Coordenadas de la experiencia migratoria: una aproximación conceptual

 

“Coordinates of the migratory experience: a conceptual approach”


DOI: https://doi.org/10.31644/ED.IEI.V22.2025.E01


Antonia Lara Edwards ORCID: https://orcid.org/0000-0002-3530-4763

Universidad Católica Silva Henríquez. E-mail: alara@ucsh.cl

Resumen

Este texto propone una elaboración conceptual del término “experiencia migratoria” con el objetivo de contribuir al campo de investigaciones cualitativas sobre migración. En este ámbito, se ha generalizado su uso de manera intuitiva y no problematizada, así como algunas explicitaciones breves y generales del mismo, las cuales apoyan con referencias para su comprensión. A partir de la noción de experiencia desarrollada por la teoría feminista y algunas claves sobre la lógica del movimiento migratorio, se proponen algunas coordenadas para situar la experiencia migratoria: posición de exterioridad (alteridad), la situación de descalce identitario y su dimensión de trayecto. Se argumenta que la noción de experiencia migratoria entendida como un proceso de subjetivación, posee un alto potencial analítico para la investigación social cualitativa sobre las dinámicas migratorias en la región iberoamericana, especialmente desde una perspectiva centrada en el sujeto.

Palabras clave

identidad nacional, proceso de subjetivación, alteridad, descalce identitario, migración iberoamericana.

Abstract

This text proposes a conceptual elaboration of the term "migratory experience" with the aim of contributing to the field of qualitative research on migration. In this field, its use has been generalized in an intuitive and unproblematized way, as well as some brief and general explanations of it, which support with references for its understanding. On the basis of the notion of experience developed by feminist theory and some keys to the logic of the migratory movement, some coordinates are proposed to locate the migratory experience: the position of exteriority (otherness), the situation of identity mismatch, and its dimension of trajectory. It is argued that the notion of migratory experience, understood as a process of subjectivation, has a high analytical potential for qualitative social research on migratory dynamics in the Ibero-American región, especially from a subject-centered perspective.  

Keywords

national identity, process of subjectivation, Otherness, identity mismatch, Ibero-American migration.

Recibido: 18/04/24 * Aceptado: 12/08/24 * Publicado: 00/00/25

Introducción

En su texto “Cartografías de la diáspora: identidades en cuestión”, Brah (2011) advierte que las discusiones académicas que utilizan la noción de experiencia desde el sentido común no permiten abordar las diferencias entre identidad y subjetividad, ni sus interconexiones. En esa línea, tras realizar una revisión no exhaustiva de los estudios migratorios e investigaciones de corte cualitativo de la región iberoamericana (Da Silva y Sharim, 2023; Montoya, Herrera y Jiménez, 2020; Ariza, 2017; Masseroni y Domínguez, 2016; Ibarra y Ceballos, 2015; Vázquez et al., 2014), he podido apreciar que la noción de “experiencia migratoria” es utilizada, en la mayoría de las veces, de modo intuitivo, es decir, como punto de partida de la argumentación, sin precisar su referencia ni su alcance analítico o conceptual. Por tanto, este artículo propone una reflexión que permita dotar de un estatuto conceptual a la noción de experiencia migratoria, al entenderla como todo aquello que atraviesa al sujeto de la migración; partiendo desde el contexto de la migración sur-sur (de personas provenientes de países latinoamericanos y del Caribe hacia Chile).

A partir de las claves que propone Sayad (1998) sobre la lógica del movimiento migratorio, junto con las elaboraciones de Scott (2001), Brah (2011) y de Lauretis (1992) en torno al concepto de “experiencia”, planteo que la experiencia migratoria se puede concebir como un trayecto de encuentros y desencuentros con la imagen alterizada y jerárquicamente organizada (en las intersecciones del género, la clase, la nación y lo etnoracial, entre otras categorías de desigualdad), donde la sociedad de llegada ubica e interpela a las personas que migran. En ocasiones, esta imagen no coincide con las certezas identitarias fraguadas en las coordenadas de los referentes de identificación socioculturales de la sociedad de procedencia, y en la medida en que las personas migrantes quedan implicadas, es decir, extrañadas respecto de sí mismas en las interpelaciones de las que son objeto (Lara y Stang, 2021), se abren procesos de relocalización de su posición subjetiva.

