Infancias en confinamiento, vidas de esperanzas: De familias truncadas y encarcelamientos de latinoamericanos en Turquía.
Childhoods in confinement, lives of hope: Of truncated families and imprisonment of Latin Americans in Turkey.
Doi: 10.31644/ED.IEI.V22.2025.RE01
* Autor: Gianmaria Lenti https://orcid.org/0000-0002-9414-953X
* Department of Social Inquiry, La Trobe University, Melbourne, Australia. E-mail: gianmarialenti@gmail.com
Resumen
A partir de la historia de vida de Rona, un niño que creció en prisión junto a su madre, se abordan las experiencias de migrantes latinoamericanos encarcelados en Turquía. Entre los hallazgos de una investigación sobre migraciones internacionales, destacan los casos de sujetos que devinieron en migrantes inesperadamente, tras ser inducidos o forzados al narcotráfico internacional y recibir sentencias de hasta veinticinco años de encarcelamiento. Mediante el relato de Rona, se exploran las dinámicas de precarización, vulnerabilidad, resiliencia y esperanza que caracterizan las experiencias de estas personas.
El sistema carcelario turco, marcado por severas sentencias asociadas al narcotráfico y su supuesta conexión con el terrorismo, evidencia cómo las desigualdades globales impactan en las subjetividades humanas. Asimismo, este trabajo explora cómo el confinamiento trastoca las temporalidades existenciales y relaciones afectivas y familiares, mientras genera formas de solidaridad y resistencia. En contextos de precariedad legal, económica y social, se destaca la necesidad de visibilizar estas historias para repensar las políticas de confinamiento, incluyendo las voces de las personas migrantes para el diseño de medidas que respeten la dignidad de quienes luchan por la vida y el porvenir.
Palabras Clave
Confinamiento carcelario; Migraciones internacionales; Migración latinoamericana; Turquía.
Abstract
Based on the life story of Rona, a child who grew up in prison alongside his mother, this work examines the experiences of Latin American migrants imprisoned in Turkey. Among the findings of a study on international migration, it is noteworthy to highlight the cases of individuals who unexpectedly became migrants after being induced or coerced into international drug trafficking and receiving sentences of up to twenty-five years of imprisonment. Through Rona’s testimony, this paper explores the dynamics of precariousness, vulnerability, resilience, and hope that characterize these subjects’ experiences.
The Turkish prison system, marked by harsh sentences linked to drug trafficking and its alleged connection to terrorism, reveals how global inequalities impact upon human subjectivities. This study also delves into how confinement disrupts existential temporalities, as well as family and affective and relationships, while simultaneously fostering forms of resistance and solidarity. In contexts of legal, economic, and social precarity, this work highlights the importance of making these stories visible to rethink confinement policies, emphasizing the inclusion of migrants’ voices in the design of measures that respect the dignity of those who fight for life and future.
Keywords
Prison confinement; International migrations; Latin American migration; Turkey.
Recibido: 06/12/2024 • Aceptado: 24/03/2025 • Publicado: 25/06/2025
Introducción
El presente relato,1 enmarcado en el ámbito de las migraciones internacionales, el confinamiento carcelario y sus impactos en las subjetividades humanas, ofrece una ventana para comprender las experiencias de niñas y niños quienes, como Rona, crecen en entornos de privación de libertad. Narrado desde la perspectiva de un adolescente latinoamericano que vivió su infancia en prisión junto a su madre en Turquía, este testimonio constituye un ejemplo vívido de cómo la precariedad y las políticas estatales configuran vidas marcadas por la incertidumbre, el desarraigo, la resiliencia y la esperanza.
El propósito de este trabajo es arrojar luz sobre algunas de las formas en que la privación y la búsqueda de supervivencia pueden generar experiencias inesperadas que, a menudo, trastocan la totalidad de la existencia y sus temporalidades pasadas, presentes y futuras. A partir de un testimonio que entrelaza sufrimiento y ternura, este texto pretende fomentar reflexiones sobre cómo las desigualdades globales se materializan en las trayectorias de vida de las personas.
Durante la realización de investigaciones doctorales sobre las experiencias, emociones y subjetividades de migrantes latinoamericanos estancados durante sus viajes a través de México y Turquía, tuve la oportunidad de encontrar una variedad de sujetos que devinieron en migrantes inesperadamente, pues lo que consideraban como un corto viaje que hubiera solucionado sus problemas acabó por trastocar sus vidas, dejándolos confinados primero en cárceles turcas, y luego, dentro de las fronteras de ese país. La mayoría de las personas de este grupo enfrentaban condiciones adversas en sus países de origen y buscaron una oportunidad en promesas ilusorias que, lejos de mejorar su situación, se convirtieron en callejones sin salida. Algunas personas fueron engañadas y terminaron forzadas a volverse piezas de redes de narcotráfico, obligadas a ingerir y transportar cocaína a sitios lejanos. Sus relatos están marcados por temas como la privación, las deudas y las amenazas, aunque cada historia se distingue por sus propios matices. Además, el desconocimiento sobre las posibles consecuencias de sus actos, agravado por mentiras elaboradas con precisión, fue un factor determinante en sus destinos.
