos mutuos.[3] En estas dos organizaciones indígenas encontramos formas de manifestarse distintas a las tradicionales, y su huella es innegable.

Nuestro objetivo es reflexionar la propuesta indígena de Conaie con la ventaja que da la distancia. A más de veinte años podemos detenernos en varios aspectos que resultan trascendentales para los movimientos sociales en América Latina: la larga resistencia indígena con incursiones por cauces diversos, que van desde las vías institucionales hasta las violentas; las propuestas políticas emanadas desde un colectivo; la relevancia de entender una movilización social planeada con la sabiduría que otorga la tenacidad y permanencia; para comprender, finalmente, los límites de la democracia liberal, espacio por el que también transitaron, pero con menos fluidez, como veremos.

En todo este devenir, no podemos obviar las estrategias desde diversos frentes para debilitar a una organización que apareció como compacta, sólidamente estructurada y, lo más importante, como producto de una larga historia de lucha y resistencia pero con planteamientos nuevos que se sumaban a los añejos. Las propuestas políticas nacidas desde los indios tuvieron el propósito de incidir en el conjunto de la nación. Lo que nos interesa es incorporar un debate sobre la pertinencia de que un movimiento social que presiona desde las manifestaciones, los plantones, el cuestionamiento al Estado y sus instituciones, recurra a la vía electoral y participe en los marcos de una democracia a la que también desea transformar. En otras palabras, cómo se pierde cuando se gana.[4]

Para ello, vamos a comenzar ubicando el momento mismo del levantamiento, el tránsito hacia el proceso electoral y los términos de una democracia que, como camisa de fuerza, maniata las propuestas políticas emanadas desde las colectividades.

El influjo de la movilización social

Como es sabido, en las regiones rurales de América Latina las relaciones de servidumbre y colonialismo sobrevivieron prácticamente hasta bien entrado el siglo XX. Los indios de la sierra ecuatoriana las vivieron con una mezcla constante de rebeldía, sumisión y resistencia. Muchos motines y revueltas menores fueron sofocados con sangre y castigos ejemplares para evitar su propagación. Las invasiones de tierras y las huelgas de trabajadores rurales se sucedieron en la década de los veinte en continuas oleadas que hacían tambalear el régimen de hacienda, a pesar de la obstinación de los hacendados. Las demandas de estos pobladores rurales giraban principalmente en torno a la redistribución de tierras, al acceso a los servicios públicos y a terminar con los malos tratos. El auge de las movilizaciones en el campo visibilizó a sus pobladores; años después, bajo la influencia del Partido Comunista Ecuatoriano (PCE) siguieron organizándose. La Federación Ecuatoriana de Indios (FEI) fue la primera organización de indígenas creada en la Sierra con presencia de militantes del PCE. Como buen partido de corte comunista, priorizaba la clase social como estandarte de lucha: en los indios sin tierra y, por tanto, asalariados, fomentó la creación de sindicatos y animó las huelgas. Sin embargo, otros indígenas pobres también encontraron en FEI un espacio para exigir sus derechos en un contexto de politización de la Sierra.[5] Incluso existe una frase que retrata esta ambivalencia indígena en su militancia, “mirar con dos ojos: como pobres y como indios, como campesinos explotados y como cultura y raza oprimida” (Barrera, 2001: 92).

El huasipungo fue la estructura agrícola de explotación que se implementó en el campo ecuatoriano. Los indios, la mayoría, eran conocidos como gañanes, mientras el dueño de la hacienda se encontraba en el vértice de una pirámide de explotación económica, reforzada, además, por la división racial. El propietario era blanco, el administrador solía ser mestizo, el mayordomo por lo regular era un indio apatronado cuya función era hacer que las órdenes se cumplieran. Los bienes de la hacienda eran cuidados por el cuentayo, también indio. Al final de la pirámide aparecían los indios más pobres: peones libres que trabajaban en los meses de mayor demanda y que percibían un salario bajo; los yumperos, que habitaban cerca de las haciendas y laboraban durante ciertas épocas del año recibiendo como única retribución hierba, agua o leña; finalmente, los gañanes o conciertos que trabajaban a cambio de ocupar un pequeño terreno llamado huasipungo,[6] del cual obtenían lo mínimo para sobrevivir, por lo que recurrían a préstamos que los mantenían endeudados por generaciones y atados a la hacienda, sin que su trabajo recibiera retribución económica. Cuando el hacendado lo deseara podía correr a los gañanes. Si el hombre del huasipungo moría, el resto de la familia debía abandonarlo y pasar a otro, generalmente de algún familiar, lo que la convertía en apegada. La cárcel dentro de la hacienda, los castigos corporales, el diezmo y el trabajo obligatorio para obras públicas cerraban el círculo de opresión.

La FEI tuvo como primer secretario general, en 1944, al quichua Jesús Gualavisí.[7] Los indios de las haciendas realizaron grandes movilizaciones campesinas después de la formación de sindicatos promovida por FEI. La organización indígena cobró mayor fuerza en la década de los cuarenta, pues en ella hubo un levantamiento en el que los indios enarbolaron, entre otras, las siguientes demandas: acabar con los maltratos, el trabajo obligatorio de las mujeres —en las casas de las haciendas— y el diezmo. Exigían dotar de herramientas a los trabajadores, incrementar el salario a los peones libres, entregar huasipungos a los apegados y disminuirles las horas que dedicaban a la hacienda. Si ya resulta interesante saber que había una organización de indígenas que reivindicara esa identidad y que era dirigida por uno de ellos, la sorpresa es mayor al enterarnos de que la segunda persona en ocupar la secretaría general haya sido una mujer, Dolores Cacuango (Rodas, 2007). El programa político de FEI hablaba, entre otras cosas, de afirmar y defender la tradición cultural indígena; para lograrlo había que incorporar una educación con inclinación a conocimientos técnicos que se diera en el idioma nativo. Cuando Dolores ocupó el cargo de secretaria general incluyó otros planteamientos, como el derecho de la mujer a elegir a su pareja sin imposición de parte de los padres o del hacendado; además, denunció tanto el abuso de los hacendados sobre las mujeres como la violencia en los hogares indígenas.