En la primera parte de este artículo se exponen los ámbitos y objetos de investigación en el campo de los estudios migratorios en los que se encuentra utilizada o nombrada la noción de experiencia migratoria. En la segunda parte, rescatando algunos aportes de los estudios revisados y desde las nociones de “experiencia” de la teoría feminista y de la entrada al campo de la alteridad que plantea Sayad (1998; 2010), son propuestas las dos primeras coordenadas conceptuales: perspectiva de exterioridad (alteridad) y situación de descalce identitario (en la matriz de desigualdades sociales y jerarquías de valoración). En la tercera parte, se sitúa la experiencia migratoria desplegada en la dimensión de trayecto (como tercera coordenada), es decir, como recorrido (proceso) en situación de descalce identitario y de reposicionamiento subjetivo.

Algunos ámbitos del uso del término “Experiencia migratoria”

Al revisar la literatura —artículos de divulgación de investigaciones cualitativas del campo de los estudios migratorios de habla hispana— en la que el término “experiencia migratoria” ocupa un lugar central, es posible observar, en primera instancia, que la dimensión emocional aparece relevada. El trabajo de Bjerg (2020, p. 1), realizado en el contexto de la migración hacia Argentina, hace alusión a la experiencia migratoria como un “viaje emocional”, y la refiere como “signada por la ambivalencia”. En el mismo sentido, Ariza (2017) analiza la “experiencia de migración” de mujeres dominicanas en España, caracterizada por contrapuntos emocionales de vergüenza, orgullo y humillación.

Un ámbito prolífero de indagación en el que se emplea la noción de experiencia migratoria es el análisis de la cuestión identitaria. Un tratamiento recurrente de este concepto lo presenta como un contexto o situación en que ocurren reconfiguraciones o cambios identitarios. Esto se aprecia en los estudios de Masseroni y Domínguez (2016), en el contexto argentino, y de Da Silva y Sharim (2023), en el contexto chileno, donde se examina el modo en que las interacciones cotidianas en la sociedad de destino impactan en la identidad de las personas migrantes.

Dentro de estas mismas indagaciones, el trabajo de Jensen con mujeres migrantes en Chile, a diferencia de los estudios anteriores, otorga a la experiencia migratoria el estatuto de “un hecho social total; esto es, un cambio de posición social, cambio en el estatus jurídico del sujeto (ahora migrante, ahora “ilegal”, ahora clandestino), y un cambio de/en su identidad” (2013, p. 107). 

Un contexto relevante para los estudios migratorios en el que se han explorado las problemáticas identitarias es el de las trayectorias de retorno de jóvenes desde Estados Unidos a México (Montoya, Herrera y Jiménez, 2020; Ibarra y Ceballos, 2015). En particular, en el estudio de Ibarra y Ceballos (2015) se hace un tratamiento descriptivo de la noción de “experiencia de remigración”, para concebir el “retorno” como una experiencia de migración, incluso para quienes, muchas veces, no han migrado.

Otra forma de abordar la cuestión identitaria en la experiencia migratoria es considerando las jerarquías que estructuran el campo social. Betrisey (2009, p. 124), en su análisis de la migración latinoamericana hacia la ciudad de Madrid, advierte la importancia de no caer en la exotización de las identidades. Para evitarlo, plantea la experiencia migratoria en relación con las condiciones sociales e históricas en las que se producen los cambios identitarios, poniendo énfasis en el análisis de las “prácticas, relaciones sociales y campos de poder por los que atraviesan sus protagonistas”. En esta misma línea, Mora (2009, p. 132), en su estudio sobre la migración latinoamericana hacia Chile, concibe la experiencia migratoria en función de “la inserción de los migrantes en el sistema de estratificación de la sociedad de llegada”, el que a menudo “implica un proceso de rearticulación de identidad”. En este estudio se enfatiza que la no coincidencia entre las nociones propias de identidad que traen consigo los migrantes y las existentes en la sociedad de llegada es central en esta experiencia, “ya sea porque las formas de jerarquización social varían o porque sus posiciones en dichas jerarquías cambian en la sociedad de destino” (Mora, 2009, p. 132). Este aspecto será retomado más adelante como un aporte clave para la discusión conceptual sobre experiencia migratoria.