Todos los integrantes de esta cohorte fueron condenados a penas de entre ocho y veinticinco años en prisiones de máxima seguridad, ya que en Turquía el tráfico de drogas se asocia con el financiamiento del terrorismo, al considerarse una fuente de recursos para las minorías kurdas en su resistencia contra la opresión estatal (Ekici, 2014; Ibikoglu, 2012). Asimismo, los jueces turcos tienen amplias facultades discrecionales para imponer sentencias acumulativas, sumando al cargo de tráfico de drogas otros como intento de homicidio por la importación de sustancias al país, o intento de suicidio por haber ingerido narcóticos para su transporte (Código Penal de Turquía, art. 188).2
Las vivencias de estos latinoamericanos no solo exponen los mecanismos de dominación, precariedad y explotación que enfrentan los personas en confinamiento (Bloch y Olivares‐Pelayo, 2021; Burnett y Chebe, 2010; Westrheim, 2008), sino también las maneras en que estas circunstancias afectan sus subjetividades y estrategias de supervivencia (Buntman, 2019; Bekiroglu y Topal, 2023). En este marco, el encarcelamiento en prisiones turcas de alta seguridad adquiere un significado particular, vinculado tanto a la narrativa estatal sobre la lucha contra el terrorismo como a las relaciones de poder que sostienen el régimen fronterizo entre la Unión Europea y Turquía (Green, 2002). Estas experiencias reflejan cómo los marcos normativos globales y las dinámicas locales convergen para perpetuar formas de exclusión y precarización (Düvell, 2004). Los miembros de este grupo, atrapados en una red de vulnerabilidades estructurales y engaños, se convierten en ejemplos representativos de un proceso migratorio moldeado por dinámicas económicas, jurídicas, políticas y sociales que operan a nivel transnacional, nacional y local.
Por otro lado, las narrativas de quienes enfrentaron los regímenes de confinamiento y de control migratorio turcos iluminan sus efectos en las estructuras familiares (Travis, McBride y Solomon, 2003), en la formación de identidades (Sexton, 2015) y en la producción de imaginarios de esperanza y de prácticas de resistencia (Guimarães, Meneghel y Oliveira, 2006). En este sentido, el caso de Rona resulta particularmente relevante, pues permite desentrañar cómo los mecanismos del poder no solo afectan a los individuos directamente involucrados, sino también a sus familias, perpetuando ciclos de vulnerabilidad y marginación que impactan en distintas temporalidades.
El enfoque etnográfico permitió explorar estas realidades desde la perspectiva de las experiencias cotidianas de estos migrantes. El primer contacto con algunos miembros del grupo ocurrió de manera casual en un mercado callejero de Tarlabaşı, un barrio popular habitado por migrantes y turcos de bajos recursos. La afinidad cultural y lingüística facilitó el diálogo inicial y el desarrollo de una relación de confianza, en particular con Lina, madre de Rona, quien se convertiría en mi compañera de piso, amiga cercana y personaje clave de mi etnografía en Turquía. Esta conexión inicial desencadenó un efecto bola de nieve, lo que posibilitó una comprensión más amplia de las historias y desafíos compartidos por otros latinoamericanos en situaciones similares.
Interactuar con este grupo implicó un compromiso ético riguroso, con el objetivo de salvaguardar tanto la seguridad de los participantes como la confidencialidad de sus testimonios. Muchos de ellos vivían en una confluencia de desafíos que incluían precariedad jurídica, estrés postraumático, discriminación y condiciones socioeconómicas adversas. En este contexto, fue crucial reflexionar de manera constante sobre las dinámicas de poder inherentes al proceso de investigación, evitando prácticas que pudieran poner en riesgo su bienestar físico o emocional, y promoviendo un espacio de escucha activa y empática. Asimismo, se evaluaron cuidadosamente los posibles riesgos inmediatos y futuros para los participantes, buscando mitigar eventuales impactos negativos en las prácticas de divulgación del conocimiento (Pacheco-Vega y Parizeau, 2018).
La metodología utilizada para esta investigación es de corte etnográfico, basada en la recopilación de relatos de vida, entrevistas semiestructuradas y observación participante. Este enfoque antropológico se nutre de las herramientas de la disciplina para explorar dimensiones subjetivas como las emociones, las percepciones y los imaginarios, iluminando aspectos de la movilidad humana frecuentemente ignorados en los análisis sociopolíticos convencionales. Este diseño permitió acceder a narrativas profundas y matizadas que ilustran las trayectorias de vida de personas migrantes en contextos de confinamiento. En particular, el caso de Rona se extrae de un corpus más amplio que incluye entrevistas semiestructuradas a 11 participantes exconvictos, además de conversaciones con numerosos otros sujetos en circunstancias similares, cuyas historias revelan las múltiples capas de vulnerabilidad que enfrentan los migrantes condenados a encarcelamiento en Turquía.