A decir de Botero (2001: 45), el problema del campo no dejaba a las autoridades más que dos caminos: aumentar la represión o comenzar un reparto de tierras. José María Velazco Ibarra, el primer presidente en tratar de instrumentar una reforma agraria en 1961, perdió la presidencia por las presiones de los latifundistas, que aliados con otros sectores económicos y políticos lo obligaron a renunciar. Carlos Julio Arosamena, entonces vicepresidente, ocupó la presidencia tras la destitución de Velazco; tomó las riendas del mismo proceso y sufrió igual suerte. En 1963 una junta militar tomó el poder y, por paradójico que parezca, fue la que se encargó de perfilar lo que sería una reforma agraria. No muy profunda, por cierto.

Ecuador cuenta con tres zonas regionales —sin incluir las Galápagos— que a su vez son espacios de confrontación de poderes locales y de conflictos particulares: Sierra, Costa, y Selva. Como en otros países de América Latina, los gobiernos decidieron que para solucionar el problema derivado de la tenencia de la tierra en la Sierra había que colonizar la Selva. Corrección que sólo puede ser temporal, como bien sabemos. Así, muchos indígenas serranos se fueron a la Selva y otros sin tierra migraron hacia la Costa para vender su fuerza de trabajo en grandes plantaciones.

Después de FEI surgieron otras organizaciones, especialmente en la Sierra, en las décadas siguientes apareció Ecuarunari (1972);[8] en la Selva, la Confederación de las Nacionalidades Indígenas de la Amazonía Ecuatoriana (1980); y en la Costa, la Confederación de Nacionalidades Indígenas de la Costa Ecuatoriana. Las tres estructuras organizativas regionales dieron forma a Conaie en la década de los ochenta, logrando una instancia nacional que rompe con el regionalismo tan impregnado no sólo en las élites políticas y económicas sino también en los propios pobladores.[9] A decir de Le Bot, la Conaie nace como un “modelo transcomunitario de formación de redes”, surge en las comunidades, por lo que funciona de abajo hacia arriba y avanza de lo local a lo nacional. “El conjunto constituye un tejido cuya densidad y cobertura no tiene equivalente en Latinoamérica” (2013: 151). Se autodefine como “pueblos y nacionalidades de raíces ancestrales”.[10] A partir de la década del noventa, pasó a ser nombrada como “la poderosa Conaie”, pero como veremos en las siguientes líneas, del auge pasó a un periodo de impasse en el que todavía se mantiene. Si bien no es la única organización nacional en Ecuador, sí es la que representa a la mayoría de los indios y la que mejor estructura organizativa tiene, ya que conserva presencia gracias a su base social en las comunidades. Como en otros países latinoamericanos, el número de población indígena es indefinido, para el gobierno son ocho por ciento del total, en tanto que para Conaie representan cuarenta por ciento. La dirigencia indígena también ha pasado por oscilaciones, desde la traición hasta la persistencia, lo que refleja muchos de los cambios en su interior.

Como era tradición en la lucha indígena, el levantamiento fue la forma pública más importante de manifestarse. Para los indios andinos, particularmente los ecuatorianos, una manifestación pública donde participan cientos de ellos, como respuesta a una convocatoria de sus dirigentes, es conocida como levantamiento. Puede ser un bloqueo de carreteras, una concentración frente a un edificio público, una marcha por las calles de Quito o la simultaneidad de todas estas acciones. Es una estrategia de presión pública, estructurada y planeada para generar un fuerte impacto.

La década de los noventa se inauguró con la promesa de un sujeto político bien organizado que, en el contexto del llamado quinto centenario, se volcó a las calles a lo largo del continente; pero en aquel momento, a diferencia de otros, el ser indígena se posicionaba como una identidad que, producto de largos tiempos de lucha y resistencia, era capaz de enarbolar un proyecto que cuestionaba la exclusión y obligaba a los otros a mirarle como deseaba ser visto. Fragmentaba así un supuesto construido por siglos de dominación, que le dibujaba como el siempre tutelado, como el otro inevitable cuya integración a la nación se esperaba, siempre y cuando no se rompiera la subordinación. El levantamiento convocado en el mes de junio —de 1990— mostró un poder de convocatoria poco común, que logró la confluencia de un conjunto de organizaciones indígenas de diferentes estructuras —regionales, cantonales, parroquiales—. Los indios rompieron también con el discurso propio del resentimiento que suele predominar en el ámbito andino, lo que cautivó a amplios sectores de la sociedad que pudieron identificarse con ellos. Su planteamiento más importante y de mayor repercusión política fue el de la plurinacionalidad.[11]

No es exagerado afirmar que después de la dictadura militar, el levantamiento indígena de 1990 se constituyó en el acontecimiento social y político más importante. Miles de indígenas paralizaron el país demostrando una presencia extraordinaria y mostrando una organización perfectamente estructurada. En tanto unos líderes eran convocados por el gobierno a una ronda de negociaciones, los bloqueos en caminos y carreteras así como la ocupación de lugares públicos mantenía la mirada en unos indios que solían pasar desapercibidos (Ramírez, 2012: 344). El discurso indígena se construyó desde demandas sociales, económicas y políticas tanto viejas como nuevas, que referían a ellos pero también a los otros. Los largamente excluidos no buscaban la revancha, deseaban la inclusión en un Ecuador diferente.

La relación entre las demandas económicas y políticas sustentadas en la realidad ecuatoriana dio forma a un movimiento social que añadía a la larga tradición de lucha aspectos novedosos que ningún partido de izquierda había contemplado. La democracia recuperada después de la dictadura militar no era la que el país necesitaba, la vanguardia indígena se posicionaba delante de muchos otros actores políticos incapaces de romper con la tradición de la exclusión y con el distanciamiento de una clase política muy alejada del sentir de los electores. Para Conaie, la plurinacionalidad es un “principio político que garantiza el pleno ejercicio de los derechos de las nacionalidades que existen en el país”, el Estado dejaría de ser —como hasta ahora— uninacional para volverse plurinacional, lo que le daría una estructura jurídica y política en la que varios pueblos y nacionalidades se unirían bajo un mismo gobierno y Constitución, con el fin de que todos los sectores estuvieran representados (Fernández, 2012: 302). Es una propuesta para “posicionar un nuevo deber-ser del Estado, de la política, y de la sociedad, basándose en las categorías e instituciones ancestrales de sus pueblos. Es esta incorporación de toda su vivencia ancestral a su discurso político, conjuntamente con el agotamiento de las políticas de reforma liberal, la que va ampliando el horizonte de acción y debate político de los indios” (Dávalos, 2004: 186-187), y en palabras de Luis Macas (2005), líder de Conaie y presidente de ésta de 1990 a 1996, “cuando hablamos de un Estado plurinacional también estamos hablando de una reformulación del sistema económico”.