En cuanto a la experiencia migratoria entendida como un proceso de integración en la sociedad de destino, el trabajo de Gómez (2019) la aborda desde los espacios sociales a los que se integran las personas migrantes en la ciudad de Córdoba, Argentina. De este estudio interesa rescatar la consideración del término como un proceso que se despliega en una dimensión diacrónica y relacional, en la que “el sujeto irá haciendo-se su lugar, ubicando-se en la ciudad de acogida” (Gómez, 2019, p. 3), en un proceso de relocalización que es, a la vez, social, cultural y subjetivo.

Por último, la noción de experiencia migratoria es utilizada en el ámbito de los estudios sobre migración y trabajo. En esta veta, el trabajo de Lutz (2022, p. 5) sobre el proceso de inserción laboral de migrantes en la zona metropolitana de Guadalajara propone, en términos generales, concebir el término “experiencia migratoria” como un “conjunto de vivencias que se producen desde la toma de decisión de emigrar hasta el retorno”. Además, precisa: “se refiere aquí no sólo a una acumulación de acontecimientos en la vida del sujeto; también a un proceso reflexivo que resignifica la cosmovisión del migrante”. Existe coincidencia con este autor en la consideración de que esta experiencia implica un proceso reflexivo de resignificación o reelaboración de la perspectiva del sujeto, es decir, de su posición subjetiva.

En síntesis, en la mayor parte de los trabajos revisados, el término experiencia migratoria no se constituye como un objeto de análisis en sí mismo, sino que se plantea como un contexto desde el cual abordar fenómenos de estudio como procesos de integración, cambios, reconfiguraciones y no coincidencias identitarias, desigualdades sociales y culturales, así como sus intersecciones con otras categorías de desigualdades que determinan el acceso al mercado del trabajo, entre otros. Como se ha precisado, en esta revisión no exhaustiva de indagaciones en el campo de los estudios migratorios de la región iberoamericana, el término experiencia migratoria es habitualmente utilizado de un modo intuitivo, no problematizado. No obstante, los trabajos de Gómez (2019), Jensen (2013), Betrisey (2009) y Mora (2009) aportan aspectos de esta experiencia que resultan relevantes para la discusión conceptual planteada, siendo especialmente coincidente la consideración de Lutz (2022) sobre esta experiencia como proceso reflexivo que toca la dimensión de sujeto.

Experiencia migratoria en el campo de la alteridad: perspectiva de exterioridad y situación de descalce identitario.

En el propósito de situar y conceptualizar la noción de experiencia migratoria, este análisis parte de las consideraciones de autoras feministas sobre la noción de “experiencia”. Por un lado, parece relevante concebir, siguiendo a Scott (2001), a la experiencia no como algo que se tiene, sino como aquello que constituye al sujeto. En su texto “Experiencia” la autora plantea:

No son los individuos los que tienen la experiencia, sino los sujetos los que son constituidos por medio de la experiencia. En esta definición la experiencia se convierte entonces, no en el origen de nuestra explicación, no en la evidencia definitiva (porque ha sido vista o sentida) que fundamenta lo conocido, sino más bien en aquello que buscamos explicar, aquello acerca de lo cual se produce el conocimiento. (Scott, 2001, p. 49)

En la misma línea Brah (2011, p. 145) refuerza la concepción de que la “experiencia” produce al sujeto y no al revés, al señalar que “contrariamente a la idea de un ‘sujeto que experimenta’, un sujeto ya constituido al que ‘le pasan cosas’, la experiencia es lugar de producción del sujeto”.

Por otra parte, interesa recoger de Scott su planteamiento sobre el carácter discursivo de la experiencia. Como lo explica Esquivel (2023, p. 1161), para Scott “los sujetos son constituidos discursivamente” y resultan de relaciones de desigualdad y poder (Scott, 2001). Lo que Butler (2001) ha articulado, siguiendo a Foucault (2001), en términos de los efectos de sujeción de las prácticas discursivas de una época que, no solo actúan sobre el sujeto, sino al sujeto. Mientras que de Lauretis (1992), si bien coincide con Scott en que la experiencia no es un punto de partida, la propone como un proceso social y semiótico de procesos de interpretación de signos sociales que decantan en una cierta ubicación en el mundo (Esquivel, 2023). La autora plantea que “la experiencia se percibe y comprende como subjetiva (referida y originada en una misma)”, cuando de hecho es social e histórica (de Lauretis,1992, p. 253).