Los hallazgos de este estudio subrayan cómo las dinámicas de (in)movilidad afectan la infancia y la vida cotidiana de las personas migrantes. En el caso de Rona, crecer en un entorno de encarcelamiento no solo moldeó su percepción de la normalidad, sino que también configuró sus relaciones con su madre y hermanos, con otros infantes, con las instituciones que lo rodearon, con el país en el que creció y con aquel en el que quedaron sus raíces. Aunque su narrativa está impregnada de carencias y rupturas, también resalta su fortaleza emocional, la solidaridad comunitaria y los vínculos afectivos que emergen incluso en circunstancias adversas. Estas experiencias revelan las contradicciones de un sistema carcelario que no propicia la reintegración de quienes readquieren la libertad tras cumplir sus condenas, así como las paradojas de las medidas dirigidas a la protección de los menores, que ultimadamente perpetúan su separación familiar y les condenan a vidas fragmentadas.
Las implicaciones de estos hallazgos son múltiples y trascienden el ámbito académico. En primer lugar, visibilizan a una población migrante en Turquía que hasta el momento no ha sido considerada en estudios académicos y reportes de organizaciones no gubernamentales (ONG). A nivel conceptual, invitan a una reflexión crítica sobre las políticas de confinamiento y su impacto en las poblaciones más vulnerables, particularmente las madres y los niños (Easterling, Feldmeyer y Presser; 2018). Además, subrayan la necesidad de incorporar las voces de las personas migrantes en el diseño de políticas públicas, reconociendo su agencia y su humanidad. Finalmente, este trabajo pretende ser una contribución al debate sobre la ética de la gobernabilidad de movilidad global, cuestionando los discursos dominantes que justifican la exclusión y la criminalización de quienes buscan mejores condiciones de vida.
En definitiva, el relato de Rona constituye un poderoso recordatorio de las luchas y esperanzas que caracterizan las vidas de las personas migrantes. Más allá de las cifras y las estadísticas, estas historias deben ocupar un lugar central en los debates sobre migración, confinamiento y derechos, pues solo así es posible imaginar y construir un futuro más justo y solidario.
Relato:
Soy Rona, tengo trece años, y desde pequeño mi vida ha sido muy distinta a la de otros niños. Crecí entre barrotes desde que tenía seis meses. Yo no estaba enterado de dónde me encontraba y pasó mucho tiempo para que entendiera que vivía en una prisión. Llegamos ahí porque mi mamá tuvo una vida muy dura; ella en Bolivia trabajaba como maestra de primaria y en las noches como mesera en un restaurante, pero aun así no le alcanzaba el dinero para pagar renta, darnos de comer y vestir a los cinco hermanos que somos. Cuando uno de mis hermanos enfermó, la operación fue muy cara, y ella tuvo que pedir dinero prestado para sacarlo del hospital. Entonces fue que no tuvo más alternativa que salir del país, pero según sus planes, íbamos a regresar muy pronto. Ella nunca se imaginó que las cosas se iban a tornar así: que íbamos a quedar confinados en Turquía por tantos años, lejos de mis hermanos y de nuestra casita. Tuvo que sacarnos adelante sola, porque mi papá se fue de casa cuando yo nací, mi abuelo era mariachi y militar pero ya estaba muy anciano para trabajar y seguir apoyándonos, y mis hermanos eran aún demasiado jóvenes. A ellos solo los conozco por videollamadas y aun así, los quiero mucho.
Recuerdo que en prisión, todo era siempre igual: comíamos a la misma hora, las mismas cosas, con las mismas personas. Mi mami siempre me hablaba en español, y algunas de las chicas que convivían con nosotros también lo hablaban, pero en ese lugar escuchaba otros idiomas que no entendía, y me daba risa porqué siempre imaginaba lo que decían por sus caras y tonos de voz. Lo que más se hablaba allí era turco, lo que hizo comprender que estábamos en Turquía. Mi mamá y yo finalmente aprendimos el idioma, y ella decía que le costó mucho aprender, mientras que para mí, que crecí en ese país, no me resultó muy difícil. Al principio, algunas de las otras mujeres que habían permanecido desde hace más tiempo, la ayudaban a entender lo que los guardias le decían, pero después era ella quien ayudaba a las recién llegadas con las traducciones.
Ahora, los demás niños me preguntan si no fue duro para mí crecer en prisión, pero en ese entonces yo ni sabía lo que era una prisión, pues ese lugar era todo lo que conocía. Nuestro cuarto estaba oscuro y angosto, la comida no era tan rica, a veces hacía bastante frío y yo, no tenía muchos juguetes. Lo más difícil de soportar era el aburrimiento, porque casi todos eran adultos, los únicos niños éramos otro pequeño y yo, aunque como él estaba en otro bloque no nos dejaban jugar juntos. Pero con todo, la pasaba bien. Jugaba con cualquier cosa y sobre todo, tenía a mi mamá que me quiere de corazón. Algunas de las otras presas me tenían cariño y hacían muchas cosas bonitas para mí; era como tener muchas tías de diferentes edades, religiones y colores de piel. Las guardias no me gustaban mucho porque había algunas que gritaban y parecían enojadas todo el tiempo, aunque también había otras simpáticas que me regalaban galletas y otras cosas. La mayoría eran mujeres, solo había unos técnicos y otros trabajadores hombres, pero con ellos casi no había interacción. De pronto, me preguntaba por qué las cosas eran así, pero finalmente, eso no me importaba mucho, porque me sentía bien.