Lo creativo de Conaie, entre otras cosas, consiste en la incorporación de estas dos consignas en su agenda política: la demanda del reconocimiento y el rechazo a las políticas económicas neoliberales; para conseguirlas, sin embargo, hacía falta transformar tanto a la democracia como al Estado. Su presencia sorpresiva, fresca, colorida y propositiva confería un reto nuevo al movimiento indígena: o mantenerse en el espacio de movilización en que irrumpió en 1990 o buscar alianzas con otras fuerzas similares para volverse una opción más allá de sus bases. “El reto del movimiento indígena es complejo, y las disyuntivas que se le presentan vuelven más problemática la decisión. Si el movimiento indígena, conjuntamente con los movimientos sociales del Ecuador, optan por convertirse en una opción real y factible de poder, deben cambiar la lógica de acción con la que han construido hasta ahora su historia de resistencia y organización” (Dávalos: 2000: 29). Ahora, a la luz de la distancia, podemos analizar el camino y visualizar los nuevos desafíos que enfrenta una organización que logró posicionarse en el escenario social y entrar al juego electoral. El peso social no fue un contrapeso al aspecto político de las elecciones, y la balanza parece tan desfavorable que resulta difícil encontrar el rumbo otra vez.

Por la incierta senda de la democracia

La democracia forma parte de los discursos más elocuentes de la clase política de cualquier nación, también es vista como la panacea para nuestros grandes problemas tradicionales: la pobreza, el desempleo, el descontento social, la migración, la exclusión, entre otros. La sombra de las dictaduras militares sigue presente, por lo que sentimientos encontrados brotan de los ciudadanos que añoraron durante años un proceso electoral. Proceso que ahora aparece como un espejismo reflector de sueños y aspiraciones populares, que desaparecen tan pronto se sucede un presidente tras otro, sin importar el signo político que enarbole. Pues si la democracia ya forma parte de nuestras realidades latinoamericanas, no así el desarrollo, que desde décadas atrás era visto como una condición de la paz.[12] Por supuesto, nos referimos al desarrollo entendido desde los organismos internacionales y a la interpretación que surge desde su perspectiva desarrollista. Sólo vamos a citar a dos autores que complementan sus ideas críticas sobre este tema en los andes ecuatorianos. Víctor Bretón (2001) reflexiona desde varias ópticas, pero la que nos interesa es la que se centra en un movimiento indígena bien organizado y en su intelectualidad indígena. Al considerar que las políticas de desarrollo rural buscan desmovilizar, pues el modelo de cooperación al desarrollo es “la contraparte neoliberal en lo que respecta a las políticas sociales”, señala:

La conformación, durante la segunda mitad del siglo XX, de una nueva intelectualidad indígena capaz de articular en Ecuador un gran movimiento político de reivindicación étnica y social supone, en perspectiva histórica, un acontecimiento importante e impensable por casi dos siglos. La respuesta del otro lado —del poder en un sentido amplio— tampoco se ha hecho esperar: del mismo modo en que el régimen colonial encuadró a la inteligencia quechua dentro de su esquema de dominación, asimismo la poderosa maquinaria del entramado neoliberal está procediendo —vía neo-indigenismo etnófago— a ubicar en su lugar a la dirigencia indígena contemporánea. Puede parecer una comparación algo forzada, pero no deja de sorprender la similitud de las estrategias del gobierno indirecto de hace trescientos años con las que parecen derivarse de iniciativas tan aparentemente benignas como las emanadas de esta peculiar forma de entender el fortalecimiento organizativo que tiene la cooperación para el desarrollo en la era de la globalización (ibídem).

Por su parte Pablo Dávalos (2011: 24) considera que el Banco Mundial generó una “multiplicidad de proyectos de intervención sectorial” con lo que, gracias a intenciones específicas, penetró en la sociedad y en sus organizaciones sociales y populares. Con la cooperación al desarrollo consigue una “intervención, control y monitoreo sobre las formas que adoptaba el estado” para limitarlo en prácticas que en adelante administrará el organismo internacional. En el contexto propio de las movilizaciones sociales ecuatorianas, “la lucha de clases y la resistencia al neoliberalismo provocaron la generación de programas específicos de intervención social para neutralizarla” (ídem: 29). Ambos autores coinciden entonces: la fuerte presencia indígena conduce a programas vinculados al desarrollo, cuyo objetivo no que es el que ofrecen: salir de la pobreza,[13] sino mediatizar y desmovilizar a un actor social que se posiciona como una opción real frente al descontento generalizado.

Volviendo a la otra categoría, la democracia, en un informe sobre ésta, elaborado por el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), se afirma que “la democracia no sólo es un valor en sí mismo, sino un medio necesario para el desarrollo” pues, según este mismo informe, la gobernabilidad democrática es un elemento central del desarrollo humano, ya que es a través de la política, y no sólo de la economía, que se crearían las condiciones equitativas que conduzcan a tal fin. Se completa en tal informe que “la democracia hace posible el diálogo que incluye a los diferentes grupos sociales”, además de ser “el marco propicio para abrir espacios de participación política y social, en especial para quienes más sufren: los pobres y las minorías étnicas y culturales” (PNUD, 2004: 25), confirmando lo que señalamos líneas arriba.

En contraste con tan elegante declaración, las políticas económicas neoliberales tuvieron un impacto negativo en los bolsillos de la mayoría de los ciudadanos, quienes podían acudir a las urnas pero no al mercado. Ello llevó a otra valoración de la democracia que no se había previsto. En el mismo informe, PNUD encontró que más de la mitad de la población se inclinaría por un gobierno que no fuera democrático si éste garantizara un real progreso socioeconómico (2004, 13). Por ello, la región presenta una gran paradoja: el “orgullo” de más de dos décadas de gobiernos democráticos, frente a una creciente crisis social producto de profundas desigualdades. Discurso elocuente para que los gobiernos de la región abran las puertas a la cooperación para el desarrollo.

