Cuerpo, memoria y emociones: el dominio masculino en los mazahuas de San Felipe del Progreso, México
Body, memory and emotions: Male Dominance among the Mazahuas of San Felipe del Progreso, Mexico
DOI: https://doi.org/10.31644/ED.IEI.V22.2025.A01
David Gómez Sánchez https://orcid.org/0000-0002-3067-2276
Universidad de adscripción: Universidad Intercultural del Estado de México. Correo electrónico: gozo44_v@hotmail.com
Sonia Liliana Bruno Rosas https://orcid.org/0009-0002-3279-9155
Universidad de adscripción: Universidad Intercultural del Estado de México. Correo electrónico: liloross0607@gmail.com
RESUMEN
En el contexto actual, las sociedades indígenas de México enfrentan una constante interacción con las dinámicas de un mundo globalizado. Sin embargo, muchas de estas comunidades preservan características endógenas que perpetúan sus normas y comportamientos tradicionales. Este estudio se enfoca en la cultura mazahua, específicamente en el municipio de San Felipe del Progreso, Estado de México, para analizar cómo el dominio masculino continúa configurándose como una forma de vida aceptada y naturalizada. Desde una perspectiva etnográfica, exploramos no solo las experiencias de hombres y mujeres en relación con los roles de género, sino también las vivencias de personas con orientaciones sexuales diversas. Asimismo, contextualizamos prácticas disciplinarias, como el uso de “la calilla”, y sus implicaciones en la educación y socialización mazahua. Los resultados evidencian que el dominio masculino se inscribe como memoria en el cuerpo y las emociones, moldeando el modo de vida y la concepción de la propia identidad desde edades tempranas. Esto refuerza jerarquías sociales y roles de género, perpetuando un sistema de poder que afecta profundamente las relaciones familiares y comunitarias.
Palabras clave
mazahuas, dominio masculino, embodiment, percepción del cuerpo, roles de género
ABSTRACT
In the current context, Mexico’s indigenous societies face a constant interaction with the dynamics of a globalized world. However, many of these communities preserve endogenous characteristics that perpetuate their norms and traditional behaviors. This study focuses on the Mazahua culture, specifically in the municipality of San Felipe del Progreso, Estado de México, to analyze how male dominance continues to be configured as an accepted and naturalized way of life. From an ethnographic perspective, we explore not only men’s and women’s experiences of gender roles, but also the experiences of people of different sexual orientations. We also contextualize disciplinary practices, such as the use of “la calilla”, and their implications for Mazahua education and socialization. Findings show that male dominance is inscribed as a memory in the body and emotions, shaping lifestyles and identities from an early age. This reinforces social hierarchies and gender roles, perpetuating a system of power that profoundly affects family and community relations.
Keywords
mazahuas, male dominance, embodiment, body perception, gender roles
Introducción
En el pueblo mazahua de San Felipe del Progreso, Estado de México,1 se pueden identificar dinámicas de género que, en una generalidad de casos, giran en torno a lo masculino. Según Oehmichen (2015), distintas prácticas del ámbito doméstico mazahua reflejan patrones que otorgan una mayor autoridad al hombre y suprimen o menoscaban la de la mujer. En este sentido, se puede observar un dominio masculino que rechaza las emociones de los miembros del núcleo familiar al que se pertenece. Cuando hablamos de emociones, hacemos referencia a un “proceso componencial” que asegura “la supervivencia … y el mantenimiento de la especie, las relaciones sociales y la comunicación” (Blanco, 2019, p. 2).
Las emociones están directamente vinculadas con los pensamientos y sentimientos, los cuales se manifiestan en el cuerpo, visto este tanto como un recipiente (Gómez, 2019) como una construcción social (LeBreton, 2002). En este sentido, el cuerpo no solo alberga las representaciones del mundo, sino que también actúa como el principal receptáculo de estas representaciones. Así, el cuerpo refleja y encarna la posición que ocupamos en el simbolismo general de la sociedad, siendo, en última instancia, “el efecto de una construcción social y cultural” (LeBreton, 2002, p. 13). En esta investigación, la representación social fundamental gira en torno al dominio masculino ejercido en la comunidad mazahua, dado que este “penetra el interior invisible del cuerpo para depositar allí imágenes precisas” (LeBreton, 2002, p. 14).
Al conocer lo anterior, surge una incógnita: ¿cómo se instaura el dominio masculino mazahua en las emociones y el cuerpo de los miembros de la comunidad? Para dar respuesta a lo anterior, se plantea la hipótesis de que el dominio masculino mazahua, recibido tanto dentro de los núcleos familiares como fuera de ellos, es decir, en la comunidad, se instaura en el cuerpo a través de los padecimientos que este sufre, ya sean verbales o físicos. Esto influye tanto emocionalmente como en la propia percepción de estos padecimientos. Así, se resalta cómo las emociones se vinculan de manera directa al cuerpo, concibiendo a cada miembro como único, interpretándose desde la individualidad de vínculos y experiencias propias. Esto nos lleva al concepto de embodiment, retomado y explicado posteriormente.
Los estudios relacionados con la cultura mazahua son vastos y abordan desde las tradiciones y costumbres hasta los roles de género (Oehmichen, 2015). En estos podemos encontrar un patrón de supremacía de la autoridad en torno al género masculino, y una sumisión respecto a lo femenino. Son pocas, sin embargo, las investigaciones que refieren al pueblo mazahua desde una perspectiva emocional, es decir, desde el impacto que las emociones pueden tener con relación al dominio masculino y cómo estas son omitidas en los entornos domésticos de las familias mazahuas. Por tanto, esta investigación se propone examinar cómo estas dinámicas alteran la percepción que cada miembro tiene sobre sí mismo, específicamente dentro de algunas familias que habitan en San Felipe del Progreso, Estado de México.
Dentro de la cultura mazahua, tal como refiere Sandoval en su artículo “Relaciones de Género y Dominación en los Indígenas Mazahuas” (2002), la mujer es vista como alguien a quien dominar, mientras que el hombre es presentado como la figura dominante, quien provee soporte económico al hogar y, sobre todo, quien rige la fecundidad dentro del hogar mazahua. En este sentido, resulta imperativo resaltar cómo las emociones de ambos, hombre y mujer, son omitidas. Las decisiones que se toman dentro del hogar son efectuadas de manera directa por el hombre, invalidando, hasta cierto punto, la voz de la mujer.
Podemos encontrar una similitud en el trabajo de González (2023), quien aborda al cuerpo y a las enfermedades desde la lengua mazahua en su tesis “Cuerpo humano y padecimientos: la lengua mazahua en el contexto de la pandemia de Covid-19”. En esta investigación, el autor aborda el papel de la mujer y del hombre dentro del contexto mazahua desde una perspectiva social y cultural, en donde hace mención de un “Jefe Supremo Mazahua” (González, 2023, p. 23), figura de autoridad que toma las decisiones dentro de la comunidad. Sobra decir que este es un hombre.