Contábamos con muy poco dinero, porque no teníamos a nadie que nos enviara ayuda como a algunas otras mujeres que la recibían. Luego entonces, mi mami podía comprar realmente poco, pues en la prisión, quien no tenía para pagar botellitas, debía tomar agua del grifo; recuerdo que mi mami se quedaba despierta a esperar que todos durmieran porque había una caldera que hervía el agua, pero estaba prohibido usarla. Entonces ella, la sacaba a escondidas, la enfriaba en nuestro cuarto y la vaciaba en una botella para que yo tomara agua limpia. Ahora que soy más grande mi mami me cuenta que allá en la prisión se pasaba hambre y sed, pero yo me acuerdo que nunca me hizo falta nada.
Mi mami hacía todo lo posible para poderme comprar unas galletas y la leche que tanto me gusta. A los niños nos daban una lechita diaria ahí en prisión, pero yo siempre quería más porque me encanta, y mi mami me decía bromeando que cuando fuese grande tendría que casar a una vaca para tener toda la leche que quisiera.
Ella en la prisión trabajaba mucho y consiguió que le dieran un empleo en las faenas de limpieza y así, tenía que limpiar las áreas comunes y a veces, también los cuartos de las otras mujeres que tenían más dinero y le pagaban unas moneditas. No me podía llevar con ella mientras trabajaba, porque decían que con la basura un niño se puede infectar o lo puede atropellar un carro cuando la llevan a los contenedores de afuera. Por eso frecuentemente me dejaba con alguna de sus compañeras que me querían y me cuidaban; para mí estaba bien. No obstante, a veces le tocaba una guardia buena y la dejaban sacarme, y eso para mí era cómo un día de fiesta: podía estar con mi mami, veía lugares nuevos y encontraba muchas cosas con las que podía jugar en la basura; bueno, las que mami me dejaba tomar, porque había cosas que no quería que tocara. De la basura mi mami sacaba ropa para abrigarnos, porque como dije al principio, en prisión luego hacía mucho frío y me acuerdo que hasta se le ponían las manos moradas de mucho tallarlas bajo el agua helada del grifo. Por suerte el otro niño del que antes les hablé era un poco mayor que yo, y su mami nos regalaba la ropa cuando ya no le quedaba a él.
Allá en prisión no se vivía una vida de lujos, pero no puedo decir que me trataban mal, de hecho a los niños los protegen y los cuidan. Cuando tenía casi cuatro años me enfermé de una cosa muy fea en la sangre y me atendieron muy bien y hasta el día de hoy siguen dándome tratamiento. A ella, al final la trataban bastante bien y me hacían regalos porque se supo ganar esa ayuda. Siempre iba adonde la llamaban, cargaba cosas pesadas, limpiaba donde le decían, y nunca creó problemas... y fue entonces que le dieron la confianza de limpiar en las oficinas de las guardias. Eso se lo ganó con su esfuerzo y por eso recibimos tanto apoyo.
Mi mami me cuenta ahora que había muchos, muchísimos niños que vivían en aquella prisión, aunque en bloques diferentes. Muchas madres que viven con sus niños y únicamente había una guardería adonde solo pueden asistir a partir de los cuatro años. A mí al principio no me gustaba la idea de ir, ya que todo el tiempo quería estar con mi mami, pero al final, ella me convenció porque decía que los niños encerrados no la pasaban bien, porque casi nunca veían a otros niños para convivir y jugar juntos. Cuando al fin me convencí, la guardería me gustó: nos trataban bien, había muchos juguetes, nos enseñaban a hacer manualidades y había muchos compañeritos de juegos, aunque muchas veces nos comunicábamos a señas porque no hablábamos el mismo idioma. Tengo muy buenos recuerdos de ese lugar, pero siempre esperaba con impaciencia a que mi mami acabara de trabajar para que viniera a recogerme y pudiéramos estar juntos.
Lo que no entendía y que me hacía enojar era cuando oía a alguien diciéndole a mi mami que era mala: que cómo me había traído aquí, que cómo me cargaba cuando iba a limpiar basura, que era una madre irresponsable, y muchas otras cosas feas. Yo la veía entonces ponerse triste, pero cuando le preguntaba, ella sonreía y me decía que todo estaba bien. Recuerdo que pocas veces la encontré llorando y siempre fue cuando pensaba que yo no la estaba viendo. Entonces iba a abrazarla para que se sintiera mejor y eso, siempre le cambiaba el humor. Todo el tiempo he pensado que ella es la mejor mamá, porqué es fuerte, buena y me hace reír mucho. Con ella sentía que no me faltaba nada y no me importaba estar encerrado casi todo el tiempo, porque ella estaba a mi lado.