Rafael Correa, el actual presidente de Ecuador, está en el poder desde el año 2007, sin necesidad de haber recurrido al fraude o a un golpe de estado.[14] La primera vez que participó en el proceso electoral ganó en la segunda vuelta, mientras que en las últimas elecciones, de 2013, lo hizo en la primera, algo prácticamente inédito.[15] En los años anteriores la nación había mostrado una gran inestabilidad política, por lo demás recurrente en muchos ciclos de su historia desde que alcanzó la vida independiente. La diversidad regional que ya mencionamos dio entrada a que poderes locales manifestaran sus aspiraciones por diversos caminos. Una vez roto el nexo con la metrópoli española, ya fuera por motín popular, revuelta, golpe militar e incluso asesinato, pocos serían los presidentes que lograban mantenerse en el poder por más de dos años. Pero no sólo durante el siglo XIX acontecía: de 1925 a 1947 tomaron la presidencia 23 hombres, entre liberales, conservadores y triunviratos; mientras que del año 1997 a 2007 Ecuador tuvo en el poder a siete presidentes, entre los elegidos en las urnas y los interinos que remplazaban al que salía huyendo tras revueltas populares. Varias de las revueltas fueron protagonizadas y convocadas por la misma Conaie. Otro signo de la inestabilidad política en Ecuador se puede apreciar por el número de Constituciones que se han aprobado de 1830 a 1998: diecinueve (Prats, 2005); la veinteava, que rige actualmente, es del año 2008.

El impacto social ganado en las calles quiso ser aprovechado por algunos de los integrantes de la entonces considerada poderosa organización indígena, con el fin de seguir otros rumbos. Fue así que en 1995, con la confluencia de tres propuestas organizativas —Conaie, la Coordinadora de Movimientos Sociales, CMS, y la Confederación Única Nacional de Afiliados al Seguro Social Campesino Confeunassc-CNC— se creó la estructura para llegar a incidir en el poder por la vía electoral: el Movimiento de Unidad Plurinacional Pachakutik-Nuevo País —en adelante Pachakutik—. Como movimiento, trató de deslindarse de los partidos políticos tradicionales que poco a poco manifestaban su desgaste. Pachakutik participó en las elecciones del siguiente año (1996), confirmando que lo ganado en las calles se reflejaba en votos, pues consiguió un tercer lugar no muy alejado de los dos primeros: Jaime Nebot obtuvo 27.17%; Abdalá Bucaram, 26.28%, y Freddy Ehlers, 20.61%.[16] La segunda vuelta dio el triunfo a Bucaram, quien sería destituido gracias a las manifestaciones populares ya mencionadas. Tras un nuevo proceso electoral, Jamil Mahuad llegó a la presidencia para también ser depuesto por grandes movilizaciones.[17] Nuevamente, los indígenas habían sido convocados a un levantamiento que, con el apoyo de otras fuerzas sociales y de un descontento generalizado, conseguía su cometido.[18] En esta ocasión, se integró una “junta de salvación nacional” con la intención de tomar el poder, compuesta por tres importantes representantes de las acciones definitorias que lograron la destitución de Mahuad: Antonio Vargas, dirigente de Conaie; el coronel Lucio Gutiérrez, representante de los militares de rango medio, y el jurista Carlos Solórzano. No llegaron muy lejos pues el ejército no apoyó ni al presidente destituido ni a la junta. Ya habría otro proceso electoral.

A pesar de la claridad que muchos de los intelectuales indígenas tenían sobre la democracia, de las interrogantes que planteaba y de los límites que expresaba, por allí caminaron. Por eso es tan importante recordar el argumento de Bretón (2001). El dirigente Miguel Lluco[19] (2000),[20] por ejemplo, se cuestionó sobre si era posible definir un valor a la democracia sin referirse a los contextos particulares que determinan su existencia en cada país. Respondió que, a partir de los años noventa, tanto en Ecuador como en el resto de América Latina se instauraron sistemas electorales confiables, así como partidos políticos que compiten y se alternan en el poder, “pero la democracia ha dejado de enrumbar las energías de cambio y las expectativas de la población, se ha deconstituido en medio de millonarias campañas electorales que convierten en una caricatura cualquier competencia electoral y sobre todo han vuelto invisibles los derechos sociales”.

Tras el prestigio que ganara Lucio Gutiérrez como militar rebelde, lo que le haría pasar unos meses en prisión, consigue que su partido político —Partido Sociedad Patriótica— lo postule a la presidencia en alianza con Pachakutik y gana(n) en el año 2003. La unión duraría poco. Gutiérrez nombró a dos integrantes de Conaie en su gabinete: Nina Pacari, como ministra de relaciones exteriores, y Luis Macas como ministro de agricultura, convirtiéndose en los primeros indígenas en ocupar un ministerio. Además de que Pacari se constituía como la primera mujer canciller.[21] Cuando fueron presentados, Gutiérrez arremetió contra el gobierno saliente —al cual ayudó a derrocar—, enarbolándose como un político diferente. Los ministros indígenas, por su parte, también comentaron sobre sus proyectos: Pacari enfatizó el problema de la emigración[22] y señaló que renegociaría la deuda, en tanto Macas se centró en plantear la producción agrícola como eje para contribuir a reactivar la economía, así como en avanzar en la legalización y titulación de las tierras.

Los ministros indígenas pronto se dieron cuenta de que el terreno que pisaban no era el propicio para consolidar sus propuestas y salieron antes de que el barco se hundiera. Como ya era costumbre en Ecuador, nuevas movilizaciones obligaron a Gutiérrez a dejar el poder y, al igual que sus antecesores, huye del país en abril de 2005. Pero el presidente no había perdido el tiempo, sabedor del poder de la organización indígena, utilizó al menos tres estrategias para debilitarla: la división, la cooptación, la represión. Para ello, Antonio Vargas —aquel que fue dirigente de Conaie cuando la destitución de Mahuad— resultó el perfecto ayudante. El daño estaba hecho. Cuando algunos dirigentes indígenas se unieron a las protestas contra Lucio y convocaron a un levantamiento, no hubo la respuesta esperada.[23]

En las siguientes elecciones, año 2006, Luis Macas fue el candidato de Pachakutik y obtuvo poco más de 2% de los votos. En el año 2013, Rafael Correa logró posicionarse como un candidato sólido al no requerir una segunda vuelta. Asimismo Pachakutik confirmó no ser opción electoral para los ecuatorianos al obtener únicamente 3.26% de votos a nivel nacional, con Alberto Acosta como su candidato.[24]

La propuesta de los indios acabó diluyéndose en un espacio donde no existían las condiciones para expresarse ampliamente. En los levantamientos su fuerza era evidente, lograban canalizar descontentos acumulados por otros sectores de la población, pero en su tránsito por los cauces marcados y limitados por la democracia liberal su voz como conjunto se diluyó. Quedaban únicamente aquellas voces que, ya fuera por cooptación o por vocación, se habían alejado y dejado de representarlos. Su trayectoria chocaba con los rumbos seguidos por los políticos tradicionales, particularmente en los dictados económicos venidos desde los instrumentos internacionales: “Lo que está en discusión no se reduce a cuestiones de identidad cultural —que no son menores—, sino que incorporan un proyecto político frente a los contenidos represivos al mismo tiempo que ‘liberalizadores’ de la economía capitalista defendido por cierto sector de la elite económico política del Ecuador” (Fernández, 2012: 303). El rumbo original conduciría a una trasformación radical que pretendía incidir no sólo en las comunidades indígenas, sino también en el resto de los ecuatorianos, tanto en los excluidos como en los privilegiados. Si tal era la intención y ya se conocían los peligros inherentes al sistema político, ¿cómo se embrolló la propuesta indígena?