Pedraza y Gómez analizan tres casos en su artículo “Radiografía del poder: el caso de los mazahuas del noroeste del Estado de México” (2018), donde refieren la dinámica que gira en torno al poder, específicamente, el poder político. Sin embargo, dentro de este artículo se puede también apreciar cómo la dominación masculina permea el modo de vida de la población mazahua. De esta forma, al analizar sus fenómenos sociales, se puede encontrar cómo la violencia ha sido un factor determinante que rige el modo en el que las jerarquías se conforman dentro de la comunidad.
Pese a que esta investigación se centra de manera directa en familias tradicionales mazahuas, es importante mencionar que Bourdieu refiere a la dominación masculina como algo que tiende a estar oculto en las interacciones humanas, y que se perpetúa en todas las relaciones e instituciones sociales (Bourdieu en Maldonado, 2003). En este punto, se podría decir que, tanto dentro de los núcleos mazahuas como en general, la dominación masculina resulta inherente a la sociedad y es normalizada a través de la violencia simbólica y cultural (Galtung, 1969).
Gracias a estas investigaciones se ha podido inferir que el dominio masculino permea de manera directa en los miembros del pueblo mazahua, influenciando las acciones de hombres y mujeres, dado que dichas prácticas quedan grabadas en el cuerpo a través de las emociones, nutriéndose del contexto cotidiano. Así, estos estudios brindan información crucial para comprender a la sociedad mazahua desde diversas perspectivas, identificando costumbres y tradiciones, revelando comportamientos desde diferentes ángulos, ya sea en el entorno social en el que se desenvuelven o en el ámbito familiar, rescatando patrones de comportamiento que se perpetúan a lo largo de generaciones y mostrando cómo el dominio masculino pasa a ser parte de su educación.
Sin embargo, aún falta una conexión que tome en consideración al cuerpo y a las emociones en su vinculación directa con el dominio masculino, lo cual da a esta investigación una perspectiva novedosa, especialmente para el pueblo mazahua, al abordar el impacto de este dominio masculino y cómo se ejerce sobre los miembros de la comunidad, así como las consecuencias del mismo en el cuerpo y las emociones de sus integrantes.
Metodología
Para llevar a cabo este trabajo, se utilizó un enfoque de muestreo intencionado, referido según Uribe (2020, p. 121) como una selección de casos basada en su relevancia para el estudio, con el propósito de obtener información de significado. Siguiendo la línea etnográfica de Guber (2011), es fundamental comprender cómo los mazahuas perciben el dominio masculino, comenzando por la gestación de las emociones hasta la comprensión de roles en la sociedad desde la infancia. En otras palabras, estamos inmersos en un proceso de construcción, en sintonía con lo que Latour (2008) describe como formar parte de una sociedad y convertirnos en actores que responden a diversas situaciones emocionales y relaciones sociales, dentro de una diversidad de factores culturales.
Nuestro estudio está centrado en la región mazahua, específicamente en el municipio de San Felipe del Progreso. Examinamos la investigación realizada por Anacleto (2017) sobre el castigo y el fenómeno de la “calilla”, partiendo del hecho de que, desde la niñez, los mazahuas están vinculados al castigo como una forma de reproducir los patrones culturales de su grupo. Además, analizamos casos que abordaron cuestiones de género, emociones y relaciones sociales, incluida la homosexualidad. Estos casos nos ayudaron a comprender cómo los mazahuas perciben el cuerpo, el género y las emociones relacionadas con el dominio de género.
En este trabajo, retomaremos dos casos del trabajo de Anacleto (2017), además de presentar, provenientes del trabajo de campo, dos casos que involucran a mujeres, dos casos que involucran a hombres y dos casos relacionados con la homosexualidad. Es importante destacar que, si bien nuestro estudio incluyó una muestra más amplia, por razones de claridad y practicidad en esta etapa de resultados decidimos centrarnos en estos casos que consideramos emblemáticos, para su presentación y descripción.
Emociones mazahuas vinculadas al cuerpo ante el domino masculino
En este apartado, se examinará cómo cierta población mazahua de San Felipe del Progreso concibe tanto el cuerpo como las emociones dentro de su contexto cultural. En este sentido, la teoría de Latour (2008) sobre la agencia actante será fundamental para comprender cómo las personas, a pesar de asumir roles de género específicos, están influenciadas por su entorno y relaciones. Por tanto, se trabajará con la noción de que somos actores en la construcción de género, pero también estamos influenciados por diversas fuerzas sociales, familiares y contextuales que nos llevan a actuar de ciertas maneras. Finalmente, se analizará el dominio masculino dentro de la cultura mazahua, donde, como lo describe Sandoval (2002), el hombre ocupa la posición de máxima autoridad en el ámbito familiar y social, influyendo en todos los conceptos previamente mencionados.
Dentro del análisis de las concepciones culturales y las dinámicas sociales que rodean al cuerpo, las emociones y las relaciones de género, emerge un concepto fundamental: el embodiment. Este “se puede entender como un fenómeno emergente que resulta de la interacción de los agentes vivos con sus medios ambientes” (Wright, 2018, p. 82). El embodiment concibe al cuerpo humano como el epicentro de la experiencia emocional, influyendo directamente en cómo percibimos y respondemos al mundo que nos rodea (Yáñez y Perdomo, 2011). Todo esto sucede a través de la cognición, la cual “se refiere a la creación de significados por un agente corporal, a partir de sus interacciones con el medio ambiente”, es decir, “el mundo tiene sentido a través de nuestras experiencias corporales” (Wright, 2018, p. 84).
Por tanto, al explorar sus creencias y prácticas, nuestro estudio se sumerge en la dinámica del embodiment dentro de esta comunidad, considerando el contexto social y cultural que moldea las percepciones. Con ello, este principio se convierte en algo esencial para comprender la manera en que los mazahuas conciben el cuerpo y las emociones en su entorno. A lo largo de este análisis, se aprecia cómo los mazahuas, aunque individualmente puedan asumir roles de género, están inmersos en un tejido social complejo que influye en sus acciones. Esto de acuerdo con la teoría de Latour (2008), que sostiene que somos actores, pero también somos moldeados por otros actores y contextos, en este caso, en lo que respecta a las complejidades de las relaciones de género dentro de la cultura mazahua. En última instancia, se aborda el tema del dominio masculino que impera en la sociedad mazahua, arraigado en las jerarquías familiares donde el hombre ostenta la máxima autoridad, ejerciendo una influencia que trasciende todas las áreas previamente mencionadas.
Para ello, resulta pertinente abordar a Fagetti, quien refiere al cuerpo como una materia prima de lo simbólico, o bien, como “una construcción sociocultural” (1998, p. 218) en una interpretación constante. En este sentido, podemos decir que, dentro de esta investigación, lo que se concibe con relación al cuerpo yace en los propios conocimientos de los miembros mazahuas. Tal como menciona Fagetti: “el saber en torno al cuerpo se trasmite oralmente, es parte del intercambio cotidiano y sucede desde el momento … que los padecimientos del cuerpo constituyen el tema privilegiado de las conversaciones” (1998, p. 83).