De esta discusión sobre el estatuto de la “experiencia”, es rescatable la consideración que la define como aquello que atraviesa al sujeto y que lo antecede en términos de discursos, relaciones de desigualdad y poder e interpretaciones de signos sociales, en las que el sujeto queda concernido.

Lo anterior permite decir, siguiendo a Sayad (1998), que, aun cuando el proceso migratorio se inicia antes de dar el paso a emigrar (por ejemplo, en relación con los discursos que circulan en torno a la migración tanto en el país de salida como en el de llegada), el sujeto migrante “nace” al cruzar las fronteras nacionales y políticas al entrar en el “campo de la alteridad” como lugar social. En este proceso son alterizados como migrantes, en tanto “siempre son vistos a través de la lente de la ‘sociedad receptora’ (nacional)” (Mezzadra, 2012, p. 167), codificados en ejes de subordinación (Crenshaw, 1989) como son la raza, la clase, la etnia y las generaciones, que “adquieren un carácter común en el marco de sus unidades sociales” (Koselleck, 2001, p. 51). Es decir, no se trata solo de “marcas individuales, sino también principios de organización social” (Magliano, 2015, p. 693).

Con el propósito de situar algunas coordenadas en que se sitúa la experiencia migratoria, retomo el planteamiento de Sayad (1998) sobre la lógica del movimiento migratorio desplegado en los puntos nodales de la provisoriedad (tiempo) y la dislocación (espacio) de personas a nivel tanto territorial, como social, cultural y subjetivo. Ambos configuran el lugar de extranjeridad en el que, a decir de Stang, Riedemann, Soto y Abarca, en el contexto del estudio de la migración latinoamericana hacia Chile, se implican categorías de desigualdades jurídicas y sociales:

La jurídica, referida a las formas y categorías de acceso a cierto estatus legal (o su denegación), asentada a su vez sobre la distinción básica entre nacional ciudadano/extranjero-no ciudadano, y la social, estrechamente relacionada con aquella, pero centrada principalmente en procesos de alterización racial y étnico-nacionales, que en América Latina se encuentran, a su vez, atravesados por la pertenencia de clase. (2022, p. 229)

Se puede plantear entonces que la experiencia migratoria está constituida, en primera instancia, por la extranjeridad que sitúa al sujeto en una posición o perspectiva de exterioridad en la vida cotidiana, respecto tanto a lo propio como a lo ajeno. La extranjeridad resulta amplificada en este campo social de alteridades, en la medida en que buena parte de la interacción social queda codificada en el binomio nacional-extranjero, tanto para quien migra como para quienes reciben. En la migración sur-sur los marcadores más evidentes de alteridad son el acento al hablar el español, el color de piel o los rasgos corporales, los apellidos, entre otros, que devienen de la matriz de dominación colonial latinoamericana (Quijano, 2007) e ideología del mestizaje latinoamericano (Wade, 2003; Machuca, 2023). Se trata de, como señala Segato, “una historia colonial inscripta en la relatividad de los cuerpos … El no-blanco no es necesariamente el otro indio o africano, sino otro que tiene la marca del indio o del africano, la huella de su subordinación histórica” (2007, p. 23). Esta matriz de dominación (Collins, 2000) en que se articulan los procesos de racialización respecto a las jerarquías de valoración etnonacionales (entre nacionalidades) y de géneros (Lugones, 2008), opera hasta nuestros días en las dinámicas migratorias sur-sur.

En este contexto migratorio, los códigos nacionales y culturales expresados como, por ejemplo, “idiosincrasias” y sus diferencias, parecen explicar todo del migrante y todo de los otros para él o la migrante. Lo anterior se puede entender a partir de lo que Sayad (2010) ha llamado “pensamiento de Estado”, es decir, “la ideología elaborada y reproducida por el Estado, mediante la cual naturaliza sus postulados y crea seres humanos de Estado que reproduzcan espontáneamente sus categorías de pensamiento” (Molinero, 2018, p. 285). Como señala Bhabha (2010), la identidad nacional se vincula al mandato nacional a constituir “el pueblo como uno”, en el que impera la idea de que se pertenece y se es originario de una nación, y solamente de una, aquella en la que se nació. Se trata de un discurso que produce la relación naturalizada entre nacionalidad y pertenencia/identidad como aquello que es completo y permanente. Esta naturalización sostiene el supuesto que opera en la consideración del movimiento migratorio como un estado provisorio (Sayad, 1998) que implica, como hemos dicho Lara y Stang, salirse de “su lugar” cultural, social y subjetivo:

Así como un hueso se disloca, se sale anómalamente del lugar donde cumple su función en el cuerpo, la migración de personas es asumida por los Estados como una situación excepcional y, por tanto, temporal y provisoria. Lo anterior se sostiene en un implícito normativo que se asume con la fuerza de lo natural que al lugar de nacimiento siempre se debe volver, aun cuando sea a morir. Entonces, el retorno, como vuelta al origen, opera como un imperativo del que la noción de dislocación es tributaria, en la medida en que supone que hay un lugar, una nación, del que cada uno de nosotros “es” y al que, por tanto, pertenece “naturalmente”. (2021, p. 561)

De lo anterior resulta tributario también el término “desarraigo”, en una suerte de metáfora botánica de la pertenencia. Sin embargo, así como biología no es destino (de Beauvoir, 1968), tampoco lo es haber nacido en tal o cual Estado-nación, sino que son aspectos de esta naturalización los que se ponen en tensión en el trayecto migratorio, tanto para los/as migrantes como para la sociedad de llegada.

La dislocación social y subjetiva se expresa en la experiencia de “no coincidencia” entre las certezas identitarias fraguadas en la sociedad de salida y aquellas por las que son reconocidos, al ser objeto de atribuciones de identidad (alterizaciones), en la sociedad de destino. Siguiendo esta idea, las personas migrantes están cotidianamente expuestas a ser interpeladas (Althusser, 1974) por interpretaciones sobre ciertas marcas identitarias, que las ubican en determinadas posiciones según las jerarquías que organizan lo social, a partir de una imagen de un otro racializado, etnificado, generizado en la que no se reconocen del todo. Lo anterior abre un espacio de interrogación sobre el propio/ajeno “lugar cultural” (hábitos, valores, costumbres, gustos, etc.) que se traduce en el ejercicio de comparación constante entre “mi/nuestra” cultura y la de “ellos/otros”, en una interminable lista de diferencias y semejanzas que pueden ser entendidas como intentos de relocalización (Gómez, 2019, p. 8) desde la posición de exterioridad.

Ahora bien, en el plano de las diferencias entre identidades del yo y del otro, Bartkowski señala que las identidades son tanto equívocas como necesarias, ya que “las demandas que se ejercen sobre el sujeto en situación de extrañeza y dislocación producen una escena donde la lucha por la identidad se hace más evidente al verla tanto como necesaria, así como equivocada” (1995, p. 19). Aquí se entiende el carácter equívoco de las identidades en términos de la ilusión de homogeneidad que se les supone, por ejemplo, en cuanto a identidad nacional, de género y etno-racial. Sucede al igual con la ilusión de completitud y similitud de la persona respecto de sí misma, que implica propiamente la noción de identidad. A la vez, las identidades resultan necesarias tanto como representación de sí, con lo cual se entra al juego del intercambio y reconocimiento social, como para el sentimiento de pertenencia del yo a un “nosotros” desde el cual enunciarse.

Experiencia migratoria como trayecto en situación de descalce identitario

La identidad, de acuerdo con los planteamientos críticos de autores como Bhabha (2010), Hall (2003) y Laclau (1993), es considerada de naturaleza ideológica. Laclau (1993, p. 20) alude a la identidad como “aquellas formas discursivas a través de las cuales la sociedad trata de instituirse a sí misma sobre la base del cierre, de la fijación del sentido”, cuyo carácter ideológico estriba en que es un discurso de cierre. Por su parte, Hall (2003) la concibe como un “punto de sutura”, mientras que Bhabha (2010, p. 396) la entiende como “puntos de adhesión” y “maniobras ideológicas mediante las cuales se dota a las comunidades imaginadas de identidades esencialistas”. En este sentido, la noción de identidad nacional se caracteriza por operar como un mecanismo de sutura, cierre y fijación de sentido.