Mis hermanos mayores aún la reprochan: dicen que los abandonó y no se hizo cargo de ellos cuando más la necesitaban. Yo me imagino que debe haber sido difícil aprender de la vida solos, sin sus padres cerca y con pocos recursos, pero ellos no entienden que nuestra mamá hizo todo eso para el bien de todos, para sacarnos adelante, porque a veces no había ni qué comer, y ella quería que tuviéramos lo mejor, que estudiáramos y llegáramos a ser alguien en la vida.
Para mí fue distinto, porque cuando tuvo que salir de Bolivia yo estaba todavía demasiado pequeño y nadie se podía hacer cargo de mí. Mis hermanos podían ya valerse por sí mismos y cuidar a las hermanas más pequeñas. Solo por esta razón me trajo consigo, y fue así cómo crecí en una prisión de este país.
Son las cosas de la vida, uno a veces hace cosas por desesperación y por amor sin saber cuáles serán las consecuencias. Entonces ¿qué?: ¿tendría que odiarla y reprocharla para siempre? Claro que no, todo lo contrario, ahora soy consciente de que mami siempre ha buscado lo mejor para nosotros, e incluso cuando mis hermanos le hacen aún tantos reproches, ella los quiere con todo su corazón y su más grande deseo es volver a abrazarlos. Yo sé que algún día lo vamos a lograr.
Cuando tenía seis años me sacaron de la prisión y al hacerlo, fui separado de mi mami. Decían que a los niños después de una cierta edad no les hace bien vivir confinados en ese ambiente, y de un día para otro, ya estás del otro lado, lejos de todo lo que conoces. Para mí, ese fue un tiempo muy incierto porque no sabía lo que me esperaba, no tenía ni idea de qué había fuera de aquellas cercas. Mi mami estaba muy triste y preocupada porque desconocía como me iban a tratar en la institución a la que ingresaría, pero recuerdo bien que cuando me llevaron me tomó muy fuerte de los puños y me dijo: “sé fuerte hijo mío, compórtate como hombre de bien, yo pronto estaré otra vez contigo”.
Al principio me sentía extraño en esa institución: teníamos horarios y reglas para todo como en la prisión, pero ahí convivíamos solo niños y el ambiente no era malo. Aparte de mí y otra chica, todos los niños eran turcos. Algunos nos hacían burla porque decían que éramos diferentes, que nos veíamos raros y que nuestra forma de hablar el idioma era divertida, pero también había muchos niños amistosos que nos tendían la mano, jugaban con nosotros, nos ayudaban con las tareas y nos defendían cuando alguien se ponía pesado. Vivía una vida tranquila: iba a la escuela, rezaba cuando cantaban en la mezquita, hacía deportes, jugaba y me divertía con los demás. La comida no estaba tan mal como en prisión, nunca hacía frío y nuestras camas eran bastante cómodas.
Lo que más extrañaba era a mi mami, a ella le dieron nueve años de confinamiento. Después de seis meses, a mi mami la trasladaron a otro tipo de prisión a la que le dicen “abierta”, porque ahí las personas se quedan algunos meses, luego salen tres semanas, y luego regresan. Salir después de tantos años y sentir la vida de afuera sin conocer a nadie, sin saber para donde ir... eso no resultó fácil para mi mami. Lo mejor fue que al menos así podía venir a saludarme y estar conmigo en los días de visita. Yo siempre supe que para ella salir de prisión quería decir problemas, porque lo que le pagaban ahí adentro a duras penas alanzaba para un panecito en la ciudad de Estambul y tenía que buscar dónde quedarse, comprar su comida... En los días de permiso de la institución ella venía a estar conmigo desde las 9:00 de la mañana hasta las 4:00 de la tarde que eran las horas de visita, pero a las 12:00 ella tenía que salir del hogar porque llegaba la hora de la comida. Me imaginaba que ella se quedaba en ayuna, porque no conocía a nadie por allí y no tenía dinero para ir a un restaurante. Entonces, una vez en mi inocencia, le dije: “Mami ¿y tú comiste?”, “Ah, yo comí allá afuera” me contestó ella, “No, tú no comiste nada porque no tienes plata”, le contesté yo muy serio; “Sí, pero yo pronto llego allá donde mi amiga y vamos a cocinar juntas una comida rica”. Yo no le creía y entonces, le dije: “Mira, yo me encontré este dinero, tómalo para que te compres tu comida y si quieres ve a comer, aquí te espero”. Eran cinco centavos, que si lo pienso ahora hasta risa me da porque eso no alcanzaba ni para una çorba o un köfte, que son las comidas más baratas que se consiguen en Turquía. Ella entonces empezó a llorar y yo no entendía bien porqué, pensaba que le había dado una insignificancia, pero ella más adelante me dijo que esos cinco centavos fueron el tesoro más grande que recibió en su vida. Yo le dije: “Cuando vivamos juntos de nuevo, tú no tendrás que hacer nada, porque yo voy a trabajar para que estemos bien los dos, y compraré un coche para que ya no tengas que caminar y podamos irnos a dar la vuelta todas las veces que queramos”.