La concepción del cuerpo varía según cada comunidad. En el caso de los mazahuas de San Felipe del Progreso, el cuerpo es entendido como un medio para interactuar con el mundo y como portador de una identidad. En él tienen lugar tanto los padecimientos (Fagetti, 1998) como las representaciones sociales del exterior (LeBreton, 2002). Por ello, resulta esencial explorar no solo las afecciones que pueden impactar el cuerpo, sino también las imágenes y simbolismos que se graban en él.
Estas representaciones corporales pueden interpretarse en el marco de las emociones, las memorias y los patrones de comportamiento, entre otros factores que moldean la experiencia humana. En este contexto, el concepto de embodiment adquiere relevancia, al referirse a la idea de que el cuerpo humano desempeña un papel central en los procesos cognitivos y emocionales, albergando en sí mismo una intrincada red de significados y simbolismos (Peral, 2017).
De esta forma, a través del embodiment entendemos la transformación radical de nuestra percepción del cuerpo, que deja de ser un simple recipiente pasivo de sensaciones externas para convertirse en un sistema cognitivo en sí mismo, capaz de influir en nuestras emociones, creencias y acciones (Yáñez y Perdomo, 2011). Esta perspectiva es fundamental para comprender cómo las construcciones culturales se manifiestan en el cuerpo de manera tangible, afectando tanto la experiencia de género como las dinámicas de poder en la sociedad.
Además, se conecta de este modo con el concepto de la mente extendida (Peral, 2017), que plantea que la cognición no se limita a un núcleo centralizado, sino que se extiende más allá del propio cuerpo. Esto implica que las herramientas y objetos que empleamos en nuestra vida cotidiana, tales como llaves, computadoras, teléfonos móviles, sillas y automóviles, trascienden sus roles físicos para convertirse en extensiones de nuestra mente, apropiadas por el cuerpo para participar en procesos cognitivos y en la resolución de problemas.
En este marco, el embodiment no solo se vincula con las emociones y las imágenes inscritas en el cuerpo, sino que también proporciona una lente a través de la cual podemos analizar cómo la dominación masculina tiene lugar en las experiencias y las identidades de género de los miembros de la comunidad mazahua. Al explorar cómo el cuerpo encarna estas construcciones culturales, se observa cómo la dominación masculina mazahua impacta la vida cotidiana, particularmente en el ámbito de las emociones. Estas, como señala Geertz (1973), constituyen formas de acción simbólica cuya función debe ser considerada como primaria en comparación con otros aspectos culturales.
Autores como Solomon (1977) abordan las emociones como juicios subjetivos que reflejan nuestra forma de ver el mundo y cómo nos percibimos en él, trascendiendo incluso la corporalidad. Asimismo, distinguen las emociones de los sentimientos, ya que las primeras tienen lugar en el cuerpo, tal como lo dicta la teoría del embodiment (Wright, 2018). En este sentido, resulta crucial analizar el papel del cuerpo y de las emociones en el marco del dominio masculino en la comunidad mazahua, así como su relación con las dinámicas de género y las estructuras de poder.
Para entender las dinámicas de género, es esencial adentrarse en la propia noción de género. De acuerdo con la definición de Lamas (1986), el género abarca todas las formas en las que uno se inserta en su cultura. En términos más concretos, engloba "el conjunto de prácticas, creencias, representaciones y directrices sociales que surgen entre los miembros de una comunidad en relación con una representación simbólica de la diferencia anatómica entre hombres y mujeres" (Lamas, 2000, p. 3). En el contexto mazahua, la masculinidad conlleva un componente de poder, como refiere Sandoval:
El rol masculino ha sido creado en el devenir histórico como una figura todo poderosa que permea los valores culturales. En este sentido, hace parte de un sistema patriarcal más amplio y global, aunque la forma específica de presentarse tenga variaciones entre la sociedad mayor y los pueblos indios, pues a pesar de su variabilidad su objetivo es la permanencia del poder masculino. (2002, p. 4)
Por otro lado, dentro de la misma cultura, la identidad de género femenina se sitúa en una posición más comprometida en esta estructura de poder. Esto se debe a que todas las actividades llevadas a cabo por los hombres, ya sea en los rituales o en el trabajo, dependen del apoyo de las mujeres. En este contexto, los hombres dominan los ámbitos públicos, mientras que las mujeres se encargan de los espacios domésticos y privados. Esta dinámica, tal como la describe Sandoval (2002, p. 5) dentro de la cultura mazahua, otorga a los hombres un estatus jerárquico de poseedores, mientras que a las mujeres se les considera posesiones, sujetas al poder y la autoridad masculina.
Sin embargo, estas relaciones de género no se basan únicamente en la identidad de género individual, sino que también están influenciadas por el entorno y las estructuras sociales. Latour (2008) postula que los seres humanos son actores cuyas acciones son dirigidas e influenciadas por una serie de factores externos, como el contexto cultural y social en el que se desenvuelven. Las jerarquías sociales desempeñan un papel crucial en la distribución de poder en las relaciones de género. Siguiendo la teoría de Fox (1967) sobre las jerarquías, podemos entender que estas estructuras jerárquicas pueden influir significativamente en cómo se negocian y se manifiestan las relaciones de género en la cultura mazahua. Estas jerarquías proporcionan un marco en el que se definen y mantienen los roles de género, lo que, a su vez, tiene un impacto en cómo se percibe y ejerce el poder masculino dentro de la comunidad mazahua.
Resulta imperativo analizar los casos en los cuales la dominación masculina mazahua ha ejercido su influencia tanto a nivel físico como emocional sobre los cuerpos de los miembros de la comunidad. Este análisis nos permite comprender que el cuerpo posee la capacidad de canalizar y reflejar las emociones de las personas. Sin embargo, bajo el peso de la dominación masculina en la cultura mazahua, estas emociones pueden verse notablemente afectadas y minimizadas, acuñando la creencia de que los hombres son las figuras dominantes y que las mujeres deben someterse y obedecer.
Estas constricciones culturales y sociales no solo moldean la percepción del cuerpo y las emociones, sino que también impactan en las relaciones de poder y la forma en que se experimenta la vida en esta comunidad. En el siguiente apartado, se examinan detenidamente los casos que ilustran cómo esta dominación masculina se manifiesta tanto a nivel emocional como físico, mostrando la compleja vinculación entre cuerpo y emociones en este marco cultural mazahua.
Emociones mazahuas ante el dominio masculino
Hasta ahora, se ha realizado un análisis de los conceptos de cuerpo, emociones y embodiment. Asimismo, hemos explorado el impacto de la dominación masculina en la omisión de expresiones emocionales y la manifestación de padecimientos. En este apartado, profundizaremos en el estudio de casos específicos, mismos que nos proporcionarán una visión más nítida de cómo la dominación masculina incide de manera directa en la reducción de la expresión emocional y en la percepción de valor que se otorga a los individuos en la comunidad mazahua de San Felipe del Progreso.