A la vez, desde el psicoanálisis y los estudios culturales, se ha planteado que la identidad mantiene una relación de inadecuación respecto al sujeto los cuales, como lo formula Hall, “siempre se construyen a través de una ‘falta’, una división, desde el lugar del Otro, y por eso nunca puede ser adecuada —idéntica— a los procesos subjetivos investidos en ellas” (2003, p. 21). Esta inadecuación implica que ante la pregunta identitaria “¿quién soy?”, el sujeto no queda del todo representado en ninguna de las respuestas enunciables, sino que se ubica en un intervalo de indecidibilidad respecto de sí, en maniobras y rodeos de las que echa mano para vérselas con aquel imposible de la identidad completamente idéntica a sí misma. Lo anterior nos lleva a entender la noción de descalce identitario en dos sentidos: por una parte, en el juego de relaciones de identidad y diferencias respecto al otro en la vida cotidiana, que opera por comparación y dicotomías entre lo “nuevo/viejo, propio/ajeno”, identidades sociales que están organizadas en jerarquías de valoración; y por otra, en la inadecuación del sujeto con la identidad imaginaria (función del yo) es decir, aquella escisión constitutiva que nos hace, como ha formulado Kristeva (1991, p. 366), “extraños para nosotros mismos”. Y es que el encuentro con la alteridad no se trata solamente de las diferencias entre identidades (del yo y del otro), sino que, a la vez, es un proceso reflexivo sobre el espacio de diferimiento (Derrida) respecto de sí (de la representación de sí mismo):

Sabido es que el verbo «diferir» (verbo latino differre) tiene dos sentidos que parecen muy distintos … la acción de dejar para más tarde, de tomar en cuenta el tiempo y las fuerzas en una operación que implica un cálculo económico, un rodeo, una demora, un retraso, … conceptos todos que yo resumiría aquí, en una palabra: temporización … El otro sentido, el más común y el más identificable: no ser idéntico, ser otro, discernible, etc. Tratándose de diferen(te)/(cias), … un intervalo, distancia, espaciamiento. (1989, p. 43-44).

Resulta relevante que las nociones de “diferencia” y “diferimiento” funcionan al mismo tiempo como diferencia (espaciamiento) respecto al otro, y como diferimiento (retraso en el tiempo) respecto de sí, en un trayecto de encuentro y desencuentro a la vez. Se trata de una brecha consigo mismo en la que el sujeto se encuentra siempre en desplazamiento, difiriendo respecto al yo que llega tarde y que no alcanza a expresar al sujeto completamente.

En este marco, propongo que la experiencia migratoria en algunas interpelaciones en las que el sujeto queda implicado, extrañado respecto de sí (Kristeva, 1991), hace tambalear certezas identitarias, lo que se puede entender como un momento de desidentificación (Rancière, 1995) parcial. Esta situación conduce a un movimiento de reflexión en el que el sujeto se toma a sí mismo y a sus marcos normativos como objeto de análisis, dando pie a procesos de subjetivación.

Deleuze (2015, p. 20) ha conceptualizado este movimiento reflexivo como “pliegues del afuera” o de subjetivación y, siguiendo a Foucault (2009), señala que refiere a “formas de la subjetivación moral y de las prácticas de sí que están destinadas a asegurarlas”. En este sentido, los pliegues enuncian una relación con la idea de una vuelta sobre sí mismo que se inicia o viene del otro. En la “experiencia migratoria”, estos pliegues de subjetivación refieren al movimiento por el cual el sujeto se toma a sí mismo como objeto de reflexión para reposicionarse en el nuevo contexto. Los pliegues forman un espacio interior que no se cierra sobre sí mismo, ya que “incorporan sin totalizar, internalizan sin unificar, reúnen discontinuamente” (Rose, 2003, p. 238), reconfigurando un lugar de enunciación en esta situación de desplazamiento y descalce identitario.

Los movimientos de subjetivación de lo ajeno son entendidos en una dimensión de proceso, es decir, en un trayecto, una secuencia en el tiempo de espacios recorridos (de Certeau, 1996). Un trayecto que no está definido de antemano, sino que se va reelaborando en función de evaluaciones retrospectivas y proyecciones a futuro, es decir, desde una perspectiva adquirida en el recorrido. Esta dimensión de proceso (temporal) de la experiencia migratoria fue elaborada por Sayad en términos de la provisoriedad de la condición migratoria, y que considera como paradoja en tanto se trata de una “provisoriedad que dura” (2010, p. 116), “un estado provisorio que se define de derecho y una situación duradera en los hechos” (1998, p. 45). En este sentido, el trayecto está tensado entre el paso a la emigración y la proyección del momento del retorno, en un recorrido en el que origen y destino dejan de ser considerados lugares fijos (Chambers, 1995).