El desfase como reflexión final

Poco después del resultado electoral, 17 de febrero de 2013, Humberto Chalongo, a nombre de Conaie, emitió un comunicado en el que decía que las elecciones eran vistas como un termómetro de la conciencia social que muestra las creencias, las expectativas, los temores y las esperanzas. Como parte dirigente de la organización indígena, Chalongo manifestó que respetaba el pronunciamiento popular de los ecuatorianos. Pero añadió que “por esta razón nosotros luchamos por una democracia distinta”. Miguel Lluco, a su vez, comentó en el año 2000 que los pueblos indígenas, incluso en la adversidad, tuvieron estrategias de sobrevivencia que fortalecieron su organización, al defender su identidad y cultura como “esencia misma de su existencia”, constituyéndose ésta —la identidad— en su mayor fortaleza. Recordó la doble dimensión de su lucha “como pobres y como indios, esa capacidad de combinar la dimensión social y económica de la explotación del capitalismo con la dimensión histórica cultural de la exclusión y opresión” (ibídem). La última frase muestra la pérdida del rumbo —definitiva o temporal, ya se verá—, a pesar de la claridad conceptual que se tenía de los alcances y riesgos que implicaba entrar en el juego democrático. El ejercicio tradicional de la política en Ecuador no se distingue en lo esencial de lo que sucede en el resto de los países latinoamericanos: ya sean diputados, senadores o presidentes. Los políticos, en general, cuando llegan a su destino —una curul, una silla presidencial— olvidan a los votantes para subsumirse en un ámbito parlamentario que gira en su propia órbita, sin reparar en quienes habiéndolos colocado en tal posición se encuentran fuera. Difícil es esperar algo distinto de un político profesional. Sin embargo, en este caso no se trataba de políticos profesionales, sino de indios que contemplaban esa dimensión histórica cultural de la exclusión y la opresión como parte integral de sus propuestas de lucha. Continúan con el cuestionamiento, pero el distanciamiento de las bases populares que ocasiona la incorporación al sistema político ecuatoriano hace que pierda la fuerza de la movilización social. Podemos afirmar entonces que el movimiento social indígena cayó en la trampa del poder.

Por otro lado, para este análisis, también es importante recuperar el cambio de los tiempos, y de la década de los noventa a la primera del siglo XXI las políticas económicas han ido modificando el escenario, logrando excluir del sistema económico cada vez a más personas, con lo que “Cuando lo que está en juego es el empleo y con él la posibilidad de ingresos y de consumo… las radicalidades pasan a segundo plano y lo que urge es una estrategia puramente defensiva” (Dávalos, 2011: 100). El efecto político de las medidas económicas incidió también en la desmovilización de muchos sectores sociales, que seguían descontentos pero, como dice Dávalos, la radicalidad se dejaba para otro momento. Cómo elegir en un contexto de desmovilización, porque aunque el sufragio sea universal —y en Ecuador además obligatorio— no se traduce en que se ejerza plena y conscientemente. De hecho, la manifiesta contradicción que implica la obligatoriedad a la que es sometida una voluntad para que libremente elija lo que, supuestamente, le es conveniente, deja entrever que lo que está en juego es un sistema político que lejos de configurarse de acuerdo con una voluntad popular, hace uso de ésta para legitimarse. En una reflexión sobre cultura y política, en la década de los setenta, Bourdieu elabora unas ideas que nos son útiles en estos momentos:

“No existen hombres políticos sino todo lo más hombres que, entre otras cosas, practican la política”: la utopía en este campo, como en tantos otros, encuentra su justificación científica —y, sin duda, política— en la demolición de las evidencias que opera y que fuerza a sacar a la luz los supuestos previos del orden corriente. En efecto, aunque su aparente generosidad la enfrente diametralmente a las denuncias elitistas del sufragio universal a las que los intelectuales y artistas de antaño se dedicaban de tan buena gana, la complacencia populista que otorga al pueblo el conocimiento infuso de la política no contribuye menos a consagrar, disimulándola en lugar de enunciarla —o de denunciarla—, la “concentración en algunos individuos” de la capacidad de producción del discurso sobre el mundo social y, con ello, de la capacidad de acción consciente sobre ese mundo (Bourdieu, 1988: 405).

Relacionemos esto con lo que hemos venido desarrollando: “la capacidad de acción consciente sobre ese mundo” limitada a pocos, pero que lograba influir positivamente en muchos, se fue diluyendo al reducirse la creatividad propia del movimiento social. Al mirar el proceso en su conjunto, hemos querido abrevar de una metodología que no se pierda ni en el momento ni en el detalle. Reflexionar en los hechos las teorías, las propuestas, las posibilidades y los límites nos permite visualizar un movimiento indígena cuya historia tanto se consolida como se tambalea, pero que no está derrotado, a pesar de las embestidas, y de los errores. Como dice de la Rosa, “la organización dentro del movimiento no sólo es un medio, también es puente de sentido de identificación en tanto forma específica, por lo que toca a las relaciones que ésta propicia o limita […] deviniendo en proyectos colectivos que trascienden la movilización” (2010: 33, 35), para concluir que existe una “relación simbiótica entre la Conaie y el movimiento indígena ecuatoriano” (ídem: 259), entendida como una vinculación entre organismos diferentes en la que ambos sacan provecho de la vida en común. La propuesta de la plurinacionalidad que brota de su intelectualidad indígena, si bien no todo el colectivo la hace suya, no por ello pierde el sentido de su originalidad. Todo este proceso reciente debemos interpretarlo como parte de un devenir que madura. El tránsito de la creatividad social a la inserción en el sistema político debilitó a Conaie porque se alejó —así fuera temporalmente— de su crítica a la democracia liberal. Con Pachakutik, la organización perdió al movimiento y, sin éste, dejó de ser un interlocutor válido. No obviamos, por supuesto, las embestidas desde el poder nacional e internacional, vía la cooperación para el desarrollo, entre otros mecanismos.