Luego mi mami se encontró a algunas amigas que ya habían salido de prisión, y una de ellas había abierto un restaurante de comida latinoamericana. Aunque no siempre la necesitaba, le daba trabajo porque sabía que con eso ella se iba a sustentar y podía traerme algunas golosinas y otras cosas ricas de comer. También, algunas de esas amigas me mandaban regalos: unos dulces, una pelota, un juguete, una prenda de ropa... siempre era una sorpresa. Una vez tocó que la salida de mami coincidiera con mi cumpleaños y algunos trabajadores de la prisión hicieron una colecta para que mi mami no llegara con las manos vacías. Me regalaron un pantalón, una polera y pusieron cuota entre todos para que mami me comprara un pastel de cumpleaños. Mucha gente maltrató a mi mami en prisión, pero también hubo personas a quienes llegas al corazón y esas, son cosas que no se olvidan.
Tantos esfuerzos hizo mi mami, que al final le redujeron la pena de nueve a siete años y medio. Cuando supe la noticia, yo era la persona más feliz del mundo. Pensaba que, finalmente, íbamos a tener una vida normal: con mi mami que me despertaría todas las mañanas para ir al colegio, me esperaría a la hora de salida y renegaría cuando no me quisiera levantar temprano, me daría mi beso por la mañana... todas esas cosas que para la mayoría de los niños son la normalidad. Desafortunadamente, mis sueños duraron poco, ya que cuando salió de prisión a mí me llevaron a otra institución y no me dejaron ir a vivir con ella. Decían que no tenía recursos suficientes y no cumplía las reglas. Es decir, debía de tener una casa en una zona céntrica y un lugar donde vivir sola. También le exigían contar con un empleo estable, bien remunerado y con seguro de trabajo, cosas que aquí para los extranjeros pobres, son un lujo; cosas que están lejos de sus posibilidades. ¡Y a mí qué me importaba todo eso! Yo lo único que quería era estar al lado de mi mami, no me importaba que fuéramos pobres porque estábamos juntos y contentos.
Mi mami comenzó a trabajar muy duro en una fábrica de textiles, y tenía un horario de doce a catorce horas diarias con el que ganaba apenas lo suficiente para pagar la renta, sus comiditas y los pasajes para venir a recogerme y luego traerme de vuelta a la institución. Al principio, me dejaban ir con ella cada fin de semana, y eso me ponía contento. Desafortunadamente, un día hicieron una inspección en su departamento y encontraron que vivía con otras personas para compartir los gastos de la renta y entonces, se enojaron y le dijeron que ya solo me iba a ver una vez por mes. Mami les pidió que escucharan y la entendieran, porque eso que pedían era para ella imposible, pues casi ningún extranjero como ella tenía los medios para vivir así como ellos querían. Por más que trabajara como robot eso no era suficiente, nada era suficiente para cumplir con los requisitos establecidos.
Yo de una u otra forma no me puedo quejar: estoy con muchos otros chicos, voy a un buen colegio donde aprendo mucho, y al final de cuentas no me hace falta nada. Pero, ¿de qué sirve eso si uno no tiene la libertad de poder estar donde quiera y con quien quiera? Me podrían regalar el mejor teléfono, una computadora último modelo, el videojuego más nuevo que acaba de salir, la luna o el cielo, pero eso no es lo que quiero; lo que deseo con todo mi corazón es estar con mi mami y que tengamos una vida normal, dejaría todo para poder estar con ella. Esa vida quiero: volverla loca cuando me pongo atrevido, que se ponga contenta cuando me prepare mis comidas favoritas, que conozca a la chica que me gusta y que me diga qué tal me veo con esa o aquella ropa cuando tenga mi primera cita.
Quisiera salir ya de ese lugar; mi mami y yo queremos ser libres, estar juntos otra vez, como cuando dormía en la camita con ella. No importaba que fuese en prisión, en una cama pequeñita pero donde podíamos estar los dos abrazaditos, y me cantaba canciones antes de dormir y me apapachaba cuando despertábamos por las mañanas. Claro, ahora soy más grande, pero esa es la vida que quiero, porque mi mami es mi fuerza, mi aliento y felicidad; sé que saliendo de aquí voy a tener una vida distinta, y a respirar otro aire. ¿Por qué si mi mami ya cumplió con su condena no me dejan salir de aquí? ¿Por qué tengo ahora que estar confinado cuando no hice nada malo? ¿Por qué no podemos vivir como cualquier otra familia? Ya no soy un niño, quiero poder elegir qué hacer de mi vida y apoyar a mi mamá en el día a día, sea donde sea.