Abordaremos dos casos de hombres, dos de mujeres y dos referentes a la homosexualidad, con el propósito de obtener un panorama más amplio de las múltiples facetas de la dominación masculina en esta cultura. Además, incluiremos dos casos referentes a la niñez, los cuales han sido extraídos de la investigación realizada por Anacleto en 2017, y que nos permitirán arrojar luz sobre cómo desde una edad temprana se establecen patrones de género y roles emocionales bajo la influencia del dominio masculino. Así, este análisis contribuirá a nuestra comprensión de la manera en que las emociones y las percepciones individuales se ven afectadas por las dinámicas de poder que tienen lugar en la comunidad mazahua.
La mujer obediente
Se aborda la idea de la supremacía del género masculino sobre el femenino, y cómo esto influye en el pensamiento de las mujeres, afectando tanto la percepción de sus cuerpos físicos como sus aspectos emocionales, es decir, del embodiment, así como su visión del mundo y de sí mismas. Esto conduce a que se perciban como objetos en lugar de individuos, debido a la experimentación constante del dominio y la violencia.
Como primer caso, tenemos la historia de Doña Jacinta, a quien su padre casó cuando ella tenía apenas catorce años. Cuando se le preguntó a Jacinta por qué fue a esa edad precisamente, respondió que a esa edad le llegó su primera menstruación, por lo que a partir de ese momento ya podía ser considerada una mujer, según su padre. Sin embargo, lo que agrava la situación es que, para ese entonces, su esposo ya le doblaba la edad (Entrevista a Jacinta, San Felipe del Progreso, 2023).
Dentro de esta dinámica marital, donde existen 14 años de diferencia, se pueden encontrar escenarios donde la violencia persiste y es demostrada tanto física como verbalmente, como comenta Doña Jacinta:
No, no puedo quejarme de estar con él. Ha sido bueno conmigo, me dio un techo y de comer todos estos años y cuando ya encontré un trabajito fijo haciendo el aseo en la presidencia, no se alegró mucho pero no me lo quitó, me dejó seguir trabajando y mírame ahora, ya tengo mis añitos, unos más y me podré jubilar. Pero igual, con mi viejo no es muy fácil estos días, ha ido de trabajo en trabajo y apenas en el último se encontró con una muchachita que no le quiso hacer caso, es que pobre, ya no es como antes… apenas se enojó conmigo porque como la muchachita no le hace caso y yo no tenía la comida lista, pues me tocó aguantar, por eso traigo como traigo el ojo. Es que ya no es como antes. (Entrevista a Jacinta, San Felipe del Progreso, 2023)
En este relato podemos conocer un poco más acerca de la vida de Jacinta y su esposo. Dentro de esta, la violencia, como ya se ha mencionado, ha marcado la pauta dentro del hogar, dejando que sea solo él quien tome las decisiones, como el hecho de permitir que Jacinta pudiera seguir trabajando o no. Bajo la lógica mazahua, se tiene establecido que es el hombre quien provee el sustento al hogar, mientras que la mujer solo se encarga de la educación de los infantes, de ser el caso, y de mantener el hogar (Sandoval, 2002). No es del todo común que la mujer consiga un trabajo fijo, o en todo caso, estable, y que el hombre no lo tenga. Pese a romper esta dinámica dentro de su matrimonio, la vida de Jacinta se ha visto sometida a distintos dominios masculinos. Entre ellos, podemos encontrar el hecho de que su esposo “anda detrás de una muchachita”, tal como Jacinta refiere, y, pese a saber esto, ella no lo ve como algo inusual en su relación, dado que, al preguntar sobre esto, los comentarios de Jacinta son los siguientes:
Híjoles no, mejor para mí a veces, a veces mi esposo llega con ganas de, y yo no tengo ganas, pero aun así tengo que acceder, porque es él quien decide, pero cuando yo le decía él no me hacía caso si no quería; pero es así, pregúntale a tu mamá niña y verás como si es así esto. Ya cuando Rubio se ponía por allá con sus muchachitas yo podía descansar y ni preocuparme de que quisiera esa noche o esa semana, porque luego igual se ponía bien brusco, y ahorita que no le andan haciendo caso se desquita conmigo, pero ¿qué me queda? Yo creo que cuando esa muchacha le haga caso, esta vez sí que me va a dejar y dime tú: ¿cómo se lo voy a explicar a mi pa? Una dejada a mi edad, mi mamacita seguro que se va a avergonzar de que la más joven de sus hijas no sepa mantener el marido como sus hermanas. (Entrevista a Jacinta, San Felipe del Progreso, 2023)
En este fragmento, podemos darnos cuenta de que el valor que ella misma se otorga como persona dentro de su comunidad radica en el mandato que el resto de la gente le asigna, al haber sido sometida al dominio masculino y a la violencia durante toda su vida. En este caso, podríamos referir su reacción ante las acciones de su esposo como una forma de condicionamiento, y lo que representa para ella la opinión de su madre ante esta situación, minimizando la importancia de los hechos, tanto de la infidelidad como de la pérdida del marido, lo cual recaería en ella y no en su esposo.
Es fundamental analizar cómo la violencia y la supremacía masculina, previamente discutidas, inciden en las actitudes y prácticas relacionadas con la crianza de las mujeres mazahuas. Para ilustrar esto, presentamos el caso de María, una mujer que ha crecido y vivido en un entorno donde la violencia de género es latente día a día. Esta dinámica influye en su propio enfoque de crianza, condicionando a sus hijas a adoptar una postura de sumisión frente a sus hermanos y su padre, mientras que, en contraste, permite y perpetúa actitudes machistas en sus hijos varones. En esta situación se evidencia una jerarquía de género dentro de la familia, que refleja las dinámicas descritas por Fox (1967) describió como fundamentales en su obra. Este caso ilustra cómo las experiencias previas de violencia pueden moldear las prácticas mediante las cuales las mujeres mazahuas perpetúan las pautas de género en sus familias.
Pues qué te puedo decir, con la tía Chagua, fue nuestra mamá de crianza y no podíamos comer hasta que mi papá de crianza háyase terminado de comer, porque a él no le gustaba que comiéramos con él, se enojaba mucho y hasta la comida le aventaba a mi mamá Chaguita. Ya cuando yo tenía por ahí de mis 15 añitos les pedí que me apoyaran para estudiar el estilismo; mi papasito me dijo que no le alcanzaba porque tenía que mandar a sus hijos, a mis hermanos a la escuela, y que como ya me iba a ir no le convenía invertir en mí [pensando en que se iba a casar], pero no le hice caso, me metí a hacer recaditos en las tiendas, en las noches trabajaba en una fábrica, y así me pagué mi curso en la escuela que estaba por la normal. Ya cuando mi papá de crianza se enteró me sacó, pero yo ya sabía cortar el pelo, y mi tía Chagua le dijo a una de las estilistas que estaban antes por el quiosco y ya me hice de mi trabajito; pero a mi tío no le gustaba, ya mejor me junté para no hacerlo enojar más. Gracias a Dios mi esposo sí quería que trabajara, entonces me regreso con las estilistas. Ya cuando llegaron nuestros primeros hijos, caí en lo que hacía mi tía Chagua, no dejaba que mis hijas comieran al mismo tiempo que su papá o sus hermanos, para que les mostraran respeto pues, y así crecimos, así crecieron ellas. (Entrevista a María, San Felipe del Progreso, 2022)
Dentro de esta historia, podemos dar cuenta de las complejas dinámicas de género y violencia que afectan la vida de las mujeres mazahuas. En este caso, María relata su experiencia de infancia y sus esfuerzos para perseguir una educación en estilismo. En su relato, se evidencian signos de la supremacía masculina arraigada en su familia de crianza. El impacto de esta violencia de género no se limita a la esfera doméstica, ya que María, a pesar de la oposición de su padre de crianza, se esforzó por adquirir habilidades en estilismo, lo que subraya su determinación y deseo de independencia.