No encontramos, entonces, un punto de confluencia entre el movimiento social y la clase política estructurada en partidos, representantes, elecciones. En otras palabras, no es posible hablar el mismo idioma, mantener códigos de comunicación, cuando uno y otro saben que la distancia que les separa va más allá de cambios en el maquillaje de las políticas sociales. Las transformaciones emanadas desde arriba con un presidente que se proclama de izquierda son cosméticas, no quirúrgicas; ésta es finalmente la razón por la que los indígenas se organizaron constituyéndose en un movimiento social, que no sólo cuestiona las políticas gubernamentales, sino que además interpela a todo un sistema político precisamente porque sabe que desde allí no saldrá la solución a las continuas crisis económicas, políticas y sociales. Lo aprendió con los años de lucha y lo comprendió más tarde, después de que contribuyó a la destitución de presidentes que perdieron la legitimidad que ganaron en las urnas. En las luchas sociales tanto se gana como se pierde; sin embargo, si no se consigue asir el proceso en su conjunto, la derrota es doble.

En una entrevista a Luis Macas en el año 2005, consideró que el movimiento indígena vivía cierto estancamiento, en parte por las maniobras externas —desde el gobierno— y también porque la institucionalidad lo alejó de las bases: “De tal modo que nosotros decimos que es más bien necesario volver a lo propio, a lo nuestro para que desde ahí podamos tomar fuerzas y retomar el vigor que tuvo el movimiento indígena y no dispersarnos en esto de las funciones públicas, que creo que nos ha hecho bastante daño”.[25] Entonces se le cuestiona cómo aspiran a incidir manteniéndose al margen, y es allí donde debemos tener claridad sobre la distancia que existe entre la democracia electoral y el espacio ganado por las propias movilizaciones indígenas que no se tradujo en una transformación del sistema político ecuatoriano. La dirigencia de Conaie sabe ahora, a partir de los duros golpes recibidos, sobre todo en el último decenio, que utilizar los marcos electorales para colocar en el debate nacional el tema de la plurinacionalidad no es suficiente. El proyecto histórico se debilitó en la coyuntura, por eso el “volver a lo nuestro” de Macas no debe leerse como un alejamiento de la democracia, sino como una recreación profunda de ésta.

La democracia, como otras tantas categorías, no se comprende si no es seguida de un calificativo. Coincidimos con Dávalos en su propuesta de la democracia disciplinaria, a la que llega después de un largo análisis sobre las políticas neoliberales y su incidencia en las luchas sociales —entre otras cosas—, pues sintetiza mucho de lo que hemos venido desarrollando y que, como dijo Chalongo, debe ser vista como un termómetro de la conciencia social, limitada a pocos, añadiría Bourdieu. Aquí Dávalos:

La democracia disciplinaria es el final del camino de la democracia de la gobernabilidad y de la privatización del Estado. Es una democracia que utiliza la representación y los sistemas electorales como dispositivos del poder. Una democracia que cierra los espacios deliberativos, consensuales y críticos. Que absorbe la energía social y la lleva al agujero negro de su propio poder. Que se sustenta en una ciudadanía dócil, sumisa, disciplinada, temerosa y frágil. Que fragmenta las solidaridades sociales y las estructuras organizativas para convertirlas en un momento de su propia dinámica (2011: 323).

Cerramos con una idea provocadora. Cuando el presidente en turno se presenta como de derecha, desde los movimientos sociales, los sindicatos y demás foros se le puede cuestionar y descalificar con argumentos de sobra. No así cuando se presenta como progresista o de izquierda, pues entonces los cuestionamientos pareciera que sólo pueden venir desde la derecha. Dice Slavoj Zizek, a propósito de Estados Unidos y la elección de Barack Obama, que “[…] tiene todas las posibilidades de convertirse en el salvador final del capitalismo y, como tal, en uno de los grandes presidentes conservadores de Estados Unidos” (2012: 128). Es interesante profundizar tal planteamiento. Para Zizek hay políticas progresistas que sólo un conservador puede hacer, y cita dos ejemplos: sólo De Gaulle era capaz de conceder la independencia a Argelia, así como Nixon era el único que podía establecer relaciones con China. A ambos sus sólidas posturas conservadoras les salvaban de ser calificados de traidores. De la misma manera, varias de las posiciones de los mandatarios latinoamericanos autodefinidos de izquierda no son valoradas en su real dimensión, al surgir, al menos en el discurso, desde las propuestas de avanzada.
El reto pendiente es, entonces, conservar la creatividad que brota desde los movimientos sociales sin derrocharla en los laberintos de una democracia disciplinaria.

Bibliografía citada

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Notas

* Silvia Soriano Hernández, doctora en estudios latinoamericanos, investigadora del Centro de Investigaciones sobre América Latina y el Caribe de la UNAM. Temas de investigación: movimientos sociales, cuestión indígena y perspectiva de género. Correo electrónico: ssoriano@unam.mx
Fecha de recepción:03/06/2013; fecha de aceptación:05/11/2013

1 Este artículo es resultado de una estancia sabática de investigación realizada en el Instituto de Estudios Indígenas de la UNACH con una beca otorgada por la DGAPA de la UNAM. Agradezco a ambas instituciones por su apoyo.

2 Sobre las características del levantamiento indígena puede consultarse el libro de Augusto Barrera (2001) en donde narra la estrategia de los indígenas de Conaie. Comenzó con la toma pacífica de una iglesia céntrica en Quito donde señalaron la razón de su plantón, ante una inusitada cobertura mediática. Fueron algunos de los dirigentes los que se quedaron en la capital, en tanto, las bases de cientos de comunidades se dieron a la tarea de bloquear los caminos y presentar públicamente un mandato que después se constituiría en el eje de las negociaciones. La carretera Panamericana comunica al país y, al mantenerla tomada, lo paralizaron. Trataron de evitar los enfrentamientos, así que los bloqueos fueron intermitentes pero muy efectivos.

3 No es el objetivo de este texto reflexionar en paralelo sobre el devenir del EZLN y la Conaie. Para un análisis sobre el particular existe el excelente trabajo de Isabel de la Rosa Quiñones Movimiento indígena contemporáneo en Ecuador y México,citado en la bibliografía.  