Ahora mi mami habla mucho conmigo de los tiempos que fueron, de los que son y de los que serán. Queremos estar juntos y no sabemos cómo hacerle. Aquí siento que nunca me van a dejar con ella porque quisieran que los migrantes fueran ricos y las cosas están demasiado duras como para que esto pueda hacerse realidad. Regresar a Bolivia tampoco sería cosa fácil; ella tendría que ir a juicio y demostrar que allá tiene una casa y recursos para sustentarnos mientras consigue trabajo. Además… no sé, yo crecí aquí, tengo muchas ganas de ver a mis hermanos y a mi abuelo, como también de conocer la tierra que me vio nacer; allí, donde están mis raíces. Pero yo aquí crecí, hablo turco, soy musulmán, pertenezco a esta cultura y todos mis amigos están aquí, no me imagino como sería reiniciar desde cero en un lugar nuevo y tan diferente del que ahora estoy acostumbrado; mi vida se construyó aquí. Otra opción sería fugarnos y alcanzar a una tía que vive en España, pero en verdad, eso no está nada fácil, el viaje es caro y muy peligroso. Mi mami dice que no le importa si algo le pasa en el viaje porque su vida ya la vivió, pero le preocupa mucho que algo me pase a mí, que me ahogue en el mar o que nos detenga la policía y nos encierren otra vez. Entonces no sabemos qué hacer: ¿Cuál es el delito de querer tener una familia? Simplemente soy un adolescente que quiere estar con su mami, nada más... Quiero que vivamos en la misma casa, aunque sea sin riquezas, pero juntos y libres, ¿es demasiado pedirle eso a la vida?
Hasta aquí, les he relatado mi historia; bueno, algo de mi historia porque la vida es rica en experiencias y emociones que son difíciles de expresar en papel, pero ojalá, logren entender lo que fue mi infancia y que se sorprendan, así como yo me sorprendí de muchas cosas que he encontrado y conocido en esta vida. A veces vivimos cosas que nos asombran, cosas que no pensábamos, pero esta, es nuestra realidad. A veces dura, pero llena de momentos, personas y situaciones bonitas. Nadie puede sentirlo si no lo ha vivido, nadie, porque tendría que haber estado aquí, pero espero que este relato sirva para que todos sepan lo que vivimos los migrantes y para que otros niños encuentren la fuerza para seguir adelante en la vida. Cada historia es distinta, pero todas tienen dificultades y metas, y desde luego, momentos de gran alegría. Nadie sabe lo que va a pasar, lo que sabemos es que mantenemos encendida la llama de la esperanza, y que el destino tiene algo guardado para nuestro porvenir.
Reflexiones finales
Escribir conclusiones siempre me deja un sabor extraño en la boca, como si estuviera imponiendo mi ley no solo al lector, sino también a quienes habitan la narración. Más difícil aún me resulta en esta ocasión, ya que este relato, alejado de los cánones tradicionales de un artículo científico, parece resistirse a una clausura definitiva. Mis palabras aquí se sienten casi superfluas: más que ofrecer un epílogo, me gustaría saber qué ha pensado y sentido cada lector al recorrer la historia de Rona. Para él y para Lina, el relato sigue abierto, marcado por una lucha incansable que no busca finales heroicos, sino algo mucho más simple y, a la vez, inalcanzable para tantos: “una vida normal”, sea lo que sea que eso signifique.
Si un epílogo resulta inapropiado, al menos intento poner sobre la mesa algunas reflexiones que ayuden a situar los elementos clave del testimonio de Rona sin desdibujar su voz. Su relato ofrece una mirada profunda sobre la intersección entre migración y encarcelamiento, mostrando cómo estas experiencias se configuran en función del contexto sociopolítico en el que se inscriben. A su vez, ilumina las repercusiones que atraviesan lo material, lo afectivo y lo cultural, reconfigurando las vidas de quienes se ven envueltos en ellas.
Uno de los aspectos más críticos del testimonio es el impacto del encarcelamiento en la relación madre-hijo. Rona, al haber crecido en prisión desde sus primeros meses de vida, construyó una visión del mundo en la que el encierro era la normalidad, al tiempo que distanciarse del mismo representó una ruptura a la cual fue difícil acostumbrarse. Su madre, por otro lado, enfrentó una situación de doble vulnerabilidad: la de devenir en migrante sin haberlo planeado, y la de ser madre en un entorno penitenciario. La carencia de recursos económicos, la imposibilidad de recibir ayuda del exterior y la necesidad de desempeñar trabajos dentro de la prisión ilustran las desigualdades que afectan a muchas mujeres migrantes en situación de reclusión, pero también las estrategias que diseñan para reducirlas.
El relato también revela cómo la toma de ciertas decisiones, inicialmente concebidas como soluciones temporales a crisis económicas, pueden desembocar en situaciones de arraigo forzado, reconfiguración identitaria y desmantelamiento del núcleo familiar. Mientras Rona y su madre experimentaban el encierro en Turquía y se volvían cada día más cercanos para hacer frente a la precariedad, sus hermanos en Bolivia vivieron una infancia marcada por la ausencia materna, generando reproches y sentimientos de abandono. Esta fractura familiar evidencia los costos emocionales y sociales de una forma de migración forzada que no amerita protección internacional bajo los parámetros establecidos por leyes y convenciones internacionales, así como la precariedad que empuja a muchas mujeres a tomar decisiones extremas para la subsistencia de sus hijos.