Sin embargo, esta búsqueda de independencia fue obstaculizada por la negativa de su padre de crianza a invertir en su educación, lo que nos muestra cómo las mujeres mazahuas se enfrentan a menudo a barreras sistemáticas y desigualdades económicas que dificultan su empoderamiento.
Además, la historia de María permite apreciar la complejidad de las relaciones dentro de la comunidad mazahua, como es evidente en el relato de la tía Chagua, quien le imponía el respeto a los hombres de la familia negándole el derecho a comer con ellos. Este testimonio pone de manifiesto cómo, en ocasiones, las mujeres también perpetúan estas dinámicas de género. Cabe entonces resaltar que, aunque la supremacía de género suele afectar principalmente a las mujeres, impacta a su vez en las actitudes y comportamientos de los hombres. En un esfuerzo por mantener el estatus y poder dentro de la familia y la comunidad, ellos mismos contribuyen a perpetuar estas normas de desigualdad de género. Por lo tanto, resulta crucial analizar el rol de los hombres para comprender más a fondo la supremacía masculina que prevalece en la cultura mazahua.
El hombre aprende que debe dominar para no ser dominado
En San Felipe del Progreso, la crianza de los hombres ha estado tradicionalmente encargada a las madres (Sandoval, 2002). Sin embargo, esta investigación muestra que la influencia de la educación de los varones recae tanto en las figuras maternas como en las paternas, ya que ambos replican patrones de comportamiento basados en sus propias experiencias de crianza. Por lo tanto, es esencial examinar cómo la supremacía masculina no solo afecta a las mujeres, sino también a los hombres. Estos últimos enfrentan el mantener su estatus en las jerarquías sociales a las que están vinculados desde su nacimiento y durante su desarrollo. Es igual de fundamental analizar cómo esta supremacía influye en la autoimagen de los hombres dentro de la comunidad mazahua, quienes parecen percibirse con un derecho superior respecto al resto de los miembros.
En primer lugar, abordaremos el caso de Jerónimo, el hijo menor en una familia compuesta por cuatro hombres y una mujer, es decir, cinco hermanos. En esta entrevista, Jerónimo plantea que, al ser el más pequeño, tendía a ser el más consentido por todos en casa, salvo su padre, quien, al llegar en estado de ebriedad, lo reñía. Nos lo plantea de la siguiente manera:
Cuando mi papá llegaba a casa borracho o simplemente cansado, no necesariamente tomado, con ganas de pelear, solía dirigir su enojo hacia dos personas: mi mamá, bueno, es que Dios me perdone, gracias al Señor Doña Martita sigue con nosotros; y hacia mí, el más joven de todos. Llegaba gritando: “¿Dónde está el bebé?” Cuando nadie le respondía, porque mis hermanos se iban a su cuarto o se salían, los muy pillos, era porque le tenían miedo, no por respeto, sino por miedo. Mis hermanos todavía le temen, porque, aun cuando ha envejecido, mi padre sigue siendo un hombre bravo. Pero, como te decía, llegaba gritando y preguntando por mí, y si nadie respondía, se ponía aún más enojado. En esos momentos comenzaba a gritar si lo habían dejado hacer las cosas solo o si podía ir yo a buscar las cosas, aunque fuese el más joven de la familia.
Recuerdo mucho una vez cuando tenía unos seis años, me mandó a que le sirviera más frijoles de la cacerola, pues imagínate, un chamaco así de chaparro, ¿cómo iba a aguantarla? No pude servir bien por el peso y se me fue de lado parte de la comida, uy no, eso le bastó, empezó a gritar que era un inútil, que él a esa edad aguantaba más y eso no era nada comparado, que eso era porque mi mamá me consentía y todos me veían como un bebé pero que solo era un flojo. Pues ya pasaron los años y un día me fui a tomar en la prepa, llego a la casa y que me empieza de nuevo a gritar, yo ya bien encabronado que lo reto, me quiso pegar con el cinturón en la espalda y se lo quité y lo aventé a las macetas de la casa, se asustó, pero eso no lo detuvo, me empezó a pegar con un cable que estaba en el piso y solo me cubrí, ya cuando dejó de pegarme que se iba y que le digo bien encabronado: “¿es eso todo lo que tiene?”, debiste ver su cara se quedó blanco y desde ahí mi jefe me empezó a respetar, porque jijos no, si uno no se da su lugar, menos los padres lo van a querer dar, luego por qué andan diciendo que los hombres no lloramos y mejor así, porque si mi padre no me hubiera tratado así sería un maricón. (Entrevista a Jerónimo, San Felipe del Progreso, 2022).
En la historia de Jerónimo, se hace evidente un patrón constante de violencia y dominación ejercida por la figura masculina, en particular por su padre. Este aspecto es especialmente relevante, debido a que, a pesar de la existencia de violencia, Jerónimo interpreta estos eventos como un catalizador que influye en la forma en que canaliza sus emociones. El hecho de ser llamado “bebé” por su padre, debido a ser el menor de la familia, resalta la jerarquía de género presente en su entorno, dejando marcas no solo en su cuerpo, sino también la manera en la que se proyecta a sí mismo.
Esta violencia y opresión constante ejercen un profundo impacto en Jerónimo, al grado de buscar el modo de ser respetado por su padre, tal como lo comenta. Este análisis nos permite explorar cómo la supremacía masculina no solo oprime a las mujeres mazahuas, sino también a los hombres, quienes, al igual que las mujeres, se ven sometidos a esta jerarquía de género desde una edad temprana. Sin embargo, la posición masculina ofrece la posibilidad de defenderse y cambiar el rol, es decir, de dominado a dominante, tal como lo podemos observar en el caso de Jesús, que analizaremos a continuación:
Pues no hay mucho que contar, creo que no entiendo bien a lo que quieres llegar, pero soy el segundo de una familia de cinco, dos hermanas y yo y mis papás, sí, es cierto. Bueno, cuando era pequeño, ya lo ves, el único hombre de la familia, ¿no? Sin contar a mi papá, y luego, en mi familia había puras niñas, o sea, tías y primas. Era como el primer hombre, ¿no? Entonces, a mi abuelo eso le gustaba mucho porque ya había tenido puras niñas. Pero como a él luego casi no lo veía, ni a mi papá, me quedaba con mi mamá y mi abuela, y ellas me daban todo, hasta ponían a mis hermanas a que me pasaran las cosas o que lavaran mis trastes. Cuando era chiquito me hice muy berrinchudo, entonces, cuando tenía mis trece, mi papá ya no dejó que me cuidara más mi abuela o mi mamá y empezó a llevarme con él. ¿Te acuerdas de las cantinas que estaban detrás de la presidencia al lado del mercado? Esas fueron las primeras salidas que tuve bien con él. Así me enseñó a tomar desde los trece y a no decirle nada a mi mamá ni a mi abuela. No me hice borracho ni nada como ellos, pero me podías ver en las cantinas de vez en cuando con mi papá.