Conclusión

Este texto busca aportar una reflexión que contribuya a la elaboración conceptual del término experiencia migratoria. Siguiendo la discusión de la teoría feminista sobre la noción de experiencia (Scott, 2001; Brah, 2011; De Lauretis, 1992), se plantea que no es posible reducir la “experiencia migratoria” a un conjunto de eventos ni algo que se posee, sino que esta atraviesa y constituye al sujeto de la migración. Desde el campo de los estudios migratorios, y retomando a Sayad (1998), se considera que la experiencia migratoria se marca con la entrada en el campo del Otro (nacional). A partir de ello, son propuestas tres coordenadas en las que situar la experiencia migratoria, descritas a continuación.

La primera se organiza en torno a la inserción del sujeto al campo social y cultural de la alteridad, en códigos nacionales. Se trata del cruce de fronteras simbólicas y materiales como hito inaugural, en el que se abre la dimensión de extranjeridad o de exterioridad en la vida cotidiana. Esta extranjeridad no es neutra, sino que está organizada por vectores de poder que conforman una matriz de desigualdades sociales y jerarquías de valoración, en la que el sujeto es ubicado en la sociedad de llegada. En este contexto, las personas son alterizadas, es decir, capturadas por discursos, imágenes y prácticas que circulan en la sociedad de llegada acerca de quiénes son y dónde son ubicadas. Dichas narrativas tienden a sobredimensionar las marcas de identidad nacional(ista), en articulación a categorías de desigualdad como la etnoracial, de género y de clase.

Una segunda coordenada, vinculada a la anterior, es la situación de descalce identitario, cuyo pivote situamos en ser objetos de interpelación de donde emergen sentimientos de extrañamiento respecto de sí y tambaleo de algunas certezas identitarias previas. Este proceso echa a andar dinámicas de (des)identificación en un esfuerzo de relocalización social y subjetiva, esto es, “hacerse de su lugar” en la situación de descalce identitario.

Por último, se propone una tercera coordenada, un tanto menos desarrollada en esta reflexión conceptual, la cual se concibe como una dimensión de proceso en un trayecto de reelaboraciones de la situación de descalce identitario y reposicionamiento subjetivo. En otras palabras, se pretende introducir que la experiencia migratoria no es un evento o la suma de ellos, sino un recorrido de sucesivos movimientos de elaboración, en modos diferenciales, de la situación de descalce identitario y de reposicionamiento subjetivo dentro de la matriz de desigualdades sociales y jerarquías de valoración.

El planteamiento de esta propuesta conceptual tiene potencial analítico en el ámbito de las investigaciones cualitativas sobre las implicaciones subjetivas de la experiencia migratoria. Así, se puede entender lo que la perspectiva de exterioridad implica al “tomar distancia” tanto del lugar de salida como del de llegada, y de este modo, por ejemplo, “relativizar” o cuestionar ciertas naturalizaciones y valoraciones sociales y culturales de concepciones de género, de pertenencia nacional e idiosincrasia, de “lo racial” y de sus interrelaciones. Además, abona a entender los procesos identitarios como cambiantes, situados, provisorios y, al mismo tiempo, así como a los anclajes identitarios migrantes compuestos por “ensamblajes” de identificaciones parciales a ciertos rasgos o aspectos de los referentes socioculturales tanto del “aquí”, como del “allá” y del “entre” ambos.

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Financiación y conflicto de intereses:

El autor de este texto declara a EntreDiversidades no tener conflictos de intereses al escribir y ceder para publicación el presente texto.

Este artículo forma parte de la investigación Fondecyt  nº11220463

Nota del editor

Este artículo fue arbitrado por dos especialistas anónimos mediante el Sistema Doble Ciego (Peer-Review).

Como citar este texto.

Lara Edwards, Antonia. (2025). Coordenadas de la experiencia migratoria: una aproximación conceptual. EntreDiversidades. Revista de Ciencias Sociales y Humanidades, 22, e2025E01. https://doi.org/10.31644/ED.IEI.V22.2025.E01