4 La frase hace referencia a la ponencia que presentó Pablo Dávalos en las II Jornadas Andino-Mesoamericanas, “Movimiento indígena: resistencia y proyecto alternativo”, que se celebraron en La Paz y El Alto, en Bolivia, entre 22 y 25 de marzo de 2006, “Ganamos pero perdimos”: balance de lo logrado y problemas pendientes.

5 Deborah Yashar (2005) escribe sobre las organizaciones indígenas de la sierra ecuatoriana resaltando el carácter clasista de FEI. Marc Becker le hace una crítica con la cual coincido, por lo que la cito a continuación. Particularmente, el predominio mestizo sobre el indígena, afirmación sostenida por muchos estudiosos de la cuestión, Becker las califica como “suposiciones académicas equivocadas”: “Esta idea de que la FEI fue organizada por no-indios refleja no sólo una falta general de conocimiento de la historia y trayectoria de las organizaciones indígenas en el Ecuador, sino que también deja ver que algunas suposiciones que están debajo parecen seguir el argumento de Marx […]sobre que el campesinado francés fue “incapaz de afirmar su interés de clase en su propio nombre” y, por eso, “no pueden representarse, sino que deben ser representados”. Según esta perspectiva, es sólo en los últimos años, con una nueva generación, que los indígenas fueron capaces de proporcionar liderazgos al interior del movimiento indígena. Sin embargo, lo que vemos es una larga historia con fuertes movimientos que ya habían nacido y crecido durante décadas de organización dentro de las mismas comunidades indígenas. La FEI forma una parte importante de esta historia, y es un gran error asignar a la FEI características indigenistas más apropiadas del IIE, que salió del mundo blanco-mestizo” (Becker, 2007: 136).

6Puede verse la novela del escritor ecuatoriano Jorge Icaza con ese nombre, Huasipungo,donde retrata con crudeza la difícil condición de los indios en la primera mitad del siglo XX. Fue premiada y es emblemática dentro del género de la literatura indigenista.

7 “Delegados al congreso indígena [se refiere al Primer Congreso Ecuatoriano de Indígenas celebrado en la ciudad de Quito en agosto de 1944] eligieron a Gualavisí como presidente del congreso, a Rubén Rodríguez como vicepresidente, a Cacuango como tesorera, y a Carlos Bravo Malo como secretario. Gualavisí y Cacuango eran indígenas, mientras los otros dos eran blancos bien conocidos por su trabajo en comunidades indígenas, lo que indica un espacio compartido en términos de etnicidad y género. Algo similar ocurrió en la junta directiva del congreso: los delegados seleccionaron a Gualavisí como el primer presidente de la nueva federación y a Cacuango como su secretaria general. Durante gran parte de la próxima década, Cacuango dominó la Federación. Ella no estaba sola como mujer en tal posición de dirigente. Prieto (1978: 59) nota que 'se integran mujeres al liderazgo de los sindicatos, muchas veces, las principales cabecillas'. Raquel Rodas (2007: 92) habla de Cacuango junto con Tránsito Amaguaña y Angelita Andrango como 'un trío de mujeres combativas, inteligentes y tenaces', quienes prestaron liderazgo en ese tiempo. Muriel Crespi (1976: 151) relata otros ejemplos en donde, a un nivel local, mujeres indígenas fueron líderes sindicales en organizaciones que se conformaban principalmente por hombres” (Becker, 2007:140-141). 

8Ecuador Runacunapac Riccharimui, que se traduce como “el despertar del indio”. Organización con fuerte influencia de la teología de la liberación que en Ecuador era encabezada por monseñor Leónidas Proaño. 

9 Para consultar la historia de Conaie se puede ver su dirección electrónica http:// www.conaie.org. Según Le Bot (2013: 40), dentro de los principales momentos de la historia de los movimientos indígenas modernos, cita la fundación de la Federación Shuar en 1964. “El surgimiento de los movimientos indígenas tiene lugar en los sesenta y en la primera mitad de los años setenta con la fundación de la Federación Shuar en la Amazonía ecuatoriana; el Consejo Indígena del Cauca, en Colombia; el auge del katarismo en Bolivia; el Congreso Indígena y la creación de organizaciones “independientes” —no oficiales— en Chiapas y otras regiones de México, y con el primer encuentro de los pueblos indígenas de Brasil”. Por lo menos, para el caso ecuatoriano, consideramos que la mención a FEI es fundamental.

10 Puede consultarse su página electrónica: http://www.conaie.org/

11El Mandato que presentaron para negociar con el gobierno incluía 16 puntos: Declaración de Ecuador como “Estado plurinacional”. Entrega de tierras y legalización de territorios de las nacionalidades. Solución a los problemas de agua y riego. Condonación de las deudas con Foderuma y Banco Nacional de Fomento. Congelación de precios de los artículos de primera necesidad. Terminación de obras prioritarias en las comunidades. No pago del predio rústico. Expulsión de Instituto Lingüístico de Verano según decreto de 1981. Libre importación y exportación comercial y artesanal para los miembros de Conaie. Control, protección y desarrollo de los sitios arqueológicos por parte de Conaie. Oficialización y financiamiento por el Estado de la medicina indígena. Derogación de decretos que han creado organizaciones paralelas a los consejos seccionales. Entrega inmediata de fondos presupuestarios para las nacionalidades indígenas. Entrega de recursos permanentes para la educación bilingüe. Respeto real a los derechos del niño, sin demagogias. Fijación de precios justos a los productos campesinos y autonomía en el mercado (Moreno y Figueroa, 1992: 65-66; Yashar, 2005:145-146).

12Particularmente interesante resulta el libro de Luis Díaz (1986) sobre los derechos humanos en Latinoamérica y el énfasis que Naciones Unidas ponía en el desarrollo durante la posguerra. Llama la atención que en varias décadas el discurso de los organismos internacionales haya cambiado tan poco.

13Los indicadores económicos no dejan mentir, así como el constante incremento de la emigración nacional e internacional. Según el Informe del Observatorio Latinoamericano de Pobreza 2010,“Al examinar las políticas sociales del país en las tres últimas décadas —particularmente en el último periodo democrático: 1979-2009—, se encuentran giros en los enfoques, instrumentos, modalidades de intervención y resultados alcanzados, todos ellos vinculados a los cambios en la política económica y estrechamente interrelacionados entre sí... La magnitud de la pobreza y las desigualdades sociales imperantes son indicadores del agotamiento de la capacidad actual del aparato público y sus políticas para promover el bienestar y la cohesión social. Si bien durante las tres últimas décadas se expandió la infraestructura social y mejoraron los niveles de educación y salud de la población, el efecto redistributivo global de las políticas sociales ha sido limitado. El deterioro de la calidad de los servicios sociales redunda en una magnificación de ciertas desigualdades” (AUSJAL, 2011: 38, 76).