Igual me hacían burla con una frase de “lo que pida el niño”, porque me daban todo, al ser el único hombre. Cuando quise no hacer caso, no ir con mi papá, él me empezó a tratar mal. Ya no me daba dinero y me decía “pídele a tu madre o tu abuela que todo te dan”. Así, por las malas, entendí que si quería que mi papá me viera como su hijo tendría que ser como él. Tenía que mandar sobre mis hermanas y todos para que él me respetara. A veces hasta lo sentía como un modo de rechazo o de mala onda por parte de mi papá, pero no quería que se enojara más conmigo. Por eso, decidí dejar las cosas así. Aunque fíjate que ahora tomo más, ya no es solo de vez en cuando. (Entrevista a Jesús, San Felipe del Progreso, 2022)
Dentro del relato de Jesús, se identifica un elemento común en todos los casos estudiados, aunque aquí se hace particularmente evidente. Como él mismo describe: “a veces hasta lo sentía como un modo de rechazo o de mala onda por parte de mi papá” (Jesús, Trabajo de campo, San Felipe del Progreso, 2022). Este sentimiento puede ser interpretado como un castigo por no obedecer las normas y jerarquías familiares establecidas. Este patrón de castigo y control, común en los relatos de los informantes, puede datar de la infancia, tanto en el caso de Jesús como en los relatos de otros informantes.
Por lo tanto, resulta crucial explorar el impacto de estas dinámicas en los niños, como lo sugieren los estudios previos realizados por Anacleto (2017). Estos casos ofrecen una perspectiva más amplia sobre cómo las relaciones jerárquicas masculinas en el contexto mazahua afectan directamente en las emociones y el cuerpo, subrayando el poder colectivo que se ejerce sobre los miembros de la comunidad, hombres y mujeres. El castigo, entonces, se convierte en una herramienta importante para reforzar estas jerarquías de género y mantener el control sobre las emociones y el comportamiento de sus miembros.
Dominación masculina en la infancia mazahua: el castigo mazahua
El pueblo mazahua, con raíces en la región central de Mesoamérica (Ramírez, 2008), se caracteriza por una rica herencia cultural que combina tradiciones ancestrales y elementos adquiridos a lo largo de su historia. Se cree que los mazahuas descienden del venado, autodenominándose “gente del venado” (Trabajo de campo, 2024). Esta comunidad, asentada principalmente en el Estado de México, ha logrado preservar prácticas y creencias que rigen la vida cotidiana de sus miembros, a pesar de la influencia de la globalización.
Una de las prácticas más significativas en su contexto cultural es “la calilla”, un método tradicional de castigo que vincula al cuerpo con las dinámicas de poder. Aunque el origen exacto de esta práctica no está plenamente documentado, su continuidad es vista como una forma de corrección y control. La calilla emplea elementos naturales como plantas medicinales y otros compuestos específicos para causar dolor físico, lo que la convierte en un medio tangible de disciplina. Este acto, más allá de su función disciplinaria, desempeña un papel central en la transmisión de normas y jerarquías tanto dentro del hogar como en la comunidad.
En nuestra investigación, el cuerpo se conceptualiza como un depósito de memoria colectiva, y la calilla actúa como un recordatorio físico de las expectativas sociales y los límites impuestos por la comunidad. Esta práctica, diseñada para causar sufrimiento corporal, se aplica principalmente a los niños; sin embargo, nuestros informantes señalan que también puede ser usada en adultos (Trabajo de campo, 2024). De este modo, la calilla no solo refuerza las estructuras de poder y las normas de comportamiento, sino que también establece una relación entre las tradiciones y el control social en el pueblo mazahua.
Para contextualizar el castigo de la calilla, resulta imperativo mencionar que no existe una definición formal de esta práctica. Sin embargo, Anacleto (2017) la describe como un procedimiento que emplea como base algunas plantas medicinales y otros elementos, tales como epazote, tabaquillo de llano, cigarro Faros, vena de chile negro, hueso de mamey, tripa de pollo y chilillo. Estos ingredientes, una vez molidos en conjunto, son introducidos por el recto a modo de supositorio natural, a manera de un cigarro, provocando irritación, dolor y ardor en el ano de la persona (2017, p. 56). Aunque la calilla puede usarse como un método de medicina tradicional, generalmente se aplica como castigo, especialmente a infantes, buscando que obedezcan o mejoren su conducta. Para una comprensión más profunda de esto, hemos retomado los estudios de caso de Anacleto (2017) y los hemos integrado en nuestra investigación para ilustrar cómo esta práctica es percibida dentro de la comunidad mazahua:
También cuando uno tiene un chamaco que no entiende, y no te obedece. Así le hice a mi Pablo, cuando estaba ahí chingue y chingue a la difunta Chepa. Mi muchacho y otros la espiaron cuando se estaba bañando en el lago, y cuando me entero le dije que donde lo agarrara iba a ver, pero se me escaparon; así que ya solo me vine para acá y me puse a moler todo, hice el cigarro en mi boca, ya cuando llega que lo agarro, pensó que se me iba a olvidar, y órale canijo, que se lo meto en su colita, uy no, mentadas y gritos pegaba mi Pablo, pero bien merecido se lo tenía por hacer cosas que no. (Anacleto, 2017, p. 67)
El fragmento anterior describe a detalle la práctica cultural de la calilla dentro de esta comunidad. Este acto, en el que se muele “el cigarro” en la boca para ser introducido posteriormente en el recto de un niño como castigo por su comportamiento o desobediencia, ejemplifica una jerarquía de género profundamente arraigada en esta sociedad. La calilla sirve como una representación clara de cómo la dominación masculina impregna la vida cotidiana de los miembros de esta comunidad.