Otro elemento clave es la asimilación social, cultural y religiosa de Rona. Creciendo en un entorno predominantemente turco, y a pesar de haber convivido principalmente con niños que lo percibían como diferente, Rona integró la lengua y prácticas culturales del país de acogida, llevándolo a considerar a Bolivia como una realidad lejana y desconocida a la cual no le gustaría reunirse. Su experiencia refleja los procesos de aculturación que enfrentan los niños en contextos de migración y los dilemas de pertenencia que esto conlleva no solo para ellos, sino también para sus familias. De hecho, el anhelo de Lina de regresar a Bolivia en cuanto readquiera plena potestad de su hijo podría convertirse en un deseo incumplido, ya que difícilmente Rona accederá a alejarse del lugar que lo vio crecer; el lugar al que dice pertenecer.
Finalmente, las dificultades económicas de la madre en un país como Turquía subrayan las barreras estructurales que enfrentan muchos migrantes irregularizados, con antecedentes penales o incluso regulares, pero racializados. A pesar de haber cumplido su condena, la falta de acceso a un empleo estable, vivienda digna y redes de apoyo le impidieron reconstruir su vida y reunificarse plenamente con su hijo. Esta situación evidencia los límites del sistema de justicia y asistencia social para garantizar la reinserción de exreclusos migrantes y resalta la precariedad en la que se ven obligados a sobrevivir. En un país en el que incluso muchos ciudadanos encuentran barreras insuperables para llegar a fin de mes, ¿cómo el gobierno turco espera que estos migrantes puedan alcanzar los estándares exigidos por sus leyes?
El relato de Rona no es solo una historia de resiliencia, sino también una denuncia implícita de las injusticias estructurales que atraviesan la vida de las poblaciones migrantes y encarceladas. En él, resuenan preguntas fundamentales sobre el derecho a construir una vida digna en muchos países de Latinoamérica, sobre las inequidades que caracterizan el sentido de la infancia en distintos rincones del planeta, sobre la criminalización de la pobreza y sobre la exclusión social de las y los migrantes en sociedades que los consideran prescindibles. Su testimonio es, en definitiva, un reflejo de cómo las inequidades sociales y las políticas migratorias y penitenciarias configuran la vida de quienes quedan atrapados en sus engranajes. Al mismo tiempo, es un recordatorio de que cuando la mano del estado es ausente, e incluso aplastante, la agencia de las personas se vuelve el combustible que mantiene encendida la esperanza.
Agradecimientos
Se agradece profundamente a Rona y Lina por su consentimiento informado para la divulgación de este relato, por sus valiosas sugerencias sobre el contenido del mismo, y por el cariño y la amistad que me brindaron durante el tiempo que compartimos. Expreso también mi más sincero agradecimiento a mi compañero de vida e investigación, Dr. Bernardo López Marín, por su apoyo constante a lo largo de esta desafiante etnografía. Finalmente, agradezco a la Dra. Deniz Ş. Sert por acompañarme en el desarrollo de mis investigaciones en Turquía.
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Notas
1 Este trabajo se inscribe dentro de un marco etnográfico de investigación que combinó observación participante y entrevistas semiestructuradas realizadas a numerosos migrantes latinoamericanos en Turquía. No obstante, el relato aquí presentado se basa principalmente en los extensos testimonios y narrativas de vida compartidas con Lina y Rona, construidos en el marco de una relación cercana y sostenida en el tiempo: con Lina, mediante la convivencia bajo el mismo techo; y con Rona, a lo largo de sus permisos de salida, durante los cuales podía permanecer en casa de su madre tres días cada tres semanas.
En términos éticos, los nombres utilizados son seudónimos seleccionados por los propios participantes. Asimismo, se obtuvo consentimiento informado para la inclusión del testimonio de una persona menor de edad, tanto por parte del propio Rona —quien pronto alcanzará la mayoría de edad— como de su madre, tras mantener conversaciones detalladas sobre los objetivos de la investigación, las medidas de confidencialidad adoptadas para proteger ciertos aspectos de sus identidades y trayectorias, así como los posibles riesgos que la difusión de su historia podría implicar a corto y largo plazo.
2 Pese a que estos castigos puedan parecer excesivos, su magnitud debe entenderse dentro del contexto de un sistema visceral de control y violencia de Estado, donde la represión tanto legítima como ilegítima son prácticas habituales. Durante el prolongado mandato de Recep Tayyip Erdoğan, Turquía ha visto una creciente erosión de derechos democráticos y un autoritarismo cada vez más marcado. La definición de terrorismo se ha ampliado para criminalizar el activismo político y la oposición al régimen, afectando especialmente a minorías étnico-religiosas, periodistas, académicos y defensores de derechos humanos. La represión estatal, la censura y la corrupción han intensificado las tensiones internas, mientras que la UE, pese a las preocupaciones sobre la deriva autoritaria del país, opta por no confrontar a quien resguarda sus fronteras (Arslanalp y Erkmen, 2020; Gökarıksel y Türem, 2019; Yonucu, 2018).