14 Rafael Correa llegó a la presidencia por primera vez en el año 2007. Convocó a una Asamblea Constituyente que se celebró en 2008; con la nueva Constitución fue reelecto en 2009. Las siguientes elecciones se celebraron en 2013, tomó posesión en mayo del mismo año. Terminará su siguiente periodo en 2017, lo cual suma diez años en un país donde el mandato presidencial es de cuatro. Por segunda vez afirma que no se reelegirá más.

15Como en muchos países de América Latina, en Ecuador se realiza un proceso electoral donde, para declarar ganador a algún candidato debe hacerlo con al menos la mitad de los votos; de no ser así, se realiza una segunda vuelta con los dos primeros lugares. En ésta, las alianzas entre los partidos participantes por lo regular definen el resultado, que no siempre le corresponde a quien ocupó el primer lugar en la vuelta anterior.

16Los resultados electorales fueron obtenidos de diarios de circulación nacional así como del Consejo Nacional Electoral.

17Los indicadores económicos suelen ser un buen termómetro del descontento generalizado: en el año 1999 la inflación alcanzó 60%, y en enero del siguiente año llegó a 78%. La moneda se devaluó más de 60%.

18Un informe detallado de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos sobre las acciones de esos días puede encontrarse en: http://www.cidh.org/annualrep/99span/capitulo4a.htm donde se lee, entre otras: “La Comisión está consciente de la difícil situación económica por la que atraviesa el Estado de Ecuador y el malestar social que esto ha generado y de la gravedad del fenómeno de la delincuencia en varias localidades de Ecuador, incluyendo la provincia del Guayas. En este sentido, el Estado tiene la obligación de adoptar las medidas necesarias para garantizar la seguridad ciudadana, a través de métodos que respeten los estándares de los derechos humanos en el marco de una sociedad democrática”. La cursiva es mía. 

19Destacado dirigente indígena. Fue expulsado de Ecuarunari en marzo de 2005 por considerarse que traicionó al movimiento indígena al tener un acercamiento con Lucio Gutiérrez. En abril de 2012 Pachakutik también lo declaró fuera del movimiento, por su cercanía con Rafael Correa.

20El texto completo puede consultarse en: http://icci.nativeweb.org/elecciones2000/lluco.html

21Vale la pena leer los periódicos ecuatorianos para conocer el racismo que saltó al saber de dichos nombramientos. Un solo ejemplo: en el diario El Comercio de 10 de enero de 2003 se escribió lo siguiente “¡Quién lo diría, Nina Pacari dará órdenes a los perfumados de la Cancillería y los terratenientes tendrán que hacer cola para hablar con Luis Macas!”. Posteriormente, la misma Pacari publicó una reflexión sobre el racismo que privaba en la sociedad ecuatoriana, más palpable después de su nombramiento. En particular en los medios de comunicación, que manifestaban sorpresa cuando se les señalaban sus posturas racistas, tan interiorizadas que no las aceptaban. Así lo manifestó Nina Pacari (2007:170): “Ni qué decir de algunos programas de opinión de la televisión”. En relación con el programa Este Lunes del periodista Jorge Ortiz, hubo un comentario en el diario El Comercio sobre el contenido racista de dicho programa cuando entrevistó a los ministros Nica Pacari, Luis Macas y al diputado Salvador Quishpe. El periodista Ortiz “preocupado me remitió un comunicado señalando que no había ninguna mala intención de su parte y que quisiera conocer mi opinión”. Pacari redacta todo un listado basado en un análisis de cada una de las ideas que descalificaban a los indígenas. Recomiendo su lectura.

22 Sobre el tema puede consultarse el libro publicado por FLACSO Ecuador, La migración ecuatoriana transnacionalismo, redes e identidades, editado por Gioconda Herrera, María Cristina Carrillo y Alicia Torres (2005). En particular el texto de Brian Gratton, “Ecuador en la historia de la migración internacional: ¿modelo o aberración?”, señala que la emigración ecuatoriana a Estados Unidos comenzó a crecer rápidamente a partir de la década de los sesenta, pero que en los noventa, tras el colapso económico, las salidas aumentaron de forma considerable. “En el año 2000, más de 560,000 personas salieron de Ecuador, el nivel más alto de salidas producido en cualquier año, que abarcó cerca de 4% de la población. Los datos más fiables sobre emigración provienen de las preguntas contenidas en el Censo de 2001 que registra a los emigrantes documentados como a los indocumentados que permanecen fuera del país... cerca de 18,000 personas dejaron Ecuador en 1996 y no habían regresado en 2001. En 1998, el número había aumentado a casi 34,000 y se disparó a 138% de ese nivel en un año, alcanzando la cima en 107,000 en 2000” (2005: 38-39). Asimismo afirma que el lugar de destino deja de ser el norte del continente para cambiarlo por España, y que las mujeres comenzaron a emigrar más que los hombres.

23Coincidimos con el análisis que realiza Le Bot (2013: 149) sobre el movimiento indígena ecuatoriano que acertadamente titula “Ecuador: grandeza y decadencia del movimiento indígena”, ahí señala que “... el movimiento ecuatoriano buscó transformar al sistema político imponiendo la participación indígena por vías clásicas: fundación de un partido, participación en las elecciones, en los gobiernos —e incluso una tentativa de golpe de Estado—, negociaciones, alianzas y concesiones”.

24 Un recuento pertinente sobre la participación de Pachakutic en las elecciones presidenciales: 1996, candidato Freddy Ehlers, tercer lugar con 20.61%; 1998, candidato Freddy Ehlers, cuarto lugar con 14.74%; 2002 en alianza con Partido Sociedad Patriótica, candidato Lucio Gutiérrez, 20.64% en la primera vuelta, 54.79% en la segunda; 2006, candidato Luis Macas, sexto lugar con 2.16%; no postuló candidato en 2010; 2013, candidato Alberto Acosta, 3.26%. Estos indicadores no son sólo una muestra de la decadencia de Pachakutik sino también de que la única ocasión en que postuló a un indígena es cuando menos votos obtuvo.

25Puede verse en http://news.bbc.co.uk/hi/spanish/latin_america/newsid_4749000/4749969.stm