Esto además pone de manifiesto un patrón de autoridad en el que la calilla se utiliza como un medio de control y disciplina. Sin embargo, resulta importante destacar que este castigo se aplica tanto a hombres como a mujeres, pues dentro de la cultura mazahua el control social es percibido como un factor natural, tal como lo señala Sandoval (2002). Así también, hombres y mujeres recurren a la calilla para ejercer el control sobre los infantes, ya que su aplicación no está limitada a una figura de autoridad masculina. Para ilustrar esto, retomamos el relato de Juana, dentro del texto de Anacleto (2017):
Javier estaba chico, apenas se empezaba a subir arriba, cuando escuchó que le íbamos a hacer calilla se subió al capulín que estaba ahí, se subió y decía ahora alcánzame si puedes decía; con el Manuel de María hermano de Álvaro, vive ese muchacho, estaba aquí con su mamá, luego no entendían, vamos a hacerles calilla para que entiendan, ¡ah! pero arde, sientes que te mueres cuando vas al baño. Cuando no quería hacer las cosas, lo engañaban que le hacían calilla y, ya lo hacían, tenían miedo. (Anacleto, 2017, p. 68)
En este relato, la madre de Javier cuenta cómo el infante ya temía a la calilla al grado de esconderse en los árboles para evitar el castigo. Este miedo refleja cómo los mazahuas recurren a esta práctica para instaurar un modelo de acoplamiento social en los infantes. Es decir, los niños aprenden que infringir las reglas sociales y morales de la comunidad conlleva un castigo físico y corporal, vinculado al sufrimiento y cuyo impacto se graba en la memoria del cuerpo.
Estos castigos, dentro de nuestro contexto actual, podrían considerarse una violación a los derechos individuales y a la integridad física. Sin embargo, dentro de las prácticas mazahuas, entendidas como parte de un colectivo, el castigo es uno de los mecanismos que refuerzan la idea de pertenecer a una sociedad, y la de que infringir las reglas morales de esa sociedad se vincula a un castigo. Cuando hablamos de infringir las reglas morales no solo hacemos alusión a los actos de desobediencia o comportamientos inadecuados, sino también incluye la transgresión de normas mazahuas tradicionales, como es el caso de la homosexualidad, un tema que abordaremos a continuación.
La homosexualidad oculta
Dentro de la cultura mazahua, como ya se ha mencionado, el género masculino implica poder, mientras que el género femenino implica sumisión (Sandoval, 2002). En este contexto, hablar de homosexualidad se vuelve un tema complejo, influido por los tabúes y costumbres que rigen la sociedad mazahua. En este sentido, hemos trabajado con personas que se identifican como homosexuales y tienen un sentido de pertenencia en la cultura mazahua. Sin embargo, no manifiestan abiertamente su homosexualidad en su hogar; lo hacen fuera de él. En otras palabras, cumplen con las expectativas de su familia y de la jerarquía social a la que están sometidos, pero fuera del ámbito familiar viven de manera completamente diferente, ocultando siempre su orientación sexual en su entorno cercano. Esto se refleja claramente en el caso de Sara:
Bueno, pues lo único que puedo decirte es que no está fácil. Desde que mi mamá murió, mi papá se volvió más exigente conmigo y con mi hermana. Ya no podíamos salir con amigas ni amigos. Nos tenía estudiando todo el tiempo. Hasta que conocí a Andrea, supe que me gustaba, pero me gustaba aún más la atención que me daba. Entonces, en casa, yo me comportaba bien con él, respetaba sus reglas, no salía con nadie delante de él, ni mi hermana. Pero en el trabajo tenía una buena relación con Andy y empecé a tener más relaciones. Así podía estar con ella y con más mujeres a la vez, eso me hacía sentirme en control y me dejaba controlar la situación, en la casa estaba controlada, pero fuera de la casa yo era la que controlaba. Pero para mi papá, yo sigo soltera y respetando las reglas. Apenas estaba hablando con uno de sus compadres de que se puso estricto y no me dejó salir antes. Ahora me ve como dejada, pero si supiera... (Entrevista a Sara, San Felipe del Progreso, 2023)
En el relato de Sara, se observa cómo es oprimida y controlada por su padre, lo que la lleva a ocultar sus tendencias sexuales debido a las expectativas y demandas de su familia y comunidad. Fuera de ese contexto, sin embargo, Sara logra expresar su verdadero ser y establecer distintas relaciones en las que ella “lleva las riendas”. Esta búsqueda de control podría derivar de su falta de poder en el entorno familiar y representar su manera de recuperar cierto dominio sobre su vida, aunque deba hacerlo de manera anónima. Estos eventos, que ocurren en el contexto de la comunidad mazahua, ilustran cómo la opresión afecta las emociones y el bienestar de las personas.
Este patrón se refleja de igual manera en el caso de Amadeo, quien, como hijo mayor de la familia, asumió el papel de cuidador en el hogar. No obstante, a los ojos de su familia, Amadeo es considerado uno de los solteros más codiciados de San Felipe del Progreso, dada su posición social. A pesar de ello, Amadeo vive en constante ocultamiento, evitando que sus padres o su familia descubran su orientación sexual. Este ocultamiento se encuentra motivado por las restricciones impuestas por la propia cultura mazahua, que desaprueba la homosexualidad. El testimonio de Amadeo ofrece una perspectiva única sobre los desafíos que enfrentan las personas homosexuales en un entorno donde la aceptación y la autenticidad resultan difíciles de lograr debido al dominio masculino que prevalece en la comunidad.
Serlo es muy difícil, porque debo tener cuidado que los demás no lo sepan, oh, es que las personas sí lo saben, pero no mi familia, se esfuerzan por no verlo aun cuando es algo que todos pueden ver, pero por mí está bien; aun así, mis papás me dicen: “güerejo, no te preocupes, ya te vas a conseguir a una muchacha, para que no seamos una carga y tú puedas estar bien en el pueblo como el hombre que eres”. Hablan de muchachas, cuando nunca me han visto con una. Está bien difícil serlo, porque si quiero ser yo tengo que salir de casa y ya serlo, aquí no, aquí soy el hombre de la casa después de mi papá, pero no me siento hombre. (Entrevista a Amadeo, San Felipe del Progreso, 2023)
En este relato, se puede observar la profunda influencia de la dominación masculina en la cultura mazahua, que conlleva la negación de la homosexualidad. Además, para los padres de Amadeo, resulta imperativo que él encuentre una pareja del género femenino, ya que esto se considera esencial para mantener su estatus como hombre dentro de la sociedad mazahua. La homosexualidad es un tema tabú en esta cultura, y aquellos que no siguen las normas sociales impuestas podrían enfrentar castigos, como el caso de la calilla. Este contexto de represión y dominación ejerce una gran presión sobre las personas homosexuales, quienes, como Amadeo y Sara, se ven obligadas a ocultar parte de su identidad a sus familias. Este ocultamiento no solo afecta sus emociones, al reprimir sus sentimientos y deseos, sino que también tiene un impacto significativo en sus cuerpos, ya que deben adoptar una identidad falsa para cumplir con las expectativas de la sociedad mazahua.
Conclusiones
La narración de Amadeo, al igual que el resto de las narraciones analizadas, nos permite comprender cómo la cultura y las costumbres mazahuas pueden tener un impacto en sus miembros, esto mediante la necesidad de cumplir con los roles de género tradicionales y las expectativas sociales. Este cumplimiento se vuelve un factor que propicia el dominio físico y emocional, afectando tanto a hombres como a mujeres dentro de la comunidad. Sin embargo, a lo largo del estudio se pudo documentar que la dominación masculina no es unilateral, sino también una dinámica de poder bilateral que permea toda la estructura social.
Esta documentacion se vincula con el concepto de embodiment, a través de las experiencias vividas, incluidas aquellas marcadas por el sufrimiento, mismas que se inscriben en el cuerpo y se convierten en parte de la percepción y relación de la persona mazahua con su entorno. La memoria en el cuerpo, moldeada desde la infancia, es un claro ejemplo de este proceso. Por ejemplo, la práctica de la calilla se convierte en una herramienta disciplinaria que inscribe lecciones morales en el cuerpo, vinculando el dolor con el aprendizaje de las jerarquías y roles sociales. Este sufrimiento corporal no solo refuerza la obediencia, sino que también moldea la autopercepción, estableciendo desde edades tempranas la posición del individuo dentro de la comunidad.
En el caso de las mujeres, el embodiment se manifiesta en su condición de sumisión ante el dominio masculino, internalizando las expectativas de matrimonio y subordinación como parte de su identidad. Por otro lado, los hombres también experimentan este proceso, pasando de ser dominados por figuras masculinas mayores a buscar ejercer control para cumplir con los estándares sociales de la masculinidad. Esto se inscribe en el cuerpo, creando un ciclo de perpetuación de normas sociales que afectan a todos los miembros de la comunidad.
De este modo, el embodiment permite comprender cómo estas experiencias se vinculan en el cuerpo para conectarlo con el entorno cultural. La memoria, las emociones y el cuerpo se entrelazan, formando un continuo que refuerza las relaciones de poder y las expectativas sociales. Este proceso también es visible en los casos de homosexualidad, donde los cuerpos se convierten en escenarios de lucha interna y externa, viviendo identidades que deben ser reprimidas dentro del núcleo familiar pero que encuentran expresión fuera de este. Aquí, el cuerpo no solo actúa como un receptor, sino como un agente que negocia su lugar dentro del entorno cultural mazahua.
Bibliografía
Anacleto Ramírez, Horacio (2017). Entre el castigo y la salud: la práctica de la calilla por los mazahuas de San José del Rincón Ejido [Tesis de licenciatura, Universidad Intercultural del Estado de México].
Blanco Canales, Ana (2019). La emoción y sus componentes [Documento]. Grupo LEIDE. https://grupoleide.com/wp-content/uploads/2019/09/Ana-Blanco-La-emoci%C3%B3n-y-sus-componentes.pdf
Fagetti, Antonella (1998). Tentzonhuehue. El simbolismo del cuerpo y la naturaleza. Sotavento, invierno 1998-1999, 3(5), 217-221. https://cdigital.uv.mx/handle/123456789/8806
Fox, Robin (1967). Sistemas de parentesco y matrimonio. Alianza Editorial.
Galtung, Johan (1969). Violence, Peace, and Peace Research. Journal of Peace Research, 6(3), 167-191. https://www.jstor.org/stable/422690
Geertz, Clifford (1973). La interpretación de las culturas. Gedisa Editorial.
Gómez Sánchez, David (2019). El cuerpo, un análisis desde la lengua y la cultura otomí. Revista Peruana de Antropología, 4(5), 26-34. http://revistaperuanadeantropologia.com/index.php/rpa/article/view/54
González, Sergio Nicolás (2023). Cuerpo humano y padecimientos: la lengua mazahua en el contexto de la pandemia de Covid-19 [Tesis de maestría, Universidad Autónoma de Querétaro]. https://ri-ng.uaq.mx/handle/123456789/7971
Guber, Rosana (2011). La etnografía: Método, campo y reflexividad. Siglo XXI editores.
Lamas, Marta (1986). La antropología feminista y la categoría “género”. Nueva Antropología, 8(30), 173-198. https://www.redalyc.org/pdf/159/15903009.pdf
Lamas, Marta (2000). Diferencias de sexo, género y diferencia sexual. Cuicuilco, 7(18), 1-24. https://www.redalyc.org/pdf/351/35101807.pdf
Latour, Bruno (2008). Reensamblar lo social: Una introducción a la teoría del actor-red. Ediciones Manantial.
LeBreton, David (2002). Antropología del cuerpo y modernidad. Cultura y sociedad.
Maldonado Gómez, María Cristina (2003). Reseña de “La dominación masculina” de Pierre Bourdieu. Revista Sociedad y Economía, 1(4), 69-74. https://www.redalyc.org/pdf/996/99617936012.pdf
Oehmichen, Cristina (2015). Identidad, género y relaciones interétnicas. Mazahuas en la ciudad de México. Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Antropológicas, Programa Universitario de Estudios de Género. http://ru.iia.unam.mx:8080/bitstream/10684/43/1/303.pdf
Pedraza Durán, Iván y Gómez Sánchez, David (2018). Radiografía del poder: el caso de los mazahuas del noroeste del Estado de México. Revista Peruana de Antropología, 3(4), 55-67. http://revistaperuanadeantropologia.com/index.php/rpa/article/view/45
Peral Rabasa, Francisco J. (2017). Cuerpo, cognición y experiencia: embodiment, un cambio de paradigmas. Dimensión Antropológica, 69, 15-47. https://revistas.inah.gob.mx/index.php/dimension/article/view/11709
Ramírez, Irma (2008). Mazahuas del Estado de México [Documento]. Proyecto Perfiles Indígenas de México. https://www.aacademica.org/salomon.nahmad.sitton/55.pdf
Romeu Adalid, Silvia Margarita (1994). El procedimiento de la raíz de zacatón entre los mazahuas. Un trabajo tradicional. Instituto Mexiquense de Cultura.
Sandoval Forero, Eduardo Andrés (2002). Relaciones de Género y Dominación en los Indígenas Mazahuas. Otras Miradas, 2(1), 1-14. https://www.redalyc.org/pdf/183/18320101.pdf
Solomon, Robert (1977). The Passions. Anchor.
Uribe Roncallo, Pedro (2020). Masculinidades Alternativas: Varones que se Narran al margen del Modelo Hegemónico y Generan Cambios a través de la Educación. Revista Latinoamericana de Educación Inclusiva, 14(2), 115-129. https://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0718-73782020000200115
Wright Carr, David Charles (2018). La ciencia cognitiva corporeizada: Una perspectiva para el estudio de los lenguajes visuales”. Entreciencias: Diálogos En La Sociedad Del Conocimiento, 6(16), 79-94. https://doi.org/10.22201/enesl.20078064e.2018.16.63364
Yáñez Canal, Jaime y Perdomo, Adriana (2013). Cognición y conciencia. Polisemia, 7(11), 91–95. https://doi.org/10.26620/uniminuto.polisemia.7.11.2011.91-95
Notas
1 Las raíces de esta comunidad han sido objeto de especulación en cuanto a su origen, pero se presume que son mazahuas. Según Ramírez (2008, p. 3), el término “mazahuas” se deriva de su primer líder, “Mazatl-tecutlí”. Sin embargo, distintas personas lo refieren como “gente del venado” (Trabajo de campo, 2023). Un aspecto distintivo de la cultura mazahua es su fusión de elementos católicos con creencias autóctonas (Romeu, 1994).